José Antonio Labordeta: «Ha perdido el Zaragoza y mañana es lunes»

José Antonio Labordeta fue uno de los políticos más carismáticos de la democracia española. Su dos pasiones estaban muy claras; Aragón y el Real Zaragoza. Tal era su vínculo con el club de La Romareda que jamás dejó de renovar su abono.

Texto Patricia Peiró Ilustración Denís Galocha .- Labordeta era un auténtico zaragocista que vivía su pasión como casi todo en la vida: con rotundidad, pero otorgando a la victoria y a la derrota la importancia justa y una buena dosis de ironía. No tenía segundos equipos, solo era del Zaragoza. Hasta los últimos años, se agarraba al recuerdo de una historia gloriosa. En los 60, vio a los Magníficos de Juan Seminario, el único zaragocista que consiguió ser pichichi del campeonato y en los 70, saboreó el subcampeonato logrado por los Zaraguayos.  Desde 2008, cuando la enfermedad cada vez le limitaba más la actividad de este hombre inquieto, veía los partidos desde casa, aunque los nervios le obligaban a cambiar de un canal a otro. En esa casa recibió apenas tres semanas antes de morir la Medalla de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio. Entonces, el Real Zaragoza todavía estaba en Primera.

 “Siempre sostuvo que era gafe y que cada vez que iba al campo, perdían”, bromea una de sus hijas, Ángela Labordeta, hoy política y miembro del partido al que perteneció su padre, Chunta Aragonesista. Fue el “tío Miguel”, su hermano, el que lo enamoró de este equipo de sufridores. Miguel, mucho más mayor que José Antonio, le llevaba al campo de Torrero, en el que el equipo jugó sus primeros años de historia antes de mudarse a La Romareda en 1957. “Papá siempre recordaba una frase de mi tío: ‘Ha perdido el Zaragoza y encima mañana lunes’, como para indicar que todo estaba fatal”, cuenta Ángela.

Fue el “tío Miguel”, su hermano, el que lo enamoró de este equipo de sufridores. Miguel, mucho más mayor que José Antonio, le llevaba al campo de Torrero, en el que el equipo jugó sus primeros años de historia antes de mudarse a La Romareda en 1957

No fue hasta muchos años después cuando decidió abonarse. Lo hizo junto a muchos de sus amigos, intelectuales aragoneses todos ellos, y formaron una peña de amigos que simplemente quería disfrutar del fútbol. Se autodenominaban Los Militos. Era la época en la que Gabi y Diego triunfaban en las filas blanquillas. A este grupo pertenecían Félix Romeo, Ignacio Martínez de Pisón, Miguel Mena, el culpable de la lluvia de mejillones, José Luis Melero, y el omnipresente Luis Alegre, entre otros.

Este último no recuerda haber compartido con Labordeta un partido en el que el Real Zaragoza ganara. “Fuimos en el 87 a ver el partido contra el Real Madrid en La Romareda. Nos metieron siete goles y salimos completamente deprimidos. Después estuvimos dos veces invitados en el palco del Bernabéu, la primera por Mercedes Gallizo (entonces Directora General de Instituciones Penitenciarias y también zaragozana), y otra junto a José Luis Borau. Por supuesto, también perdimos”. En el descanso de uno de esos encuentros, Labordeta y Alegre coincidieron con otro insigne aragonés: Federico Jiménez Losantos. Ante el estupor generalizado, el periodista y el cantautor se saludaron con un caluroso abrazo. “Tras su muerte él mismo lo contó, pero en esa época muy pocos sabían que José Antonio había sido su profesor en Teruel, y Federico siempre le tuvo mucho cariño y admiración”, cuenta. En casa de Alegre compartió también mantel con Pep Guardiola, cuando él era un veinteañero: “Se habló poco de fútbol, porque a Pep le gustaba poco hablar de eso fuera del campo”.

Cuando fue elegido diputado de CHA por Zaragoza y se veía obligado a pasar cada vez más tiempo en Madrid, tuvo la tentación de darse de baja como abonado. Entonces llegó Melero, que por aquel entonces ya era consejero del club, y le espetó que no podía hacer eso: “Pero ¿cómo vas a hacer eso ahora que eres diputado por Zaragoza?

Cuando fue elegido diputado de CHA por Zaragoza y se veía obligado a pasar cada vez más tiempo en Madrid, tuvo la tentación de darse de baja como abonado. Entonces llegó Melero, que por aquel entonces ya era consejero del club, y le espetó que no podía hacer eso: “Pero ¿cómo vas a hacer eso ahora que eres diputado por Zaragoza? ¿Tú te imaginas a los de Esquerra sin su abono del Barcelona o a los del PNV sin el suyo del Athletic?”. Los argumentos parecieron convencer al entonces Labordeta político, que mantuvo su abono hasta el último día. Su amigo Félix Romeo fue el que más utilizó el carnet de Labordeta.

