Fernando Torres, el último símbolo

Arturo Lezcano, guionista de ‘El último símbolo’, narra la experiencia de horas y horas de rodaje junto a Fernando Torres en Japón, Liverpool, Londres y por supuesto Madrid. El protagonista se remangó a fondo, tiró de agenda, también de la incómoda. Más de 30 entrevistados para las luces y las sombras de un jugador único.

Había hecho cientos de entrevistas a futbolistas, a pie de campo y en entrenamientos, en zonas mixtas y salas de prensa, en mesas de redacción y estudios, del “no hay enemigo pequeño” al perfil intimista. Pero nada se asomaba al reto de acompañar a una estrella del fútbol mundial en el momento de su retirada, y de conseguir que contase su vida para hacer una película con su historia. Bien pensado, se podría cambiar la profesión del protagonista por arquitecto o fontanero o político o cura y serviría igual. Lo que debía conseguir era que un entrevistado llamado Fernando Torres se olvidase de que tenía enfrente dos cámaras de cine con sus luces y micrófonos y un equipo alrededor de productores, directores, realizadores, camarógrafos, maquilladoras, sonidistas. Que se relajase y que respondiese a preguntas con el cariz de una conversación amigable, en la que debía contar las luces pero también las sombras de su vida. Después de más de 12 horas de charla, en diez emplazamientos diferentes, cuatro ciudades, tres países y dos continentes, quedó una certeza egoísta: el protagonista hizo que mi trabajo, el de guionista, fuese mucho más fácil.

Fotografías Producción ‘El último símbolo'

Arturo Lezcano.- Aunque Torres está asociado a unos colores, muy poca gente tuerce el gesto al oír su nombre. Más bien al contrario, quizás porque representa un mensaje universal: empezó siendo niño y se puso al hombro a su club en el peor momento histórico del Atlético de Madrid. Conquistó el fútbol inglés cuando aún era casi terra incógnita. Inició con su gol en Viena el ciclo de oro de la selección española. Y regresó a su casa para vivir su ocaso antes de despedirse en Japón. La historia de caerse y levantarse, de pegarse a las raíces para dar sentido al fútbol y de despedirse como un triunfador le gusta a todo el mundo.

Contar eso es fácil. No lo es tanto sumirse en las partes más delicadas de su propia carrera: el traumático e inesperado paso del Liverpool al Chelsea; las lesiones que lo lastraron cuando se acercaba a la plenitud de su carrera, coincidiendo con el mundial de 2010; sus dudas y miedos; las críticas a su fútbol; la difícil relación con un técnico que había sido ídolo y compañero, Diego Pablo Simeone. Lejos de rehuir, Torres se remanga y se mete a fondo, y consigue que el interlocutor empatice. La sensación se repetía en cada rodaje. Aunque la habitación estuviese llena de gente, parecía que nos dejaban a solas. Como si en vez de oír el “¡acción!” escuchase más bien un “salgan y diviértanse”.

JAPÓN
Afuera llovía como todos los agostos en el sur de Japón y por las paredes del vestuario se colaba un cántico que coreaba su nombre con acento exótico. Fernando Torres se vestía a punto de comenzar su último partido como profesional, en el Sagan Tosu, aunque su despedida, lo dice él, ya había sido un año antes en Madrid. Esa noche solamente se retiraba. Jugó el partido contra el Vissel Kobe, perdió por goleada, abrazó a sus amigos Iniesta y Villa, habló a la prensa en inglés y español, con sus traducciones a japonés, durante más de media hora, se fue a dormir y ocho horas después apareció en el mismo escenario embutido en un traje para firmar autógrafos a los aficionados. Tras la tempestad de la noche anterior, cientos de hinchas esperaban en fila formando para llevarse un último recuerdo del ídolo. La mayoría eran locales, pero había jóvenes de otras ciudades e incluso chinos y coreanos, desplazados especialmente, con sus camisetas del Atlético, Liverpool o España, todos mezclados, en fila y con mascarilla mucho antes del coronavirus.

