Guille Galván.- Fue en el campo del Arsenal, cerca de las instalaciones de la BBC, cuando en abril de 1937 se realizaron los primeros experimentos para la retransmisión del fútbol, aprovechando un partidillo de entrenamiento de los gunners. La propuesta resultó un éxito: “Incluso en la pequeña pantalla de televisión puede seguirse el juego del fútbol con precisión”, decía The Observer. Meses después se retransmitió el primer encuentro de la historia: Inglaterra - Escocia. Comenzaba una nueva era, la de la recreación del deporte más popular del mundo.
Había que elegir cómo contar un juego tan difícil de abarcar, tanto por la cantidad de protagonista como por sus dimensiones físicas. La televisión inglesa optó por una cámara que cubriese el plano general y dos a pie de campo para los detalles y las entrevistas. La primera buscaba el bosque y las otras dos, el árbol. Aquellas decisiones fueron el germen de la realización televisiva y el imaginario del fútbol. Con los años se han añadido recursos y lentes pero siempre bajo esa doble visión: la del plano genérico y el impulso por ver de cerca la tragedia. Uno aporta comprensión. El otro, deseo.
Aquellas decisiones fueron el germen de la realización televisiva y el imaginario del fútbol. Con los años se han añadido recursos y lentes pero siempre bajo esa doble visión: la del plano genérico y el impulso por ver de cerca la tragedia. Uno aporta comprensión. El otro, deseo.
Dice el filósofo inglés Simon Crithley que el fútbol es la representación del drama de la verdad y lo que sucede en el terreno de juego tiene más que ver con la vida que el teatro. Respetar esa planta de cámaras nos ha ayudado a mantener el pacto de veracidad. Y acabar con ella, rompiendo la cuarta pared, nos empuja hacia la ficción que nunca ha acabado de llevarse bien con el fútbol. La historia del cine me da la razón. Realizar una carrera de caballos, un combate de boxeo es viable en una ficción, simular un partido es, casi siempre, un fracaso asegurado.
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