Tommaso Koch | Fotografía Junichi Takahashi.- El Coliseo. La Fontana di Trevi. E Hidetoshi Nakata. Hubo un tiempo en que el futbolista japonés fue un monumento más de Roma. Tanto que las agencias de viajes de su país lo incluían en los paquetes como un reclamo de la capital italiana, tan imprescindible como la Capilla Sixtina. Los turistas disfrutaban de las obras maestras de la ciudad y, el domingo, acudían al Estadio Olímpico a aplaudir a otro artista. Cada semana miles de aficionados japoneses vestían la camiseta número 8 de la Roma y poblaban las gradas, deseosos de ver jugar al mejor futbolista que su país hubiese dado a luz. A la vez, decenas de periodistas asiáticos seguían a Nakata e informaban a sus sedientos lectores sobre cada detalle de su existencia. Era el año 2000 y la estrella de ese chico de 23 años brillaba en el campo y en las portadas. Centrocampista talentoso, modelo de ropa interior de Calvin Klein, ante él se abrían las puertas de una carrera larga y exitosa.
De hecho, Nakata (Kofu, 1977) se retiró en 2006 y podría haber seguido jugando al fútbol a nivel profesional. Su coetáneo Raúl, por ejemplo, alargó muchos más años su carrera en EEUU. Y, sin ir más lejos, su excompañero de equipo Francesco Totti, un año más viejo que el japonés, se retiró en 2017. Tan distinto es Nakata que dijo adiós muchísimo antes, con 29 años, cuando aún le quedaban trofeos y millones por ganar. Tan distinto que tras retirarse cogió una mochila y se fue a dar la vuelta al mundo. Lejos de los estadios, de la idolatría de los fans, de la moda. El hombre que no podía dar un paso sin que un séquito de fotógrafos y redactores lo contara decidió viajar en solitario a los rincones más remotos del planeta.
Él era distinto. Tan distinto que dijo adiós muchísimo antes, con 29 años, cuando aún le quedaban trofeos y millones por ganar
“Aunque fuera mi carrera, siempre he jugado al fútbol por pasión. El dinero nunca fue una prioridad. Debido a la expansión de los negocios en el fútbol, perdí mi entusiasmo y decidí que era el momento de retirarme”, relata ahora Nakata por correo electrónico, tras tres meses de insistencia que testimonian su escasa afición por las entrevistas y por hablar de sí mismo. El japonés anunció su decisión tras la Copa del Mundo de 2006, después de una temporada anodina en Inglaterra, en el Bolton. Y, a partir de ahí, desapareció de las primeras páginas, de la burbuja del balompié y se esfumó por la vida.
“Hasta mi retiro, solo había vivido en el ambiente del fútbol. Decidí viajar y descubrir el mundo real con mis propios ojos, para comprender cuál podría ser mi sitio en el planeta. Fue una manera de entender qué puedo y querría hacer y quién soy, aparte de un jugador de fútbol”, cuenta Nakata. El japonés calcula que visitó un centenar de países, esparcidos por cuatro continentes. Empezó por su Asia natal, de Indonesia a Vietnam, hasta pisar un campo de refugiados en Irak. “La gente tiene miedo de esos sitios porque no sabe que además de la guerra hay personas estupendas. Si viajáramos más habría menos prejuicios idiotas”, declaró a L’Equipe sobre esa experiencia.
Su periplo continuó durante tres años. Oriente Próximo, Latinoamérica, África. Siempre solo, y siempre en busca de respuestas. A veces dormía “en hoteles de lujo” y otras simplemente “en una tienda”. Como un mochilero cualquiera, escondía su trabajada imagen fashion de Beckham de Asia tras un pelo más largo y la barba deshecha. Eso sí, por lejos que viajara, en algunas ocasiones el fútbol le alcanzaba: un día acababa jugando un partidillo en un campo perdido en medio de la nada, otro le reconocían por la calle.
