Esperan más aeropuertos

Quién no ha tirado un caño y ha sentido en su cabeza una melodía brasileña que decía: “Obá, obá, obá”. El escritor Javier Aznar nos recuerda que la mejor selección de siempre, era la Brasil del aeropuerto, la del anuncio de Nike.

Ilustración Argo Galano

Javier Aznar.- Siempre leo que la mejor selección de todos los tiempos fue la del Brasil del 70. O la Holanda del 74. O incluso la España del tiki-taka.

Mentira, mentira y, aunque duela, mentira. 

La mejor selección que yo vi nunca fue la Brasil del aeropuerto. Sí, la del anuncio de Nike del 98, justo antes del Mundial de Francia. Era la selección de la sonrisa, la del mejor Ronaldo, cuando todavía no sabíamos ni lo bueno que podía llegar a ser. La Brasil de Roberto Carlos con su bomba inteligente recién patentada. La de Romario con gafas de sol de pastillero. Todos rapados como monjes porque en la NBA era el look que imperaba. Con Denilson poniendo muecas como Jim Carrey, tal vez burlándose de la que luego sería su carrera. También aparecía Juninho. Porque ese fue el Mundial de las promesas rotas. Fue la mejor selección porque nos representaba a todos con una sola idea: sacar ese balón de fútbol salvador en algún lugar insospechado que nos rescate del aburrimiento.

Fue la mejor selección porque nos representaba a todos con una sola idea: sacar ese balón de fútbol salvador en algún lugar insospechado que nos rescate del aburrimiento.

Cada vez que estoy en una boda, con el césped perfectamente cuidado, en traje, fantaseo con el magnífico partido de fútbol que podríamos estar jugando ahí, en vez de estar en círculos hablando sobre tonterías, con la sonrisa impostada. Incluso escojo qué árboles podrían ser buenas porterías. Me imagino segadas y celebraciones, yendo a la tintorería el lunes con el traje manchado de verdín. Ese anuncio era refrescante y estimulante, como tomarte una caipiroska en un bar de aeropuerto antes de que tu vuelo despegue. Lo vuelvo a ver ahora, en YouTube, y pienso lo vigente que sigue siendo. Los vigilantes de seguridad que persiguen a Romario representan a todos esos vecinos amargados que se quejaban de que jugáramos en el parque; son todos esos carteles de prohibido pisar el césped; son todos esos profesores pesados que no te dejaban jugar al fútbol en el patio.

Ese anuncio era refrescante y estimulante, como tomarte una caipiroska en un bar de aeropuerto antes de que tu vuelo despegue. 

Por eso fue una selección tan importante. ¿Cuántas veces le tiré un caño a mi madre por el pasillo de casa con una pelota de tenis canturreando OBÁ, OBÁ, OBÁ? ¿Cuántas veces me cargué la lámpara de mi cuarto intentando pegar la rosca de tres dedos de Roberto Carlos? ¿Cuántas tardes aburridas nos salvó un balón del maletero del coche de un amigo, sacado como un conejo de la chistera? ¿Brasil del 70? No me hagas reír. Si Don Draper decía que lo que llamamos “amor” lo habían inventado tipos como él para vender medias, lo que nosotros conocemos como “Jogo Bonito” lo inventó Nike para vender botas.

 Lo que no mucha gente sabe es que ese anuncio lo dirigió John Woo, célebre director de cine de acción de Hong-Kong, ídolo de Tarantino y creador de joyas para amantes de la buena casquería como Honor, plomo y sangre, Misión Imposible 2 y, sobre todo, Cara a Cara, esa locura en la que John Travolta y Nicolas Cage se intercambiaban las caras por algún ignoto motivo y se pasaban toda la película dándose caza el uno al otro con algunas de las persecuciones más locas que vi nunca en una sala de cine. John Woo fue el hombre que nos dio en 1997 la película que no sabíamos que necesitaríamos en 2019. Y nos convirtió una tarde en el aeropuerto en un maravilloso ballet de futbolistas. Un adelantado a su tiempo.

Pero lo mejor de todo el anuncio es que, tras esa jugada apoteósica, imposible, johnwooiana, en un giro de guion magistral e inesperado, Ronaldo estrellaba al final el balón en el palo de la improvisada portería en la puerta de embarque. Un presagio de lo que acabaría siendo aquel Mundial de Francia para Ronaldo y Brasil, con aquella misteriosa indisposición suya en la final que nos privó de su mejor versión tras un torneo excelso. Y por eso fue la mejor selección de todos los tiempos. Porque la vida a veces es así. Un palo siempre al final de las sonrisas. Pero lo que cuenta es la ilusión. Mais que nada es eso. •