El león con guantes de Zamora

En una época en la que era posible tocar a los ídolos del fútbol, Miguel Gila era un chaval que conseguía entrar en los estadios con la excusa de devolver un balón extraviado. Muchos años después, no necesitaba excusas, Ramón Mendoza le pidió que no faltara al Bernabéu porque daba buena suerte al Real Madrid.

Texto Patricia Peiró | Ilustración Denís Galocha.- Una batalla campal sacudió Madrid aquella tarde por culpa de un gol que debió ser y no fue. Finales de los años 20, el equipo madrileño de la Real Sociedad Gimnástica Española empata con su contrincante a un minuto del final y se produce un último disparo a puerta. Un chaval llamado Miguel, que siempre se situaba detrás de la portería se lanza y realiza un paradón. ¿Había cruzado la línea de gol? Las aficiones se acaloran y el árbitro no es capaz de poner paz. Una parte de los asistentes decide ir tras ese pequeño entrometido. Ese niño llamado Miguel se apellidaba Gila y aquella tarde se libró de una buena, pero dejó tras de sí una guerra entre hinchas. En aquellos años comenzaba el gran auge del entretenimiento de masas y el fútbol empezaban a destronar a los toros como el gran elemento de ocio del pueblo. Los jugadores pasaban a convertirse en los ídolos de los niños, que se agolpaban a las puertas de los campos para intentar colarse en algún partido. Uno de estos chiquillos era Gila, un huérfano de padre al que se le había ocurrido nacer cuando su madre no estaba en casa, o así lo contaba él.

En aquella época había en Madrid muchos más de dos o tres equipos y el de Chamberí, su barrio, era del Racing de Madrid. “En el camino de vuelta a casa desde el colegio, estaba su campo, en el paseo General Martinez Campos. Se ponía detrás de la portería, que entonces no tenía ni red y fingía que era él quien paraba los goles”, cuenta Marc Lobato, autor, junto a Juan Carlos Ortega, de la biografía más completa del cómico. A eso mismo jugaba el futuro cómico la tarde en la que desató un huracán en el campo de la Gimnástica, otro de los equipos castizos de principios del siglo pasado. Cuando el cómico contaba con poco más de 10 años, Gila vivía en un Madrid en plena transformación. Construcción de nuevos barrios, ampliación de las avenidas, municipios de la periferia que se incorporan administrativamente a Madrid como Vallecas o Chamartín de la Rosa.

Cuando el cómico contaba con poco más de 10 años, Gila vivía en un Madrid en plena transformación. Construcción de nuevos barrios, ampliación de las avenidas, municipios de la periferia que se incorporan administrativamente a Madrid como Vallecas o Chamartín de la Rosa

En esa ciudad en transformación, la principal diversión de los chavales era unirse en cuadrillas y pasar el día en la calle. El grupo de amigos de Gila se autodenominó Los Leones y unos de los chicos mayores tatuó de la forma más rudimentaria posible este animal en la piel de todos los integrantes de la banda. “El brazo se le hinchó por una infección, más tarde intentó quemar la piel con colillas para quitárselo, pero fue imposible”, apunta Lobato. Además de tatuarse, iban cada vez que podían hasta el campo de Chamartín para intentar ver jugar al Real Madrid por encima de la tapia. “Cuando el balón salía del estadio, ellos iban corriendo a buscarlo y era una especie de pase de entrada para ellos: pedían acceder para devolver la pelota y ya se quedaban en el interior”, relata Lobato.

Así fue como conoció a varios jugadores. Al delantero Mariano García de la Puerta le caían tan simpáticos que llegó a decir que si no les dejaban entrar al campo, él no salía al terreno de juego. “Yo tenía amigos en todos los equipos”, bromeaba Gila en una entrevista en Radio Nacional de España. Con el tiempo, se forjó entre el futbolista y el cómico una estrecha relación a través de la cual Gila se sumergió en el mundo de los saltos de trampolín. “Incluso llegó a ganar dos competiciones cuando se instaló en Zamora, después de la guerra”.

