El tipo que besaba la pelota

El fútbol argentino rindió homenaje a un ídolo en el momento de su retirada. Periodistas, entrenadores y exjugadores describen qué ha significado Riquelme para este deporte. Un jugador que abandonó una concentración de Boca Juniors para jugar la final del equipo de su barrio. Volvió con los tobillos hinchados y el orgullo de barrio intacto.

Texto Luis Miguel Hinojal | Ilustración Jorge Arévalo | Fotografías Cordon Press.- Se despidió casi en voz baja. Con una especie de murmullo que bajo el dolor del adiós contenía todo el orgullo y los códigos acumulados en una carrera tan especial como su propia personalidad. “Hoy arranco una nueva vida. Estoy muy contento de la carrera que me tocó hacer y lo que elija no me dará las alegrías que me dio el fútbol, Quiero que me recuerden como alguien que intentaba jugar bien a la pelota”. Juan Román Riquelme confirmaba en la cadena ESPN lo que muchos barruntaban desde hace tiempo. Pero también dejaba una declaración de amor: “Tengo algo que decirles a los chicos que elijan jugar al fútbol: es el juego más lindo que hay. Es el que más alegrías te da. Nos hace diferentes”. Y a partir de ese emotivo discurso Argentina aparcó por un momento el envenenado debate político para reconocer al 10 como uno de los grandes. Para repasar una carrera marcada por una identidad singular: tan celebrada como el legado de la rica herencia del fútbol criollo, como despreciada por los profetas de un pragmatismo mentiroso.

Riquelme nunca dejó indiferente a nadie. Quizás porque cada vez que pisaba la pelota y todos pasaban de largo, en realidad estaba haciendo una declaración de intenciones, como diciendo: “A esto se juega así”. Surgía entonces la sorpresa de un lance imprevisto. Un instante que contenía por igual una rara y fría belleza, unos kilos de aplomo y toneladas de convicciones. Detrás de cada caño, de cada cachetada a la pelota cómplice, de cada pausa, de cada finta, de cada pase preciso y de cada gol, se escondía un líder armado no sólo con un exquisito repertorio técnico y una privilegiada visión del juego, sino también con un arsenal de conceptos. Y eso, en tiempos en los que multitud de técnicos, directivos y periodistas sólo hablaban de vértigo, urgencias, huevos y de ganar como sea, acabó por convertir a Riquelme en un rebelde con causa enfrentado a un sistema enfermizo.

En tiempos en los que multitud de técnicos, directivos y periodistas sólo hablaban de vértigo, urgencias, huevos y de ganar como sea, acabó por convertir a Riquelme en un rebelde con causa enfrentado a un sistema enfermizo.

Transfigurado en el guardián de la esencia creativa y lúdica del juego frente a todo lo que ha empobrecido las estructuras y el juego en Argentina en los últimos años. Riquelme siempre será el mejor amigo fiel de una pelota que le obedecía por igual en su barrio de Don Torcuato, en La Bombonera, en Tokyo, en Morumbí o en El Madrigal. Uno de los grandes. Uno de los más genuinos hijos del potrero, cuyo estilo es hoy homenajeado por muchas voces ilustres del fútbol y del periodismo argentinos. Abre el juego Mauro Navas, aquel defensa que militó en el Espanyol y que luego entrenó en la cantera de Boca teniendo muy claro cuál era el espejo en el que debían mirarse las jóvenes promesas (ahora forma parte del cuerpo técnico del primer equipo), mantiene que “Riquelme es un resumen genético de nuestro fútbol”.

Claudio Borghi, divertido experto en caños y paredes, dirigió a Riquelme en Boca y en Argentinos Juniors y pone el acento en la excepcionalidad que suponía el fútbol del 10: “Román es diferente a todo el mundo. Algo muy raro. Como una mina con tres tetas”. En 2012, El escritor Eduardo Sacheri, escribió en El Gráfico que Riquelme “es un exquisito cuando casi todos han renunciado a serlo. Un gourmet en una época de hamburguesas mal cocidas. Existen dos clases de grandes jugadores. Los que te provocan asombro porque nunca hacen lo que uno supone que van a hacer. Y los que te provocan asombro porque, aunque hagan lo que uno supone que van a hacer, no hay manera de impedírselo. Y Juan Román Riquelme es de estos últimos. Tal vez –ojalá que no-, el último de estos últimos.” El periodista Guillermo Abel Blanco, jefe de prensa de Maradona durante muchos años, expresa el impacto que supuso conocer a Riquelme: “Cuando lo vi por primera vez sentí que se me venía todo el potrero encima. Lo vi genuino, primario, profundo, desde la práctica defensor de una idea de juego que muchos apenas si tratamos de sostener desde las letras. Me hubiera gustado que coincidiera en el tiempo con Pedernera, quien le hubiera aportado tanto desde su experiencia personal sobrepasando el fútbol… Hablo de la vida misma."