En el fondo, allá donde jugó Nakata dejó casi solo buenos recuerdos. El que fuera dos veces consecutivas mejor jugador asiático del año llegó a la fama en la serie A, con el Perugia. Ante 5.000 japoneses entusiastas en las gradas del pequeño estadio Renato Curi, debutó en 1998 con dos goles a la Juventus. Y con otro castigo a la Vecchia Signora, por la que años antes había sido descartado tras una prueba, se ganó el corazón de los romanistas. El 6 de mayo de 2001 la Juventus iba ganando 2-0 contra la Roma, que veía peligrar su liderazgo en la tabla y el scudetto. Así que en el minuto 60 Fabio Capello se sacó de la chistera una ocurrencia que sonaba a locura: fuera el símbolo Totti, dentro Nakata. En sus 30 minutos el japonés marcó el 1-2 y propició el empate de la Roma, que desde entonces asocia su nombre a la gloria. Y una vez más contra la Juve, ya con la camiseta del Parma, regaló a sus aficionados una Copa Italia.
Con menos suerte, pero con el mismo aprecio de la gente, pasó por el Bolonia y la Fiorentina, antes de aterrizar en el Bolton y dejar definitivamente atrás el mundo del fútbol. Habían pasado justo 20 años, desde que con 9 empezó a tirar las primeras patadas al balón. En algunas de sus escasas entrevistas el japonés relató que comenzó en un barrio con muchos niños enamorados del fútbol y un solo campo. De ahí que hubiese que hacer turnos y a veces le tocara jugar al amanecer. Sea como fuere, su flechazo con el fútbol sigue igual que cuando balón rimaba con madrugón: “Es como un hermano para mí, crecimos juntos. Por eso, incluso si por un solo momento ponía la carrera por encima de la pasión, sentía que estaba sacrificando mi familia”.
Además, hoy en día Nakata ha descubierto una manera de convertir su amor en algo útil. De vuelta de su odisea, el japonés quedó impactado sobre todo por “la debilidad de los seres humanos y la avaricia”. Así que para aportar su granito de arena creó la Fundación Take Action, con la que se volcó en la ayuda postsunami y terremoto en Japón de 2011. De vez en cuando organiza partidos benéficos para recaudar fondos. De alguna manera, fue el principal legado que le dejó su viaje: “Fui testigo de muchas situaciones complejas y me planteé cómo podía colaborar. A la vez, el hecho de que me reconocieran incluso en áreas remotas del mundo me mostró la gran influencia del fútbol. Pensé que podría usarlo para conectar personas, incluso países, y que sirviera de ayuda para alguien”.
De vez en cuando organiza partidos benéficos para recaudar fondos. De alguna manera, fue el principal legado que le dejó su viaje
Tras retomar las botas -”juego en los partidos benéficos, aunque a veces no toco el balón durante dos meses”-, Nakata optó por no colgar la mochila tampoco. Porque, después de descubrir los rincones más exóticos del mundo, el exjugador se dio cuenta que no conocía su propia casa, de que muchas veces le preguntaban por Japón y apenas podía contestar. Así que decidió viajar hasta la raíz del problema: en los últimos seis años ha visitado todas y cada una de las 47 prefecturas que componen Japón, conociendo sus gentes y sus costumbres. De hecho, en estas semanas está descubriendo la última. “Quería ver y experimentar la artesanía tradicional, la agricultura, las religiones o las fábricas de saké”, defiende Nakata.
Una vez más, de sus caminos heredó otra lección: empezó a producir su propio saké y acaba de abrir un bar en Milán dedicado al licor típico de Japón. Por lo demás, ahora el exfutbolista vive en Tokio, sigue viajando para promover la cultura japonesa por el mundo y cultiva su Fundación y su amor incondicionado por la moda. Mirando atrás, da las gracias al balón y sus senderos infinitos: “Si no hubiese jugado al fútbol, nunca habría tenido la vida que tengo ahora. Todavía me conecta con mucha gente. Creo que es uno de los lenguajes más poderosos del mundo. Y esa es su magnificencia”. Ya sea entre los gritos de un estadio italiano, con la liga en juego. O en un campo desierto de Laos, con la mochila como poste. •