El poeta que no quería ser futbolista

Un jugador genial que pedía perdón por dedicarse a lo que odiaba, el fútbol profesional. Disidente de las miserias del negocio, el italiano Ezio Vendrame, llenó de bohemia el calcio de los 70.

*Texto Jaime Castro García | Fotografía (principal) Umberto Sartorello.- La de Ezio Vendrame (Casarsa della Delizia, Pordenone, 1947) es la vida de un perdedor. De un exfutbolista que durante su carrera perdió muchos más partidos de los que ganó, que consideraba el triunfo “un accidente”, que no levantó ninguna copa nacional (no digamos ya internacional), que no vistió nunca la azzurra y que tras su retirada no pasó de entrenar a niños. Pero las perlas de este collar hecho de fracasos, o más bien de falta de éxitos, Vendrame las luce con orgullo. Lo que para la gran mayoría de exfutbolistas serían errores, frustraciones, para Vendrame, poeta (ya lo era cuando jugaba, pues afirma que él ha hecho poesía “siempre y con todo”), son “las cosas más hermosas de la vida”. “Basta con fracasar en la vida para ser un poeta”, afirma a menudo. En la decena de libros que ha ido publicando desde que se retiró, Vendrame intercala versos y aforismos con los motivos por los que odia el fútbol profesional, en total contradicción con su filosofía de vida.

No en vano, el nombre de su volumen más famoso, Se mi mandi in tribuna, godo (Si me mandas a la grada, disfruto), es una frase que soltó a Luís Vinício, el entrenador durante su año en el Nápoles en el que apenas pisó el campo. Y es que Vendrame llegó a decir que él nunca se había comportado como un futbolista, que desgraciadamente ejerció como tal y que, más bien, pedía perdón por haberlo sido. Como le tenía que perdonar su amigo el poeta livornés Piero Ciampi cuando iba a verle jugar, algo que avergonzaba tanto a Vendrame hasta el punto de pedirle al árbitro que parara el partido, pues dar patadas a un balón delante de un poeta no era algo bonito. Al principio, el balompié le sacó del colegio de curas en el que creció porque sus padres no podían permitirse criarlo. Un médico del Udinese le vio dar patadas a una pelota, le fichó y en el club friulano comenzó ganando un pequeño sueldo de 5.000 liras que, sin embargo, diezmaba por la orden del responsable de la cantera de comprarle unos paquetes de cigarrillos no precisamente baratos.

Al principio, el balompié le sacó del colegio de curas en el que creció porque sus padres no podían permitirse criarlo. Un médico del Udinese le vio dar patadas a una pelota, le fichó y en el club friulano comenzó ganando un pequeño sueldo de 5.000 liras

Ya como profesional, Vendrame pasó por la SPAL (donde duró hasta que el presidente se enteró de su costumbre de saltarse entrenamientos para acompañar a una prostituta de la que se enamoró) y el Torres, un equipo de Serie C de la ciudad de Sassari, en Cerdeña. Una “tierra de bandidos”, empapelada de carteles que ofrecían una recompensa por la captura de Graziano Mesina, el Prímula Rojo, que un par de años antes había saltado el muro de siete metros de la cárcel local junto a un compinche español (Miguel Atienza, antiguo falangista); una hazaña que se reprodujo en la película Barbagia de Carlo Lizzani, con Terence Hill como protagonista.

» TRISTEZA Vendrame, antes de un partido con el Vicenza, escenificando su pesadumbre por el fútbol profesional.

En Cerdeña, Vendrame se perdió en la inocuidad, tanto futbolística como personal, de una ciudad que  “parecía un desierto”, así que él también escapó de allí a mitad de temporada, aunque con miedo a volver por si encontraba su cara bajo uno de los letreros de “Recompensa”. Las siguientes campañas de su incipiente carrera tampoco fueron especialmente productivas, pero al menos sí comenzaron a forjar el carácter del veinteañero Vendrame. Cedido en la fría Siena, decidió comprarse su primer abrigo con 22 años a un precio casi prohibitivo, pero cuando salió de la tienda se topó con un chiquillo que le pidió la caridad. “No me lo pensé dos veces”, cuenta en una entrevista a la italiana Radio 3. “Me quité el abrigo y se lo di aunque le iba decididamente grande, pero puedo jurar que no sentí frío ni una vez más ese invierno; era como si vistiera diez abrigos”.