En 2012, El escritor Eduardo Sacheri, escribió en El Gráfico que Riquelme “es un exquisito cuando casi todos han renunciado a serlo. Un gourmet en una época de hamburguesas mal cocidas

"Román nació desfasado en el tiempo, mereció entreverarse entre los grandes. Me contó que su madre lo llevaba de la mano a estudiar el catecismo para la primera comunión, y él esperaba que ella se diera vuelta para regresar a su casa. Entonces él saltaba la ventana y se iba al potrero a jugar a la pelota”. A finales de 2014 se publicó ‘El caño más bello del mundo’, un homenaje colectivo plagado de testimonios que van conformando lo que su autor, Diego Tomasi, define como “el pensamiento futbolero de Riquelme. El tipo que sabe todo. El que ve todo”. El título del libro hace referencia al apoteósico túnel (caño, en Argentina) que Riquelme le tiró a Mario Yepes, central colombiano de River Plate, en un clásico por la Copa Libertadores en 2000. Un año después, en el Gigante de Arroyito, Riquelme sometió a una tortura similar a Charles Pérez, defensa de Rosario Central.

A finales de 2014 se publicó ‘El caño más bello del mundo’, un homenaje colectivo plagado de testimonios que van conformando lo que su autor, Diego Tomasi, define como “el pensamiento futbolero de Riquelme. El tipo que sabe todo. El que ve todo”

La Bombonera ya le había adoptado como su hijo predilecto, cuatro años después de que sustituyera a Maradona en el último partido oficial del mito con la camiseta xeneize. El libro es, según su autor, “una metáfora, o acaso un disparador de un manifiesto del juego, de todo lo que encierra la filosofía futbolera de Riquelme”. Y contiene reflexiones tan autorizadas como la del periodista Ariel Scher: “Todo el tiempo te da la sensación de que Riquelme es un profundo conocedor del juego y que privilegia jugar por saber, por placer y por identidad, en esa comprensión. Pero además conoce otras comprensiones del juego y entonces por eso es también muy táctico. Dice ‘este equipo funciona así, yo empujo para jugar por allá o por acá. Ve todas las cosas…”.

Jorge Valdano dijo: “en la época de las autopistas, Riquelme prefiere viajar mirando el paisaje".

Al igual que Scher, otra brillante figura del periodismo argentino, Ezequiel Fernandez Moores, se sumó al coro en su columna del diario La Nación titulada ‘Los artistas’ en la que recordaba una anécdota de Riquelme que ilustra su amor por el fútbol: “Años atrás, preocupado porque Juan Román Riquelme parecía triste y Boca lo precisaba el domingo para un clásico pesado, Carlos Bianchi, preguntó al crack qué pasaba. “El sábado -le contestó Román- se juega la final de la villa”, en el barrio San Jorge, en Don Torcuato. El Virrey, que creció en calle de tierra y se formó en los potreros de Villa Real, sabía de qué se trataba. Román aprendió a defender la pelota en esa cuna.

Y contra mayores que jugaban por plata. Una vez le dieron una patada en la espalda que casi lo parte. Se levantó y siguió jugando. Se defendía con brazos, culo. Con lo que hiciera falta. Ahí aprendió Román a hacer equilibrio. Un curso acelerado de picardía. Domaba cualquier pelota que le llegaba y no había modo de sacársela. Hinchas con cuchillo seguían partidos en la línea de cal. ¿Cómo iba a temerle luego a finales de Libertadores en un Morumbí colmado si los hinchas estaban en las tribunas y había policía y televisión? “¿A qué hora podrías llegar a la concentración?”, preguntó Bianchi a Riquelme. Me cuentan que Román volvió con los tobillos algo hinchados por los golpes. Que se pasó la noche con hielo. Y que al día siguiente la rompió.”

