*Texto Luis Miguel Hinojal | Fotografía Agencias.- Tanto los flamantes estadios de la Premier League como los campos de las categorías más modestas del fútbol inglés rindieron honores a la figura de un gigante el pasado 20 de enero. No fueron respetuosos minutos de silencio. Los graderíos estallaron en aplausos. Pocos días antes, a los 59 años, había fallecido Cyrille Regis víctima de un ataque al corazón. Los mismos recintos que temblaron ese fin de semana con estruendosos cánticos de reconocimiento fueron hace 40 años los escenarios de los que emanaban la vergüenza y la ignominia con el mismo destinatario. Abucheos, improperios abyectos, cacofonías, sonidos simiescos… Eso es lo que Regis escuchó desde el césped durante buena parte de su carrera. Los más veteranos periodistas británicos recuerdan ahora que los insultos racistas no tenían en los años 70 el más mínimo eco de condena en las retransmisiones de radio y televisión ni en las crónicas escritas.
Se consideraban parte del decorado costumbrista de un deporte en el que apenas medio centenar de jugadores negros militaban en los 22 clubes de la primera división inglesa. La temporada 77/78 es recordada como la de la hazaña del Nottingham Forest, que había ascendido la campaña anterior y dinamitó la jerarquía futbolística consiguiendo su primer título liguero de la mano del técnico Brian Clough como prefacio a las dos Copas de Europa que conquistaría después. Pero esa temporada también pasará a la historia por ser la del debut de Cyrille Regis en primera división. Tenía 19 años. Hijo de un obrero y una costurera, había nacido en la Guayana francesa y a los 4 años emigró a Inglaterra con su familia. Los Regis se establecieron en Harlesden, un suburbio al noroeste de Londres que por entonces era un foco de atracción laboral para inmigrantes irlandeses, caribeños y africanos. La tensión racial estaba a la orden del día: en sus barrios aparecían carteles del partido conservador que decían: “Vota laborista… si quieres un negro en el vecindario”. El adolescente Regis colaboraba en el mantenimiento familiar trabajando como electricista, ocupación que compaginaba con el fútbol, militando en equipos de la llamada Isthmian League que reunía a clubes amateurs de la zona.
La tensión racial estaba a la orden del día: en sus barrios aparecían carteles del partido conservador que decían: “Vota laborista… si quieres un negro en el vecindario”.
El chico era un prolífico goleador y los clubes profesionales peinaban mucho ese tipo de campeonatos para completar sus plantillas de forma barata con futbolistas jóvenes. El West Bromwich Albion pagó quizás las 5.000 libras mejor invertidas de su historia al modesto club Hayes CF por el traspaso de Regis. West Bromwich, una ciudad situada en el corazón de Inglaterra, había crecido de manera exponencial en la posguerra al abrigo de su tejido industrial y había atraído a miles de inmigrantes afrocaribeños y del subcontinente indio. Pero la segunda mitad de los 70 era un tiempo abonado para la crisis económica. Margaret Thatcher ya tomaba carrera para desembarcar en 1979 en Downing Street donde aplicaría sus crueles políticas liberales que iban a repercutir de manera fatídica en la ya de por sí castigada clase proletaria británica. ¿Y el fútbol? Los clubes eran, por encima de todo, fieles representantes de su comunidad. Estaban a años luz de los mastodónticos cánones que hoy se estilan en la Premier en términos monetarios y estructurales. Y más en ciudades no demasiado grandes como West Bromwich, un enclave humano que se precipitaba en la crisis económica necesitado de factores de cohesión.
La influencia del club como articulador de una identidad colectiva era grande en una comunidad azotada por el desempleo, en pleno desmantelamiento de sus plantas industriales. La mayoría de sus jugadores no estaban bien pagados para los cánones de la época, pero apreciaban su posición de privilegio en comparación con el resto de la ciudadanía. Ron Atkinson, técnico del equipo local entre 1978 y 1981, solía fomentar reuniones informales de los aficionados con sus jugadores que a su vez frecuentaban en sus días libres los pubs de la ciudad. Todo en un ambiente casi familiar en el que muchos hinchas consideraban a los futbolistas casi como iguales.
