Luis Miguel Hinojal- Quizás en un oscuro recodo de su memoria aún habitaban la nítida visión de jugadas magistrales, el relámpago de los goles imposibles y el eco de las ovaciones de un público extasiado y rendido a su ingenio creativo. Heleno de Freitas tenía 39 años cuando falleció en un sanatorio de la ciudad de Barbácena (estado de Minas Gerais) el 8 de noviembre de 1959. Fue un meteorito. Una estrella fugaz a la que muchos consideraron uno de los mejores jugadores de su país en los años 40, cuando el fútbol brasileño ya había detonado la bomba de la pasión popular que le ataría para siempre nada menos que a la identidad nacional. Nacido en la pequeña localidad mineira de Sâo Joâo Nepomuceno, su madre eligió el nombre de su hijo por su devoción por Santa Elena. Cuando el padre de Heleno, propietario de una refinería de azúcar y café falleció, su hijo fue enviado a Río de Janeiro para continuar sus estudios.
Al adolescente que soñaba con ser futbolista se le apareció mientras jugaba en una playa uno de los personajes más peculiares del fútbol carioca para cambiarle la vida. Neném Prancha fue sucesivamente utilero, masajista, ojeador y entrenador de críos en el Botafogo. Además de filósofo iletrado, como todo tipo de pocas palabras e ingente sabiduría. Un apasionado del deporte que ganó celebridad por descubrir a jugadores como Heleno y por acuñar frases que inmediatamente pasaban a formar parte del acervo popular futbolístico: “Si las concentraciones ayudan a ganar partidos el equipo del presidio no perdería ni un partido”. “Un buen jugador es como una heladería. Tiene varios sabores y cualidades”. En Heleno el ojo clínico de Prancha detectó un talento inmenso y ganas de devorar el mundo. Tras un año en el equipo playero del Botafogo el club desactivó su categoría juvenil y Heleno se marchó tres temporadas a la cantera del Fluminense. Regresó al cuadro albinegro con 20 años en 1940 para convertirse en el mejor jugador de la historia del club hasta la llegada de Garrincha en 1951. Al comienzo de su carrera era un centrocampista extremadamente dinámico. “Heleno buscaba siempre la pelota más allá del medio campo y siempre estaba en posición de recibirla. Sabía distribuir muy bien. Y aunque estuviera marcado y de espaldas al área, siempre encontraba la forma de disparar. No recuerdo a nadie en la década de los 40 que practicase ese tipo de juego”, rememoraba su compañero Geninho.
En Heleno el ojo clínico de Prancha detectó un talento inmenso y ganas de devorar el mundo. Tras un año en el equipo playero del Botafogo el club desactivó su categoría juvenil y Heleno se marchó tres temporadas a la cantera del Fluminense
El colosal periodista Armando Nogueira, fallecido en 2010 a los 83 años, fue uno de los mejores analistas y trovadores de la historia del fútbol brasileño. No en vano su funeral se llevó a cabo en la tribuna de honor de Maracaná, y la sala de prensa del estadio del Botafogo (Engenhao) lleva su nombre. Nogueira daba pistas sobre la fascinación que Heleno comenzó a provocar de inmediato en su privilegiada cabeza y en la de miles de torcedores, que descubrieron un futbolista de cualidades mayúsculas y soluciones espectaculares aderezadas por una personalidad egocéntrica y un carácter en permanente estado de ebullición: “Le vi jugar muchas veces, primero en el Botafogo, luego en la selección. Fue mi primer ídolo cuando llegué a Río en 1944.
Heleno vivió en conflicto con el universo del fútbol, amado como un dios, renegado como un demonio. Era la pesadilla de los árbitros, el genio de la bola, el desafecto de las aficiones rivales. Era también el irresistible galán para las mocinhas de Copacabana, que se enamoraban de la elegancia, los trajes, la rebeldía y la celebridad. Heleno de Freitas realizaba todas las virtudes del crack con un toque de belleza. Tenía, sin embargo, la psicosis de la perfección: el error del hombre derrotaba al artista, y Heleno perdía la cabeza, perdía la razón y perdía el partido. Trastornado, acababa siendo expulsado. Fuera del campo era un caballero, a pesar de haber estado siempre marcado por una sombra de narcisismo, que es, por cierto, uno de los grandes abismos de todo ídolo”.