PRIMERA RETIRADA
Vito Amalfitano, jefe de deportes del diario La Capital, tuvo el privilegio de cenar en Mar del Plata con Riquelme y Alfio Basile tras el primer partido (un Boca-Vélez de desempate para acceder a la Copa Libertadores) al que Román acudía como espectador tras el anuncio de su retirada. La platea de hinchas de Boca enloqueció al verle: “La sensación de vacío se mezcla con la bronca. No es un retiro igual a los demás”, mantiene Amalfitano. “Porque dice adiós en paz, tranquilo con su conciencia, y tras conseguir objetivos, como siempre. Pero el fútbol argentino no se debe quedar en paz, primero porque perdió a su exponente más genuino, pero también y fundamentalmente porque hizo poco para retenerlo, para cuidarlo, para defenderlo como su emblema. Riquelme se va en paz. La paz que no tendrán nunca en su conciencia los que lo empujaron al retiro. Quedarán en la historia como los responsables. Y el fútbol argentino se lo deberá demandar por siempre. La pelota se la llevó el dueño”.

Un periodista y sociólogo trotamundos, Sergio Levinsky, opina que “la mayor virtud de Riquelme es saberse crack y cargar siempre con ello, partido a partido, para bien y para mal.

Un periodista y sociólogo trotamundos, Sergio Levinsky, opina que “la mayor virtud de Riquelme es saberse crack y cargar siempre con ello, partido a partido, para bien y para mal. Ha sido un jugador sabio, que no se ha dejado influenciar por todo el ambiente negativo del fútbol, por los esquemas defensivos, por la corrupción de los violentos, a los que nunca aceptó ni apoyó económicamente, que muchas veces pagó por no responder con frases vacías y hechas ante cronistas preguntadores de lo simple e inútil para las cámaras o los grabadores.

El monumento que le construyeron en la sede de Boca es consecuencia de sus títulos pero mucho más aún de su juego, de todo el espectáculo que generó”. En Argentina quizás la voz más mediática y saludablemente fundamentalista que ha defendido a Riquelme siempre desde la visceralidad es la de Horacio Pagani, autor de auténticos aforismos como este: “Riquelme es el segundo inventor del fútbol. Primero, lo inventaron los ingleses, después lo puso en práctica Juan Román”. El sabio maestro Diego Bonadeo, un tipo que (literalmente) se pone de pie en alguna intervención televisiva para hablar del jugador, afirma que “Román es al fútbol lo que una improvisación de Charlie Parker al jazz. Hace lo impredecible”. Y algo similar expresa su hijo Gonzalo en el diario Perfil: “Lo que no se le perdonó jamás es el ejercicio del poder de su magia. Ver sus últimos partidos supone disfrutar de modo incomparable de una geometría del juego distinta a la de los otros 21 jugadores.

Es eso y no otra cosa lo que convirtió a Román en el adversario mortal de todos los que lo desprecian. Sin decir una palabra, Riquelme tiene la popularidad que no se consigue ni con el mejor discurso: Es la seducción del juego mismo”. Cuando las cámaras de televisión encuadraban un primer plano de Riquelme en pleno juego reproducían un rostro casi inexpresivo. Algunos lo confundían con un aire de indolencia y tristeza. “Zidane es el más grande de los últimos diez años y no se ríe”, solía contestar Riquelme. “Cada vez que el francés agarra la pelota, yo miro y aprendo”. La admiración mutua con el centrocampista galo quedó clara en el último partido de Zizou en el Bernabéu, en 2006. El astro francés fue sustituido entre ovaciones. Pero en un momento tan emotivo no se le olvidó esperar el final del partido al borde del terreno de juego para intercambiarse la camiseta con Riquelme. “Para mí el mejor amigo que uno tiene en la cancha es el que te la da redonda. Y el que te la da cuadrada te lesiona. Dejame… Dejame de tipos simpáticos en la cancha.