THE THREE DEGREES’
El joven Cyrille Regis se ganó enseguida el favor del público en el viejo estadio de The Hawthorns. Hizo diez goles en su primera temporada, la 77/78, en la que el West Brom se clasificó para la Copa de la UEFA. Un delantero centro negro era una rareza en la época. Ya sobresalían algunos extremos rápidos y atléticos, pero Regis era una singularidad. No era muy agresivo, pese a su fortaleza física. Con un buen nivel técnico, sobresalía en términos de potencia, velocidad y sobre todo remate. En su primera campaña en la élite se fraguó su eterna amistad con otro joven jugador negro que también había aterrizado en el equipo: Laurie Cunningham, un extremo cuya zurda destilaba clase. Y en el invierno del 78, con Ron Atkinson, llegó Brendon Batson, un poderoso central con pelo a lo afro. El entrenador no tardó en encontrar un apodo cariñoso para los tres jugadores negros que comenzó a alinear con regularidad: “The Three Degrees”. Ese era el nombre de un trío de soul femenino originario de Filadelfia que obtuvo una enorme repercusión en el panorama musical británico. Las tres vocalistas negras llegaron a cantar su éxito When will I see you again en Buckingham Palace durante la fiesta por el trigésimo cumpleaños del principe Carlos en 1978. Su espejo futbolístico en el West Brom no tardó en alcanzar similares cotas de popularidad. Era el primer equipo inglés que alineaba en su once titular a tres jugadores negros.
Y la cosa funcionaba. Al lado de gente como Bryan Robson, el West Brom de Regis, Cunningham y Batson peleó por el título liguero en la temporada 78/79 (con 13 goles de Regis) y acabó tercero en la tabla. La condición de equipo multirracial y los sobresalientes resultados le dieron una dimensión mayúscula. Pero en su misma ciudad, como en toda Inglaterra, habitaba un monstruo que extendía un magma de odio irracional. En West Bromwich, el ultraderechista y xenófobo Frente Nacional (National Front), partido de inspiración fascista creado a finales de los años 60 y que no tenía representación parlamentaria, había alcanzado el 16% de los votos en las elecciones locales de 1973. Desde esos tiempos sería muy común ver a miembros de esa organización repartir panfletos y reclutar acólitos en las puertas de los estadios. El germen del hooliganismo, una heterogénea amalgama de furia, pasión por la violencia, y sentido de pertenencia gremial bien regada con cerveza, era un caladero preferente para la ultraderecha. Bryan Robson era un centrocampista veinteañero que procedía de la cantera y acababa de afianzarse en el once del West Brom. Comenzaba a modelar el liderazgo que le valdría después el apodo de “Capitán Maravilla” en el Manchester United y en la selección inglesa. Pero en el vestuario de su club de origen era objetivo preferente de las presiones de los radicales fascistas, que le enviaban misivas preguntándole si no se avergonzaba de compartir vestuario con tres negros. Los fantásticos resultados del equipo acallaban cualquier atisbo de incidente racista en el estadio local. The Hawthorns era una fiesta en cada partido. Todo cambiaba radicalmente en los partidos fuera de casa.
Paul Rees es un avezado escritor y periodista musical cuya prolífica e interesante obra comprende volúmenes como la biografía de Robert Plant, el legendario vocalista de Led Zeppelin (nacido en West Bromwich), o las memorias de Pete Way, fundador y bajista de la banda de hard rock británica UFO, del que se dice que descendió a infiernos adictivos y emocionales a los que ningún otro ser humano podría sobrevivir. Pero Rees tiene otra pasión: es un irreductible hincha del West Bromwich Albion. En su fantástico libro ‘The Three Degrees (The men who changed British football forever)’ [The Three Degrees. Los hombres que cambiaron el fútbol británico para siempre], publicado en 2014 por la editorial Constable recoge testimonios impagables de lo que significó aquella generación de jugadores para el fútbol inglés, y retrata las circunstancias de la época para ilustrar cómo Cyrille Regis, Laurie Cunningham y Brendon Batson regatearon al racismo con encomiable dignidad enfrentándose a situaciones tan crueles como complejas.
