*Delfina Corti - Al lado del vestuario local de la cancha de Racing Club de Avellaneda hay una peluquería. Daniel Bazán es quien la atiende desde hace casi treinta años. Es peluquero y cantor. En junio de 2011, cuando llegó a la Academia junto al Cholo Simeone, al Mono Burgos le atrajo aquel lugar: una peluquería dentro del Cilindro. Quizá porque su padre había sido peluquero, quizá porque durante años llevó una melena larga y despeinada, quizá porque una vez cayó a la concentración de Ferro con una permanente y sus compañeros lo apodaron “Tarantini” por el pelo enrulado de aquel campeón argentino en el Mundial 78, quizá porque, según él, el peluquero es el psicólogo del barrio. Entonces entró y saludó a Daniel. La primera vez, simplemente se presentó. Ya la segunda, se cortó el pelo. Y, después, incorporaron al corte y a sus charlas un mate de por medio. Así fue como el Mono empezó en el consultorio de Avellaneda.
En junio de 2011, cuando llegó a la Academia junto al Cholo Simeone, al Mono Burgos le atrajo aquel lugar: una peluquería dentro del Cilindro.
-Apareció y se presentó ante mí. Yo lo veía un rockero pesado, un estilo Pappo. Empezamos a chamuyar un poco y, días después, cuando empezamos a tomar mate, me comentó que era de Mar del Plata y que cuando estaba allí le encantaba ir a la peluquería de su padre, porque para él era su origen, cuenta Daniel.
-¿Pudiste cortarle el pelo alguna vez? Durante años no dejó que nadie se lo tocara, ni su padre, le pregunto.
La melena larga y desaliñada, sostenida con una vincha y una gorra durante los partidos, fue su carta de presentación durante años. Alguna vez le preguntaron el porqué de su look. Contestó que lo había tenido corto cuando era chico ya que su padre era peluquero, y que un día, cuando lo pasó de altura, se paró frente a él y le dijo: “Viejo, ya no me lo cortás más”.
Ilustración Óscar Llorens
-Se lo corté varias veces, devela Daniel.
-El Mono dice que los peluqueros son los psicólogos del barrio. ¿Estás de acuerdo?
-Una de las materias a tener en cuenta cuando estudias peluquería es el derecho a secreto de sumario. La gente necesita despojarse de algunas cosas, se dejan indagar muchas veces. El peluquero tiene que tener un derecho de reserva. Por eso siempre cuento lo que puedo: las otras cosas no te las voy a contar porque si no pierdo credibilidad.
Mientras Daniel le lavaba y le tocaba el pelo, el Mono se relajaba. En esos momentos, le hablaba de su padre, responsable del triple nombre del ex arquero, ya que cuando fue al registro civil para anotarlo, la señora que lo iba a inscribir le cuestionó el uso de dos nombres. “Póngale también Ramón”, fue su respuesta. A la señora le molestaban dos, y entonces le puso tres: Germán Adrián Ramón Burgos.
El padre era peluquero, opinaba de la vida, era consejero. Cuando viajaron juntos a Buenos Aires para firmar con Ferro, el Mono contó que estaba junto a él mientras el vicepresidente leía el futuro contrato.
-El jugador tendrá un departamento de tres ambientes… -Con uno de dos está bien -interrumpió Burgos padre. Como venganza, cada vez que el papá viajaba desde Mar del Plata a Buenos Aires, el Mono le soltaba: “¿Querés descansar? ¿Te duele la cintura? Ramón, viejo, te toca el sillón. Eso es porque me sacaste un ambiente”.
-Somos vecinos. Yo, de Balcarce, y él, de Mar del Plata. Quizá por eso sea un buen tipo -cuenta Daniel-. Uno por más que se vaya a otro país y sepa que no va a volver más a donde nació, todavía guarda cariño a ese calorcito de pueblo. El Mono echaba de menos su ciudad natal, me hablaba de su calle, de su esquina. Me habló de los sacrificios que hizo al venir a Buenos Aires. La vocación es más fuerte que el sacrificio. Me habló de las lágrimas. Vos lo ves rudo, pero es un ser humano. El hecho de que le apasione la música es porque tiene el corazón en la mano, expone esa sensibilidad del músico.
La vocación es más fuerte que el sacrificio. Me habló de las lágrimas. Vos lo ves rudo, pero es un ser humano. El hecho de que le apasione la música es porque tiene el corazón en la mano, expone esa sensibilidad del músico.
