El inexplicable Fernando Vázquez

Con un carisma indescifrable, el entrenador gallego es un enigma de los banquillos que este perfil de familiares y expupilos descodifica en detalle.

Felipe de Luis Manero

Fotografías Álbum familia Fernando Vázquez

Suena el teléfono. El reloj marca la una y media de la madrugada. Tras unos tonos y después de ponerse las gafas que descansaban en la mesilla, un hombre responde sin levantarse de la cama. -¿Sí, diga? Vale, vou, vou, tranquilo. No son horas para salvar el mundo, pero el tipo se pone en marcha: se incorpora, deja el café preparándose en la cocina y se mete en la ducha. Sobre la cama hay un traje elegante y planchado, una corbata a rayas, discreta, y un reloj de plata que él mismo coloca cuidadosamente. Toma el café, se viste, sereno y seguro, y comienza a meter libros en un maletín de trabajo. El título de uno de ellos es ‘La Batalla de Elviña’. Baja hasta el garaje, enciende el coche y conduce por túneles y calles desiertas.

Llega a su destino, se baja del vehículo y camina hasta una puerta cerrada. Llama con la mano y pregunta en voz alta: -¿Pódese? El hombre es Fernando Vázquez y la emergencia a la que tiene que hacer frente es el estrepitoso derrumbe del Deportivo de La Coruña, último clasificado de Segunda División. Con este peculiar cortometraje -ambientado con música de acción al estilo de Misión Imposible- anunciaba el Dépor oficialmente la llegada del entrenador. El club lanzó también otro vídeo, a modo de segunda parte, en el que se podía ya ver nítidamente a Fernando, mirando a cámara, en primer plano, dirigiéndose al respetable. Aprieta los dientes, tensa los músculos, levanta el puño cerrado y exclama: -¡Claro que sí chavales, sí se puede! ¡Sí se puede! El documento surte efecto y los vídeos se hacen virales entre periodistas y aficionados. “¿Cómo se presta Fernando a esto?”, se preguntan algunos. No entienden que un hombre de 65 años, un entrenador curtido y respetable, se involucre hasta ese punto en una campaña de marketing, aunque sea la suya propia. Menos aún teniendo en cuenta que la campaña la hace el mismo club que le despidió de manera agria en 2014.

“¿Cómo se presta Fernando a esto?”, se preguntan algunos. No entienden que un hombre de 65 años, un entrenador curtido y respetable, se involucre hasta ese punto en una campaña de marketing, aunque sea la suya propia. Menos aún teniendo en cuenta que la campaña la hace el mismo club que le despidió de manera agria en 2014.

Los vídeos tienen truco: el Deportivo recicló imágenes que ya utilizó cuando fichó a Fernando en el 2013 en una situación similar pero menos grave: el equipo corría serio peligro de descender a Segunda. Así que el entrenador no volvió a rodar ninguna escena, simplemente dio el visto bueno a que se hiciera el montaje. La otra parte de la respuesta la encontraron los incrédulos dos días después. La afición organizó una especie de recibimiento a Vázquez en su segundo entrenamiento. Esa mañana del 31 de diciembre se acercaron a la ciudad deportiva de Abegondo unos 500 seguidores.

FAMILIA Fernándo Vázquez celebrando su cumpleaños y el de su hijo con el que disputa la pelota en la imagen que encabeza este artículo.

Había de todo: algunos Riazor Blues, niños, mayores… Se veían bufandas, banderas, pancartas y bengalas. Bengalas para recibir al entrenador del colista de Segunda. Fernando, como la novia en la boda, se hace de rogar. Se toma su tiempo en el vestuario, calienta a la gente, prende la mecha. De repente, se hace el silencio. El mago aparece caminando lento pero seguro. Con su chándal, con sus gafas de Clark Kent, con la raya en un lado de su cabello blanquecino, con su sobria sonrisa. Los jugadores, dubitativos y hasta temerosos, se paran.

El mago aparece caminando lento pero seguro. Con su chándal, con sus gafas de Clark Kent, con la raya en un lado de su cabello blanquecino, con su sobria sonrisa. Los jugadores, dubitativos y hasta temerosos, se paran.

