“No quiero ser toda mi vida un enterrador”, le espetó a su madre cuando, en los albores del verano de 1950, le solicitó tres semanas de permiso laboral para acudir como cancerbero al Mundial de Brasil con la selección de Estados Unidos. Borghi trabajaba como empleado en la empresa funeraria familiar, pero él pensaba que tenía que haber algo más allá de conducir un coche fúnebre el resto de sus días.
Borghi tomó parte en la Segunda Guerra Mundial como miembro del equipo médico del ejército de los Estados Unidos, salvó vidas, recibió medallas e incluso, como refleja Toni Padilla en su libro ‘Brasil 1950: retratos del Mundial del Maracanazo’ participó en el Desembarco de Normandía con las tropas estadounidenses.
BORGHI» En el centro de la formación inicial de EEUU en 1950.
Tras acabar el conflicto decidió que podía ganarse la vida como deportista. Y buscó ese camino con el amor de su vida, el béisbol. Documentado está que jugó en 1946 con los Carthage Cardinals en ligas menores, pero jamás llegó a la elite de la MLB ni consiguió cobrar cheques lo suficientemente sustanciosos como para no necesitar otra ocupación. De ahí su empleo en el negocio familiar, en el sórdido mundo funerario. Borghi era cátcher, el puesto del béisbol que más se puede asemejar al de portero de fútbol. Esas grandes manos, esos reflejos rápidos para ponerlas rápidamente en el lugar donde viajaba la pelota, le darían la oportunidad deportiva de su vida, pero en algo muy alejado de las bases, de las carreras y de los bates.
El béisbol no era un deporte de invierno y Borghi deseaba mantener la forma durante todo el año, incluso cuando el frío arreciaba. En los Estados Unidos de mediados del siglo pasado, el fútbol se practicaba de una manera no residual, pero sí como un deporte muy secundario, pocas veces entendido y despreciado por muchos sectores de la sociedad. El hecho de que hubiera sido creado por los ingleses, que durante siglos sometieron a los estadounidenses como colonia, influía mucho en ello.
Borghi se metió de lleno en el fútbol y lo compaginó con el béisbol. Verano e invierno, suficiente para darse cuenta de que con los pies no tenía nada que hacer en el balompié, pero sí con las manos.
Así que Borghi se metió de lleno en el fútbol y lo compaginó con el béisbol. Verano e invierno, suficiente para darse cuenta de que con los pies no tenía nada que hacer en el balompié, pero sí con las manos. Así que pidió empezar a jugar bajo palos, siempre evitando en la medida de lo posible utilizar otra cosa que no fuese la terminación de sus brazos. Borghi empezó a ocupar la portería, destino a una de las páginas más sagradas y sorpresivas de la historia del fútbol.
‘EL PARTIDO DE SUS VIDAS’
Lo cuenta a la perfección ‘The Game of Their Lifes’ (‘El partido de sus vidas), interpretada por el luego famoso Gerard Butler y basada en la obra del mismo nombre escrita por Geoffrey Douglas. Frank Borghi consiguió aquel permiso en la empresa familiar para marcharse a Brasil a disputar la Copa del Mundo de 1950. Con él, tres compañeros de ‘The Hill’, comunidad italiana de St.Louis, que también lo eran de los St. Louis Simpkins-Ford Club: Pariani, Frank ‘Pee Wee’ Wallace y Charlie Colombo, (apodado ‘The Gloves’ porque jugaba con guantes) que con el propio Borghi formaban los ‘Italian Boys’.
En el St. Louis Simpkins-Ford Club sirvió toda su trayectoria deportiva Borghi, dentro las semi-profesionales competiciones de fútbol (soccer) de Estados Unidos que el arquero ganó en alguna ocasión. Y ese club proporcionó parte de la base de la selección yanqui que, con solo un partido de preparación y diez días de concentración, puso rumbo a Brasil a jugar su tercer Mundial de la historia. Antes, Estados Unidos había caído en semifinales de Uruguay 1930 y en los octavos de final de Italia 1934, arrasados por la propia anfitriona, en la prehistoria de los Mundiales.
El de 1950 tenía que ser otra cosa, pues se trataba de la primera Copa del Mundo después de la II Guerra Mundial, y la primera donde la selección del país que inventó el fútbol, Inglaterra, decidía tomar parte, después de años enemistada con la FIFA e infravalorando la máxima competición de fútbol universal.
Lo que pasara en Brasil importaba bien poco al consumidor de deporte estadounidense, porque el fútbol en líneas generales no pintaba casi nada en sus vidas. Tanto es así, que únicamente hubo un periodista estadounidense en Brasil 1950, un tal Dent McSkimming, que tuvo que pedirse vacaciones en su diario y costearse él su viaje debido al nulo interés de los jefes del St. Louis Post-Dispatch en dar algo de cabida a un Mundial donde Estados Unidos estaba destinada a volver con tres derrotas y sonrojada
Únicamente hubo un periodista estadounidense en Brasil 1950, un tal Dent McSkimming, que tuvo que pedirse vacaciones en su diario y costearse él su viaje debido al nulo interés de los jefes del St. Louis Post-Dispatch en dar algo de cabida a un Mundial.
