Stoichkov: «El mister [Cruyff] siempre creía que íbamos a hacer historia»

Su famoso carácter volcánico le llevó a pisar a un árbitro. Pidió perdón y hoy Urizar Azpitarte es amigo suyo. El Balón de Oro de 1994 llegó a estar suspendido de por vida tras una pelea pero Cruyff consiguió sacar lo mejor de su talento a base de apuestas de 10.000 pesetas por gol.

Àlex de Llano.- Afrontar una entrevista con Hristo Stoichkov (Plovdiv, 1966) no es sencillo. Uno conoce su lado más carismático, de chico malo en el terreno de juego, y a menudo se olvida de que esos jugadores tan emblemáticos también son personas. El mejor futbolista de la historia de Bulgaria se muestra desde un primer momento muy sencillo. Es, probablemente, el mejor embajador que puede tener el pequeño país del Este. Las descripciones que realiza el propio Stoichkov sobre su ciudad natal y los alrededores hacen que a quien escribe se le despierte la curiosidad por visitar dicho lugar.

Risueño, con ganas de hablar y con un constante recuerdo de quiénes son sus amigos. Pese a su fama de chico malo Stoichkov guarda una gran cantidad de amistades entre los que fueron sus compañeros y rivales. También con árbitros y dirigentes. Sí, árbitros también. Es puro carácter balcánico. Cuando algo no le gusta te lo hace saber y cuando disfruta recordando algo, puede pasar más de 20 minutos dándole vueltas al mismo tema. Y quien escucha, claro, se impregna de esa pasión.

Cuando algo no le gusta te lo hace saber y cuando disfruta recordando algo, puede pasar más de 20 minutos dándole vueltas al mismo tema. Y quien escucha, claro, se impregna de esa pasión.

El encuentro se produce en una llamada virtual entre Madrid y su residencia en Miami. Pese a estar planeado para resolverse en una hora, se extiende más en el tiempo y pese a que tiene que atender a distintas responsabilidades televisivas, no quiere dejarnos con preguntas sin responder. El fútbol es su pasión y le gustaría volver a tener 20 años para disfrutar del césped, del vestuario, del balón. A nosotros también nos gustaría verle de nuevo.

Nació en Plovdiv. ¿Cómo es?
Es una ciudad espectacular, ha dado a los mejores deportistas de Bulgaria: natación, atletismo, halterofilia… De todos los deportes, de todas las categorías ha habido representantes de gran nivel. Es una ciudad excelente, maravillosa, con muchas historias. Hay un río que pasa por el medio y la divide en dos partes. Es preciosa. Hay monasterios, lagos, zona de esquiar, playas espectaculares… ¡Tienes que visitarla! Si la visitas, disfrutarás de su belleza, es mejor verla que que te lo cuente yo. La gente me ha preguntado mucho y me gusta recomendar mi país. Estoy encantado de que conozcan mi tierra, tal y como yo hice cuando fui a España.

¿Cómo fue su infancia allí?
Difícil. Difícil de explicar. Es triste. Yo comencé a jugar en el año 75. Era un chaval, tenía nueve o diez años. Primero hice atletismo y luego me pasé al fútbol. Yo lo tenía muy claro. Tenía en mi cabeza que quería llegar a primera división, entonces mi mentalidad era la de jugar todos los días. Llegó un momento, en los ochenta, en el que me echaron del equipo porque era muy pequeño. Eran entrenadores muy cerrados. Imagínate cuando a un chico como yo le dicen que no puede jugar al fútbol. Salí del campo llorando, llegué a casa con lágrimas en la cara y mi padre, que en paz descanse, me dijo: “¿Qué pasa?”. Le conté que me habían echado y le pedí que me llevara al pueblo con mi abuelo, al campo, a estar con las cabras y las ovejas. Él me tranquilizó, me dijo que había más equipos en Plovdiv y que no pasaba nada. Entonces empecé a jugar en el equipo de fútbol de la fábrica en la que trabajaba. Iba a la escuela por la mañana, trabajaba por las tardes y los fines de semana jugaba en ese equipo.