Fernando se vuelve hacia ellos, los tranquiliza y les indica que le sigan. Tienen que ir a saludar al público, el mismo que hace 15 días les insultaba sin piedad. Ahora la gente anima, grita, vuelve a creer en ellos. Algunos futbolistas se ríen, otros siguen con la boca abierta. No entienden nada. Su entrenador sigue a lo suyo, dominando la escena, dejándose querer en la justa medida, ni muy cerca ni muy lejos. Lleva varios años lejos de los focos y demuestra comprenderlos mejor que ninguno de los allí presentes. “Joder, es como Cristiano”, dice un periodista en la grada. Los demás asentimos. Fernando se marcha a entrenar y los jugadores le siguen, ahora ya convencidos. Después de lo que han visto, le seguirían hasta el mismo infierno si él se lo pide.

ÁLBUM Algunas de las fotos que aparecen en Líbero 32*

Fernando Vázquez no tenía una familia numerosa, tenía un equipo de fútbol. Creció en la mitad de once hermanos. El universo le estaba mandando claras señales de lo que vendría. “Ahora quedamos nueve, se murieron los dos más pequeños, ¿qué te parece?”, suelta con una sonrisa melancólica. La muerte y sus caprichos. Nació en Castrofeito, una pequeña parroquia dentro del pueblo coruñés de O Pino. Era una familia humilde, de las del rural, de las de toda la vida. Los once críos se metían como podían en un par de habitaciones.

Su entrenador sigue a lo suyo, dominando la escena, dejándose querer en la justa medida, ni muy cerca ni muy lejos. Lleva varios años lejos de los focos y demuestra comprenderlos mejor que ninguno de los allí presentes

Compartían cama, juegos y alguna confidencia. Ahora con suerte los hijos se marchan de casa de sus padres a los 30. Antes era otra historia. Aun así, la emancipación de Fernando llegó de forma especialmente prematura: pasó siete años internado en un seminario. “Fue una suerte, de lo contrario no hubiera podido estudiar. Antes no había institutos en muchos pueblos y algunos no nos podíamos permitir ir a diario a la ciudad. Aprendí mucho, tengo buen recuerdo”. Hizo el bachillerato de letras y se decantó por estudiar filología inglesa (Wikipedia, esa dama mentirosa, le define como licenciado en filología germánica, otro misterio sin resolver): “No sé por qué lo hice, supongo que para conseguir pronto un trabajo fijo. Me decidí por inglés y no sabía ni decir ‘yes’”. Pero se preparó, estudió y se sacó sin mayor problema la oposición. “No me costó, había muchas plazas”, dice con sencillez. No le da mucha importancia a cumplir el sueño por el que miles de personas pelean a diario. Damos valor solo a lo que nos cuesta, lo demás es accesorio...*

25 AÑOS
Se compra su primer coche, se casa, da clases de inglés y juega al fútbol. Su vida, con 25 años, parecía solucionada. Pero un mal golpe en las mismas entrañas hace saltar todo por los aires. Fue un rudo portero, de los de antes, el que le dio el empujón definitivo hacia los banquillos. “Jugaba de centrocampista y me gustaba entrar a rematar de cabeza. El portero saltó con la rodilla en el pecho, como se hacía antiguamente y me rompió varias tripas. Ahí dejé el fútbol”. Como jugador, claro, porque lo bueno vendría ahora. Nada en la vida de Fernando Vázquez tiene una explicación concreta, un motivo claro.

PRIMEROS PASOS Fernando Vázquez en el seminario

En todo hay dosis de casualidad, parte de misterio y cierto movimiento cósmico. Los astros se alinearon para que, sin título alguno, le propusieran crear una escuela de fútbol en Lalín, centro geográfico de Galicia. Como llevar un equipo tal vez le pareciera poco, Fernando se hizo cargo de toda la escuela, de todos los niños, de todos los equipos. Quién dijo miedo. “Me sirvió de mucho estar con chicos de edades tan diferentes. Y empecé a formarme por mi cuenta, pero era difícil. Ahora cualquier chaval de 25 años puede ser entrenador. Antes no había libros, ni documentación, ni nada”. En ese momento, nadie sabe muy bien cómo ni por qué, empezó todo. ¿Se acuerdan del mítico gol de Ronaldo Nazario al Compostela? Sí, hombre. El astro brasileño -a la sazón en el Barça- agarra la pelota en el centro del campo y empieza a esquivar a rivales una y otra vez, cambiando el balón de pierna, volviendo incluso sobre los jugadores ya superados, haciéndolos parecer como esos villanos de las series infantiles, torpones y obstinados, incapaces de frenar al héroe, tan voluntariosos que al final te daban pena. Un gol de bandera.

