Texto Fran Guillén | Fotografía Agencias.- En la humildad de Ciudadela caben muchos tipos de fútbol. El genio obrero de Carlos Tévez y el talento desapegado de Fernando Gago se moldearon en este barrio deprimido de la zona oeste del Gran Buenos Aires. También de allí surgió un jugador que terminó siendo dos, al que acabó opacando para el gran público la herencia de su propio apodo. El genuino ‘Cholo’ Simeone, primer dueño de un mote casado a un apellido que luego el Vicente Calderón convertiría en salmo, nació en 1934 en plena Década Infame argentina, bautizado como Carmelo pese a la oposición materna. Falleció el 12 de octubre de 2014 en su barrio de siempre. A la mamá de Carmelo Simeone aquella forma de citar a su hijo le pareció muy ruda, por lo que enseguida optó por un apelativo más desenfadado. “Ella me empezó a llamar ‘Cholo’ o ‘Cholito’, porque nunca le gustó mi nombre –contaba siempre él-, así que durante mi carrera terminaron por llamarme igual”. Etimológicamente, el término ‘Cholo’ nació como un insulto étnico creado por criollos hispanos en el siglo XVI, dirigido a las personas mestizas o de ascendencia india pura. Con el tiempo, sin embargo, los argentinos lo adoptaron como vocablo coloquial, desprovisto de tintes ofensivos.
El ‘Cholo’ perseveró hasta ganarse la vida jugando al fútbol. No era un ejemplo de virtudes técnicas, pero era todo corazón si había una pelota de por medio. En 1955 cumplió su sueño de debutar con Vélez Sarsfield, donde se hizo muy popular, además de por su casta, por una potencia prodigiosa en el saque de banda. “Lanzaba con las manos tan fuerte como un centro de un wing a la carrera”, citaban las crónicas de la época. “¡Como Simeone, como Simeone!”, contaba el periodista Osvaldo Alfredo Wehbe que le gritaba su entrenador cuando jugaba de defensa con 11 años y hacía el amago de ir al choque en un balón dividido. El férreo marcador de punta duró en Liniers hasta 1961. Algunos roces con la directiva del club de la uve azulada a costa de su sueldo provocaron que, cuando Boca Juniors fue a preguntar por el delantero Pedro Eugenio Callá tras una temporada xeneize aciaga, el presidente de Vélez, José Amalfitani, obligara a incluir en el pase a Simeone si querían que hubiese trato. Y aun llegando de rebote a La Bombonera, el aguerrido lateral derecho se convirtió en ídolo. “Yo tenía una garra bárbara, contagiaba a mis compañeros y conmigo en la cancha había que ganar o morir”, contó el propio Carmelo casi con 80 años cumplidos. De ahí que se terminase por extender por la popular una frase que derivó casi en mantra: “Cuando jugaba el ‘Cholo’, Boca no perdía”. Paradojas del fútbol, sería el zurdo Callá el que terminase teniendo un paso bastante intrascendente por el equipo.
“Cuando jugaba el ‘Cholo’, Boca no perdía”. Paradojas del fútbol, sería el zurdo Callá el que terminase teniendo un paso bastante intrascendente por el equipo.
El club del barrio de La Boca había terminado quinto un torneo liguero anterior repleto de resultados discretos. Pero los fichajes de entretiempo habían ilusionado al público. Llegaba 1962 y el club no ganaba un título desde 1954, por lo que la conjura en las gradas confluyó en la creación de un cántico sobrio y, con el tiempo, mítico. “Porque este año, el de la Boca, el de la Boca será el nuevo campeón”, no dejaban de repetir los hinchas en colectivos y callejones. El azul y el oro brillaron como nunca y cuentan los viejos que se batieron todos los récords de recaudación en La Bombonera. Y el milagro fanático surgió por generación espontánea: el remachado equipo terminó levantando la copa y haciendo bueno el dicho de que todos los torneos de los años que finalizaban en cuatro tenían un dueño exclusivo (vaticinio que ya se había cumplido en 1924, 1934, 1944 y 1954). Buena parte de la culpa de la metamorfosis del equipo sobre el verde la tuvo una defensa inolvidable en La Boca, formada por el brasileño Orlando (pretoriano de Pelé en el Mundial del 58), Silvero, Marzolini y el propio ‘Cholo’ Simeone.
Terminaron el campeonato con sólo 18 goles en contra en 28 partidos. Por el camino, algunas anécdotas inmortales, como la vez en la que fue al cruce de un contrario y, de un puntapié salvaje, mandó la bola fuera de La Bombonera. “¿Pero qué hiciste?”, le replicó su compañero Antonio Ubaldo Rattín, alucinado. “Bueno, tenía que cerrar”, respondió Simeone con toda tranquilidad. Con piernas como columnas, la confianza del ‘Cholo’ en sus aptitudes defensivas era bárbara, siendo, por ejemplo, un excepcional cabeceador a pesar de su corta estatura. José D’Amico, el entrenador que le hizo debutar de xeneize, quedó maravillado por sus condiciones en la retaguardia y, tras el primer partido del campeonato, se había acercado a Simeone para felicitarle por su actuación. La respuesta del zaguero fue lapidaria: “Tenés en tu equipo al mejor cuatro del mundo”.