De esta anécdota se pueden extraer muchos de los rasgos del carácter de Vendrame. Por ejemplo, la generosidad con los demás, que en el campo de fútbol se reflejaba en su afán por contentar al sufrido aficionado, ya fuera afín o rival, antes que a los dirigentes que le ofrecían fortunas por trucar partidos o a los equipos que preparaban el famoso biscotto italiano. Entre otras anécdotas, Vendrame, jugando en la Serie C con el Padova, se arrepintió de aceptar un soborno en la misma mitad de un partido (y además rompió el pacto con un gol olímpico) y le quiso dar emoción a un resultado ya acordado cogiendo la pelota, regateando a todo el que se le ponía por delante y haciendo un amago de disparo… ante su propio portero. “Al final del partido me dijeron que un tifoso, con ese gesto final, había muerto”, explica, recordando que se sentía en deuda con sus aficionados y por eso no alberga ningún remordimiento de conciencia. “Yo deduje que si un enfermo del corazón había decidido venir a verme, muy probablemente se quería suicidar”

» VICENZA Vendrame en su etapa en el equipo donde jugó desde 1971 a 1974.

También la paradoja de regalar un abrigo que acababa de comprarse tras 20 años de espera se relaciona con una concepcikkón muy personal del fútbol alejada del ‘resultadismo’. Pertenecía a ese género de jugadores, ya en extinción, que pululan entre centrocampistas y delanteros pero sin comprometerse ni con unos ni con otros: como centrocampista ni tenía, ni quería tener, el rigor necesario; como delantero hubiera sido una ruina porque sostenía que el gol era una cosa “insignificante”. Los entrenadores lo ubicaban en la zona ideal para su carácter, la del fantasista, donde gozaba de más libertad y perjudicaba menos los intereses del equipo con alguna extravagancia. Nereo Rocco, nada menos que el introductor del catenaccio en Italia, lo llamaba abiertamente “loco”, mientras que el mítico Boniperti no dudaba en compararlo a Kempes, uno de los mejores en ese momento. Más tarde Vendrame dijo que el fútbol contemporáneo “no existe, es falso, es acrílico”.

“En el mundo ha habido tres jugadores de fútbol: Maradona, Zigoni y Meroni. El resto es tedio”. “Il resto è noia”, en italiano en el original, una frase que en 1976 hizo famosa el exitoso autor y cantante Franco Califano hablando de una vida de convencionalismos, rutina y monotonía, precisamente la que Vendrame evitaba y evita todavía. Un año más tarde Califano dedicaría una canción, Io nun piango, a Piero Ciampi. A este poeta maldito Vendrame lo conoció en 1975, en Nápoles, en su culmen como futbolista profesional, y fue un encuentro que le cambió la vida hasta el punto de que él mismo comenzó a escribir. Es difícil que en una entrevista Vendrame no nombre a Ciampi (fallecido cinco años después), al que llega a llamar “un Cristo entre hombres”. En su obra autobiográfica Una vita fuori gioco las referencias son continuas, definiéndolo como alguien que se le “escapaba entre los dedos”. “No podría haberlo cogido nunca, era demasiado bello: inalcanzable”. Ya desde la cuna Vendrame estaba relacionado con la poesía, al menos indirectamente.

 A este poeta maldito Vendrame lo conoció en 1975, en Nápoles, en su culmen como futbolista profesional, y fue un encuentro que le cambió la vida hasta el punto de que él mismo comenzó a escribir.

