Texto Néstor Cenizo | Fotografía Miguel Heredia.- El día en que a Míchel le escamotearon un gol a Brasil en México 86 el protagonista de esta historia decidió ser inventor. Francisco Ortiz Delgado veía el primer partido de la selección española desde el sofá de su casa en el pueblo malagueño de Rincón de la Victoria, a miles de kilómetros del estadio Jalisco de Guadalajara. Quiere decirse que nada podía hacer para que aquel balón que botó dentro para salir escupido volviera por donde había venido. Puede suponerse que Ortiz maldijo su estampa, quizá se acordara del árbitro o gastara algún insulto. También pensó que para la próxima aquello debía tener arreglo.
El gol que no fue despertó en aquel relojero de Rincón de la Victoria una vocación. Algo había que hacer para que no se repitiera. El hombre no inventó el VAR ni el ojo de halcón, tampoco echó mano de tecnología a la que no podía acceder, sino que aplicó física básica. Ortiz pensó que si el balón hubiese golpeado sobre un suelo ligeramente inclinado hacia la red (pongamos que un 10%), nunca hubiese rebotado hacia el exterior. Dio con una solución barata y sencilla a los goles fantasma: inclinar el terreno posterior de la línea de gol para que el rebote siempre fuese hacia dentro.
Planteó la idea a la FIFA, y le dijeron que el portero podría matarse, pero en La Rosaleda Juanito demostró que funcionaba. Entonces llegaron a Rincón de la Victoria las cámaras de El Día Después, las radios y algunos periódicos. Aquello tenía gancho y gracia: un inventor que sólo piensa en fútbol. Pero es que también era serio. Que se lo digan a Lampard. Ortiz Delgado registró la idea, igual que registró después sus otros dos inventos estrella: el spray para señalar el lugar de las faltas y la barrera, y unas botas de fútbol con el interior plano para dirigir mejor el golpeo. Quienes mandan en el fútbol no le reconocieron su valor. Ortiz nunca pudo jugar. Siendo un niño, un camión le pasó por encima de las piernas y probablemente aquello marcó una relación casi obsesiva con el fútbol. Privado del placer de patear un balón, Ortiz llenó de parabólicas el tejado de su casa, recorrió los campos de la provincia y aplicó todo su ingenio a mejorar el deporte que amaba, a veces hasta el hastío. Se sentaba en el sillón y veía un partido tras otro...
. Su hijo Javier debía ser futbolista. "Ni imaginas la chapa que me daba después de los partidos. Fue una etapa bonita, pero tenía tanta obsesión que estaba demasiado encima", dice hoy. Todas las tardes de verano, Francisco le sacaba de la playa para hacer abdominales, flexiones, carreras: "Los vecinos me decían: ‘¿Pero cómo tu padre te puede tener entrenando con este calor?’. No sé si de tanta presión que me metió yo no di lo que tenía que dar". Javier le acompañó durante años por terrenos de albero en busca de talento que luego ofrecía al FC Barcelona. Como su padre se movía con dificultad, el muchacho se adelantaba para pedir al árbitro los nombres de los chicos que destacaban. "Ahora veo a chavales por ahí y digo, ‘mira, a este fui a verlo’".
"Ideas sencillas para mejorar el fútbol que a nadie se le ocurrían. Creo que si hubiera tenido un socio poderoso hubiese sido distinto"
Ninguno se quedó en La Masía. Tampoco en esto tuvo suerte Ortiz, que responde al estereotipo del inventor incomprendido. Sus botas de fútbol con el interior plano fueron rechazadas por las principales marcas, aunque Puma llegó a estudiarlas. Un día dejaron de responderle y los prototipos de una zapatería de Elda quedaron arrumbados en un cajón. "Después intentamos que algún jugador las probara, pero como siempre están con alguna marca es imposible…", lamenta Javier. Tampoco le hicieron caso cuando se le ocurrió diseñar un balón con tubos interiores para vencer la resistencia del viento, o señalar con un brazalete al jugador amonestado. "Ideas sencillas para mejorar el fútbol que a nadie se le ocurrían. Creo que si hubiera tenido un socio poderoso hubiese sido distinto", opina su hijo.
GOL FANTASMA
Boceto sobre la idea de Ortiz de inclinar el campo para evitar que el balón saliera de la portería en caso de botar en posición dudosa.
Pero si algo marcó a Francisco fue el rechazo de su idea estrella: un spray con el que asegurar que los jugadores mantienen la barrera a la distancia reglamentaria. La historia se resume así: Francisco Ortiz solicita la inscripción de la idea del spray en el Registro de la Propiedad y el 16 de agosto de 2000 envía una carta a la FIFA exponiendo su invento. Walter Gagg, entonces director de la División de Desarrollo de la FIFA, le responde el 21 de agosto: "Nuestros servicios técnicos han analizado sus sugerencias y el vídeo que amablemente nos ha remitido. Lamentablemente, sus conclusiones han puesto de manifiesto la falta de realismo y viabilidad de estas opciones". "En pocos minutos el césped estaría completamente recubierto de marcas coloreadas", le decían. Pero en el boceto registrado Ortiz ya decía que la raya "se borra sola".
Convencido de que su idea valía, insistió en 2005, y un año después, viendo uno de los tantos partidos internacionales que consumía, recibió la puñalada. "Cuál ha sido mi sorpresa cuando, a través de la televisión internacional, he podido constatar que mi invención está siendo aplicada, de manera continuada y habitual, por árbitros con el logotipo de FIFA, en un campeonato de fútbol brasileño", le dice a Joseph Blatter el 20 de marzo de 2006. Cuando descubre que su uso se va a generalizar a partir del Mundial 2014 y que un periodista argentino llamado Pablo Silva dice ser el inventor, Ortiz se desahoga en Marca: "¡Plagio!".
Silva siempre ha defendido que tuvo la idea en 2002 y la patentó en 2006 con la ayuda de Julio Grondona, expresidente de la Federación Argentina ya fallecido, cuyo recuerdo aparece hoy asociado a las sospechas de corrupción. Bajo el nombre Aerosol 9.15 Fair Play, el invento lo comercializa la empresa Braar, cuyos socios principales son Silva y Heine Allemagne, un brasileño que también se reivindica como padre del invento. Braar está domiciliada en Panamá. El spray se vende por entre 12 y 15 euros cada unidad.
Ortiz demandó a la Liga y se embarcó en una batalla jurídica que no ha hecho más que empezar. Su abogado, Antonio Checa, aporta otra variable económica, más allá de los ingresos por la venta del spray
Ortiz demandó a la Liga y se embarcó en una batalla jurídica que no ha hecho más que empezar. Su abogado, Antonio Checa, aporta otra variable económica, más allá de los ingresos por la venta del spray: "Lo que se patenta es la idea de uso en el campo del fútbol. El spray y la orden de usarlo son internacionales. ¿Qué dinero le está pagando la FIFA a esta empresa por esa licencia y cómo se ha repartido el dinero?".
Cuando Ortiz veía el spray en televisión se lo llevaban los demonios. Pero más allá del dinero, quería que alguien le reconociese: "Usted ha inventado esto y ha mejorado el fútbol". Falleció el año pasado. "Mi padre era trabajar… y fútbol. Fútbol, fútbol y fútbol. Eso lo sufrimos en carnes, pero entendíamos que por sus circunstancias se lo teníamos que permitir". Puede que nunca le reconozcan las ideas, pero nadie le negará la pasión por el juego al que no pudo jugar.