A mí dame antipáticos que te la tiren justa”, sostiene el polifacético Alejandro Dolina, sensible escritor, presentador, locutor y músico que sabe que “el fútbol es más feliz cuando estos jugadores pisan una cancha. Román es representante de un fútbol que tiene una cadena de razonamiento, que consiste en pensar. Está todo el tiempo espiando la realidad”. El caudal de admiración y reconocimiento que sigue recibiendo Riquelme baja del palco de prensa a la tribuna, cuya garganta colectiva se desgarraba en un grito de fascinación ante cada proeza del “10”. Y desde ahí llega al césped, donde tanta gente del fútbol le despide con honores. Otros enganches majestuosos y creativos, se definen como hinchas de Riquelme. “Y si no te gusta Riquelme, bueno, entonces no te gusta el fútbol. ¿O es lindo ver equipos que no tiren una pared? ¿Cómo puede ser? La pared es lo más importante del fútbol y hay equipos que se pasan una temporada sin tirar una”, Carlos Valderrama dixit en el diario Olé. Y Angel ‘Matute’ Morales sigue tocando en corto desde las páginas de El Gráfico: “Riquelme es el único que pone una pausa a toda la vorágine actual. Una pausa adentro y una pausa afuera, porque Riquelme es enganche hasta cuando declara”.

“Riquelme es el único que pone una pausa a toda la vorágine actual. Una pausa adentro y una pausa afuera, porque Riquelme es enganche hasta cuando declara”.

Un tal Pep Guardiola dijo en 2000, tras la exhibición de Riquelme en Japón ante el Real Madrid, que “Riquelme sabe siempre qué debe hacer, cuándo parar y cuándo driblar; como Zidane, es muy inteligente, pero con la ventaja de contar sólo con 22 años de edad”. Compartieron paredes en el Barcelona, en esos tiempos en los que Van Gaal no encontraba sitio en su pizarra para el argentino, al que acabó situando de punta izquierdo para luego aconsejar su traspaso. Riquelme recuerda su primer día en el Camp Nou: “Van Gaal me muestra una mesa llena de videos. Me dice “usted es el mejor jugador cuando tiene la pelota, pero cuando la pierde nos deja con uno menos, acá tenemos un sistema y usted va a tener que jugar de puntero izquierdo”. Pero a mí no me gustaba, yo me metía al lado del cinco. Y me decía que era desordenado, a él no le importaban los pases que daba. Después la cosa se complicó y me sacó. No era el Barcelona de hoy, ojalá hubiera jugado así. Pero él fue honesto, y cuando la gente me dice las cosas en la cara me parece bien”.

Un tal Pep Guardiola dijo en 2000, tras la exhibición de Riquelme en Japón ante el Real Madrid, que “Riquelme sabe siempre qué debe hacer, cuándo parar y cuándo driblar; como Zidane, es muy inteligente, pero con la ventaja de contar sólo con 22 años de edad”

Once años después Riquelme miraba con sana envidia en la televisión los partidos del Barcelona de Guardiola. Andrés Iniesta sigue manteniendo que fue un afortunado por entrenar y jugar al lado de su amigo Román, al que considera “un fuera de serie”. “Cada vez que dice que aprendió de mí, le digo que no lo diga más... Me sonroja”, contesta el argentino. Hay tantos matices en su fútbol que César Luis Menotti, siempre agradecido con los jugadores que entienden el juego, llegó a decir que “Riquelme tiene todo. Es el mejor jugador que maneja la gestación y la tenencia”. Héctor Chavero es un técnico con la sensibilidad genética que supone ser sobrino-nieto del mismísimo Atahualpa Yupanqui y la sapiencia que le otorga haber trabajado con el maestro Rinus Michels. También incide en esa personalidad forjada en el barrio: “Un jugador es talentoso cuando tiene la capacidad de elegir la mejor jugada en cada circunstancia del partido. Riquelme siempre elegía la mejor opción.

Su primer aprendizaje lo hizo en la calle, donde se mezcla la habilidad con el coraje y la arrogancia barrial. Donde cada jugada tiene la intención del engaño y hace pasar la pelota de fútbol donde apenas cabe la de tenis. Donde el gran asistente del último pase, en cada movimiento, prepara lo inesperado, producto de su inspiración y de lo que genéticamente aprendió de los grandes históricos. No dejaba de pensar un instante y asumía los riesgos en búsqueda de la eficacia. Un verdadero fabricante de ilusiones”.

