Historias del viejo Chamartín

La drástica reforma del estadio Santiago Bernabéu sepultará las memorias de un estadio que hasta hace apenas unas décadas tenía un funcionamiento familiar, cargado de anécdotas e intrahistorias arrastradas desde los años 20, cuando los soñadores fundadores del Madrid compraron un terreno a las afueras de la ciudad.

Diego Barcala.- Probablemente sucedió tras un gol de Pahiño o de Molowny en la temporada 1951/1952. Un niño de apenas cuatro años veía el partido del Real Madrid junto a la valla que separaba el césped de la grada. En la celebración corrió hacia arriba por las escaleras para encontrarse con su padre cuando tropezó con la escalera de cemento y se rompió el labio dejando una cicatriz todavía hoy visible. Aquel niño se apellidaba Pérez y se llamaba Florentino y era la primera vez que acudía al estadio de Chamartín.

FOCOS» Instalación de iluminación eléctrica en los años 50. Foto. Martín Santos Yubero.

“Me ponía en la barandilla de abajo, y cuando metían gol subía corriendo a ver a mis padres. En una de esas tropecé en un escalón, me pegué una bofetada, y tengo el labio partido [enseña una cicatriz cerca de la comisura]. Me curaron allí en el estadio y me quedó esta marca. Herida de guerra del estadio”, recordaba en 2013 el ya presidente del Real Madrid Club de Fútbol en Abc.

1º DE MAYO» Una imagen del franquismo y el Bernabéu. Foto. Martín Santos Yubero.

La anécdota del artífice de la última reforma del estadio blanco forma parte de una colección de historias olvidadas en la memoria histórica de un club que hace muchas décadas que dejó de ser el equipo de la ciudad pero cuyo estadio permanecerá en la misma parcela donde crece desde 1924.

El pasado 12 de septiembre volvió el público al Santiago Bernabéu o lo que queda de él para transformarse en una mezcla de platillo volante y lata de sardinas. Entre los apenas 20.000 espectadores que vieron a Vinicius saltar a lo rock star a celebrar un gol dentro de la grada había una representación de lo que es hoy el gentío habitual del estadio: familias de la ciudad y alrededores, peñas de la comunidad y sus limítrofes ciudades castellanas, desperdigados madrileños nacidos en toda España que no se pueden perder la visita de su equipo a Madrid, turistas de todos los colores e invitados, muchos invitados. Algunas fuentes del periodismo económico señalan que el presidente del club se reserva 1.000 entradas para sus propios compromisos cada partido. Cuando acabe la reforma el club habrá apostado por mantener su estadio en La Castellana unas cuantas décadas más o de por vida, algo que siempre estuvo en debate en la historia del club.

BOTIJO» Una mujer vende agua a las puertas del estadio. 

La primera vez que el emplazamiento de Chamartín quedó en entredicho fue en febrero de 1933. El Consejo de Ministros del Gobierno de Manuel Azaña había aprobado la ampliación del Paseo de la Castellana, que terminaba en Nuevos Ministerios, hasta enlazarla con la carretera que une la capital con el norte de la península ibérica. Una línea recta pasaba por encima del estadio de Chamartín del Madrid FC al que le correspondería una indemnización por expropiación de 300.000 pesetas tras haber invertido un millón una década antes. En el club estaban asustados y los jóvenes directivos removieron todas sus influencias para evitar el desastre.

Un entusiasta de 38 años llamado Santiago Bernabéu escribía en La Hoja del Lunes: “La obra pasará a 80 metros de nuestro estadio. El Madrid Fútbol Club precisa de un campo que tenga no sólo una mayor cabida de espectadores, sino espacio suficiente para las instalaciones anexas”. Por suerte, en Presidencia había un socio del Madrid desde 1912 con voz y voto. Rafael Sánchez-Guerra, concejal que había agitado la bandera republicana en el Ayuntamiento de Madrid proclamando el nuevo régimen democrático en 1931 era entonces ministro y consiguió que se aprobara otro trazado que salvaba el estadio. El mapa de Madrid deja hoy una peculiar recta sur-norte de La Castellana que no enlaza directamente con la A-1. Si se traza una línea recta entre el antiguo final de la avenida y la entonces salida norte de Madrid, el asfalto sería un pase de Roberto Carlos a Figo.

El mapa de Madrid deja hoy una peculiar recta sur-norte de La Castellana que no enlaza directamente con la A-1. Si se traza una línea recta entre el antiguo final de la avenida y la entonces salida norte de Madrid, el asfalto sería un pase de Roberto Carlos a Figo.

Conservar el estadio fue clave para un entonces pujante club que en el último partido antes de la Guerra Civil, apenas 27 días antes del golpe de Estado de 1936, se proclamó campeón de Copa en Valencia dejando uno de los primeros pósters de la historia del fútbol español. Ricardo Zamora hace una parada milagrosa en un poste levantando la cal de la línea de gol. Llegó la guerra y Chamartín se puso al servicio de una ciudad sitiada y bombardeada como huerto, escenario de partidos militares propagandísticos o lugar de entrenamiento de tropas. Finalizada la guerra, la reapertura de la vida en Madrid también trajo fútbol aunque para ello hubo que poner “más de 20.000 duros”, según declaraba a la prensa Alfredo Meléndez para mantener el estadio en propiedad del club y sobre todo adecentar el terreno que había quedado “más duro que el cemento de la Cibeles”.

