Fabiano: «¡Éramos el equipo de Galicia!»

Fue el faro de la SD Compostela que asaltó en los 90 el cielo de Primera. Llegó a Santiago tras un despecho con el Celta y su relación con el Compos evolucionó en una duradera historia de amor con San Lázaro.

Fotografía Marca

Denis Iglesias.- En Galicia, como en muchos otros lugares, a la mesa del fútbol se han sentado históricamente dos a comer. En el norte del mantel, el Deportivo de La Coruña, en el sur, el Celta de Vigo. A los lados, según la época, se han puesto también el Pontevedra, el extinto Ourense, el Racing de Ferrol o, en los últimos tiempos, el Lugo. Pero hubo un comensal en los años 90 que tuvo plato y menú propio: la SD Compostela. Un equipo que puso a Santiago en el mapa balompédico. Lo hizo a lo grande: pasando de Tercera a Primera División en apenas cinco años. En el banquillo, Fernando Castro Santos, un entrenador mostachudo que odiaba perder; y en el palco, un presidente que llegó a tener un pasodoble: “Si la verdad fuera un hombre, que un apellido tuviera, ese sería su nombre: José María Caneda”.

En el norte del mantel, el Deportivo de La Coruña, en el sur, el Celta de Vigo. A los lados, según la época, se han puesto también el Pontevedra, el extinto Ourense, el Racing de Ferrol o, en los últimos tiempos, el Lugo. Pero hubo un comensal en los años 90 que tuvo plato y menú propio: la SD Compostela.

A su lado, Juan Fidalgo, cuya agenda y persuasión permitieron crear un grupo que incluso conquistó el subcampeonato de invierno de Primera en la 1995/1996, ya con Fernando Vázquez en el banquillo. “Cuando llegué Santiago no tenía tradición futbolística. Me acuerdo de que cuando ascendimos a Primera, durante las primeras jornadas, había poca gente en San Lázaro. Aquello fue creciendo y la ciudad se involucró con el club. ¡Éramos el equipo de Galicia! Sentíamos el cariño de todo el mundo. De Vigo, Coruña, Lugo, Ourense... Fue muy bonito”. La cita, que evidencia el carácter transversal de la propuesta compostelanista, pertenece al faro en el campo de aquel proyecto: Fabiano Soares Pessoa (Río de Janeiro, 1966). Un talentoso mediocampista que estuvo a las duras y las maduras en la entidad blanquiceleste. Responde a la entrevista tal y como lo hacía de jugador: de primeras. Lo hace por Skype desde su casa coruñesa, en la que ha pasado el confinamiento por la crisis del coronavirus.

Responde a la entrevista tal y como lo hacía de jugador: de primeras. Lo hace por Skype desde su casa coruñesa, en la que ha pasado el confinamiento por la crisis del coronavirus.

Justo cuando estudiaba opciones para regresar a Brasil a entrenar y así estar con su madre, después de una corta pero intensa experiencia en Corea del Sur: “Fue espectacular. Todo sensacional menos la comida”. Fabiano es historia viva de la Esedé. Subió a los cielos, planeó entre las nubes, vivió el descenso, regresó a Brasil, retornó al infierno y hasta se puso la chaqueta de entrenador en los años en los que la SAD ya agonizaba. De ahí el sobrenombre merecido que le brindó la afición. Para ellos fue “O Rei”, regente de un Estado que se extendía desde el Estadio San Lázaro a muchos hogares gallegos. Fabiano nació, como tantos brasileños, con una pelota pegada al pie. Con ella aprendió a andar por las calles de Río. “Si querías jugar en un club, tenías que ganarte el puesto en una prueba que duraba 15 minutos. En este tiempo estabas obligado a demostrar que eras mejor que los cientos de niños que te miraban y rivalizaban contigo. Lo intenté en el Fluminense y en el Vasco de Gama. Me salió mejor en el Botafogo”. No corrían buenos tiempos para el Fogão, que prefería apostar por jugadores de fuera que por valores propios como Fabiano.

Estuvo cedido en el Cruzeiro y en el Sao Jose EC. En este último formó parte de la plantilla que se proclamó subcampeona del Paulista y de la Serie B. Los dos mayores hitos de un club que ese año hizo una exitosa gira en España, país en el que acabarían dos de sus estrellas. “Tenía un compañero (Toni), que se fue al Valencia. Le dijo a su representante: ‘Venga, hay que traer a Fabiano para que me dé buenos pases’. Antes las cosas funcionaban de otra manera. No se hacía seguimiento a los jugadores”. Su fichaje se hizo efectivo en el verano de 1989, pero no por el conjunto ché, sino por el Celta, entrenado a principio de aquella temporada por José Manuel Díaz Novoa.