Porque en Casarsa della Delizia había nacido la madre de Pier Paolo Pasolini y era el pueblo donde posteriormente sería enterrado el también poeta, al que Vendrame, en cambio, no siente “cercano a la poesía” que él ama. Sin embargo, esto no era óbice para que, hace años, citara a los periodistas que querían entrevistarle (por ejemplo, Gianni Mura, escritor del prólogo de Una vita fuori gioco) en el cementerio de Casarsa, delante de la tumba de Pasolini, que según Vendrame era “la persona más viva de este pueblo”. Además de intelectualmente, estéticamente Ezio Vendrame también era un futbolista que llamaba la atención. La mayoría de sus imágenes en un campo de fútbol tienen un estilo definidísimo: barba crecida, cabellera a la que también hace falta un buen corte, medias bajadas y la llamativa, por simple, camiseta del Vicenza, de rayas rojas y blancas y una “R” en el pectoral izquierdo, símbolo de la fábrica de lana Lanerossi Vicenza, dueña del club. Tres campañas jugó allí regularmente, y cuando se fue el equipo descendió tras veinte consecutivas en la Serie A. Los del Véneto tuvieron que esperar casi diez años para tener una figura tan carismática: Roberto Baggio.

Después de seguir un año en la Serie A con el Nápoles (aunque apenas jugó), su carrera se precipitó hacia la Serie C. Allí vistió las modestas camisetas del Padova y Audace San Michele Extra, e incluso en categorías más bajas las del Pordenone y el Juniors Casarsa, pero seguramente esta fue la época en la que más disfrutó, pues hay que tener siempre presente que Vendrame odiaba el fútbol profesional. Tras retirarse, Vendrame entrenó a equipos de niños a los que enseñaba a desterrar el “usted” y el “míster”, que repudiaba, y surgieron leyendas (como durante toda su carrera) que hablaban de que sus chavales recibían paquetes de preservativos como regalo de Navidad.

Los jóvenes incluso ganaban campeonatos, pero a Vendrame le espantaron las ambiciones frustradas que los padres proyectaban en sus hijos y se apartó definitivamente del fútbol en 2012. Giuseppe Vanzella, dueño de la editorial Devanzis con el que Vendrame publicó su último libro, Capolavoro dell’inutile, en 2013, confirma que actualmente es “muy difícil poder contactar con él” porque anda siempre cambiando de casa, sin un domicilio fijo y “yendo donde le gusta más, donde le interesa más”, y que debido a su carácter “después de un poco de tiempo tiene roces, se cansa, se mueve y cambia de amistades”. “Siempre ha sido una figura escurridiza”, lo describe, y desvela la sorprendente sencillez de la publicación de su libro. “Él me dio el manuscrito, yo lo publiqué y basta.

 “Siempre ha sido una figura escurridiza”, lo describe, y desvela la sorprendente sencillez de la publicación de su libro. “Él me dio el manuscrito, yo lo publiqué y basta.

El problema es que, no entiendo por qué, él se alejó de mí, al improviso desapareció, no quiso que hiciéramos ninguna presentación del libro”. Pese a su desapego, Vanzella lo considera una persona “muy sensible” y descubre que, además de escribir, también se atreve con la pintura. “Iba a regalarme un cuadro que no he llegado a ver”, recuerda entre risas. Lo que sí aparece de vez en cuando es el nombre de Vendrame relacionado con colaboraciones musicales. Al grupo romano Tètes de Bois ha prestado muchos de sus versos, y últimamente también el músico Filippo Andreani se ha servido de su obra; incluso tuvo un devaneo con el Festival de la Canción de San Remo que no fructificó. Si, según Pasolini, “el fútbol es un lenguaje con sus poetas y sus prosistas”, Vendrame es sin duda uno de ellos, alguien que está convencido de que “el secreto de la vida es desechar, no amarrarse a las cosas” y “ser selectivo con las personas”. “No quiero perder el tiempo hablando de fútbol. Es esta mi mejor cuenta bancaria”. •