Líbero.-El fútbol no es solo un deporte sino un lenguaje universal que cataliza a la sociedad y muchas veces es el último refugio de la identidad en un mundo que se desdibuja. Desde el potrero a tope de adrenalina en una cancha mundialista, el balón teje una red invisible que nos une, nos define y, para bien o para mal, nos da un lugar al que pertenecer, como lo hacían las tribus en la prehistoria, nuestro equipo es la manada.
Tal vez recuerdes que de niño jugabas a la pelota y, corriendo por el campo o la calle de tu barrio te sentías en la cima del mundo y podías lograr cualquier cosa, luego ibas a casa, prendías la tele y veías a tus ídolos haciendo hazañas increíbles usando de medio un balón o si eras de los afortunados, podías ver el futbol en vivo mientras jugaban los equipos locales, tal vez alguna vez fuiste a ver a tu equipo favorito en persona y miraste como vibraba el estadio con cada gol que anotaban.
Esa sensación de bienestar no se quedó en tu infancia, te acompaña toda la vida.
TU EQUIPO, ESCUDO Y TRIBU
¿Qué te lleva a sentir la victoria de once desconocidos como tuya y a esos desconocidos como tu familia? La respuesta está en el sentido de pertenencia e identidad. La psicología lo llama Teoría de la Identidad Social, un mecanismo por el cual nuestro "yo" se expande para fusionarse con un "nosotros" (Tajfel & Turner, 1979), como si fueras una molécula en un gran átomo. Cuando decimos "ganamos", no es una simple metáfora, estás diciendo en voz alta un proceso profundo en el que el escudo del club se convierte en una extensión de tu piel.
Este fenómeno explica por qué vamos a nuestras anchas con la camiseta del equipo al día siguiente de una victoria, en un acto conocido como Basking in Reflected Glory (BIRGing), o "Regodearse en la Gloria Reflejada" (Cialdini et al., 1976). El triunfo del equipo nutre nuestra autoestima y nos hace sentir en el podio también.
La conexión puede ser aún más visceral, la Teoría de la Fusión de la Identidad describe ese lazo casi familiar que sienten los hinchas más devotos, una unión donde la frontera entre el individuo y el grupo se desdibuja (Swann et al., 2012). Esto explica la lealtad inquebrantable, los sacrificios económicos y emocionales, y esa defensa a ultranza de los colores a todo dar que muchos hinchas tienen por su equipo.
Ahora, esta identidad no se forja en el vacío. Se forja en el estadio el escenario y a la vez ritual donde ocurre la magia y también en . El sociólogo Émile Durkheim lo llamó "efervescencia colectiva": esa energía eléctrica que se produce cuando una multitud comparte un mismo pensamiento y una misma emoción (Durkheim, 1912/1995). Los cánticos al unísono, los abrazos con extraños, el grito de gol… También puedes sentirla online desde la palma de tu mano, visita BetonWin y haz una apuesta al gol de tu equipo.
El sentimiento de ver un gol es poderoso, en ese momento dejamos de ser individuos para convertirnos en un solo cuerpo, una sola voz. El fútbol, en esencia, satisface una de las necesidades humanas más básicas: la de pertenecer.
EL GOL COMO NEUROTRANSMISOR. LA CLAVE DE LA FELICIDAD
La felicidad que genera el fútbol no es una ilusión; es un evento neuroquímico tangible. Para el espectador, la victoria del equipo activa el sistema de recompensa del cerebro, liberando una oleada de dopamina, el mismo neurotransmisor asociado al placer y la euforia (Kincaid et al., 2017).
La tensión de un partido reñido, por su parte, nos sumerge en un estado de "eustrés", un tipo de estrés positivo que nos mantiene alerta y excitados sin los efectos dañinos del estrés crónico (Selye, 1974). Ver fútbol además, es la forma de escapismo perfecta, un paréntesis de noventa minutos que nos libera de las preocupaciones del diario.
Para quien lo juega, la recompensa es aún más directa. El esfuerzo físico libera endorfinas, los analgésicos naturales del cuerpo, produciendo esa sensación de bienestar conocida como "euforia del corredor" (Boecker et al., 2008) y no solo eso, el fútbol además de fortalecer el cuerpo entrena la mente con resiliencia, disciplina y trabajo en equipo.
EL PRECIO DE LA PASIÓN: LA DOBLE CARA DEL JUEGO
No todo es bueno, hay que mencionarlo.. La misma intensidad emocional que nos eleva en la victoria es la que nos hunde en la derrota. La profunda identificación que tienes con tu equipo hace que un fracaso se sienta personal, pudiendo desencadenar lo que se conoce como "depresión del aficionado", que es un estado de tristeza y frustración agudas (Wann et al., 2021)
Esta dependencia emocional puede, además, estar ligada a comportamientos poco saludables. Se ha observado que, tras una derrota, los aficionados tienden a consumir más comida basura y alcohol, hambre emocional para enfrentar la decepción (Hirt et al., 1992). Y en el extremo, la pasión se desborda en toxicidad y agresión hacia el rival, el lado más oscuro del tribalismo.
Para el futbolista, el precio de la gloria se paga con el cuerpo, sufriendo el desgaste a largo plazo a nivel físico y agotamiento mental.
Sin duda el fútbol es un espejo de la condición humana: una amalgama de comunidad y tribalismo, de alegría y desesperación, de salud y sacrificio. No es bueno ni malo, es lo que es: un amplificador de todo lo que somos que nos da un sentido de pertenencia y nos regala momentos de euforia pura, pero también nos expone a la amargura de la derrota y al peligro del fanatismo.
Capaz por eso lo amamos, porque en cada victoria y derrota nos vemos todos como uno. •