Tras la tempestad de la noche anterior, cientos de hinchas esperaban en fila formando para llevarse un último recuerdo del ídolo. La mayoría eran locales, pero había jóvenes de otras ciudades e incluso chinos y coreanos, desplazados especialmente, con sus camisetas del Atlético, Liverpool o España

Así es el fanatismo asiático: son hinchas de jugadores, no de equipos. En cada evento preparado, en cada entrenamiento o en los rodajes de calle o en la playa era imposible no pensar en los estereotipos viendo a Torres sobre las cabezas de los japoneses con aires de 'Lost in translation'. Era un mundo de códigos diferentes que a él y a su familia les resultó perfecto para un año de reflexión y aprendizaje, no más tiempo, como había pensado en un inicio, porque en el verde y de corto “ya no disfrutaba”. Al poco de llegar se dio cuenta de que no había competitividad, que no importaba perder o ganar, y eso no le entraba en la cabeza al veterano que había empezado la carrera profesional casi 20 años antes y que después de batirse contra todos en el barro consiguió llegar adonde casi nadie lo había hecho con éxito: Inglaterra. Allí nos íbamos en flashback desde Japón.

LIVERPOOL
Recuerdo que cuando se plantearon los planes de rodaje para ir a la capital de Merseyside lo primero que pregunté, timido, fue: ¿Pero él está dispuesto a ir a Liverpool? “Claro”, me dijeron, sin ningún problema. Y me dejaron pestañeando en mi escepticismo futbolero, pensando que no lo iban a recibir bien si lo veían por la calle, cuánto más en Anfield. Luego supe que el protagonista ni lo había dudado porque tenía plena confianza en la ciudad donde reinó durante tres años y medio y luego se fue. Los calores los había pasado en 2015, cuando volvió a Liverpool para vestirse de leyenda en un partido benéfico como veterano del club de Anfield tras su divorcio traumático con su hinchada. Gerrard me explicó, rezumando admiración por Torres en una de las entrevistas más especiales de la película (“No mucha gente puede jugar con mi corazón, además de mi familia”, dice), que aquel día el madrileño estaba casi temblando en el vestuario. No era para menos: se enfrentaba a un referéndum sin colchón frente a la hinchada que lo idolatró y luego lo repudió cuando se fue al Chelsea. O le abucheaban o le aplaudían. Fue lo segundo.

Gerrard me explicó, rezumando admiración por Torres en una de las entrevistas más especiales de la película (“No mucha gente puede jugar con mi corazón, además de mi familia”, dice), que aquel día el madrileño estaba casi temblando en el vestuario

Por eso la estancia en Liverpool fue placentera desde el mismo saludo en el hotel, donde se le acercaban a hablar hinchas variopintos. Después, en la visita a la ciudad deportiva Red, Melwood, Fernando entraba como si fuera aún su casa, detallando hasta el olor a linimento en el boot room, preguntando por las cocineras y saludando a utilleros con abrazos efusivos. Torres era uno de ellos. Por eso en Anfield podía pasear tranquilo por las Shankly Gates dando autógrafos a hinchas y empleados del club. Por eso en el pub –en realidad sede de una agrupación de supporters con más kilómetros y gradas que el escudo del Liverpool- nadie rehuía la cámara cuando preguntábamos por el Niño. “Me sentí traicionado, pero ahora mismo le invitaría a una pinta”, dijo un anónimo hincha del Kop. Y por eso, una vez llegados al estadio, Torres me enseñaba detrás de cámara los pasillos con los ojos haciendo brillitos, explicando cada reforma del estadio como si fuera arquitecto y deseando que así se hicieran las cosas en su casa, como las tradiciones que él adora porque así entiende el fútbol.

Emocionado explicaba también cómo era el vestuario antiguo, donde ni cabían todos los jugadores juntos, o cómo se llegaba a la antesala del campo, tan cambiada, pero donde permanece el cartel de This is Anfield que hay que tocar sí o sí. Lo contaba todo Torres con la pasión de un hincha al que le mostraron un mundo nuevo en Liverpool. Cuando al fin subió ese túnel con la cámara en marcha, sin trampa ni cartón, se le escapó una media sonrisa imaginando el Kop lleno y coreando el consabido 'You’ll never walk alone'. Pero él, sin embargo, eligió caminar solo.