En el banquillo local de San Lázaro ya estaba Fernando Vázquez y uno de los agraviados (denunciaron a Nike por utilizar esas imágenes en un spot, pero esa es otra historia) fue Mauro García Juncal. “Le veía llegar a entrenar con chispa en los ojos, con la ilusión del entrenador que empieza”, evoca el lateral. Lo cierto es que Vázquez tenía 30 años cuando llegó a la Primera División. Y solo entonces, ante la perspectiva de una carrera fructífera en los banquillos, decidió aparcar las clases de inglés con una excedencia que se terminó haciendo eterna. “Yo nunca me planteé ser entrenador profesional, no quería moverme de Galicia”, reconoce el entrenador. Pues se movió y mucho: Oviedo, Mallorca, Betis, Las Palmas, Rayo, Valladolid. No iba solo. A casi todos sitios le acompañó su familia, su mujer y sus tres hijos (una niña y dos niños), en un interminable éxodo con un único objetivo: ganar. “Era duro por cambiar tantas veces de colegio pero me vino bien para vencer la timidez”, admite Yayo Vázquez, uno de los hijos de Fernando. Era Yayo como una especie de Tom Becker, el amigo de Oliver en la serie ‘Campeones’, ese niño que cambiaba constantemente de ciudad por el trabajo de su padre (nunca entendí por qué un pintor debía viajar tanto).

“Yo nunca me planteé ser entrenador profesional, no quería moverme de Galicia”, reconoce el entrenador

Aunque a decir verdad el bueno de Tom llevaba una vida bastante más relajada que la de Yayo. Ser hijo de un pintor no es lo mismo que ser el hijo del entrenador del equipo de la ciudad. “Rezaba para que los profesores no me presentaran como el hijo de Fernando Vázquez, pero siempre lo hacían”. Si el domingo palmaba el equipo de tu padre, lo mejor era ponerse enfermo. “No es que escucharas a los demás criticar a tu padre, ¡es que directamente te lo hacían saber!”. Detrás de cada partido hay miles de batallas invisibles. Cuando Fernando bajaba de la rueda del fútbol se encaramaba con fuerza a la de la bicicleta. “La bici ha sido mi psicólogo, el esfuerzo físico te hace sufrir y no pensar en otras cosas. Cuando estás parado lo pasas mal, claro, le das vueltas a la cabeza”. Se metía 70 kilómetros diarios entre pecho y espalda. Tuvo un par de caídas importantes pero siempre volvía a montar. La rueda de su bicicleta giraba y giraba y se convertía entonces en un círculo vital. Caerse del fútbol estaba permitido, apearse de la vida no.

Ese inusual amor por el trabajo del cuerpo no era nuevo, Vázquez llevaba años cultivándolo. Su momento preferido era la pretemporada. Disfrutaba viendo a los jugadores sudar, llevar al límite sus músculos, machacarse para ser merecedores de un puesto en el equipo. “A mí me venía de puta madre, era un jugador más físico pero algunos lo llevaban peor. Yo gané 8 kilos de músculo”, rememora divertido Mauro. No es de extrañar, pues, que la prueba de fuego para Joaquín Sánchez (el del Betis, nuestro Joaquín) fuera soportar uno de sus entrenamientos. “Era un día de pretemporada y tocaba físico. Antes de empezar se dirigió a mí y me dijo: ‘Si eres capaz de aguantar las pruebas físicas te hago ficha del primer equipo’. Imagínate, aquel día no me paraba nadie, lo aguanté todo como un campeón y al finalizar el entrenamiento vino a darme la enhorabuena. Fue uno de los días más importantes de mi vida, le estaré eternamente agradecido”, relata el jugador del Betis a Líbero.