GALLINERO» El estadio con la obra que lo amplió hasta las 100.000 localidades.

El viejo Chamartín duró casi 10 años más en funcionamiento hasta que una causalidad deportiva y social llevó a la presidencia a un exjugador que había hasta ayudado pico y pala a adecentar el terreno del antiguo campo de la calle de O’Donnell. El exjugador, capitán, entrenador y directivo, Santiago Bernabéu, llegó para calmar una pelea institucional motivada por la semifinal copera de 1943 que inauguró la eterna rivalidad Madrid-Barça. Los catalanes vencieron en la ida 3-0 en un partido en el que según las crónicas el público estuvo muy agresivo, algo no tan habitual en la época. De hecho, había sanciones para los clubes cuando el público mostraba actitudes “antideportivas”. El ambiente en la vuelta se fue calentando por la prensa de Madrid y los blancos le metieron 11 goles al Barça llevados por el ímpetu de un público bastante caliente. El entonces joven periodista Juan Antonio Samaranch -sí el olímpico- relató así lo sucedido en la eliminatoria: “¿Las Corts?… ¡Chamartín!… Cuántas cosas hemos leído esta semana en los periódicos matritenses. Vamos a darles su parte de razón, por las circunstancias que hicieron no fuera muy correcto el comportamiento de los incondicionales del Barcelona. Pero ellos, abultando los hechos hasta la exageración, son los culpables de este espectáculo lamentable que hemos presenciado en el campo de Chamartín, dejando pálido lo sucedido en el partido de ida”, según recoge ‘Bernabéu, el presidente’ (Espasa) del periodista Julián García Candau. Esos 90 minutos se hicieron “molto longos”, para los culés, adelantando lo que amenazaba Juanito en los 80, con la influencia del público ya normalizada.

El Barcelona, que había sido multado con 25.000 pesetas por los gritos en Les Corts, se sintió maltratado por el régimen inaugurando una batalla que llega hasta hoy por saber quién tiene el favor del poder en cada disputa Madrid-Barcelona. El régimen franquista no quería líos de más, multó al Madrid con las mismas 25.000 pesetas y obligó a la dimisión de los presidentes de ambos clubes. Y Bernabéu llegó al palco con el objetivo a corto plazo de hacer la paz con los catalanes. Un año después el nuevo presidente proyectó la locura de un estadio inmenso para 75.000 espectadores en una ciudad en la que pervivían los fusilamientos, la cuartilla de racionamiento para el aceite y el pan y el hambre era el día a día. “Si el Madrid no tiene un campo grande no conseguirá formar una gran sociedad deportiva. El Metropolitano ya iba por 40.000, Barcelona, Sevilla… de ahí mi obsesión”, recordaba Bernabéu sobre el megalómano proyecto del nuevo Chamartín.

NUEVO CHAMARTÍN

Entre vaivenes y mediocre rendimiento deportivo llegó la Navidad de 1947 y se inauguró el estadio dejando en las enciclopedias una de las historias más curiosas de la historia del Real Madrid. El gol que inauguró el estadio fue marcado por un niño de la guerra. Sabino Barinaga tenía 14 años cuando Hitler ordenó junto a Franco el bombardeo de Durango, su pueblo. “A mi padre se le quebraba la voz cuando trataba de explicar la devastación de aquel periodo. Los aviones volaban sobre su cabeza y él corría por la calle. Miró hacia atrás y vio una madre que también corría, llevando a su hijita de la mano. Siguió corriendo. Oye una explosión seguida de un grito. Vuelve la vista atrás. La madre aún sujeta la mano de su hija pero la bomba le ha arrancado la cabeza”, recuerda 78 años después Almudena Barinaga, la hija del goleador, en una plaza de Madrid al periodista inglés Adam Crafton. Su testimonio está escrito en ‘De Guernica a Guardiola’ (editorial Córner), un recorrido por la historia de los futbolistas españoles en Inglaterra.

NEVADA» Un día de frío en Chamartín. Foto. Martín Santos Yubero.

Entre los 33.000 niños vascos evacuados en la Guerra Civil había 93 goles madridistas a borde del Habana que llegó a Southampton el 23 de mayo de 1937. Sabino y sus hermanos Iñaki y José Luis fueron acogidos en el orfanato Nazareth House donde aprendieron a jugar al fútbol con otro ilustre, Raimundo Pérez de Lezama, que ganaría seis Copas con el Athletic Club como histórico portero. Aquellos jóvenes vascos despuntaron en la cantera del Southampton. “Dos refugiados vascos se divertían chutando un balón en un aparcamiento cerca del estadio. Lo hacían con tanta habilidad que un hombre desvió su camino para observarlos. Lo que vio le hizo acudir corriendo al entrenador Tom Parker. Tom salió, echo un vistazo y los puso bajo protección del club. Desde entonces casi han vivido en The Dell”, explicaba el Daily Mirror del 17 de marzo de 1939. Después de asombrar marcando 62 goles en 18 partidos Barinaga volvió a casa en 1940 y acabó jugando 11 años en el Real Madrid haciendo historia con aquel gol al Os Belenenses 70 años antes de que llegara un nuevo jugador con pasado en Southampton al mismo césped, un tal Gareth Bale.