LONDRES
¿Qué hizo que dejara aquella locura de Liverpool? ¿Por qué renunció a aquella experiencia en un mundo legendario como Anfield, para abrazar otros colores, precisamente los que encarnaban el nuevo dinero, el aborrecible Abramovich y una hinchada voluble y sin encanto como la del Chelsea? Torres no regatea y lo cuenta de frente, sin obviar su ambición y el desencanto con un club en aquellos momentos en venta y a la deriva: “Yo me echaré siempre en cara no haber intentado impedir que el equipo se desmontara. Pero no me arrepiento de irme, porque no se cumplieron las expectativas ni las promesas que me habían hecho. Nadie se preocupa por el Liverpool y sus aficionados, el club no existe, porque son personas de paso para venderlo. Y el club está destruido. No pensé en la realidad. Pero no me importaba la ciudad ni el glamour ni su propietario. Me importaba que me iba a dar títulos”, confiesa. Ocurrió en el día más intenso de todo el rodaje, en una tarde inusualmente calurosa en el sur de Londres.

: “Yo me echaré siempre en cara no haber intentado impedir que el equipo se desmontara. Pero no me arrepiento de irme, porque no se cumplieron las expectativas ni las promesas que me habían hecho. Nadie se preocupa por el Liverpool y sus aficionados, el club no existe, porque son personas de paso para venderlo"

En un primer piso de un bistró chic de King’s Road, con los buses de dos pisos pasando a la altura de la ventana, Fernando Torres habló durante cuatro horas y se desnudó como, según dicen, nunca lo había hecho antes. Había algo imperceptible hasta para mis admirados compañeros de equipo, que hicieron de una sala de bar un set elegantísimo, de club privado inglés, por el que se iba colando el sol haciendo juegos de luz y sombras sublimes. Empezamos a grabar a las tres de la tarde y terminamos al límite de las tinieblas, como si el sol quisiera dar más intimidad a una conversación intensa para el entrevistador, y dificilísima, entiendo, para el entrevistado, que sin embargo encaró cada embate como a Vidic en Old Trafford o a la defensa alemana en Viena. Lo hizo, además, sin alzar la voz, casi narrando lo que nunca había dicho, sobre su pase a Chelsea, su trágico, shakesperiano inicio sin goles y la desazón de haber sido un campeón infeliz en el club de Londres, algo que también pensó con la selección española en Sudáfrica, adonde llegó recién operado de una rodilla y renqueante.

Empezamos a grabar a las tres de la tarde y terminamos al límite de las tinieblas, como si el sol quisiera dar más intimidad a una conversación intensa para el entrevistador, y dificilísima, entiendo, para el entrevistado, que sin embargo encaró cada embate como a Vidic en Old Trafford o a la defensa alemana en Viena

¿Mereció la pena el Mundial lesionado? ¿Afectó a su carrera? Él se contesta a sí mismo: “Obviamente no era la imagen que tenía de mí mismo como campeón del mundo. Aunque eres campeón y has conseguido el objetivo no era ese el guion. Por primera vez me planteo si el trabajo es el único camino y si merece la pena sacrificar todo por un momento, si es mejor hacer las cosas con el corazón, como hice, y no con la cabeza. Hoy viéndolo con perspectiva quizás no fue una decisión inteligente”. Como si hubiera sido preparado, cuando terminó su relato, alguien, el realizador Samuel Sánchez, la directora Laura Alvea o el director de fotografía César Pérez, o todos a la vez, dijeron que había que cambiar el set por falta de luz. Tampoco hacía falta ya. Estaba todo dicho.

MADRID
Aunque la entrevista más personal se hizo en su casa, la memoria de la infancia está en una habitación de la casa de sus padres. No es donde creció –Fuenlabrada- pero allí, en el chalet de Jose Torres y Flori Sanz, es donde descubrimos grandes tesoros inéditos de su hijo. En el fondo de un armario rescatamos cintas de VHS del Niño cuando de verdad era un niño. Era la guinda inesperada de un lugar en el que sus padres nos dieron muchas claves, y donde la misma decoración ayuda a entender su vida. Allí el padre guarda camisetas, medallas, trofeos, fotos de las selecciones inferiores y de la mayor, mientras su madre custodia álbumes de fotos familiares, de las de posar y de las espontáneas del niño y el adolescente.

Allí también está el objeto que marcó la infancia de Torres con su abuelo Eulalio, el rosebud que remite a un sentimiento, un plato con el escudo del Atlético que le cambió la vida al chaval hijo de gallego y madrileña sin fanatismos por el fútbol, hasta el momento en que el Atlético entró en sus vidas y ya no salió. Unos kilómetros más allá, el hogar de Fernando y familia es la antítesis de un hogar de futbolista: salvo un par de recuerdos.