En su fantástico libro ‘The Three Degrees (The men who changed British football forever)’ [The Three Degrees. Los hombres que cambiaron el fútbol británico para siempre], publicado en 2014 por la editorial Constable recoge testimonios impagables de lo que significó aquella generación de jugadores para el fútbol inglés
INSULTOS
Batson evoca en el libro los habituales recibimientos en campo rival al único equipo inglés que contaba con tres negros en su once: “Nos bajábamos del autobús, con nulas condiciones de seguridad, y allí estaban ellos, los del National Front. Teníamos que correr hasta los vestuarios mientras esa gente nos escupía. Era el signo de los tiempos. No recuerdo que gritáramos o nos quejáramos. Lo afrontábamos. No era un fenómeno nuevo para nosotros. Lo que realmente me sorprendió en los estadios jugando con el West Brom era el volumen. El ruido y el nivel de los insultos era increíble. A veces era como un sonido envolvente en el césped, pero como sucedía con regularidad, acababas acostumbrándote. Recuerdo que una vez les pregunté a los periodistas de la BBC cuándo iban a hacerse eco de lo que pasaba. Me dijeron que no era posible distinguir lo que se gritaba. ¡Qué panda de estúpidos! Todas las excusas que obtuve fueron una broma”. La presencia de tres negros en el equipo rival producía un magnetismo extraordinariamente hostil entre los radicales de muchas aficiones. Pero ni los atropellos verbales, ni los lanzamientos de bananas, ni una atmósfera extraordinariamente nociva hacían mella en los jugadores de color del West Brom. El antídoto de Cyrille Regis contra las vejaciones era jugar cada vez mejor. Jamás contestó a un insulto. Nunca se enfrentó a las gradas venenosas. No cayó en una sola provocación de los racistas. Exhibía naturalidad en una situación antinatural.
“Cuanto más abuso recibía, más canalizaba mi rabia en mis actuaciones”, explicaba años después. No necesitaba gestos proclamando el “black power” como hicieron los atletas Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos de México en 1968. Marcaba goles y los celebraba con una enorme sonrisa que encerraba por igual una reivindicación y una denuncia. Aguantaba estoicamente una auténtica aberración. Trataba el griterío y los agravios como una simple inclemencia, como un fenómeno meteorológico. Además, los incidentes de racismo sobre el césped entre jugadores eran mínimos. El enemigo estaba en la grada, en el subconsciente y los prejuicios de mucha gente. Como comentaba Regis en su autobiografía, “a través de esta respuesta de constante perseverancia y rendimiento, las mentes de las personas cambiaron. Aprendimos a canalizar la ira y la motivación mostrando lo buenos que éramos”. Esa actitud, mantenida en el tiempo, tuvo varios efectos: el primero, que progresivamente fue bajando el nivel de decibelios de los insultos desde las gradas.
El segundo fue que la conducta de Regis se transformó en un poderoso factor de motivación para el resto de jugadores negros. George Berry era un central galés negro del Wolverhampton, con un peinado afro similar al de Batson. En un partido frente al West Brom en The Howthorns un aficionado local le gritó una retahíla de insultos: “¡Negro bastardo, súbete a tu puto árbol!”. Berry estaba marcando a Cyrille Regis en un corner. El defensa se fue directo hacia el espectador que vio venir hacia él una masa de músculos oscuros con gesto enfurecido: “¿Se lo estás diciendo a Regis o a mí?”. Regis simplemente meneaba la cabeza. Incluso en el club que estaba defendiendo la diversidad racial había aficionados así. Pero la mentalidad colectiva iba modificándose poco a poco. “Abrimos un camino para los jóvenes negros que llegaron después y debemos sentirnos orgullosos”, afirma Berry, que hoy es directivo del sindicato de jugadores de la Premier. Tenía menos templanza que Regis y de hecho fue detenido en una ocasión por golpear a un hincha de su equipo que le había dedicado un insulto racista. “Todos aportamos algo, pero fue Cyrille el que nos enseñó el camino. Él fue la luz más brillante”.
“Abrimos un camino para los jóvenes negros que llegaron después y debemos sentirnos orgullosos”, afirma Berry, que hoy es directivo del sindicato de jugadores de la Premier.