A Melero jamás le faltó una llamada del abuelo cada vez que acababa un partido. “Era algo que me impresionaba. A pesar de estar con mil cosas, con la tele, con sus libros, con la política…No hubo ni una sola vez que no se acordara de mí cuando jugábamos. Dándome ánimos si habíamos perdido y alegrándose conmigo cuando ganábamos”. Su hija Ángela fue testigo de una de esas llamadas. Se encontraban en Santander, donde su padre iba a recibir un premio. Su mujer Juana y los nietos se habían ido a visitar el parque de Cabárceno y él, “que ya andaba fastidiado por la enfermedad”, prefirió quedarse en el hotel ultimando algunos detalles del que sería su último libro Regular, gracias a dios. Cuando estaban paseando por el jardín, Labordeta habló con Melero y le cambió la cara. El Real Zaragoza había vencido. “Recuerdo su expresión, se alegró como si fuera un niño pequeño”.

La misma vehemencia de la que todos fuimos testigos en la tribuna del Congreso (“¡Váyase usted a la mierda!”) es la que gastaba en las gradas del campo o frente a la televisión. “Él, que siempre fue tan sensible a la injusticia y a los desheredados del mundo, se enojaba mucho cuando un equipo humilde como el suyo perdía y lo manifestaba abiertamente”, se ríe Luis Alegre, seguramente recordando alguno de estos arranques. Melero no fue capaz de conseguir que pisara el palco de La Romareda en todo el tiempo que fue consejero, él ocupaba su puesto en la grada y desde allí comentaba las jugadas con todo aquel que tuviera al lado. “Con Labordeta sabías cuando empezaba un trayecto pero nunca cuando acababa. Todo el mundo se acercaba a hablar con él y los conociera o no, siempre contestaba y cogía unos capazos de la hostia (en castellano: entretenerse hablando mucho rato con alguien)”.

Como cualquier aficionado, Labordeta también tuvo sus preferencias en cuanto a los jugadores. Carlos Lapetra, padre del expresidente del club, Violeta, el león de Torrero, Víctor Fernández, histórico del equipo y Pardeza, uno de los héroes de París en la Recopa de 1995. “La primera vez que lo vi, fue en un concierto en Madrid en los 80. Yo lo admiraba como músico desde mucho antes de conocerle en persona”, recuerda este último. En Casa Emilio, el hogar de la intelectualidad zaragozana, se encontraron varias veces en presentaciones de libros o en comidas en las que sedaba cita una representación variopinta del mundo de las letras, deporte, música o periodismo. “Ya te puedes imaginar, se hablaba de todo: música, cine, libros… y fútbol también, claro. Labordeta era un comentarista ácido e inteligente”.

300 EUROS
Su grupo de amigos, aquellos de la peña Milito, le regalaron en una ocasión una camiseta del equipo con su nombre a la espalda. Él la llevaba de vez en cuando por casa, medio por orgullo medio por hacer la gracia. En 2010, algunos recopilaron fotos históricas del Real Zaragoza y realizaron con ellas postales que se vendían en un libro. Lo que en un principio fue una anécdota se convirtió en algo más grande cuando recibieron varios encargos de aquel ejemplar. “Decidimos hacer una pequeña remesa para los conocidos pero para eso cada uno de los de la peña teníamos que poner 300 euros. José Antonio dijo que por supuesto, pero en el proceso de fabricación fue cuando se puso más malico y evidentemente no íbamos a ir a su casa a pedirle el dinero”, rememora Melero. Fue Labordeta el que, en plena enfermedad le recordó a Juana, su mujer, que le diera esa cantidad a sus amigos para ese último homenaje a su equipo.

Dos días después de su muerte, el 21 de septiembre de 2010, La albada retumbó en La Romareda. Ese era el adiós de su club, de su afición al hombre que tanto sufrió con sus derrotas y se alegró con sus victorias. Estados Unidos tenía por primera vez un presidente negro y el Zaragoza aún no había descendido. Su hija Ángela dijo en el discurso de agradecimiento en la gala Aragoneses del año: “Mi padre murió feliz, porque en Estados Unidos gobernaba Obama y el Real Zaragoza seguía en primera”. Por suerte no llegó a ver lo de Trump, ni lo de Agapito. •