DEBUT CON BILARDO
El día de su debut en primera con Boca Juniors (10 de noviembre de 1996, contra Unión de Santa Fe, en la Bombonera), su técnico era Carlos Bilardo. Pocos de los presentes imaginaban que el fútbol que iba a defender durante tantos años ese chico flaquito con el ocho a la espalda estaba en las antípodas del discurso de su entrenador. Riquelme tenía 18 años y aquella tarde nadie podía sacarle la pelota. En el futuro adquiriría un valor capital en su juego: ocupar un espacio vacío del campo cuando el rival tuviera la pelota. El suficiente para recibir el balón con un mínimo de libertad y a partir de ahí activar su portentoso proceso creativo. En lo táctico, los equipos de Riquelme nunca defendían con once y buscaban otras soluciones de blindaje porque liberaban a su pieza más inteligente. “Vos ponete en el lugar donde no lo marquen a Latorre...”, le dijo Bilardo antes del encuentro ante Unión.

En lo táctico, los equipos de Riquelme nunca defendían con once y buscaban otras soluciones de blindaje porque liberaban a su pieza más inteligente. “Vos ponete en el lugar donde no lo marquen a Latorre...”, le dijo Bilardo antes del encuentro ante Unión.

Riquelme la rompió. Y el propio Latorre recuerda ahora en las páginas de El País sus sensaciones al observar la eclosión de un crack: “Jugó con una naturalidad asombrosa, con frialdad. Frialdad como cualidad, no como desinterés: era él, la pelota y el ambiente, como si todo resultase muy familiar, como si todo lo que sucediera fuera no le importase para recibir, levantar la cabeza y jugar. Con el aplomo de un veterano. Riquelme es el mejor jugador del fútbol argentino de los últimos 30 años. Aumentó la dimensión de los partidos y cuanto mayor fue la dificultad más natural se mostró. La palabra crack incorpora momentos así. El juicio a Riquelme se hizo con títulos en juego. Ahí, él fue inmaculado. Hay que rendirse. Está en la sala de los indiscutidos”.

A Ángel Cappa, en su magnífico libro de diálogos con futbolistas y técnicos ‘Hagan juego’, Riquelme le confiesa que agarraba la pelota y la besaba antes de patear un córner o un penalti no por cábala, sino para pedirla perdón “porque sentía que cada vez la tratamos peor”. Y también mostraba nostalgia de ciertas sensaciones: “Hoy en un vestuario de lo que menos se habla es de fútbol. Yo crecí con gente grande que me hablaba de fútbol y no me importaba otra cosa. Cuando me tocó empezar en Boca estaban Navarro Montoya, Fabbri, Manteca Martinez, Caniggia, Maradona… A mí me sacas el fútbol y me muero”. “Vamos a la cancha y por ahí veo caras de preocupación, más que de alegría. Para mí, de lunes a sábado trabajo, en el buen sentido, pero el domingo ya no. Para mí es el día más lindo. Me levanto, me baño, me afeito, como, y después, contento, agarro el bolso para jugar el partido. Y a la cancha.

 “Hoy en un vestuario de lo que menos se habla es de fútbol. Yo crecí con gente grande que me hablaba de fútbol y no me importaba otra cosa. Cuando me tocó empezar en Boca estaban Navarro Montoya, Fabbri, Manteca Martinez, Caniggia, Maradona…" Riquelme.

El día que no la tenga la voy a extrañar muchísimo. Aunque yo voy a seguir siendo jugador de fútbol”. Corría el año 2009. En 2012 se produjo la penúltima salida de Riquelme de Boca Juniors, porque no creía en lo que le obligaban a hacer, harto de ver volar la pelota sobre su cabeza. Cappa comentaba entonces en Líbero que “es un síntoma lo de Riquelme. El fútbol argentino lo abandonó hace mucho tiempo. Estaba sólo, luchando contra todos y no pudo más. Se aburrió. Se hartó de luchar contra la barbaridad en la que se ha convertido el fútbol de su país”. Habría otro regreso a La Bombonera, “al patio de su casa”, por pedido de Carlos Bianchi.

Y también otro retornó a Argentinos Juniors en 2014 para ayudar al club de La Paternal, al que lo vio crecer antes de ser traspasado a Boca sin haber debutado aun en primera, a recuperar la máxima categoría del fútbol argentino. La abrupta “Nacional B” fue la última estación. Quizás para saldar una vieja deuda moral con el club. O seguramente para disfrutar unos domingos más de la inigualable sensación de jugar. Al fin y al cabo, como dice Jorge Valdano, “en la época de las autopistas, Riquelme prefiere viajar mirando el paisaje, más interesado por el camino que por la llegada”. •