Fútbol rural en extinción. El derbi de Tierra de Campos

Don Jesús recuerda su gol en el derbi local contra el Frechilla. Los cardos entre las porterías son la mejor metáfora de la despoblación castellana. El periodista Juan Navarro inicia en Palencia un recorrido por estadios abandonados de Castilla.

Juan Navarro.- Saca Emilio de banda. Balón para Miguel, que la cuelga. Cabecea Jesús. ¡Gol! Las arrugas surcan el rostro de Jesús Martín, cuyos aún joviales ojos claros brillan cuando a sus 88 años recuerda aquella diana, la única que la vejez no le ha arrebatado de su memoria futbolística. Cómo olvidarlo, rememora mientras pasea sobre los cardos del otrora campo de fútbol de Fuentes de Nava (Palencia, 560 habitantes). El casi nonagenario sonríe al evocar ese tanto contra el gran rival en la comarca de Tierra de Campos: el Frechilla (150 habitantes), a nueve kilómetros de este terreno extirpado de jugadas. “Nos ofrecieron una copa en el partido pero como perdieron no nos la dieron”, apostilla Jesús, aún frustrado porque aquel testarazo no trajese metal al pueblo. 

La maleza ha conquistado este viejo prado donde solo dos porterías herrumbrosas, con líquenes en el travesaño, acreditan su linaje. Al lado, un destartalado cobertizo, un día vestuario, según la casi borrada pintura de “Local” y “Visitante” sobre los cuartuchos donde ha desaparecido cualquier vestigio de civilización. Solo quedan cascotes y sofás viejos apilados por los quintos, que prefieren camelar bajo ese techo a jugar sobre el campo, aunque el éxodo rural condena a reclutar chavales en otros pueblos para cuadrar convocatorias. “¡Qué pena pasar por aquí y que se hayan llevado puertas, tuberías, duchas! ¡Todo lo han molido!”, exclama Jesús, señalando que para construir este coliseo necesitaron varios domingos: los agricultores nivelaron el prado durante días para ofrecer un estadio a Fuentes de Nava. La “hierba elegante” del campo bautizado como La Cascajera, por el “cascajillo que filtraba el agua y no se formaban charcos”, ahora solo la pisan quienes buscan setas de cardo.

MARCADOR» Jesús observa el oxidado cartel del tanteo.

Las porterías las regaló Ovlac, que suena como el portero del Atleti pero es Calvo al revés: una empresa de maquinaria agrícola donde el Eusebio trabajaba y que le regaló el hierro para que las forjara en su tiempo libre. “Las trajeron en un camión, ¡todo a base de pedir!”, precisa quien tanto las perforara. Los jugadores de Fuentes de Nava, explica, también conocieron a la élite del balompié: el farmacéutico don Ignacio, bilbaíno, juraba que conocía a los mitos Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. “Cuando vino el Athletic a Palencia, fuimos con él y nos los presentó, le conocían de verdad”, se admira el anciano, quien enumera a sus compañeros de camisetas con Piensos Alcanasa en la pechera: Millán, Miguel, Eleuterio, Emilio o el fallecido Zacarías. 

El palentino tuerce el gesto al caminar entre hierbajos, inquilinos del feudo inaugurado «en 1974 o 1975» con amistosos que acababan en el bar «con un chato de vino».

“Hacíamos de entendidos y todos de todo”, rescata este delantero que igual celebraba tantos como trataba de impedirlos cuando fallaba el portero titular, Juanito, el alto, el de las vacas, a quien el ganado le exigía ausentarse de alguna cita: “Mi temperamento valía para todo”. El palentino tuerce el gesto al caminar entre hierbajos, inquilinos del feudo inaugurado “en 1974 o 1975” con amistosos que acababan en el bar “con un chato vino”. “Venían mucho los de Palencia, que eran buenos y luego se quedaban al baile”, destaca Jesús, consciente de la “tensión” de esos choques pero que rara vez iba a más, al menos allí: en otros campos el público enganchaba con el mango de la cachava a quien iba a lanzar un córner. En algunos lares las líneas de meta se trazaban con paja. La cortacésped, siempre, las ovejas. A los árbitros los solían respetar aunque “uno salió escoltado por la Guardia Civil porque pitó contra el pueblo”

ALINEACIÓN» Una foto del equipo en los años 70.

Jesús suspira. Cuánta batallita, cuántos goles, cuánto jaleo entre quienes echaban ahí la tarde dominical. Hoy solo resuena el crotorar de las cigüeñas y el viento meciendo a las malas hierbas. “Madre, aquellos años, éramos 150 chiquitos y había que seleccionar”, lamenta, canoso pero enérgico, añorante, mientras contempla con las manos a la espalda los escombros, broza y hasta un inodoro junto al marcador. Este, oxidado, apenas muestra el “Talleres metálicos Publio”, que lo patrocinó. Ahora, sin cartelones con los números, simplemente revela que aquí solo golea la despoblación.•

*Reportaje de Líbero52. Ayúdanos a contar historias como las de Jesús suscribiéndote por un año a Líbero.