El Rojo era una fiesta

El 'Rojo' es uno de los clubes con más solera de Sudamérica siendo el que más veces ha conseguido la Copa Libertadores. Tras siete años de espera volvió a una final de Copa  (sudamericana esta vez) consiguiendo el título. El relato del periodista David Gistau muestra la pasión de una entidad que engancha.

Texto David Gistau.- El descenso de Independiente de Avellaneda supuso un impacto personal que no me esperaba. Y encima lo sufrí solo, como un inmigrante argentino que no encontrara a su alrededor a nadie capaz de comprender la dimensión de la tragedia. El hincha del Rojo que soy podría explicar su tristeza refiriéndose a la lenta, gangrenosa decadencia de un club enorme en seguidores, hermoso y aristocrático, coleccionista de Libertadores e Intercontinentales, que tuvo de adaptarse a la B como al patio de la cárcel quien jamás estuvo en prisión. La persona, sin embargo, añade a esto que tanta melancolía se debe a que Independiente fue uno de los personajes de los mejores años de mi vida, los transcurridos en Buenos Aires, y que su descenso ha sido como un recordatorio de la muerte de la juventud tan poderoso como un retrato de madre cuarentona atrapada en una familia numerosa que hace poco me envió una novia de entonces.

"Si Independiente puede bajar -me escribió un amigo el día fatídico, como si el 0-1 contra San Lorenzo fuera una señal apocalíptica-, es que realmente puede ocurrir cualquier cosa". No en vano, el descenso de Independiente ocupaba un lugar destacado, entre la abducción alienígena y el encuentro en el ascensor con un zombi, de la lista de los infortunios imposibles. Descendido el Rojo, ya no es posible subir a un ascensor sin miedo.Mi adhesión a Independiente fue parte de un pacto de amistad eterna con un argentino al que conocí mientras ambos intentábamos entrar en un país en guerra, y que hoy es el padrino de dos de mis tres hijos.

Descendido el Rojo, ya no es posible subir a un ascensor sin miedo.Mi adhesión a Independiente fue parte de un pacto de amistad eterna con un argentino al que conocí mientras ambos intentábamos entrar en un país en guerra, y que hoy es el padrino de dos de mis tres hijos.

La devoción por el equipo va asociada a otra que perdura: la que me mantiene enamorado de la ciudad de Buenos Aires, que ni siquiera es el hogar del Rojo, ya que Avellaneda cae del lado de la provincia, fuera de la Capital Federal. Aún no había puesto un pie en Buenos Aires, y las conversaciones doctrinales mantenidas con Martín, mientras a nuestro alrededor se hacían llamadas a la Yihad, ya me habían impuesto el culto a la personalidad de Bochini e insertado recuerdos de lo no vivido tales como el bronco partido final de la Libertadores contra Peñarol o el gol con el que ‘el Bocha’ pasmó a la Juve después de tirar no sé cuántas paredes con Bertoni.

Todo eso pasó a pertenecer inmediatamente a mi memoria sentimental. A la que luego fui añadiendo las vivencias propias obtenidas durante ocho años de seguir -"Yo te sigo a todas partes adonde vas, cada día te quiero más", dice el cantito- a un Independiente menor. Que sin embargo me dio un título local y una Copa Sudamericana. Y que, en este tiempo, despachó a Europa a Forlán, Milito y Agüero y reconstruyó su estadio. Como un veterano, hasta añoro el viejo, con ese foso circundante lleno de aguas verdosas, casi fecales, al que, desde la tribuna Cordero, vi arrojar a algún miembro de la Barra que probablemente no se comportó como exigían las jerarquías.

Como un veterano, hasta añoro el viejo, con ese foso circundante lleno de aguas verdosas, casi fecales, al que, desde la tribuna Cordero, vi arrojar a algún miembro de la Barra que probablemente no se comportó como exigían las jerarquías.

Contra el mito del Western, yo no soy del lugar en el que cuelgo mi sombrero. Necesito bares, librerías, afectos y un equipo de fútbol con el que llenar los domingos. Buenos Aires provee de todo esto con verdadera generosidad. Y el equipo con el que apuntalé mi sentido de pertenencia fue Independiente. Unos años felices, como de ‘Moveable Feast’ en París, que se me hacen ahora más lejanos. Mi juventud bajó a la B, y las novias de entonces cocinan ‘chocotortas.