Alejandro Requeijo.- La Tierra todavía era plana y más allá de cuartos de final esperaba el abismo por donde nos decían que desaparecían los barcos. Pese al aviso, nos lanzamos al mar una generación, la mía, dispuestos a descubrir nuestro primer mundial con una selección de barbudos como los viejos conquistadores. Entre tanto vasco en la expedición solo faltaba Juan Sebastián Elcano. Así fuimos a USA 94, después del cabezazo de Hierro a Dinamarca en Sevilla. Entonces clasificarse para un mundial no era un paseo. Que Francia, Portugal e Inglaterra eran potencias del balón lo aprendimos después porque en Estados Unidos no comparecieron. Sí estaba en cambio alguna rareza que nunca más ha vuelto como la Bolivia de Azkargorta, otro vasco bigotudo que conquistó los mares.
Hay un tramo en los primeros años de vida en el que uno acumula recuerdos que se quedan ahí para siempre. En un aficionado al fútbol ese almacén en el cerebro son alineaciones, goles y resultados muchas veces intrascendentes. Me cuesta recordar qué comí ayer y no sé decirte contra quién jugó mi equipo la jornada pasada, pero hoy, 30 años después, tengo grabado el apabullante plano cenital del Rose Bowl de Los Ángeles y que la Italia de un todavía discutido Baggio empezó palmando con Irlanda.
Me cuesta recordar qué comí ayer y no sé decirte contra quién jugó mi equipo la jornada pasada, pero hoy, 30 años después, tengo grabado el apabullante plano cenital del Rose Bowl de Los Ángeles y que la Italia de un todavía discutido Baggio empezó palmando con Irlanda.
Me vuelven celebraciones icónicas como la del nigeriano Yekini agarrando la red como si acabase de liberar de sus cadenas a todo el continente africano. USA 94 es la Bulgaria de Stoichkov, el chándal de Sacchi, los golazos de Gica Hagi, la hazaña esteril de Salenko, la Suecia de Brolin y Larsson con rastas, es Bebeto acunando un bebé y Romario haciendo sus cosas. Es la extravagancia azteca de Jorge Campos, la perilla de chivo roja de Alexi Lalas, las camisetas con nombre por primera vez, la bandera alemana ajedrezada en el pecho de Klinsmann, las paradas de Zubi contra Suiza. Al mundial de Estados Unidos, el mío, le perdono incluso el dudoso honor de haber abierto la puerta de lo que hoy llamamos peyorativamente fútbol moderno.