Heleno vivió en conflicto con el universo del fútbol, amado como un dios, renegado como un demonio. Era la pesadilla de los árbitros, el genio de la bola, el desafecto de las aficiones rivales
“Ganaba partidos él solo, y él solo los perdía”, continúa Nogueira, “víctima de la batalla sin tregua que libraba consigo mismo. Pobre Heleno: El artista queriendo afirmar su inspiración lúdica en conflicto con el hombre asfixiado por las obligaciones de un régimen de profesionalismo para el que no estaba psicológicamente maduro. Se rebelaba contra la rutina de entrenamientos, las concentraciones, la preparación física… Heleno tenía fútbol para ganar títulos, pero no tenía nervios para soportar la guerra de los campeonatos. Cada domingo era vencido por el poderoso cúmulo de circunstancias que modelan el equilibrio de nuestro fútbol: Se peleaba con los árbitros, con el público, con los adversarios y, sobre todo, con el propio Botafogo, club que le dio renombre y también le otorgó la perdición”.
GILDA
En aquellos tiempos, por obra y gracia del director Charles Vidor, Rita Hayworth derrochaba glamour y despertaba pasiones cuando agitaba su melena pelirroja o abofeteaba a Glenn Ford en las pantallas de cine de medio planeta interpretando a una mujer indomable. Las torcidas rivales del Botafogo acuñaron el apodo de Gilda para referirse a Heleno, mofándose del carácter tempestuoso que tantas expulsiones y peleas le costaron al futbolista. Incluso el escritor Roberto Drummond llegaría a idear un romance ficticio entre Heleno y Rita Hayworth en su novela ‘Cuando fui asesinado en Cuba’ de 1982. Drummond (que falleció de un infarto presenciando el partido BrasilInglaterra del mundial 2002) era un adolescente cuando Heleno ya se había convertido en celebridad nacional. También fue periodista deportivo, y años después recordaba a su ídolo en una de sus crónicas. “El gran Heleno de Freitas, el dios de los remates de cabeza que deslumbró a las plateas del mundo. Aquel que aquí en la tierra fue un dios que multiplicó los goles como si fueran peces”. No en vano fueron 204 goles en 233 partidos con el Botafogo. Desde que adelantó su posición para jugar en la vanguardia, su productividad rematadora le llevó al auge de su carrera y a la selección. “Era un artista. Driblaba con esmero, corría con gestos perfectos. Enriquecía el fútbol con melodías corporales de raro efecto. Y pocas estrellas en la historia conseguirían jugar tan bien de cabeza como él”, recordaba Armando Nogueira.
“El gran Heleno de Freitas, el dios de los remates de cabeza que deslumbró a las plateas del mundo. Aquel que aquí en la tierra fue un dios que multiplicó los goles como si fueran peces”. No en vano fueron 204 goles en 233 partidos con el Botafogo.
Quedan escasos documentos filmados sobre el juego de Heleno. Y poca falta hacen para comprender la grandeza del príncipe carioca si el añorado escritor Eduardo Galeano en su libro ‘El fútbol a sol y a sombra’ evoca de esta manera uno de sus goles: “Heleno estaba de espaldas al arco. La pelota llegó de arriba. Él la paró con el pecho y se dio vuelta sin dejarla caer. Con el cuerpo en arco y la pelota en el pecho, enfrentó la situación. Entre el gol y él, una multitud. En el área de Flamengo había más gente que en todo Brasil. Si la pelota iba al suelo, estaba perdido. Y entonces Heleno se echó a caminar, siempre curvado hacia atrás, y con la pelota en el pecho atravesó tranquilamente las líneas enemigas. Nadie se la podía sacar sin cometer falta. Cuando llegó a las puertas del arco, Heleno enderezó el cuerpo. La pelota se deslizó hacia sus pies. Y remató”.
» Boca Juniors Fue un fichaje récord pero no triunfó. En la ciudad se rumoreaba un romance con Evita.
El venerable músico y poeta Vinicius de Moraes solía decir que “En Río, la formación de la identidad pasa también por la elección del equipo. Y un poeta, fiel a su infancia, elige a Botafogo”. “Yo no soy jugador de fútbol. Soy jugador del Botafogo”, sentenciaba Heleno golpeándose en el pecho el escudo de la estrella solitaria con el puño. Era su manera de arengar a sus compañeros. Su carácter arrogante y sus lagunas profesionales no eran la mejor manera de hacer amigos en el vestuario. Tuvo serios enfrentamientos con técnicos y compañeros y no concebía el fútbol “sin la sangre hirviendo, sin el cuchillo entre los dientes”. Con la selección brasileña jugó 18 partidos y anotó 15 goles, siendo el máximo artillero del Campeonato Sudamericano de 1945, predecesor de la Copa América.