Fernando Torres, el último símbolo

Arturo Lezcano, guionista de ‘El último símbolo’, narra la experiencia de horas y horas de rodaje junto a Fernando Torres en Japón, Liverpool, Londres y por supuesto Madrid. El protagonista se remangó a fondo, tiró de agenda, también de la incómoda. Más de 30 entrevistados para las luces y las sombras de un jugador único.

Había hecho cientos de entrevistas a futbolistas, a pie de campo y en entrenamientos, en zonas mixtas y salas de prensa, en mesas de redacción y estudios, del “no hay enemigo pequeño” al perfil intimista. Pero nada se asomaba al reto de acompañar a una estrella del fútbol mundial en el momento de su retirada, y de conseguir que contase su vida para hacer una película con su historia. Bien pensado, se podría cambiar la profesión del protagonista por arquitecto o fontanero o político o cura y serviría igual. Lo que debía conseguir era que un entrevistado llamado Fernando Torres se olvidase de que tenía enfrente dos cámaras de cine con sus luces y micrófonos y un equipo alrededor de productores, directores, realizadores, camarógrafos, maquilladoras, sonidistas. Que se relajase y que respondiese a preguntas con el cariz de una conversación amigable, en la que debía contar las luces pero también las sombras de su vida. Después de más de 12 horas de charla, en diez emplazamientos diferentes, cuatro ciudades, tres países y dos continentes, quedó una certeza egoísta: el protagonista hizo que mi trabajo, el de guionista, fuese mucho más fácil.

Fotografías Producción ‘El último símbolo'

Arturo Lezcano.- Aunque Torres está asociado a unos colores, muy poca gente tuerce el gesto al oír su nombre. Más bien al contrario, quizás porque representa un mensaje universal: empezó siendo niño y se puso al hombro a su club en el peor momento histórico del Atlético de Madrid. Conquistó el fútbol inglés cuando aún era casi terra incógnita. Inició con su gol en Viena el ciclo de oro de la selección española. Y regresó a su casa para vivir su ocaso antes de despedirse en Japón. La historia de caerse y levantarse, de pegarse a las raíces para dar sentido al fútbol y de despedirse como un triunfador le gusta a todo el mundo.

Contar eso es fácil. No lo es tanto sumirse en las partes más delicadas de su propia carrera: el traumático e inesperado paso del Liverpool al Chelsea; las lesiones que lo lastraron cuando se acercaba a la plenitud de su carrera, coincidiendo con el mundial de 2010; sus dudas y miedos; las críticas a su fútbol; la difícil relación con un técnico que había sido ídolo y compañero, Diego Pablo Simeone. Lejos de rehuir, Torres se remanga y se mete a fondo, y consigue que el interlocutor empatice. La sensación se repetía en cada rodaje. Aunque la habitación estuviese llena de gente, parecía que nos dejaban a solas. Como si en vez de oír el “¡acción!” escuchase más bien un “salgan y diviértanse”.

JAPÓN
Afuera llovía como todos los agostos en el sur de Japón y por las paredes del vestuario se colaba un cántico que coreaba su nombre con acento exótico. Fernando Torres se vestía a punto de comenzar su último partido como profesional, en el Sagan Tosu, aunque su despedida, lo dice él, ya había sido un año antes en Madrid. Esa noche solamente se retiraba. Jugó el partido contra el Vissel Kobe, perdió por goleada, abrazó a sus amigos Iniesta y Villa, habló a la prensa en inglés y español, con sus traducciones a japonés, durante más de media hora, se fue a dormir y ocho horas después apareció en el mismo escenario embutido en un traje para firmar autógrafos a los aficionados. Tras la tempestad de la noche anterior, cientos de hinchas esperaban en fila formando para llevarse un último recuerdo del ídolo. La mayoría eran locales, pero había jóvenes de otras ciudades e incluso chinos y coreanos, desplazados especialmente, con sus camisetas del Atlético, Liverpool o España, todos mezclados, en fila y con mascarilla mucho antes del coronavirus.