Eso fue después de jugar en el Maritsa, ¿no?
Sí. Me echaron del Maritsa y empecé en la fábrica. El equipo iba bien y, entonces, mi padrino, que era árbitro internacional, me recomendó a un equipo de tercera división. Fui al pueblo, me presentaron al entrenador y desde el primer momento fue muy sincero. Delante de mis padres me dijo: “A partir de ahora soy tu padre y soy tu madre, te quedas conmigo”. Fue algo muy especial. Estuve jugando dos años en tercera división y ya empezaba a ser internacional con las selecciones inferiores de Bulgaria. Mi objetivo era cada día conseguir más y más. Entonces me fichó el CSKA de Sofía. ¡Un sueño cumplido! A partir de ahí fui buscando otros objetivos, otras metas. Entonces me propuse batir el récord de goles, ser bota de oro en Bulgaria. Tenía que marcar 37 goles, como mínimo, para poder empatar el récord. Y lo conseguí.

¿Cómo fue tu fichaje por el CSKA en aquella época?
Muy fácil. Las cosas eran muy distintas a ahora. Los generales iban, te llevaban en el coche al CSKA y ya está. Vinieron dos personas del equipo, estuvieron hablando con mis padres, con el entrenador y dijeron: “Tenemos la orden de que este chico tiene que jugar en el CSKA” y así fue. Un minuto. Orden del gobierno y para allá fui.

«Los generales iban, te llevaban en el coche al CSKA y ya está. Vinieron dos personas del equipo, estuvieron hablando con mis padres, con el entrenador y dijeron: “Tenemos la orden de que este chico tiene que jugar en el CSKA” y así fue. Un minuto. Orden del gobierno y para allá fui»

Manol Manolov le hizo debutar.
Le debo tanto… Fue en el 85 cuando debuté. De verdad, nunca olvidaré ese primer partido, el número que usé, la camiseta que vestí… Estoy realmente muy agradecido al CSKA de Sofía porque me dio la oportunidad de jugar en el mejor equipo de Bulgaria.

Final de Copa de Bulgaria de 1985, ¿qué le dice eso?
¡Era el más joven de todos y pagué los platos rotos!

Le suspendieron de por vida por unos incidentes al final del partido.
Tenía 19, 20 años. Sin hacer ruido, no pegué a nadie, sólo empujé a un rival con el que me une una gran amistad en la actualidad, me sancionaron de por vida. Ya estaba acostumbrado de niño de tener piedras en el camino, me levanté y mantuve mis objetivos firmes.

Ese CSKA de Sofía era un equipazo: Penev, Kostadinov…
Era un equipo invencible. Tenía las ideas muy claras y, además, éramos muy jóvenes. Estábamos muy bien físicamente, muy finos. Teníamos a un entrenador que creía en nosotros. Dimitar Penev, el tío de Lubo Penev, estuvo con nosotros cinco años y después también en la selección. Después de los hechos del 85, él empieza a apostar por la gente más joven: Penev, 19 años; Kostadinov, 19 años; Ivanov, que descanse en paz, 20 años. Entonces el equipo era muy competitivo. Teníamos mucha calidad, prácticamente todos éramos internacionales. El entrenador lo tenía difícil para elegir las alineaciones.

En la Recopa del 89 sólo os pudo frenar el Barça.
Estuvimos muy, muy cerca. Fue una pena, porque Penev estaba lesionado. Tanev, que era el capitán, no estaba bien físicamente. Otro de los capitantes, Dimitrov, que justo había vuelto de Francia no estaba en condiciones tampoco, estaba cerca de retirarse. Fue una lástima, competimos al Barcelona de tú a tú. Aquel Barça estaba construyéndose. Me acuerdo de cuando entré por primera vez al Camp Nou desde el túnel y estaban todos callados, muy tímidos. El único que gritaba era Bakero: “¡Vamos! ¡Venga! ¡A ganar!” y yo no entendía nada. Pensaba: “Este mamón qué habla”. (Risas) Pero luego un año después fuimos compañeros de habitación… Fue una buena eliminatoria. Nos ganaron en la ida 4-2 y también en Sofia, 1-2. Siempre recordaré esos tres goles que le marqué al Barcelona.

