El infausto destino de Naranjito

Escondidas bajo la publicidad, las almohadillas del Estadio del Sporting, El Molinón, guardan un secreto: Naranjito. Los cojines de plástico son hoy los mismos que se usaron para el Mundial, donde fueron impresas las sedes del campeonato junto a la recordada mascota. El periodista Andrés Torres se pregunta en el siguiente texto qué pensará la figura cítrica del fútbol actual.

Andrés Torres.- En ocasiones el destino reservado al mito que vive dentro de una reliquia es cuanto menos obsceno. En eso estaba yo pensando el día en el que me encerraron en una funda publicitaria de plástico. Con lo que yo he sido, calificarlo de afrenta resulta incluso generoso. No sé cuánto tiempo permanecí allí dentro. Al menos varios Mundiales, jornada tras jornada, adivinando generosas posaderas a través de la traslúcida pared de mi prisión. A veces, resistiendo las inclemencias del Cantábrico, siempre, soportando sobre mis hombros el peso del hincha. Mal sitio resulta Asturias, tierra de cachopo y fabe, para ser almohadilla en un estadio. Mi libertador me observaba ávido, como si acabara de frotar una lámpara maravillosa. Atónito, durante todo el partido me mantuvo en su regazo. Todo un detalle después de tantos y tantos años con forofos de todos los tamaños sentados sobre mi cabeza. Llevaba tanto tiempo momificada que había perdido la noción del tiempo, sin embargo supe al instante que recuperé mi libertad un domingo. Ni exprimida olvida una fácilmente el latido de El Molinón.

A veces, resistiendo las inclemencias del Cantábrico, siempre, soportando sobre mis hombros el peso del hincha. Mal sitio resulta Asturias, tierra de cachopo y fabe, para ser almohadilla en un estadio

Después de tantos años, un Sporting-Alcorcón de la 16ª jornada de Segunda División sabe a gloria bendita. Mi último partido en directo lo jugaron en este estadio Alemania y Austria un 25 de junio de 1982. Yo estaba aquí -bajo algún culo, supongo- cuando alemanes y austriacos pactaron un bochornoso empate a cero que clasificaba a ambos para la siguiente fase y eliminaba a Argelia. Qué recuerdos. Yo sentada en mi butaca con mi ralladura -de naranja, por supuesto- cuando el público comenzó a cantar aquello de ¡que se besen, que se besen! ante el Danubio Azul que se marcaron los vecinos sobre el terreno de juego. Cosas de los Mundiales. Pero no de un mundial cualquiera. ¡Fue mi Mundial, qué cítricos! Claro que un partido sin goles es como Valencia sin naranjas. Más de tres décadas después de aquello, Sporting de Gijón y Alcorcón empataron a dos en un partido frenético y la cosa resultó mucho más interesante. Serán cosas mías, pero no tener una rabadilla botando en el coco cambia la perspectiva.

No pude evitar sin embargo que a medida que se acercaba el minuto noventa empezara a sudar zumo. ¿Qué sería de mí después del partido? Con lo que yo he sido, tan chula, tan redonda… para acabar temiendo un nuevo abandono, pocha, sola, bajo la inmensa soledad de un estadio vacío esperando al de la escoba, entre cáscaras de pipas. Entonces mi benefactor me alzó al vuelo y me apretó amador contra su pecho. Así, escondida bajo su abrigo, abandoné el que había sido el escenario de toda mi vida para encontrar un nuevo y misterioso hogar. Cada vez que pienso en los miles de parientes que se quedaron atrás y aún permanecen embalsamados en plástico publicitario en El Molinón y en el Carlos Tartiere se me revuelven los gajos.

Entonces mi benefactor me alzó al vuelo y me apretó amador contra su pecho. Así, escondida bajo su abrigo, abandoné el que había sido el escenario de toda mi vida para encontrar un nuevo y misterioso hogar

Pocos escapan de estos sarcófagos con anuncios. Y los que lo consiguen compruebo horrorizada que son subastados como esclavos en una cosa que se llama Internet. Sin ir más lejos, a un primo mío, con el logo de un paquete de Winston como marca de nacimiento, lo venden por un euro. Yo he tenido suerte. Ahora vivo con mi nuevo amo y un perro que se llama Pipa. Tengo buen ángulo y puedo ver la tele. Aunque echo de menos el ‘Un dos tres’ (y a mi amiga Ruperta) compruebo alucinada que sobrevive ‘Estudio, Estadio’. Mi nueva vida no está mal pero, reconozcámoslo, es un triste destino para un mito. Con permiso de Gazpacho, soy la fruta más célebre de España. Yo almohadilla, debería estar en la vitrina de un museo y estoy en la esquina de un sofá esperando a que me pasen el polvo.

Abandonada a su suerte en el estadio de El Molinón, un hincha encuentra una misteriosa reliquia del Mundial 82. Como en una lámpara mágica, un genio habita en su interior.