Tras la tempestad de la noche anterior, cientos de hinchas esperaban en fila formando para llevarse un último recuerdo del ídolo. La mayoría eran locales, pero había jóvenes de otras ciudades e incluso chinos y coreanos, desplazados especialmente, con sus camisetas del Atlético, Liverpool o España

Así es el fanatismo asiático: son hinchas de jugadores, no de equipos. En cada evento preparado, en cada entrenamiento o en los rodajes de calle o en la playa era imposible no pensar en los estereotipos viendo a Torres sobre las cabezas de los japoneses con aires de 'Lost in translation'. Era un mundo de códigos diferentes que a él y a su familia les resultó perfecto para un año de reflexión y aprendizaje, no más tiempo, como había pensado en un inicio, porque en el verde y de corto “ya no disfrutaba”. Al poco de llegar se dio cuenta de que no había competitividad, que no importaba perder o ganar, y eso no le entraba en la cabeza al veterano que había empezado la carrera profesional casi 20 años antes y que después de batirse contra todos en el barro consiguió llegar adonde casi nadie lo había hecho con éxito: Inglaterra. Allí nos íbamos en flashback desde Japón.

LIVERPOOL
Recuerdo que cuando se plantearon los planes de rodaje para ir a la capital de Merseyside lo primero que pregunté, timido, fue: ¿Pero él está dispuesto a ir a Liverpool? “Claro”, me dijeron, sin ningún problema. Y me dejaron pestañeando en mi escepticismo futbolero, pensando que no lo iban a recibir bien si lo veían por la calle, cuánto más en Anfield. Luego supe que el protagonista ni lo había dudado porque tenía plena confianza en la ciudad donde reinó durante tres años y medio y luego se fue. Los calores los había pasado en 2015, cuando volvió a Liverpool para vestirse de leyenda en un partido benéfico como veterano del club de Anfield tras su divorcio traumático con su hinchada. Gerrard me explicó, rezumando admiración por Torres en una de las entrevistas más especiales de la película (“No mucha gente puede jugar con mi corazón, además de mi familia”, dice), que aquel día el madrileño estaba casi temblando en el vestuario. No era para menos: se enfrentaba a un referéndum sin colchón frente a la hinchada que lo idolatró y luego lo repudió cuando se fue al Chelsea. O le abucheaban o le aplaudían. Fue lo segundo.

Gerrard me explicó, rezumando admiración por Torres en una de las entrevistas más especiales de la película (“No mucha gente puede jugar con mi corazón, además de mi familia”, dice), que aquel día el madrileño estaba casi temblando en el vestuario

Por eso la estancia en Liverpool fue placentera desde el mismo saludo en el hotel, donde se le acercaban a hablar hinchas variopintos. Después, en la visita a la ciudad deportiva Red, Melwood, Fernando entraba como si fuera aún su casa, detallando hasta el olor a linimento en el boot room, preguntando por las cocineras y saludando a utilleros con abrazos efusivos. Torres era uno de ellos. Por eso en Anfield podía pasear tranquilo por las Shankly Gates dando autógrafos a hinchas y empleados del club. Por eso en el pub –en realidad sede de una agrupación de supporters con más kilómetros y gradas que el escudo del Liverpool- nadie rehuía la cámara cuando preguntábamos por el Niño. “Me sentí traicionado, pero ahora mismo le invitaría a una pinta”, dijo un anónimo hincha del Kop. Y por eso, una vez llegados al estadio, Torres me enseñaba detrás de cámara los pasillos con los ojos haciendo brillitos, explicando cada reforma del estadio como si fuera arquitecto y deseando que así se hicieran las cosas en su casa, como las tradiciones que él adora porque así entiende el fútbol.

Emocionado explicaba también cómo era el vestuario antiguo, donde ni cabían todos los jugadores juntos, o cómo se llegaba a la antesala del campo, tan cambiada, pero donde permanece el cartel de This is Anfield que hay que tocar sí o sí. Lo contaba todo Torres con la pasión de un hincha al que le mostraron un mundo nuevo en Liverpool. Cuando al fin subió ese túnel con la cámara en marcha, sin trampa ni cartón, se le escapó una media sonrisa imaginando el Kop lleno y coreando el consabido 'You’ll never walk alone'. Pero él, sin embargo, eligió caminar solo.

