Gianni Rivera: «Los dueños del Milan miran más al dinero que a formar campeones»

El Balón de Oro de 1969 representa la leyenda del fútbol italiano. Elegante, técnico y ganador. Campeón de todo con el Milan, se acaba de sacar el carné de entrenador a los 76 años. Quizá aspire a rescatar a los ‘rossoneros’.

Julio Ocampo

Foto Agencias 

Hay una película italiana –'Il Ras della Fossa'- en la cual el actor Diego Abatantuono calca el retrato de Rivera mejor que nadie: “Dios, alto encima de San Siro, salió de una nube, entregó el balón a Gianni y le dijo: Recorre el mundo y enseña fútbol”. Y fue así, porque Gianni Rivera (Alessandria, 1943), durante las 19 temporadas que estuvo en el Milán, no hizo otra cosa. Fue luz, fue líder, fue ángel. Fue carisma, seducción, belleza y altruismo. Tempo, visión de juego y sosiego en un mundo, el del fútbol, que aún no caminaba deprisa. Fue sutileza en las cadenas. “Son mis propios ojos”, solía decir de él su entrenador Nereo Rocco. Comenzó con unas botas -de trapo- desgastadas y terminó con un Balón de Oro. Escribió las primeras líneas de la epopeya milanista, desconocida para los jóvenes y recientes adultos, logrando un buen puñado de scudetti, Copas de Italia, Recopas, dos Copas de Europa (63 y 69) y la violenta Intercontinental del 1969 contra Estudiantes.

Jugó en dos décadas 658 partidos y anotó 164 goles como rossonero. Además, participó en la que hasta el momento es la única Eurocopa de Italia (1968). Jugó con Cesare Maldini y Altafini, con Cudicini y Trapattoni, con Albertosi, Burgnich, Riva y Boninsegna, entre otros. Fue un 10 antes de su incursión en política: comenzó como diputado de la Democracia Cristiana. Fue guapo y algo frío… Quizás para sobrevivir en una Italia mágica, violenta y contradictoria. Con él mejoraron futbolistas de calidad menor como Prati o Aldo Maldera, con él se modernizó la figura de condottiero a la italiana. Rivera reinó entre Yashin y Pelé. Fue Roberto Baggio antes que Roberto Baggio. Ya sin Totti o Del Piero, su huella es más grande que nunca. Su recuerdo más profundo.

» ELEGANCIA (foto 1) El legendario exfutbolista en una imagen reciente, de febrero de 2020, ante de la entrega del premio a mejor entrenador de la serie A en Florencia.

Acaba de obtener el título de entrenador con 76 años. Con usted, por Coverciano, pasaron Cerezo y Camoranesi. ¿Busca equipo?
Pues claro que sí. Me encantaría trabajar en el mundo del fútbol, me veo con fuerzas, con ganas de entrenar. Escucharía posibles ofertas, por supuesto.

¿Le gusta el fútbol? ¿Es más de equipos o de jugadores?
No sigo todos los campeonatos porque es complicado, pero claro que me gusta. Fue siempre así, desde que era pequeño. Ahora sólo me contento viendo a los demás que se divierten. Me gustan Messi y Cristiano Ronaldo, quizás lo más parecido a Pelé y Maradona en sus respectivas épocas. Pero Pelé y Diego pertenecieron a un nivel superior. Algo único.

Comenzó, como muchas estrellas del fútbol italiano -Albertini o Maldini-, en el oratorio de la parroquia. ¿Qué aprendió allí?
Era un ambiente tranquilo, sano, constructivo. No había ningún peligro, porque nos sentíamos protegidos. Los Salesianos de Don Bosco fueron clave en mi crecimiento.

Nunca tuvo un físico robusto. Levitaba por el campo. El mítico periodista Gianni Brera le llamaba Abatino. ¿Qué quería decir?
Nos llamaba así a mí, pero también a Sandro Mazzola y Giacomo Bulgarelli. La palabra viene de abate, una especie de fraile pequeño. Sinceramente, nunca me preocupé de lo que dijeron o escribieron de mí. A Brera le gustaba el fútbol físico; nosotros éramos jugadores de grandísima calidad.

¿Cómo fue su debut en Serie A con el primer equipo?
Aún hoy lo recuerdo. Fue contra el Inter, en 1960, yo tenía 15 años. Jugaba en el Alessandria (filial de los rossoneri), y el entrenador Pedroni me llamó porque el Milán necesitaba un 9. El delantero de entonces se había lesionado. Yo quería jugar a toda costa, me daba igual dónde fuera. Luego, poco a poco, fui haciéndome trequartista.

La cota más alta la alcanzó con Nereo Rocco en el banquillo. ¿Cómo era?
Un técnico ideal. Un ejemplo en la cultura del diálogo, de la psicología, pero no la del terapeuta clásico sino la del experto en el mundo del fútbol. Más territorial y adaptada a las circunstancias. Siempre quiso que diéramos el máximo. Un gran gestor del vestuario, atento a resolver problemas entre los jugadores.

A Liedholm, en cambio, lo tuvo tanto de compañero como de entrenador. Él inventó la zona. ¿Cómo os la transmitió?
No es que la inventara. Intentaba equilibrar siempre el equipo. Para mí, en realidad, en esa época sólo Brasil jugaba en zona. Era un 4-2-4 falso pues Zagallo era un centrocampista y no un cuarto delantero. Pero Liedholm también fue un grande, un maestro. Algo más frío que Rocco, pero también muy obsesionado con la psicología y el estado anímico del jugador. Dominaba el no fútbol dentro del fútbol.