La confianza del ‘Cholo’ en sus aptitudes defensivas era bárbara, siendo, por ejemplo, un excepcional cabeceador a pesar de su corta estatura.
No se lo inventaba. La prestigiosa revista ‘El Gráfico’ le llevó a portada apoyado en un coche, con aire desenfadado, más de actor que de futbolista, y tituló: “Carmelo Simeone: Voluntad, fuerza y optimismo que se meten en la sangre de Boca”. Luego llegaron los títulos del 64 y el 65 pero antes, el reconocimiento de la convocatoria con la selección argentina. El ‘Cholo’ debutó ante Uruguay el 13 de marzo de 1962 (Simeone, de pie, el primero por la izquierda) y, en 1964, tocó techo al proclamarse campeón de la Copa de las Naciones, un Mundial a pequeña escala organizado por la Confederación Brasileña de Fútbol para conmemorar sus cincuenta años. Los locales, que se presentaban como vigentes bicampeones mundiales, invitaron a Inglaterra, Portugal y Argentina y reunieron un plantel de ensueño, con Gerson, Jairzinho y el mismísimo Pelé como mascarones de proa. Los ingleses, con Bobby Charlton, Bobby Moore y Gordon Banks, conformaban el bloque que dos años después levantaría la Jules Rimet en casa y los lusos contaban con la base del Benfica que había ganado dos veces la Copa de Europa, con Eusebio a la cabeza. Argentina acabó venciendo el cuadrangular sin encajar ni un gol, en buena parte merced al tres a cero endosado a Brasil en Pacaembú, segunda derrota de la canarinha en catorce años como local, sólo después del Maracanazo.
La impotencia de los anfitriones fue tal que, en pleno fragor de la batalla, Pelé le rompió el tabique nasal de un cabezazo a su marcador, José Mesiano. Las andanzas de Carmelo Simeone con la albiceleste terminaron precisamente en ese Mundial de 1966 que no salió de las Islas Británicas. Sin mucha sintonía con el ‘Toto’ Lorenzo, seleccionador nacional, apenas jugó en el torneo, lo que minó un tanto su bien conocida mentalidad de líder. En la competición doméstica, eso sí, continuó impartiendo lecciones de achique defensivo antes de marcharse a Sportivo Belgrano para retirarse como campeón cordobés. Siguió acompañándole la fama de impenetrable, confirmada en lances como el de un choque contra Newell’s, en el que volteó a tres rivales persiguiendo un balón suelto. Justo antes de que al árbitro Aurelio Bossolino le diese tiempo a sancionar la acción, él mismo se fue hacia el trencilla, se despidió con un lacónico “Chau, Aurelio” y se marchó solo de la cancha.
“¿Ves a ese jugador?”, le dijo. “Se llama Simeone, como vos. Y yo le apodo ‘Cholo’ por vos. Tiene tu mismo temperamento
El notario de la herencia de su inmortal apodo fue Victorio Spinetto, ex entrenador suyo en Vélez, que una mañana se cruzó con Carmelo en la sede del club y le señaló a un joven futbolista al que supervisaba. “¿Ves a ese jugador?”, le dijo. “Se llama Simeone, como vos. Y yo le apodo ‘Cholo’ por vos. Tiene tu mismo temperamento. Es un ganador, va al frente siempre. Como ibas vos”. Ahí comenzó la leyenda del otro ‘Cholo’ Simeone, cuyo éxito no le ha sido ajeno a Carmelo. “Cuando Diego Pablo se hizo mayor y ya era un futbolista famoso, la gente me felicitaba por la calle –rememoraba-.
Poco antes de fallecer se le podía ver, carretilla en mano, en la Casa Amarilla, ciudad deportiva de Boca Juniors, cuidando el césped
‘Te felicito por tu hijo’, me decían. Y yo me reía. Tenía que explicarle a todo el mundo que, en realidad, ni nos conocíamos”. Carmelo Simeone vivió hasta 2014, un tanto delicado de salud, en el retiro de su hogar en Ciudadela, donde fue despedido con el cariño de sus vecinos. Poco antes, sin embargo, se le podía ver, carretilla en mano, en la Casa Amarilla, ciudad deportiva de Boca Juniors, cuidando el césped. Fue a partir de 1996, cuando aceptó formar parte de la campaña de Mauricio Macri para ocupar el palco de La Bombonera a cambio de que la nueva directiva le dejase trabajar en el mantenimiento de los campos de juego del club. Atendido por su mujer y por sus dos hijas, admiró en sus últimos días desde Buenos Aires los logros de su hijo adoptivo futbolístico. Un ‘Cholo’ Simeone al que traspasó apodo, apellido y una sangre caliente sin igual para vivir el fútbol.