Inaugurado el estadio, al Madrid le esperaban años de penurias para rehacerse del esfuerzo económico. Pero con la llegada de Alfredo Di Stéfano en 1953 cambió la historia. Por fin el Madrid se podía reír de la constante broma que los vecinos y tradicionales rivales atléticos espetaban a los blancos: estadio de primera, equipo de segunda. El gigantesco estadio se había convertido en una atracción turística en la ciudad. Era una novedad en una ciudad gris y paralizada donde los madrileños se ganaban la vida como podían. Una abuela y su nieto vendían agua en un botijo a los espectadores que acudían en aquella época al estadio. Ese niño de 7 años era Lorenzo Sanz, el presidente que recuperó la gloria deportiva para el club con la Séptima Copa de Europa pero que se mostró incapaz de transformar un club que no dejaba atrás la gestión familiar de la entidad desde la muerte en los 70 de Santiago Bernabéu.

CAMPO DE VETERANOS
El estadio fue un fiel reflejo de esa parálisis que guardaba situaciones imposibles hoy día. “Cuando tenía gira y me preparaba para los conciertos, corría por los anfiteatros del estadio. Entonces, para evitar que el cemento me molestara en los gemelos me bajaba al césped y corría alrededor de la hierba con una técnica de los marines en la que iba cantando mientras corría, mirando el pulsómetro.   Hoy sería impensable. Ahora hacer eso costaría, no sé… ¿10.000 euros?”, recuerda el cantante Miguel Ríos de la década de los 70 y 80. Hasta entonces, una de las esquinas del estadio estaba al servicio de los socios y de los jugadores veteranos. “El Madrid tenía para los socios una sauna islandesa en el Bernabéu que era espectacular y me apunté al gimnasio del estadio. Allí había un campo de tierra que se utilizaba para los autobuses del equipo contrario y los coches de los jugadores”, narra Ríos. Di Stéfano, Puskas, Rial, Santamaría… las viejas glorias de las Copas de Europa jugaban pachangas los jueves en ese campo con invitados de lujo como el propio Miguel Ríos o exfutbolistas como Kubala o Pipo Rossi. “Me acuerdo del día que vino Rossi con el campo embarrado con una cuarta de agua. Entró Di Stéfano al vestuario y dijo: ¡Eh, muchachos! Hoy viene el mejor centro forward del mundo, no quiero pavadas”.

Aquel clima familiar en el estadio pudo acabar años antes, en los 70, cuando Santiago Bernabéu percibió que el Madrid había perdido el liderazgo europeo. Tenía el plan trazado. Un nuevo estadio para 120.000 espectadores en las afueras de Madrid a cambio de vender Chamartín y construir un rascacielos de 70 plantas y apartamentos. El plan estaba hecho por una cantidad de 6.000 millones de pesetas de los de 1972 a cambio de que el Ayuntamiento recalificara el terreno que estaba declarado como zona verde y deportiva. Un gran pelotazo urbanístico que el franquismo no consintió para gran enfado de Bernabéu que se sintió agraviado por decisiones similares de la época para el Atlético de Madrid y el FC Barcelona. “Lo que han hecho los gobiernos de Franco ha sido explotarnos y nunca darnos ni cinco céntimos. Si hubiéramos tenido el apoyo oficial ahora tendríamos un gran estadio. El Real Madrid es el equipo popular de pueblo. Es más, es el equipo del pueblo”, reflexionaba Bernabéu en una de sus últimas entrevistas antes de morir en 1978.

El plan de mudar el estadio nunca volvió. Ramón Mendoza amplió el aforo en una gran obra en los años 90 que incluyó la creación de un centro comercial sobre la esquina donde jugaban los veteranos. Con ese nuevo anfiteatro y las torres al estilo San Siro quedó aparentemente remozado el estadio para la revolución del fútbol moderno de las últimas décadas. El club salvó el obstáculo de la ruina de los 90 vendiendo la Ciudad Deportiva pero el estadio quedó pendiente. En el camino, a Lorenzo Sanz le tiraron una portería en 1998 que reveló las vergüenzas de un recinto que no tenía ni portería de repuesto. La imagen de los operarios con el mono azul llevando en una camioneta la portería reveló el estadio era la coraza de un mítico caballero medieval protegiendo el cuerpo de un anciano. Dos años después de aquel bochorno llegó al palco el niño que se rompió el labio en una de las escaleras de Chamartín, empeñado en seguir los pasos del soñador cuyo nombre reluce en la fachada de La Castellana. •