En su época coincidieron, casi a la vez, el Madrid de Di Stéfano, el Benfica de Eusebio, el Ajax de Cruyff y el Barça de los húngaros, con Luisito Suárez, que después se marchó al Inter de Helenio Herrera. ¿Quién de todos le impresionó más?
Al Ajax y al Benfica les ganamos en las dos finales de Copa de Europa, pero recuerdo que en una eliminatoria (cuartos de final, 1964) caímos contra el Real Madrid. Era un buen equipo, aunque el motivo principal fue que estábamos distraídos por marcar a Di Stéfano. Nuestro entrenador estaba obsesionado con él, y pedía que le marcáramos por todo el campo. No entendió que jugaba más como delantero.

¿Cómo fue su rivalidad con Sandro Mazzola?
Éramos jugadores con características diferentes, pero teníamos una relación fantástica. Sólo con Italia se creó una rivalidad, una especie de dualismo estúpido. O él o yo. Fue absurdo, un discurso político-deportivo. En el Mundial de México 70 (Italia perdió en la final contra Brasil por 4-1) él siempre jugaba el primer tiempo y yo el segundo. No jugué casi nada el último partido contra Pelé. Me molestó porque me habría gustado estar allí más presente.

El seleccionador, desde 1966 hasta 1974, fue Ferruccio Valcareggi. Estuvo cerca del doblete. Sucedió a Edmondo Fabbri, vilipendiado en el país tras la derrota contra Corea del Norte en el Mundial. El comunismo, con una escuadra prácticamente amateur, derrotó a Occidente, con un grupo de estrellas, Facchetti o usted a la cabeza. ¿Se le infravaloró como entrenador?
Fabbri no tuvo suerte. Inventó el líbero delante de la defensa y no detrás. El fútbol italiano habría sido diferente, quizás mejor y más técnico, si hubiéramos derrotado a los coreanos.

Con la Nazionale coleccionó 60 presencias y anotó 14 goles. Y jugó con Gigi Riva. ¿Quién era el mejor?
Fue de los mejores, sin duda, de aquella época. Un jugador singular que terminó por coger cariño a la isla de Cerdeña (jugó y reinó sólo en el Cagliari). Con Sivori, estuvo a la altura de los grandes.

De hecho, ganó el Balón de Oro en 1969 (primer italiano en lograrlo porque Sivori nació en Argentina) imponiéndose a Gigi Riva. ¿Se lo mereció ya años atrás cuando el Milán levantó la primera orejona?
Quedé segundo por detrás de Lev Yashin, que le dieron el premio por ser un gran portero y sobre todo por su trayectoria. En el 69 lo gané yo, pero el mejor era Pelé. No hay dudas de eso. El problema es que sólo lo podían ganar europeos.

En ese año, contra Estudiantes, jugaron un partido, el de vuelta en La Bombonera, que pasó a la historia, y no precisamente por el fútbol. ¿Cómo fue la batalla de la Libertadores?
No fue un partido de fútbol sino una caza al hombre. Nos quisieron asustar, amedrentar. Fue una violencia física, mental, cultural… Hay que destacar que hablamos de una competición que en su día no era oficial (la FIFA no la reconocía), casi estaba fuera de la ley. Muy poco controlada. El hipotético título venía bien a las directivas porque suponía otro trofeo más en el palmarés de un club. Los árbitros no eran oficiales, prácticamente se ofrecieron para arbitrar, y lo hizo quien aceptó la mejor oferta. El colegiado de ese choque, un chileno, no volvió a pitar más desde entonces.

Su último scudetto fue en 1979, con un jovencísimo Baresi. Pero da la sensación de que la llama del diablo comenzó a apagarse con el Fatal Verona de Zigoni y ese famoso 5-3 histórico que os costó el campeonato. ¿Qué sucedió?
Mejor no hablar de eso. Veníamos de jugar en Salónica la Coppa delle Coppe (Recopa). Llovió mucho, hizo mucho frío en ese partido contra el Leeds. La entidad pidió atrasar el importante choque contra el Verona porque nos jugábamos mucho. No nos lo concedieron. Perdimos en un día donde estábamos destrozados. Además, hizo muchísimo calor.

¿En qué se parecen el Milán de Rocco al de Ancelotti, Capello o Sacchi?
Están todos a la altura, porque todos han ganado. La historia la escriben los ganadores, los más grandes. Y estos cuatro lo son.

¿Y cuál es el problema actual del Milan ahora que cumple 120 años de historia?
La plantilla no es mala. Cierto que no hay líderes como Maldini o Baresi, que falta algo, pero Ibrahimovic le dio otro aire. No hay que compararla con el pasado. Ojalá vuelva a ser el de antes. La directiva, los dueños tienen que hacer crecer al equipo. Quizás es el problema principal, pues no sé si miran más el dinero que al hecho de formar jugadores, potenciales campeones. No sé si miran más al crecimiento o a los resultados. No se entiende muy bien.

¿El modelo a seguir es la Italia contracultural de Mancini con Barella, Sensi y Chiesa?
Está valorizando muchos jugadores, apostando por los jóvenes… Lo está haciendo bien. Por fin nos hemos recuperado tras un periodo muy oscuro. 

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