El venerable músico y poeta Vinicius de Moraes solía decir que “En Río, la formación de la identidad pasa también por la elección del equipo. Y un poeta, fiel a su infancia, elige a Botafogo”
CARISMA Y EXCESOS
Detrás del mejor jugador brasileño de la época se alojaba un lector que se ensimismaba con Dostoievski, un buen estudiante con formación en Derecho, un hombre con sensibilidad artística con gusto por el jazz, el cine y el teatro… y un tipo volcánico, amante de la vida nocturna y las mil tentaciones de la cidade maravilhosa. El fabuloso dramaturgo Nelson Rodrigues recuerda una anécdota ilustrativa: “Heleno fue a visitar a un amigo enfermo. Entonces ocurrió lo siguiente: todas las mujeres de la casa, desde la abuela a la lavandera se enamoraron inmediatamente de él”. Ayudaba su porte elegante, su pelo engominado, ropas caras y una personalidad arrolladora. Pero jugaban en su contra los excesos con el alcohol, drogas como el éter, montones de cigarrillos, los casinos y algunas sórdidas compañías. A pesar de haber contraído matrimonio y engendrado un hijo, Heleno se declaraba como un mujeriego empedernido, capaz de alternar por igual con las más célebres vedettes de la noche carioca y con meretrices de los bajos fondos. En 2012 el director José Henrique Fonseca estrenó la película ‘Heleno, el príncipe maldito’. El personaje arranca con una frase a la altura de su ego: “Habrá un tiempo no muy distante, en el que seré comprendido”.
El actor Rodrigo Santoro interpreta a Heleno, del que afirma que “quería ser más grande que la vida”. “Es una película sobre el talento y la lucha de un hombre para llegar a un acuerdo con las expectativas que mantiene, tanto sobre él como sobre los demás”, declaró Santoro en un reportaje sobre el personaje firmado por Jonathan Wilson en The Guardian. La película ilustra con un tratamiento casi onírico el camino de la gloria a la perdición de un futbolista irreverente capaz de quemar delante de todo el vestuario los billetes correspondientes a una prima por llegar a una final que el Botafogo acabó perdiendo. “Nos deben pagar solo si ganamos o jugamos bien”, le reprocha a un directivo. Heleno nunca ganó un título con los albinegros. Tres segundos puestos en el campeonato carioca y la insoportable relación de Heleno con su vestuario forzaron al presidente Carlito Rocha a traspasarlo en 1948 a Boca Juniors por 600.000 cruzeiros, la mayor cifra pagada entonces por un jugador en todo el continente. Fue una ofensa que dividiría la carrera de Heleno en dos. El club xeneize no pasaba por un buen momento y acabó ese curso a mitad de tabla. Heleno odiaba el invierno porteño, apenas marcó 7 goles y además vivió desde la distancia el título de campeón carioca que el Botafogo obtuvo en el primer campeonato sin su ídolo desterrado. Eso sí, por las redacciones bonaerenses corría el rumor de que el brasileño había mantenido un romance secreto nada menos que con Evita Perón.
Heleno nunca ganó un título con los albinegros. Tres segundos puestos en el campeonato carioca y la insoportable relación de Heleno con su vestuario forzaron al presidente Carlito Rocha a traspasarlo en 1948 a Boca Juniors por 600.000 cruzeiros, la mayor cifra pagada entonces por un jugador en todo el continente
Regresó a Brasil para ganar con el Vasco da Gama el campeonato carioca de 1949, pero sus acaloradas broncas con compañeros le valieron la reprobación del entrenador Flávio Costa, técnico de estilo cuartelero. Heleno acabó amenazando al preparador con un revólver. Adiós de nuevo a Río. Adiós también a la posibilidad de disputar el mundial del 50: Flávio Costa era también el seleccionador nacional. Su mujer le había abandonado. El siguiente destino en 1949 fue Junior de Barranquilla, que disputaba la liga “pirata” colombiana tras su ruptura con la FIFA, pagando suculentos salarios y atrayendo a figuras como Di Stéfano o Nestor Rossi. “Haré milagros”, declaró Heleno ante la prensa en su presentación en Colombia. Allí escribió un joven periodista llamado Gabriel García Márquez algunas crónicas sobre el futbolista al que llamaba “El Doutor Heleno”, y lo hizo desde una rendida admiración: “Si los jugadores del Junior hubiesen sido escritores, Heleno De Freitas habría sido un extraordinario autor de novelas policiacas, por su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y sus desenlaces rápidos y sorpresivos, méritos suficientes para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía”.
