Javier Aznar | Ilustración. 72kilos.- Un amigo en clase tenía un Etrusco y se negaba siempre a bajarlo al patio o al parque. Solo era para días especiales. Como cuando tu madre sacaba la vajilla buena para los invitados en Navidad. Jugamos apenas en tres contadas ocasiones con ese balón. Recuerdo con claridad cada una de aquellas veces. El resto del tiempo el Etrusco se quedaba a salvo en su casa, como una deidad, encaramado a un armario casi a modo de altar. Donde nada malo le podía suceder. Veíamos año a año envejecer su cuero, perdiendo su brillo inicial, como un Elvis crepuscular recluido en Graceland.
Con Modric yo sería igual. Dosificaría cada minuto suyo con egoísmo. Con un punto de locura. Como esos coleccionistas que nunca sacan el cómic del plástico. Le construiría en Valdebebas una cámara hiperbárica, que no sé para qué sirve pero algo hará. Solo le sacaría a jugar en estadios con prestigio y en días importantes. Y cuando los periodistas me criticaran por no ponerle, les gritaría que el champán no se bebe todos los días. Extendería su contrato hasta los 45 años de forma unilateral. Falsificando su firma si hiciera falta. Más que dispuesto a llegar a los tribunales y a embarrar el terreno de juego con tal de comprar un poco de tiempo. Le transportaría de una ciudad a otra en helicóptero tras los partidos, envuelto en hielo, tal y como se hace con un corazón listo para un trasplante de urgencia. Acuñaría una moneda de circulación propia y única en el nuevo Bernabéu, como los tokens en los festivales de música, y los llamaría “lukas”. ¿Una botella de agua? Tres lukas. ¿La camiseta de Mbappé? 120 lukas. Con su nariz aquilina de perfil inscrita en cada moneda.
Le transportaría de una ciudad a otra en helicóptero tras los partidos, envuelto en hielo, tal y como se hace con un corazón listo para un trasplante de urgencia.
A riesgo de ser denunciado por Save The Children, creo que lo que tendría que hacer el Real Madrid es organizar un casting entre mil niños rubios croatas y mil niños rubios alemanes y no parar hasta dar con el nuevo Modric y con el nuevo Kroos. Y retransmitir el concurso por Real Madrid Televisión, pudiendo echar y apoyar a tus favoritos cada semana. ¿Que suena moralmente cuestionable? Tal vez. Pero qué son unas cuantas infancias arruinadas a cambio de la felicidad de una afición global. Perspectiva, perspectiva. El humor y el centro del campo no son más que tragedia más tiempo.
No, no estoy preparado para una eventual retirada de Luka Modric (una lágrima acaba de caer sobre el teclado). El otro día leía que ahora hay muchos jóvenes con ecoansiedad, angustiados por un posible cataclismo ambiental y por el futuro incierto de la humanidad en este planeta. Yo tengo “luka-ansiedad”. Me angustia la idea de un futuro post-modric. Creo que de momento solo estamos diagnosticados de esto la señora Elvira y yo. Pero hay muchos pacientes latentes, incubando esto sin saberlo. Es muy fácil acomodarse a un centro del campo con Modric. Creyendo que esto es lo normal. Durmiendo seguro bajo las mantas de sus pases con el exterior.
El otro día leía que ahora hay muchos jóvenes con ecoansiedad, angustiados por un posible cataclismo ambiental y por el futuro incierto de la humanidad en este planeta. Yo tengo “luka-ansiedad”. Me angustia la idea de un futuro post-modric. Creo que de momento solo estamos diagnosticados de esto la señora Elvira y yo.
Ya me puedo imaginar en un bar dentro de 20 años, dando la brasa con Modric al que pase por ahí, como el loco aquel de Racing de Avellaneda de ‘El Secreto de sus Ojos’ al que llamaban Platón “porque vivía de la Academia”. Contando una y otra vez a quien quiera escuchar su gol en Old Trafford. Su punto de inflexión. Cuando era cuestionado cada día por su precio (los 40M€ más amortizados de la historia del fútbol). Eligió el mejor escenario, el momento más complicado, para presentarse ante Europa para la siguiente década. Recuerdo cómo sonó el balón contra el poste justo antes de entrar. Llegando el sonido por televisión unas décimas de segundo antes que la imagen. “Clac”. Así sonó. Como si todas las piezas de su fútbol hubieran encajado de pronto.
Todos los días pienso en la retirada de Modric. Todos los días. Cuando estoy en la piscina. En un semáforo. En el cine. De vacaciones en la playa. Es un pensamiento que me sorprende, ensombreciendo todo lo que tengo a mi alrededor de manera repentina. Cada vez que un locutor repite la edad de Modric, me tapo los oídos y empiezo a chillar como un animal herido. Vivo en un estado de negación con este tema.
He llegado a decir en una cena, sin atisbo de sonrojo, que “lo bueno” de la pandemia fue que el parón de Liga le vino muy bien a Modric. Creo que a uno se le cayó el tenedor al plato de la impresión y un camarero que pasaba por ahí se fue llorando a la cocina, arrojando el delantal y gritando “es un monstruo”.
Hubo gente que dudó de Modric, como hubo gente que dudó de Internet o de la llegada del ferrocarril. Tengo todos sus nombres apuntados en una libreta. Sí, sí, también el tuyo. Sé lo que dijiste el último verano.
He llegado a decir en una cena, sin atisbo de sonrojo, que “lo bueno” de la pandemia fue que el parón de Liga le vino muy bien a Modric. Creo que a uno se le cayó el tenedor al plato de la impresión y un camarero que pasaba por ahí se fue llorando a la cocina, arrojando el delantal y gritando “es un monstruo”.
No sé muy bien qué hará el Madrid cuando Modric se vaya. Ya, ya sé que antes se fueron otras leyendas. Y que no pasó nada. Que tampoco hubo que refundar el club. Que llegaron otros mejores. Que se supone que esa es la grandeza de este deporte.
Sorrentino en su última película, ‘Fue la mano de Dios’, recuerda entre otras cosas el fichaje de Maradona por su Nápoles tan querido. De cómo marcó su adolescencia y del impacto que tuvo en la ciudad su llegada. En un momento de la película, sin duda mi favorito, un amigo suyo algo mayor, que conducía lanchas rápidas como contrabandista hasta que acaba detenido, le dice a un joven Sorrentino que lo que más echa de menos de la libertad es el ruido de su lancha flotando sobre el agua, casi deslizándose sobre ella, dando botes por el mar: “Tuf, tuf, tuf”. Yo sé que echaré de menos cada golpeo con el exterior de Modric, cada vez que la deja correr por debajo de las piernas, sin tocarla. Pero sobre todo me acordaré del sonido de aquel gol suyo en Old Trafford. “Clac”. Cuando todo encajó.
Habrá más lanchas, pero no sonarán igual. •
Artículo de Javier Aznar en la edición 39 de Líbero. Pídelo aquí a domicilio. Gracias