LA FAMILIA

Los dos oficios de Fernando se terminaban entremezclando ineludiblemente. En el instituto notaban que le perdían, estaba ya lejos de las aulas y las evaluaciones. Y en el campo le miraban con el clásico recelo patrio hacia al que se le supone intelectualmente superior. En fin, en el instituto le veían como un entrenador y en el campo como un profesor. “Cuando empecé a entrenar me llamaban profesor y notaba que lo hacían de forma peyorativa. Era como si el conocimiento no bastase”, se lamenta Vázquez. Mientras, en casa, hablaba en inglés a sus hijos, acaso para aferrarse de alguna manera a una profesión a la que nunca regresaría. También sacaba de vez en cuando esa vena didáctica con sus jugadores, aunque no siempre con el resultado esperado. “Un día me vio aburrido en un aeropuerto y me aconsejó un libro. Me lo leí tiempo después y me pareció una mierda”, confiesa entre risas Mauro.

Los dos oficios de Fernando se terminaban entremezclando ineludiblemente. En el instituto notaban que le perdían, estaba ya lejos de las aulas y las evaluaciones. Y en el campo le miraban con el clásico recelo patrio hacia al que se le supone intelectualmente superior

MARIPOSA O ABEJA
Su discreta carrera como futbolista le hizo sentirse intruso en un mundo copado de ex jugadores. “No haber sido jugador profesional es algo que me ha perjudicado. Siempre sentí la necesidad de demostrar que era buen entrenador”. Algunos, no obstante, no albergan dudas al respecto. “En 40 años de profesión he trabajado con todo tipo de entrenadores y para mí Fernando es el mejor”. El halago sentido viene de José Ricardo Fernández, delegado durante muchos años del Celta y una suerte de ángel de la guarda para el preparador dentro del campo. En ese sentido, toda ayuda era poca. Fernando –aparentemente taciturno y misterioso- se trasformaba cuando llegaba el partido: se movía como una mariposa salvaje o mejor, como una abeja, porque revoloteaba por todos los rincones del campo (los propios y ajenos) y también picaba, sobre todo a los árbitros. Era una abeja que mutaba a su vez en gacela para correr desaforadamente la banda, en esa imagen que tanto hemos visto en la televisión.

FICHA en los juveniles del Arzúa

Un Simeone en potencia, aunque menos excesivo y más imprevisible. En una ocasión llegó a irse en mitad del partido a la grada y no regresó. Se sentó en una butaca y empezó a tomar notas. El cuarto árbitro, ante la extraña tardanza del entrenador, preguntó en el banquillo. “Le dije que estaba en el baño pero la verdad es que ya habían pasado 20 minutos. Los volvía locos. Le cogieron la matrícula y me decían antes de los partidos: ‘dile que esté tranquilo o se va a la calle’. Era un toca cojones, pero en el buen sentido”, cuenta José Ricardo. Está bien aclararlo. Hay una escena esclarecedora en la carrera de Vázquez. Ocurrió en su etapa en la UD Las Palmas. El entrenador, tras unas horas inquieto y pensativo, terminó preguntando a su segundo: -Gabriel, ¿qué pasa conmigo? Explícamelo. Hasta al mismo Vázquez le costaba entender lo que sucedía en su vida. -Eres peligroso-, le respondió Gabriel Leis.

La cuestión no era genérica. Se refería Fernando a sus continuados problemas con las directivas. Salió mal parado de Compostela, Oviedo, Mallorca… y aún le tocaría vivir los despidos de Celta y Deportivo. “Nunca me echó la afición, siempre fui querido por el público. Algún día con un café te podría explicar muchas de mis salidas”, desliza el técnico. Su último despido en extrañas circunstancias tuvo lugar en el Deportivo. Vázquez llegó con el equipo abocado al descenso a Segunda, rozó la salvación aunque terminó bajando y al año siguiente ascendió en una gran temporada. Semanas después de devolver el equipo a Primera, el entrenador fue despedido por irse de la lengua en un campus veraniego.

“Nunca me echó la afición, siempre fui querido por el público. Algún día con un café te podría explicar muchas de mis salidas”, desliza el técnico

Les dijo a los niños que el Dépor podía fichar bastante mejor y le largaron. “Estaban muchos de los de ahora. Fernando Vidal, el presidente, era el responsable deportivo”, se apresura a contar Fernando Vázquez. Ese regreso tras una áspera salida es una de las explicaciones de la inefable ascendencia que Fernando tiene entre el deportivismo. Desde fuera cuesta entender la fortaleza de este vínculo: el entrenador estuvo únicamente una temporada y media en el equipo y su mayor éxito fue un ascenso. “No sé, la gente le ve como un hombre de aquí, de la tierra, habla gallego en las ruedas de prensa y además quiso volver después de la manera en la que se fue”, se esfuerza en razonar su hijo Yayo.