VASCO DA GAMA
Tras la aventura colombiana Helano regresó al Vasco da Gama en 1951. Duró poco y cargó públicamente contra Flavio Costa en la prensa, señalándole como máximo responsable del Maracanazo en la final del mundial del 50 cuando Brasil cayó ante Uruguay. Además no había perdido la costumbre de protagonizar escándalos y peleas en locales nocturnos. En septiembre pidió una prueba en el Santos. Sólo entrenó una vez con el cuadro paulista. Le contrató el América de Río, un clásico modesto alejado del brillo de los cuatro grandes cariocas, Flamengo, Botafogo, Fluminense y Vasco. Heleno jugó por primera y última vez en el icónico Maracaná. Un partido frente al Sao Cristovao en el que Heleno pareció confuso y deslumbrado y acabó expulsado antes del descanso. Ya no quedaba rastro del genial futbolista que fue tan famoso como la estatua del Cristo del Corcovado. Su salud se estaba deteriorando de manera cruel. Volvió a su casa de Sao Joao Nepomuceno bajo los cuidados de su hermano. En 1954 quedó internado en la Casa de Salud de Sao Sebastiao, en Barbácena (Minas Gerais). La sífilis que le habían diagnosticado y que no se había tratado en años, estaba haciendo estragos en su cuerpo y en su mente.
Heleno jugó por primera y última vez en el icónico Maracaná. Un partido frente al Sao Cristovao en el que Heleno pareció confuso y deslumbrado y acabó expulsado antes del descanso. Ya no quedaba rastro del genial futbolista que fue tan famoso como la estatua del Cristo del Corcovado.
Marcos Eduardo Neves publicó en 2012 la excelente biografía ‘Nunca hubo un hombre como Heleno’. Mantiene que Heleno “se convirtió en jugador de fútbol por el ego de verse aplaudido por una multitud”. El ingente trabajo de investigación muestra también los últimos años de Heleno recluido en la clínica. Solía jugar peladas con otros internos. También se escapaba y volvía horas después desorientado y sin ropa. Le llevaban a presenciar partidos del equipo local, el Olimpic de Barbacena. Pero se había vuelto agresivo y sufría graves brotes de demencia, como cuando un enfermero le tuvo que arrancar cuatro cigarrillos encendidos a la vez en su boca y otras ocasiones en las que se autolesionaba. En octubre de 1956 algunos jugadores y técnicos de la plantilla del Botafogo, invitada a un amistoso, visitaron al enfermo en su clínica. No se sabe cómo habría convivido Heleno en un vestuario con astros como Nilton Santos, Didí o Garrincha, que conformaban aquel plantel. Pero los que presenciaron su arte coinciden en que estaría a la altura. Al fin y al cabo, como lo describió Nelson Rodrigues, “fue la más romántica y trágica de todas las estrellas”. La película de Fonseca arranca con una dramática escena con la deteriorada figura de Heleno en su habitación del sanatorio.
Tiene la mirada perdida y un inequívoco aire de infinita tristeza regada con melancolía. Está comiéndose los recortes de periódico que colgaban de la pared. Son las crónicas que glosaban sus días de gloria. El 8 de noviembre de 1959 fue encontrado muerto en su cuarto, casi cinco años después de ser internado. Eduardo Galeano resumió su vida y su muerte en un párrafo incomparable: “Heleno de Freitas tenía estampa de gitano, cara de Rodolfo Valentino y un humor de perro rabioso. En las canchas resplandecía. Una noche, perdió todo su dinero en un casino. Otra noche perdió no se sabe donde las ganas de vivir. Y en la última noche murió, delirando, en un hospicio”. Y otra pluma inmortal, la de Armando Nogueira, firma el epitafio de un príncipe atormentado: “Heleno de Freitas, el as de las expresiones corporales más bellas que he conocido en los estadios, murió, sin gestos, de parálisis progresiva y descansa hoy en el cementerio de São João Nepomuceno, donde nació un día para jugar su vida en un partido sin tiempo de descanso entre la gloria y la desgracia”.