NEGROS VS BLANCOS
En 1979 Regis decidió dar otro paso valiente: organizó de forma peculiar el partido homenaje a Len Cantello, un centrocampista que llevaba once años en el West Brom y que acababa de ser traspasado al Bolton. Regis le convenció para que el equipo, capitaneado por Cantello y formado por los jugadores blancos del club se enfrentara a un once seleccionado por Regis: sus elegidos serían Batson, Cunningham, él mismo… y ocho jugadores negros de otros equipos. Pese a las dudas de las autoridades que temían incidentes en las gradas el partido se celebró, con victoria por 3-2 del equipo de Regis. Nunca se habían visto tantos aficionados negros (un porcentaje muy significativo de la población de los Midlands) en el estadio como en aquella tarde de mayo. “Nadie nos llamó para decirnos, ‘¿Os dais cuenta de la implicación?’ Nada en absoluto. Fue divertido. En ese vestuario todo era muy divertido”, recuerda Cantello. El West Brom además jugaba bien. Su naturaleza de equipo modesto que le plantaba cara a los grandes hizo que muchos aficionados lo adoptaran como segundo equipo.
Y la actitud de sus jugadores negros despertaba una gran expectación entre los medios. Incluso un diario montó un divertido encuentro entre las vocalistas americanas de The Three Degrees, ataviadas con camisetas del club, y los tres futbolistas negros que estaban en boca de todos, portando los abrigos de pieles de las chicas para unas fotos que todavía hoy decoran los pasillos de The Hawthorns. El prestigioso semanario londinense The New Musical Express ya era un motor cultural influyente en los años 70 a la hora de marcar tendencias y detectar vibraciones colectivas. En su número del 12 de mayo de 1979 sus titulares se hacían eco del nuevo lanzamiento discográfico de Rainbow, la banda del virtuoso guitarrista Ritchie Blackmore, o del estreno de Quadrophenia, la película basada en la ópera rock de The Who. Pero la foto que cubría toda la portada era una preciosa estampa de Cyrille Regis rematando a puerta bajo el título La cara humana del fútbol.
“Si pones un pie sobre nuestro césped de Wembley recibirás una de estas en tus rodillas”. El mensaje iba acompañado de una bala, que Regis conservó toda la vida
En el interior, una entrevista con Laurie Cunningham en la que el extremo londinense proclamaba su amor por el soul y afirmaba que se partía de risa cada vez que escuchaba un insulto racista. En la pared de su salón colgaba un disco de oro de Eric Clapton. El genial guitarrista había regalado uno a cada componente de la plantilla del West Brom. Curiosamente Cunningham no sabía que Clapton, tres años antes y con bastantes copas encima, había elogiado en un concierto la figura del ministro conservador Enoch Powell, un xenófobo de manual cuyos intransigentes discursos encontraron una firme respuesta en el movimiento ‘Rock Against Racism’.
SELECCIÓN
Los tiempos estaban cambiando incluso en la selección nacional. Viv Anderson era un fogoso lateral del Nottingham Forest. Fue el primer jugador negro en convertirse en internacional absoluto por Inglaterra en 1978. El año siguiente fue el turno para el segundo, Laurie Cunningham, y el tercero, Cyrille Regis tuvo que esperar hasta 1982. Ron Greenwood era el seleccionador que los convocó. Bobby Robson, su sucesor en el cargo, llamaría a filas a once jugadores negros más entre 1982 y 1990. Se rompía una invisible barrera que había provocado muchos episodios de tensión. A Cunningham le habían tirado una botella de gasolina encendida contra la puerta de su casa. Dicen que apagó el fuego con la tranquilidad con la que cualquiera riega las plantas. En vísperas de su debut con Inglaterra ante Irlanda del Norte, Regis recibió una amenazante misiva: como recordatorio de la ira y el mal que algunas personas albergan en su interior, pero también como motivación, porque esa gente no iba a detenerme”. Jugó aquel partido al lado de Keegan, Trevor Francis, Hoddle, Robson o Viv Anderson como si fuera el último de su vida. Regis sumó cinco partidos en la selección.