LONDRES
¿Qué hizo que dejara aquella locura de Liverpool? ¿Por qué renunció a aquella experiencia en un mundo legendario como Anfield, para abrazar otros colores, precisamente los que encarnaban el nuevo dinero, el aborrecible Abramovich y una hinchada voluble y sin encanto como la del Chelsea? Torres no regatea y lo cuenta de frente, sin obviar su ambición y el desencanto con un club en aquellos momentos en venta y a la deriva: “Yo me echaré siempre en cara no haber intentado impedir que el equipo se desmontara. Pero no me arrepiento de irme, porque no se cumplieron las expectativas ni las promesas que me habían hecho. Nadie se preocupa por el Liverpool y sus aficionados, el club no existe, porque son personas de paso para venderlo. Y el club está destruido. No pensé en la realidad. Pero no me importaba la ciudad ni el glamour ni su propietario. Me importaba que me iba a dar títulos”, confiesa. Ocurrió en el día más intenso de todo el rodaje, en una tarde inusualmente calurosa en el sur de Londres.

: “Yo me echaré siempre en cara no haber intentado impedir que el equipo se desmontara. Pero no me arrepiento de irme, porque no se cumplieron las expectativas ni las promesas que me habían hecho. Nadie se preocupa por el Liverpool y sus aficionados, el club no existe, porque son personas de paso para venderlo"

En un primer piso de un bistró chic de King’s Road, con los buses de dos pisos pasando a la altura de la ventana, Fernando Torres habló durante cuatro horas y se desnudó como, según dicen, nunca lo había hecho antes. Había algo imperceptible hasta para mis admirados compañeros de equipo, que hicieron de una sala de bar un set elegantísimo, de club privado inglés, por el que se iba colando el sol haciendo juegos de luz y sombras sublimes. Empezamos a grabar a las tres de la tarde y terminamos al límite de las tinieblas, como si el sol quisiera dar más intimidad a una conversación intensa para el entrevistador, y dificilísima, entiendo, para el entrevistado, que sin embargo encaró cada embate como a Vidic en Old Trafford o a la defensa alemana en Viena. Lo hizo, además, sin alzar la voz, casi narrando lo que nunca había dicho, sobre su pase a Chelsea, su trágico, shakesperiano inicio sin goles y la desazón de haber sido un campeón infeliz en el club de Londres, algo que también pensó con la selección española en Sudáfrica, adonde llegó recién operado de una rodilla y renqueante.

Empezamos a grabar a las tres de la tarde y terminamos al límite de las tinieblas, como si el sol quisiera dar más intimidad a una conversación intensa para el entrevistador, y dificilísima, entiendo, para el entrevistado, que sin embargo encaró cada embate como a Vidic en Old Trafford o a la defensa alemana en Viena

¿Mereció la pena el Mundial lesionado? ¿Afectó a su carrera? Él se contesta a sí mismo: “Obviamente no era la imagen que tenía de mí mismo como campeón del mundo. Aunque eres campeón y has conseguido el objetivo no era ese el guion. Por primera vez me planteo si el trabajo es el único camino y si merece la pena sacrificar todo por un momento, si es mejor hacer las cosas con el corazón, como hice, y no con la cabeza. Hoy viéndolo con perspectiva quizás no fue una decisión inteligente”. Como si hubiera sido preparado, cuando terminó su relato, alguien, el realizador Samuel Sánchez, la directora Laura Alvea o el director de fotografía César Pérez, o todos a la vez, dijeron que había que cambiar el set por falta de luz. Tampoco hacía falta ya. Estaba todo dicho.

MADRID
Aunque la entrevista más personal se hizo en su casa, la memoria de la infancia está en una habitación de la casa de sus padres. No es donde creció –Fuenlabrada- pero allí, en el chalet de Jose Torres y Flori Sanz, es donde descubrimos grandes tesoros inéditos de su hijo. En el fondo de un armario rescatamos cintas de VHS del Niño cuando de verdad era un niño. Era la guinda inesperada de un lugar en el que sus padres nos dieron muchas claves, y donde la misma decoración ayuda a entender su vida. Allí el padre guarda camisetas, medallas, trofeos, fotos de las selecciones inferiores y de la mayor, mientras su madre custodia álbumes de fotos familiares, de las de posar y de las espontáneas del niño y el adolescente.

Allí también está el objeto que marcó la infancia de Torres con su abuelo Eulalio, el rosebud que remite a un sentimiento, un plato con el escudo del Atlético que le cambió la vida al chaval hijo de gallego y madrileña sin fanatismos por el fútbol, hasta el momento en que el Atlético entró en sus vidas y ya no salió. Unos kilómetros más allá, el hogar de Fernando y familia es la antítesis de un hogar de futbolista: salvo un par de recuerdos.