“Yo tenía amigos en todos los equipos”, bromeaba Gila en una entrevista en Radio Nacional de España. Con el tiempo, se forjó entre el futbolista y el cómico una estrecha relación a través de la cual Gila se sumergió en el mundo de los saltos de trampolín. “Incluso llegó a ganar dos competiciones cuando se instaló en Zamora, después de la guerra”

Consiguió incluso intimar con la superestrella del momento, Ricardo Zamora, le dejaba que le llevara los guantes desde la portería al vestuario. “Yo iba mucho a los entrenamientos del Real Madrid cuando era niño – recordaba Gila en una entrevista- y le llevaba los guantes a Zamora. Me llamaba obispo, no sé por qué y me daba un pescozón con cariño. Yo luego llegaba a mi casa y se lo contaba a mi abuela”. “Zamora era como un Cristiano Ronaldo. Su fichaje costó 100.000 pesetas que para la época era una barbaridad. El Real Madrid hizo una gira por América para poder costearlo. Incluso se publicaron fotos de su boda en los periódicos de la época”, rememora Lobato. Miguel Gila encontró en la radio una forma de estar cerca del fútbol y de sacar partido a su verborrea. En los años 40 fue destinado a Zamora para hacer el servicio militar y allí comenzó a coquetear con el periodismo con colaboraciones en el diario El Imperio y en una radio local en la que retransmitía partidos de fútbol.

Con esa práctica años más tarde fue capaz de radiar una operación de riñón como si fuera un encuentro futbolístico en uno de sus monólogos. También utilizó esta fórmula para fingir la retransmisión de un encuentro por parte del cura de su pueblo. Decía algo así como: “Hete aquí que en el minuto 24 de la primera parte vimos con sorpresa cómo fallaba ante la portería el central de uno de los equipos y me pregunto yo, ¿hasta qué punto este delantero es culpable del fallo? Ese portero tiene madre y esa madre se sentiría humillada por ese gol. A lo mejor vio el balón y pensó, no matarás. O mejor dicho, no rematarás” “El fútbol también era habitual en sus viñetas. Recuerdo una en la que se veía a un inmigrante retenido en extranjería y el bocadillo decía algo así como: ‘Así que eres extranjero pero no futbolista te vas a enterar de lo q vale un peine”, explica Lobato. Su amigo Forges recuerda un chiste que realizó en el programa nocturno que años más tarde conducía en la Cadena SER: “Llegamos a la última pregunta absoluta del último concursante. Si contesta correctamente recibirá 3.000 pesetas y un viaje a Palma de Mallorca. En 1921, el equipo de fútbol Real Sociedad de Irún venció por cuatro a cero al Arenas de Getxo, ¿Cómo se llama la madre del linier? Entonces guardaba silencio y decía Alfonsa Vidal Sánchez”. El único día de la semana en el que el viñetista podía acostarse más tarde de las diez era en el que emitían el espacio de Gila: “Muchos años después, cuando le conocí, le conté que me reía muchísimo con ese gag y él ya lo había olvidado.

Entonces tuve la oportunidad de repetirle a él su propio chiste”. La cercanía con sus ídolos le marcó y por mucho que gran parte de su vida transcurrió en Argentina y Barcelona, nunca olvidó a su equipo de Chamartín. “Era madridista a muerte, con todo el dolor de mi corazón”, contaba su hija Malena en una de las escasas entrevistas que ha concedido para hablar de su padre. Esta afición no le impidió ser amigo de insignes culés como Joan Manuel Serrat o de Lluis Bassats, candidato a la presidencia del Barcelona. José Luis Coll contó que el entonces presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, les suplicó que no faltaran nunca a los partidos en el Bernabéu porque actuaban como talismán de la buena suerte para el equipo. Gila, aun teniendo un puesto privilegiado en el Bernabéu, echaba la vista atrás y recordaba a Zamora dándole sus guantes: “Me quedo con el futbol de antes, considero que era más emotivo, había
una entrega absoluta a la lucha”. •