LEYENDAS Junto a Diego Tristán

 “No sé, la gente le ve como un hombre de aquí, de la tierra, habla gallego en las ruedas de prensa y además quiso volver después de la manera en la que se fue”, se esfuerza en razonar su hijo Yayo.

POLÍTICA
Las dificultades son constantes a la hora de descifrar su personalidad. “Era una mezcla entre serio y divertido, más tímido de lo que parece”, explica Alberto Lopo, que coincidió con Vázquez unos meses en el Deportivo. “Sí, puede ser una buena definición, aunque para mí es difícil de explicar. La timidez la fue perdiendo con el paso de los años. Al principio no le gustaba que invitáramos gente a casa, pero después se abrió más”, añade Yayo. Al final terminó siendo el propio Fernando el que organizaba las reuniones. Encontró gran satisfacción en hablar de política en la mesa y en provocar a sus invitados. “Me gusta mucho la política, leo más prensa generalista que deportiva. Si no fuese entrenador, igual sería alcalde de mi pueblo”, advierte. Prefiere de momento no mostrar abiertamente sus inclinaciones. “Mejor no, está mal visto que un entrenador opine y no entiendo bien por qué, pero mejor no”. Unos días antes de nuestra entrevista el enjuto entrenador habló del pin parental en una radio. “Me parece una mierda”, dijo. Ante el revuelo levantado por estas declaraciones, quiso matizarlas en un acto público poco después: “No dije que fuera una mierda, dije que era una puta mierda”.

 “Me gusta mucho la política, leo más prensa generalista que deportiva. Si no fuese entrenador, igual sería alcalde de mi pueblo”, advierte

Una acotación que deja poco lugar a la imaginación. Nadie coincide del todo cuando se trata de desvelar su secreto en el vestuario. “Nos hacía creer a todos, era un motivador. Yo tenía con él una relación poco habitual entre jugador y entrenador, había un feeling especial”, recuerda Ángel López, que estuvo a sus órdenes en Las Palmas y Celta. “Era de dialogar mucho con los jugadores, si veía a alguno con mala cara, lo mandaba a su despacho”, resalta por su parte José Ricardo. Mauro, en cambio, acrecienta el enigma: “Muchos destacan de él su capacidad de motivar, pero yo creo que no es lo más reseñable. Fernando es muchas cosas más”. Hay quien confunde carácter con histrionismo. No es el caso de Vázquez. “Aunque parece que no, tiene un carácter de cojones”, enfatiza el antiguo delegado del Celta. He ahí una explicación a tanto problema con la autoridad. Ángel también puede dar fe de ello. El Celta empataba a uno fuera de Balaídos con un hombre menos. El partido estaba a punto de morir cuando el equipo vigués dispuso de un saque de esquina a favor. Ángel debía quedarse atrás, el punto era bueno. Pero pidió subir. Fernando, desde el banquillo y con grandes aspavientos, le dijo que ni de broma. Ángel insistió. Vázquez, ya desgañitado, le gritaba que no.

DEL BOSQUE En Getxo sacándose el título nacional de entrenador

Al final pudo más el instinto que el deber y el defensa terminó subiendo, rematando y marcando. Al término del partido, Fernando le esperó en la entrada al túnel de vestuarios. Le dio un sincero abrazo y le susurró al oído: -Suerte que has marcado. Si no llega a entrar, conmigo no juegas más. Lopo tiene un recuerdo difuso de uno de esos goles. Marcó de cabeza en el minuto 94 el tanto que le daba la victoria al Dépor ante el Alcorcón. -¿Corrió Fernando la banda con ese gol? -No estoy seguro pero tuvo que correr. Sí, hombre, con un gol así imagino que lo haría. No importa que eso sucediera o no. Los recuerdos están construidos por deseos y no tanto por certezas. ¿Y en el futuro qué, Fernando? -Mi sueño es dejar al Dépor en primera –medita en silencio durante unos segundos- y en Europa, también en Europa. Y a ver quién es el guapo que le dice que no.•

*reserva tu número al completo y toda la info sobre el acceso al contenido de Líbero en este enlace.

**suscripción anual