O eso pensaba todo el mundo, incluidos los propios integrantes de unos Estados Unidos sin táctica y demasiado limitados en demasiadas cosas. La selección había logrado su billete para Brasil en 1949 únicamente gracias al pésimo nivel de Cuba, uno de los tres equipos que junto a México y los Estados Unidos pelearon por dos plazas para la cita mundialista del año siguiente.
Así que con derrotas duras ante México a sus espaldas (precisamente el debut de Borghi se produjo ante los aztecas, que le endosaron un clarividente 6-0), los Estados Unidos aterrizaron en Brasil para medirse a España, Inglaterra y Chile. Las apuestas estaban 500 a 1 con Estados Unidos como campeón final del Mundial y a nadie se le pasaba por la cabeza, no ya que el combinado terminara primero de grupo y obtuviera el pase, sino que fuera capaz de no perder todos sus duelos por paliza.
Tras caer con España por 3-1, a pesar de adelantarse en el marcador, los Estados Unidos se medirían a Inglaterra, en Belo Horizonte, ante 10.000 personas. “Pensaba que nos caerían 5 ó 6 goles”, declaró Borghi acerca de cómo se sentía el grupo ante el enfrentamiento con Inglaterra. Pero lo cierto es que los ingleses seguían sin tomarse todo lo serio que debían el Mundial, infravalorando rivales y creyéndose unos reyes que ya no eran. Stanley Mathews, que se había incorporado al plantel después de una absurda gira de jugadores ingleses precisamente llevada a cabo a través de los Estados Unidos y a la que se le obligó a acudir, fue reservado para el duelo final de grupo contra España, donde supuestamente Inglaterra se jugaría seguir en liza. De modo que aquella tarde del 29 de junio de 1950 no se le alineó contra Estados Unidos. Teóricamente no iba a hacer falta.
Stanley Mathews, que se había incorporado al plantel después de una absurda gira de jugadores ingleses precisamente llevada a cabo a través de los Estados Unidos y a la que se le obligó a acudir, fue reservado para el duelo final de grupo contra España
Como era de prever, los ingleses machacaron una y otra vez la portería rival. Pero ahí estaba Borghi para repeler cualquier lanzamiento; si no, le ayudaban los postes. Pasaban los minutos, Roy Bentley, el mejor jugador de los ingleses, y sus compañeros, barrían a los rivales y Borghi resistía a manotazos. Hasta que la historia empezó a buscar a Estados Unidos para colocarle en un lugar privilegiado. Joe Gaetjens, delantero haitiano (que desaparecería y supuestamente moriría asesinado en su país por cuestiones políticas 14 años después), sin pasaporte estadounidense, lavaplatos y negro, hecho que le hizo muy complicado acceder al equipo en una sociedad estadounidense aquella donde los negros eran considerados inferiores, pescó un balón cedido por los ingleses en el borde de su área y puso el 1-0. Por delante Estados Unidos, esa selección que antes del duelo se conformaba, según sus propios protagonistas, en caer con dignidad…o intentarlo.
“Quizá se confiaron”, declaró en 2011 al respecto de aquella tarde su máximo protagonista, un Frank Borghi que pensaba todavía en el descanso que los ingleses les arrasarían. Pero no fue así, Estados Unidos se defendió con placajes de rugby, tirando de la fuerza donde la táctica y la calidad no llegaban. Ya se encargaba el hijo de italianos de repeler todos los lanzamientos durante otros 45 minutos.
Cuando sonó el pitido final, los apenas 10.000 espectadores, casi todos brasileños, saltaron al césped y levantaron en volandas a sus nuevos héroes, héroes por interés porque a Brasil le interesaba que una Inglaterra que desde 1945 marcaba un registro de 23 victorias, 4 derrotas y 3 empates, se quedara fuera de la competición. Luego Uruguay se encargaría de destrozar toda la ilusión futbolística brasileña.
Héroes por interés porque a Brasil le interesaba que una Inglaterra que desde 1945 marcaba un registro de 23 victorias, 4 derrotas y 3 empates, se quedara fuera de la competición. Luego Uruguay se encargaría de destrozar toda la ilusión futbolística brasileña.
España seguía adelante, para vergüenza de una Inglaterra que, cuenta la leyenda, no creyó o no quiso creer que había salido derrotada. Muchos medios ingleses, pensando que era un error la noticia que les llegaba desde el otro lado del mundo, imprimieron en sus páginas 10-1 para sus chicos, en lugar del 0-1 que de verdad sucedió. No faltaba un número, solo que Borghi y los suyos lo habían conseguido. Poco importó ya el duelo final estadunidense con Chile, donde encajaron un duro 5-0.
“A la vuelta a casa, en el aeropuerto, he de decir que los jugadores ingleses fueron muy amables. Stanley Mathews fue simpático conmigo”, aseguró Borghi hace poco. Miembro del Salón de la Fama del Fútbol de los Estados Unidos, se retiró en 1956, con nueve internacionalidades, ningún Mundial más en su haber y una tarde brasileña que le acompañaría el resto de su vida hasta su muerte en 2015. Tras el fútbol, acabó su vida dirigiendo el negocio funerario que años atrás rechazó, pero en la que hizo lo que todo deportista desea y pocos consiguen: pasar a la historia. Aquel día de gloria en Belo Horizonte… •