El Mono es de Mar del Plata, a 400km de Buenos Aires, y arrancó jugando en las canchas de arena de la playa, en la calle, en la esquina con los chicos del barrio. Era arquero y central. En los picaditos, de un lado estaban los de Boca, quienes eran los más grandes de edad; en el otro, el Mono con sus amigos, quienes eran de River. Los grandes eran los que manejaban las reglas del juego y decidían quiénes jugaban y quiénes no. Si alguien caía con la casaca millonaria, miraba desde afuera. “Ellos me hicieron más de River -contó-. Al negarme, me decían: 'No, Fillol no podés ser, tenés que ser Gatti’”.
De chico, la rompía y los clubes lo iban a buscar. A los 15 años, Ferro fue a Mar del Plata a buscar al Mono. Su mamá no quería que se fuera: se lo decía mientras lloraba. De aquellas lágrimas le había hablado a Daniel mientras le cortaba el pelo. Así que agarró el pasaje que tenía en la mano, lo rompió y le dijo a su mamá: “Llorá este año, vieja, porque el año que viene me voy”.
-Así como te gusta ser el receptor de historias, ¿también compartís las tuyas con los clientes? -le pregunto a Daniel. -Yo vine desde Balcarce con muchos sueños. Me costó mucho abrirme paso porque el porteño es cerrado, es desconfiado como en toda gran ciudad. Sin embargo, la guitarra y cantar me ayudó mucho. La música arma una relación social. Descubrí que contando mis cosas y siendo receptor de los problemas de otros, soy feliz. En base a mi formación, trato de prestar atención en cada uno de los casos y trato de dar una devolución. -
La música arma una relación social. Descubrí que contando mis cosas y siendo receptor de los problemas de otros, soy feliz. En base a mi formación, trato de prestar atención en cada uno de los casos y trato de dar una devolución. -
¿Cuáles son las historias que más recordás?
-Las charlas que he tenido con los arqueros. Los arqueros son los que reciben el balón solitos y parados en su casa. Lo he charlado con ellos, con el Mono. Entiendo la locura, que estén medio loquitos. El resto de los diez jugadores si se mandan una macana, pueden zafarla. El arquero si se manda una cagada, lo condenan 50.000 almas o más. Tenés que tener cuidado por dar esa devolución, porque del otro lado puede estar un arquero, un alma solitaria. Me di cuenta que se aferran a algo, y por eso son cabuleros. Necesitan aferrarse a algo, a la toallita, la botellita. Espiritualmente hablando, si uno es endeble, está al cachetazo de cualquier circunstancia.
El Mono, con su melena y su gorra, se paraba en el área. El Ratón Roberto Ayala, quien compartió equipo en Ferro, River y la Selección Argentina, lo define como un valiente: “Afuera, el Mono le daba al grupo algo distinto; era muy difícil encontrarlo de mal humor. Adentro, su seña era el enojo porque es muy competitivo y tiene mucha personalidad”. En la cancha, el Ratón recuerda que el Mono era un parlante atrás suyo. No tenía problema en el mano a mano: “Cuando escuchábamos una voz ronca, nos teníamos que cuidar nosotros, no solo los rivales. No tenía problema en pegarle al defensor de su equipo para sacar una pelota”.
Burgos era un arquero diferente, con su propio estilo: agarrarla como fuera. “No me importaba la pureza de la técnica, sino tener la pelota entre mis manos. Todos decían que estaba loco, pero en mi área había que animarse a entrar. Yo salía con la pierna bien arriba para demostrar quién mandaba. El área es la casa del arquero. Para entrar, tenés que tocar la puerta. Y aún así no te dejo pasar. Y si venís de prepo, cobrás. Yo me hacía respetar”, se definió el Mono.
-Tenía su estilo. Era diferente. Una vez, hablando, le acentué una actitud que tuvo él en River. Estaba en una etapa de bajón, lo sacaron y lo pusieron en el banco. Era un partido, no recuerdo bien ahora cuál. La tele lo enganchó al Mono en el banco, con un pie en la cima del escalón, gritando con el cuello que se le salía para afuera y dándole aliento al compañero. A mí, esa imagen me marcó. Mientras le cortaba el pelo, le dije que él era un buen tipo porque en mí marcó un ejemplo. El Monito se acordaba de aquella vez. Me miró y me dijo: “Un día estás arriba y otro día te toca no estarlo”. Tiene buenos principios, será que es vecino mío… -se ríe Daniel.
El Monito se acordaba de aquella vez. Me miró y me dijo: “Un día estás arriba y otro día te toca no estarlo”. Tiene buenos principios, será que es vecino mío… -se ríe Daniel.
Salir campeón o perder, en el Mono, tiene el mismo efecto: no dura nada. Después de quedar fuera del Mundial de Corea y Japón en 2002 en la fase de grupos, cuenta Ayala que el Mono le dio ánimos a todo el equipo, incluso a Marcelo Bielsa. Le dio un abrazo al entrenador y le dijo: “Hay que seguir adelante, esto no termina acá”.
