*Texto Guille Galván.- Famosos en bares; un género propio en el mundo de la fotografía del siglo XX. Un compartimento estanco donde el qué importa mucho más que el cómo. Restaurantes, tascas y tabernas de todo el mundo sufren de este particular horror vacui y engalanan sus salones con este tipo de condecoraciones. En ellas, marketing, exaltación, nostalgia y ego se mezclan a partes iguales. Antes de la burbuja de los instagramers y demás redes sociales, colgar la foto de tu famosete favorito en el comercio familiar era lo más parecido a que un influencer te siga hoy en Twitter.
Sin embargo, esta fotografía se escapa al canon clásico por varias razones. Ninguno de los protagonistas parece atlético, ostentoso o depilado. Podría ser la foto fija del comando itinerante de cualquier escena descartada de La Fuga de Segovia de Uribe. Tampoco aparece el dueño del local, clave en este tipo de imágenes, el Manolo de turno abrazado a ellos con el pecho palomo. La segunda ausencia se encuentra en las paredes, que se muestran vacías, bañadas de un azul post-nuclear, a juego con las camisas. El comercio no necesitaba pavonear la visita de los futbolistas porque, quizás fueran clientes habituales y escanciar sidra no formaba parte de un gesto para la galería, sino de una costumbre de todo el equipo. Jugadores locales, que hacen de las costumbres su identidad y no un gesto tribunero porque casi todos eran de allí y habían crecido oliendo el serrín mojado bajo los estantes de conservas.
El comercio no necesitaba pavonear la visita de los futbolistas porque, quizás fueran clientes habituales y escanciar sidra no formaba parte de un gesto para la galería, sino de una costumbre de todo el equipo.
De izquierda a derecha, Uría, Quini, su hermano Castro, Ciriaco y Mesa. La composición bien la podría haber firmado un pintor clásico. Quini y su escancie dividen el encuadre en dos mitades. La sidra cayendo traza una línea entre los que miran con admiración, el trío derecho, y el descreimiento de un resabiado Uría, a la izquierda, que observa con la desconfianza innata que los defensas tienen hacia los delanteros. La foto de marras se tomó a finales de los setenta en el restaurante El Duque de Gijón. Una época dorada para secundarios de lujo como el Sporting, que contribuyó en los años de la recién estrenada democracia al asalto de la hegemonía del fútbol español.
Clubes como la Real Sociedad, Athletic, Betis o incluso Las Palmas tuvieron sus particulares 15 minutos de fama flirteando con los puestos de arriba, consiguiendo subcampeonatos y alzándose en ocasiones con algún premio gordo en forma de título. Venían de ser figurantes, de la serie B y se encontraron por méritos propios con los grandes papeles en donde hay frases de verdad y permiten deslumbrar a todos. Sin hacer números extravagantes, sin sobreactuaciones, pero sacando a la luz lo mejor que sabían hacer: interpretarse a sí mismos.