¿Qué hace falta para volver a ver un equipo búlgaro llegar lejos?
Actualmente tenemos un ministro de Deporte que está apostando fuerte, no sólo por el fútbol, sino por una gran cantidad de deportes. También desde el Comité Olímpico se hacen muchos esfuerzos para que nuestros deportistas vayan de la mejor manera a representar a nuestro país. En el fútbol lo que ocurre es que no hay planificación, todo es de hoy para mañana, no hay una estructura que piense en el largo plazo. El interés es hoy. Ahora hay un problema grave: antes no teníamos tantos jugadores extranjeros en Bulgaria, al ficharlos se cierra la puerta a futbolistas búlgaros jóvenes que podrían aprovechar esa oportunidad y crecer. En este momento no hay muchos búlgaros en las plantillas de los equipos. En una plantilla hay 25 jugadores de los cuales 20 son extranjeros. ¿Cuándo juegan nuestros niños? Esto es un problema grave. Como la reglamentación europea lo permite no se puede hacer nada.

¿Por eso los regímenes comunistas buscaban potenciar los deportistas locales?
El tema del régimen, en general, es que cuando estaba en Bulgaria, en Rumanía, en Yugoslavia, Polonia… Tenían las ideas muy claras. Los gobiernos se ocupaban de que todo fuera perfecto para los deportistas: comidas, masajes, viajes, instalaciones… Además, eran muy competitivos. Siempre querían ganar. No les importaba ser segundo o tercero, lo que querían era ser el número uno. La disciplina, en todos los deportes, era fundamental. Estoy orgulloso de los deportistas de Bulgaria porque pese a ser un país pequeño hemos competido con Estados Unidos, Rusia, China, Japón… Después, cuando cae el Muro (de Berlín), en el año 89 ahí se desploma todo. Después llegó una época en la que queríamos competir y empezamos a salir del país: Penev se fue al Valencia, yo al Barcelona, Kostadinov al Oporto, Ivanov al Betis… Esa era nuestra mentalidad, la de ser mejores, la de competir. Esto nos ayudó a hacer buenas actuaciones con la selección. Ha habido otras generaciones con Dimitar Berbatov, Martin Petrov… con la que se consiguió ir a la Eurocopa de 2004. Pero desde ahí, nada más. Se acabó la disciplina.

El fin del Telón de Acero perjudicó a clubes y selecciones del Este.
Te voy a dar un ejemplo. Rumanía. Después de Gica Hagi y Gica Popescu, ¿qué hay? ¿Te acuerdas de aquel equipo del Steaua de Bucarest que ganó la final de la Champions al Barça en Sevilla? Con todo el arsenal que tenía. Era una potencia. Dos años prácticamente seguidos llegaron a la final: en el 86, que es cuando ganan al Barcelona, y en el 88, que pierden ante el Milan en el Camp Nou. Ahora es impensable. Año 1991. Estrella Roja. Llega a la final y gana la Champions League. Fíjate la potencia que tenía Yugoslavia en fútbol, era un país de más de 20 millones de habitantes. Ahora son seis países diferentes. Pasa lo mismo con la Unión Soviética. Tenías que competir contra un país de más de 290 millones de habitantes. Ahora son 15 países diferentes.

Siempre le marcabas al Barça.
Era casualidad. También jugué mucho. Fueron los partidos de semifinales de la Recopa, también en un torneo en Mallorca, en la despedida de Migueli… Creo que esos partidos los organizaban para mejorar mi imagen, para que la afición me conociese. Los goles llegan porque tienen que llegar, no tenía ninguna motivación especial. Mi objetivo no era marcar goles para fichar por el Barcelona, sino para ganar, para jugar lo mejor posible para mi equipo.

