Guillem Balagué: 'No quieren jugar más'

La carrera de un futbolista profesional es una acumulación de pérdidas. A los 16 te dicen si sirves o no, y si sirves ya no puedes ser solamente un adolescente. Cuando ganas responsabilidad, pierdes el sueño, porque equivocarse ya no está permitido. Cuando llegas al final, te quitan el balón.

Guillem Balagué | Ilustración Teresa Aledo.- La primera vez que me encontré con la insoportable levedad del futbolista fue en la habitación de un hospital en Barcelona. Lauren, uno de los invencibles del Arsenal imbatido y campeón de liga, parecía perder con 29 años su batalla para poder continuar en la élite por una lesión de rodilla. Verlo tumbado con la pierna en alto, recién operado, en ese momento sin compañía, un enfermo más en lugar de un héroe del césped, me impactó. Tardó un año en volver pero en esas horas interminables de recuperación que sucedieron a la intervención descubrió dos cosas: que hacía tiempo que no disfrutaba del fútbol y que, justo ahora que se lo estaban quitando y que el cuerpo ofrecía límites por primera vez, quería decididamente alargar su jubilación el mayor tiempo posible. De repente, con el parón, había regresado la necesidad de esas cosas que le convirtieron en futbolista: dominar un balón, ser admirado, ganar y ganar y ganar.

Todo ello, incluso el desencanto con el fútbol, es más habitual de lo que se cree en los jugadores de élite. Charly Rexach explica magistralmente la evolución del futbolista: “No lo empiezas a acusar hasta los 29 o 30 años, pero de repente tardas más tiempo en recuperarte. Y hay otro efecto peor que el físico: cada vez te diviertes menos, no te dejan divertirte. Con 20 años, juegas liberado, haces las tonterías que quieras. Poco a poco te dan la responsabilidad de decidir los partidos, los tienes que ganar tú. Y luego llega otra fase, cuando estás 3-0, y tú has hecho un gol o dos, y en la segunda parte el entrenador te manda al banquillo, porque el partido que hay que ganar es el que viene. Aunque tú protestes y digas que quieres jugar un poco más para divertirte, el entrenador te dice que no, que se divertirá otro. Así que, cuando te vas haciendo mayor, sólo juegas para ganar”.

TERESA ALEDO» Ilustración del texto de Guillem Balagué en la nueva edición. 

La carrera de un futbolista profesional es una acumulación de pérdidas. A los 16 te dicen si sirves o no, y si sirves ya no puedes ser solamente un adolescente. Cuando ganas responsabilidad, pierdes el sueño, porque equivocarse ya no está permitido. Cuando llegas al final, te quitan el balón. Y, si has empezado pronto, se agota antes el depósito de la motivación. Un nuevo estudio asegura que un niño que se especializa en un deporte antes de los 15 años aumenta 1,5 veces más el riesgo de lesiones y agotamiento. Adriano, Robinho, Kaká, Owen, Cassano, Ronaldinho… todos ellos estuvieron en lo más alto, pero, tras alcanzar el final de su segunda década, no pudieron conservar mucho tiempo su alto nivel competitivo. Fueron sobrepasados por el éxito y la exigencia, incapaces de convivir con él. Ese síndrome de Burnout es más psicológico pero también físico, un desequilibrio entre las demandas percibidas por el jugador y su capacidad para satisfacerlas. Y ese fuego va quemando el empuje. *

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