ENTRENADOR Junto al mítico David Vidal

El desembarco en España fue zozobroso. Aquel equipo celeste, en el que se sucedieron varios técnicos, acabó descendiendo. Su estrella era otro brasileño, Nilson, que había uno de los máximos goleadores en su país. Nunca llegó a adaptarse. Perdió pronto la confianza y eso fue en detrimento del equipo. “Conmigo tuvieron paciencia. Tenía calidad pero me faltaba entrenar mejor. Los primeros meses chupé bastante banquillo, pero cuando entraba, mostraba algún destello y a la gente le gustaba”.

DEL CELTA AL COMPOS
En la temporada siguiente, ya en Segunda, Fabiano se convirtió en una pieza nuclear. Pero el Celta se quedó lejos de regresar a la máxima categoría. Tanto, que finalizó sólo dos puntos por encima del descenso. En la 1991/1992, con Txetxu Rojo al mando, la escuadra celeste arrasó y quedó primera. “Ese año se fichó muy bien. Se acertó de pleno, sobre todo con Vlado Gudelj”. El bosnio, que también terminó jugando en el Compostela (1999-2001), se hinchó a meter goles. Todo apuntaba a que 1992 sería el año del debut de Fabiano en Primera. “Entonces me quisieron renovar por tres años, pero yo sólo quería dos. No tenía representante y discutí con un directivo. Éste habló mal de mí en el Faro de Vigo y La Voz de Galicia. ¡Dijo que yo quería subirme a la parra y cobrar miles de millones! Me fui calentando... Un día dije, mira voy a llevar un testigo a las negociaciones. Me acompañó mi primo”. Las conversaciones con Salvador González, vicepresidente celtiña, parecían haberse arreglado tras el desaire entre ambos. Pero “a la semana siguiente del acuerdo me dijo que tenía que esperar un poco más. Pensé: ‘Este tipo no es serio’. ¡A tomar por culo!”. Fidalgo, gerente de la SD Compostela, estaba por Vigo. Supo lo que pasaba y echó el lazo al 8.

Las conversaciones con Salvador González, vicepresidente celtiña, parecían haberse arreglado tras el desaire entre ambos. Pero “a la semana siguiente del acuerdo me dijo que tenía que esperar un poco más. Pensé: ‘Este tipo no es serio’. ¡A tomar por culo!”. Fidalgo, gerente de la SD Compostela, estaba por Vigo. Supo lo que pasaba y echó el lazo al 8.

“Estaba hasta los cojones. Mi fichaje por el Compostela nació de un cabreo. Hice mal porque no hablé con Rojo, que me quería mucho. Pero me sentía infravalorado, estaba jugando bien y la afición también me estimaba. Ese tipo no paraba de contar mentiras. Además, sabía muy poco de fútbol”. El brasileño cuenta cómo el Celta depuró a Salvador e intentó rebobinar la situación cuando Fabiano ya había acordado su fichaje por el Compostela. “Me llamó el presidente. ‘Venga, vamos a arreglarlo’. Le respondí que yo no tenía nada que arreglar, que lo hablase con Caneda. No iba a firmar dos contratos”. El presidente del Compostela, con su rudeza natural, mandó a paseo al Celta y convirtió a un celtista cabreado en uno de sus mitos. Así empezó el idilio de Fabiano con la Esedé, romance con sus días soleados y tormentas que duraría más de 350 partidos y 40 goles.

El presidente del Compostela, con su rudeza natural, mandó a paseo al Celta y convirtió a un celtista cabreado en uno de sus mitos. Así empezó el idilio de Fabiano con la Esedé, romance con sus días soleados y tormentas que duraría más de 350 partidos y 40 goles.

El mediocampista tenía 26 años cuando aterrizó en un vestuario que venía de quedar a cinco puntos de la promoción en su primera temporada en Segunda. “Era un grupo de chavales que eran muy buenos amigos. Se ayudaban infinitamente en el campo y eso hacía que fueran mejores jugadores”. Fabiano repite una y otra vez la palabra “bloque” para justificar el éxito de Compostela. Estas locas historias de equipos que emergen casi de la nada social sólo pueden entenderse en el contexto de un grupo cohesionado, en el que confluyen personalidades diversas que reman en un único sentido. Cree que el principio del fin del club fue la descomposición del núcleo que llevó al club a Primera. Arrimando el hombro se hicieron grandes. A sus espaldas estaba un entrenador con un instinto único para la victoria. Fernando Castro Santos cogió el equipo en Tercera en el campo de Santa Isabel con apenas 1.000 localidades y lo dejó en Primera, en San Lázaro de 16.000 espectadores.

*reserva tu número al completo y toda la info sobre el acceso al contenido de Líbero 33 en este enlace.

**suscripción anual.