El efecto no dura nada porque el Mono trabaja minuciosamente tanto después de un triunfo como de una derrota. Es una persona positiva y eso le transmite a los jugadores: más allá de la circunstancia, es fútbol. Hay que prepararse. Esa es su clave. “Yo amo lo que hago y tengo ganas de seguir al lado del Cholo. A los jugadores, les enseñamos que se puede competir, pero para eso uno tiene que mejorar su preparación, su físico. Este gordito bajó 16 kilos y voy a seguir bajando. Yo doy el ejemplo”, explicó en una entrevista en 2015.
El Mono da el ejemplo. Los días de entrenamiento aparece horas antes del comienzo, obsesionado con la táctica, el juego y la estrategia. Cuando los jugadores y el Cholo llegan al Cerro del Espino los recibe con las debilidades de los rivales.
Son una dupla de película, tal cual se define el Mono. “Son diferentes, muy diferentes. Germán le da al Cholo lo que él no tiene: la cercanía con el futbolista, hacer llegar el mensaje. Al Cholo lo veo más exigente, poniendo una distancia con el jugador. Germán es todo lo contrario, es de agarrarte, de abrazarte: gana desde la simpatía. Por eso es que esta dupla funciona. No es casualidad”, cuenta Ayala, quien jugó con ambos en la Selección Argentina.
Germán le da al Cholo lo que él no tiene: la cercanía con el futbolista, hacer llegar el mensaje. Al Cholo lo veo más exigente, poniendo una distancia con el jugador. Germán es todo lo contrario, es de agarrarte, de abrazarte: gana desde la simpatía. Por eso es que esta dupla funciona. No es casualidad”, cuenta Ayala, quien jugó con ambos en la Selección Argentina.
La dupla juega el partido en el banco, no paran ni un minuto. La mayoría de las veces, el Mono es quien tiene que equilibrarlo al Cholo. Tranquilizarlo durante el partido, estar cuidando sus espaldas. Aunque alguna vez, los roles se invierten y es el técnico quien sale a defender a su ayudante. De ahí, Robert De Niro y Joe Pesci. En 2015, en un partido de Champions League, el Mono se cruzó con el entrenador del Bayer Leverkusen, Roger Schmidt. Lo insultó y el alemán no se quedó atrás. En medio de la pelea, Simeone se sumó para defender a su compañero. Minutos después, en la conferencia de prensa, el Cholo disparó: “Yo no sé lo que dijo, no sé lo que pasó, pero es amigo mío y lo fui a defender”.
-Así como aconsejás a tus clientes, ¿aconsejás a los chicos de las juveniles?
-Claro. El rol de los adultos es muy importante. Sobre todo por el desarraigo que sufre la mayoría. Vienen desde el interior, sin su familia.
-Como el Mono. Alguna vez contó la importancia que tuvo Timoteo Griguol en su formación. Y en Racing muchos chicos reconocen el papel de Tita Mattiussi.
-Tita era un amor. Me acuerdo una vez que un jugador muy importante que después jugó en Europa, no voy a decir el nombre, se enojó con ella. Pasó por la peluquería re caliente gritando: “¡Quién se cree que es esa vieja!”. Yo dejé que drenara toda su bronca y le dije que él tenía 17 años. Que tenía que ir, darle un abrazo grande a Tita y un beso que se escuchara desde el Obelisco. Y después, le rezongara. Quizá si él la mandaba a la mierda cuando le iba a llevar la ropa para que la lavara, andá a saber cómo terminaba todo. Tita tenía su peso. Era maestra y mamá a la vez. Si te veía equivocado te ponía los puntos. Era muy dura, así sacó lo mejor de cada jugador.
El viejo Griguol fue un maestro para el Mono. Su función no era solo hacer rendir al jugador como técnico, sino que ayudaba mucho en la parte personal, acompañando, aconsejando. Así lo recuerda el Mono: “Te vas a vivir solo muy joven. Y vas mal si no tenés a un tipo con ese criterio que te diga: 'Muchachos, no se compren un auto con la primera plata, cómprense un apartamento'. Los que no le hicieron caso a Griguol no llegaron…”.
El Mono se enojó en Ferro con el viejo. Después de un entrenamiento, Timoteo le corrigió un detalle técnico y se molestó, se sacó los guantes y gritó: “Me voy a Mar del Plata a tirar redes al puerto y no me vengas a buscar”. Al día siguiente, estuvo de nuevo en el entrenamiento. El mensaje del viejo le resonó, el Mono le hizo caso y llegó.
El Mono es un tipo meticuloso, un apasionado del fútbol. Todo gira alrededor de la pelota, salvo cuando le preguntan cómo le gustaría ser recordado. Ahí la deja de lado y, con el humor que lo caracteriza, responde: “Quiero que se me recuerde como un tipo común… Como un camión”. •