The Three Degrees, por desgracia, no duraron mucho juntos. Batson tuvo una retirada prematura por una grave lesión en 1982. En 1979 Laurie Cunningham, que ganaba poco más de cien libras a la semana, había sido traspasado al Real Madrid por casi un millón de libras. En las discotecas madrileñas, él y su novia blanca Nicky Brown seguirían bailando, celebrando la vida y recibiendo visitas de buenos amigos como Regis. El extremo de la zurda insólita falleció en 1989 en un accidente de tráfico en la carretera de A Coruña.
TRASPASO
Tras marcar 81 goles con el West Brom, Regis fue traspasado al Coventry City en 1984. Johan Cruyff afirma en su autobiografía que quiso ficharle para el Ajax en 1987 para sustituir a Van Basten cuando este firmó por el Milan. Regis y su generación modificaron mentalidades obtusas en los tiempos más difíciles. El racismo no tiene fin, pero el renovado fútbol inglés pasó de aceptarlo tácitamente a considerarlo como una perversidad inmoral. Para muestra, el fulminante despido de Ron Atkinson cuando era comentarista de la televisión ITV en 2004. El mismo técnico que impulsó la carrera de tres grandes jugadores negros en el West Brom, pronunció una frase denigrante sobre el jugador del Chelsea Marcel Desailly creyendo tener el micrófono cerrado: “Desailly es lo que en algunas escuelas se conoce como un jodido negro gordo y perezoso”. Como contrapartida a los prejuicios aparecen personas como el barón Lord Herman Ouseley, un parlamentario negro que en 1993 puso en marcha la internacionalmente aclamada campaña “Kick It Out” para combatir el racismo en el fútbol y trabajar por la integración a todos los niveles.
En el libro de Paul Rees evoca la primera vez que acudió al estadio del Chelsea, conocido por la ferocidad de su hinchada a finales de los 70, para ver jugar a los The Three Degrees con el West Brom: “Para un negro ir a Stamford Bridge era una experiencia incómoda. Íbamos con la cabeza agachada y tomando precauciones. Los jugadores negros del West Brom fueron recibidos con una lluvia de frutas. Cada vez que tocaban la pelota los abucheos y los insultos eran horrendos. A los 20 minutos Cunningham sorteó a la zaga del Chelsea para dar un gran pase de gol a Regis, que no falló. Los chicos que estaban a mi alrededor estaban furiosos. Se levantaron y el nivel de la ofensa se convirtió en cacofonía. Un rato después Cunningham hizo otro gol maravilloso. Entonces uno de esos fanáticos exaltados se giró mirándome a los ojos y dijo: ‘Eso sí, estos negros son jodidamente buenos, ¿no?’. Fue un momento de inspiración y me senté con un brillo interior. Comprendí que sean cuales sean las probabilidades de éxito, puedes ganarte a la gente con tu talento y perseverancia”.
La Copa inglesa de 1987 fue el único torneo importante que Cyrille Regis ganó en su carrera. Pero el descomunal reconocimiento que el fútbol inglés le reservó para siempre vale por toda una sala de trofeos. En el estadio The Hawthorns está previsto levantar una estatua en homenaje a The Three Degrees. Más de un tercio de los jugadores que hoy dan lustre a un producto globalizado como es la Premier League son de raza negra o pertenecen a una minoría étnica. Ellos le deben mucho a Cyrille Regis. Lo sabe bien Andy Cole, tercer goleador histórico de la Premier con 187 dianas (sólo superado por Wayne Rooney y Alan Shearer) que una fría mañana de enero de 2018 mostraba una mezcla de dolor y orgullo ante una trágica noticia: “Estoy devastado. Mi héroe, mi pionero, el hombre que estaba detrás de la razón por la que yo quise jugar al fútbol, ha fallecido. Era un tanque, fuerte como un buey y con un disparo fabuloso. Amaba ver sus goles en televisión y cómo el comentarista gritaba ¡Regis! Aguantó todo tipo de abusos para que la gente como yo pudiera jugar sin problemas. Él se sacudió esos abusos y se mantuvo firme. Siempre tuvo respeto por sí mismo. Fue un gran honor conocerle. Me quité el sombrero delante de él”. •