Ese 3

El fútbol tiene la brillante particularidad de trasladarnos a la infancia con automática facilidad. El cantautor asturiano recuerda su mejor recuerdo de fútbol en este episodio nostálgico.

Os está ganando el partido. Ese 3 os está ganando el partido -oí decir. O mi padre me dijo que había oído decir. La memoria es la mejor película del mundo. ¿Qué niño de ahora querría llevar el 3 a la espalda?, me pregunto. Es cierto que luego me vestí con la camiseta del 10, pero yo no lo elegí. El entrenador creyó conveniente que el capitán llevara también el 10. Pero entonces, con apenas 9 años, mi camiseta era la del número 3. No creo que hubiera ninguna razón. El 3 estaba bien, sencillamente. Ahora ningún niño querrá llevar el 3, imagino. “Ese 3 os está ganando el partido”. Mi mayor éxito futbolístico si exceptuamos el doblete en el campo de la Peña Berto. Pero esa es otra historia. La de hoy es la de aquella tarde de septiembre en la que un todopoderoso Veriña C.F. nos endosaba un aplastante 0-3 al término de la primera parte, mientras la luz cálida del sol se derramaba por la pista secando nuestro sudor y nuestro desasosiego. Aún no existían las competiciones oficiales para niños tan pequeños, jugadores de futbito. Ni liga, ni copa.

Aquella tarde de septiembre en la que un todopoderoso Veriña C.F. nos endosaba un aplastante 0-3 al término de la primera parte, mientras la luz cálida del sol se derramaba por la pista secando nuestro sudor y nuestro desasosiego

Nuestras aspiraciones se centraban en pequeños torneos escolares de corta duración o partidos amistosos. Ni siquiera mi equipo era un equipo propiamente dicho, sino una escuela de fútbol, un lugar donde debíamos aprender algo más que control y pase. Éramos unos críos corriendo detrás de un balón marca Mikasa (en el mejor de los casos), defendiendo nuestra propia identidad o quién sabe qué otro ideal, calzados con unas Amat Marco negras con ribete blanco. Ya digo que yo era, además, el capitán, significara eso lo que significara. El Veriña era para mí un equipo temible. Con sus preciosas camisetas rojinegras, al estilo del A.C. Milan, sus jugadores demostraban un llamativo ta-lento para mover la pelota. Su físico más desarrollado y corpulento parecía no corresponder a su edad y nos ganaban en todos los aspectos del juego. Incluso la balanza psicológica se decantaba a su favor: los del Centro Asturiano siempre fuimos considerados “los pijos”, por tratarse del equipo de un club privado, y eso animaba a nuestros contrarios a vencernos con la misma determinación con que David derribó a Goliat.

Su físico más desarrollado y corpulento parecía no corresponder a su edad y nos ganaban en todos los aspectos del juego. Incluso la balanza psicológica se decantaba a su favor: los del Centro Asturiano siempre fuimos considerados “los pijos”

Lamentablemente, las apariencias engañaban de nuevo, y ellos eran, sin duda, el poderoso gigante con todas las de ganar. Al menos eso pensaba yo. Al menos eso pensábamos todos mientras corríamos detrás del balón sin poder ofrecer resistencia. Yo no poseía una técnica especialmente depurada. Fernando o Bros tenían, de largo, mucha más clase. No sabía rematar de cabeza y el golpeo probablemente fuera un quiero y no puedo en la mayoría de los casos. Mi principal virtud (y esto es algo de lo que siempre me he sentido orgulloso) era la pelea. Si tenías el balón lo ibas a pasar realmente mal para que yo no te la quitara. La típica mosca cojonera que siempre tienes encima al recibir. Ni un balón por perdido. Yo era un guerrero, Genaro Gattuso, tu peor pesadilla. Merecía un contrato mejor siendo sólo un niño. Yo hubiese sido ídolo de la afición si la hubiésemos tenido (¿la teníamos?). El equipo a la espalda. NIUN- BA-LÓN-POR-PER-DI-DO. Ese 3. El capitán.

-Ese 3 os está ganando el partido-. ¿Qué niño querría llevar el 3?, me pre-gunto. Remontamos. No sé cómo lo hicimos pero remontamos. Tengo gra-badas las imágenes de un par de goles míos. A media altura, nada elegante. Un par de goles… en fin, ya sabéis a qué tipo de goles me refiero. También uno de Chavi.

No recuerdo quién marcó el cuarto. Pero lo hubo. Ganamos. Como el Liverpool en la final de Champions, también contra el Veriña. Re-cuerdo ese poema argentino en el que se elogian las virtudes del fútbol ju-rando que si no has vivido sus lances no sabes de qué va la vida. Si nunca has remontado un partido que perdías 0-3, coño, si nunca lo has hecho, jamás sabrás dónde nace el orgullo. Yo aprendí lo que es una promesa cuando mi padre me prometió 2.000 pesetas si marcaba en otro partido. Y perdimos 21-1. Lo juro, 21-1. Pero eso también es otra historia. El orgullo nace en una pista de futbito, 4-3, mientras aquella maldita cantimplora iba de mano en mano, entre felicitaciones e imágenes borrosas.

EXTERIOR. DÍA. Mis padres acercándose al banquillo para felicitarme al acabar el partido, con la satisfacción, supongo, de haber visto a su hijo pe-queño aprender por primera vez algo por sí mismo. “Ese 3 os está ganando el partido”. Me dijo mi padre que alguien dijo durante la segunda parte, en el meollo de nuestra hazaña. Yo no lo escuché y el viejo ya no está para preguntarle si la frase es correcta. FUNDIDO A NEGRO.
-Ese 3 os está ganado el partido-. “Os” era mi equipo. Que no haya confusiones, ¿entendido?. Ese 3 era YO ganando el partido. ¿Qué niño querría llevar el 3?. La memoria es la mejor película del mundo. •