En la despedida de Migueli, en la que usted juega con Bulgaria, Cruyff os hace un gol.
(Ríe) Era un fenómeno. Simplemente cuando hablo de él me salen lágrimas, joder. Tenía tanto cariño al míster. Y sigo teniéndolo. Que descanse en paz. Mis ojos siempre estaban mirándole a él, él lo sabe, la relación y el cariño que me une a él será para toda la vida. Me acuerdo de la primera imagen del míster cuando fiché por el Barça, su primera charla, las primeras palabras. Cuando un entrenador cree en ti, está preparando un proyecto bien pensado, con jugadores que el míster creía que iba a funcionar, un equipo ganador. Con tres extranjeros como Michael Laudrup, Ronald Koeman y yo. Fue el equipo con el que más disfruté. Zubi y Busquets, dos porteros, dos amigos. El gran capitán, don José Ramón Alexanco; Koeman, Nando, Ferrer, Miguel Ángel Nadal, Eusebio, Txiki, Bakero, Julio Salinas, ‘Goiko’… y luego entra Guardiola también. Se monta un equipo muy competitivo. Luego llega Romario, Sergi… El mister siempre creía que íbamos a hacer historia. El Madrid ganaba las ligas en España, el Barça ganaba una cada mucho. El objetivo era romper esa hegemonía y empezar a ganar de forma continuada y, también, en Europa. El grupo era increíble, no hay otra palabra para definirlo. Para mí fue muy fácil adaptarme. Aprendí muy rápido cómo funcionaba el vestuario, la cultura catalana… Dentro del vestuario había catalanes, vascos, navarros, un holandés, un danés, otro de Bulgaria… Veintitantos españoles y sólo tres extranjeros, por lo que para mí era mucho más fácil adaptarme en la cultura. Jamás olvidaré a la gente, a los socios, es una etapa muy feliz para mí. Es verdad que tuve algún problema pero siempre estuvieron ahí para mí.

¿Cómo vivió el proceso tortuoso para salir de Bulgaria?
Tuve la suerte de que hubo dos personas, que trabajaron en nombre del club, que fueron fundamentales para negociar en Bulgaria. Paco Ventura, gran directivo, gran persona, gran amigo; y el otro es José María Minguella, el jefe de los jefes. Minguella iba con su bigotín, con traje… Tenía una imagen de representante, pero de representante de los que saben negociar. Fue gente que se ocupó de mí. ¡Y no es fácil! Con mi carácter explosivo y eso… Pero supieron cuidar de mí.

¿Para ti era Barça o nada?
Cuando estaba en el CSKA sí que tuve bastantes ofertas. Ten en cuenta que jugábamos la Champions League. Pero la Champions League verdadera, no la de ahora. En esa competición estábamos los campeones de toda Europa. Me tocó jugar contra equipos históricos como el Sparta de Praga, Benfica, Panathinaikos, Bayern Munich, Olympique de Marsella… Se interesaron varios equipos por mí y los directivos tomaron una decisión, desde mi punto de vista, correcta. Me dejaron jugar unos años más en el CSKA de Sofía para desarrollarme. Además de Penev, teníamos de entrenador a Petar Zhekov, que fue el primer Bota de Oro de Bulgaría. El tío me machacaba: “Tienes que poner el pie así”, “chutar así”, “cuando vayas corriendo al balón haz esto y esto”. Todos los días era así. Entonces, cuando llegué al Barça estaba preparado, todo fue más fácil.

¿Mendoza intentó ficharte para el Real Madrid?
Esa es una pregunta para Minguella (ríe). Él estaba ahí. Yo no podía… No podía dejar al Barça en ese momento e ir allí. Era imposible.

En la prensa se decía que habías pedido el número 14 cuando llegaste a Barcelona.
¡No! Nunca. ¿El 14 para qué? Iba a ser sufrir para nada. Si llego a llevar el 14, me viene el jefe y me dice: “Oye, el 14 lo llevaba yo”. Yo siempre el 8. Amor jugaba con el 8. Entonces, cuando llegué, le dije: “Guille, nací el 8 de febrero. Voy a jugar con el 8”. El 14 para otros. Bastante sufrí con el número 8… En algún partido usé el 14, pero porque era suplente.

Núñez dijo que había fichado a un angelito, refiriéndose a usted, pero unos meses después pasa lo de Urizar…
¡¿Un angelito?! Vaya angelito… (ríe) Mira, pasó lo que pasó, no hay marcha atrás. Pedí perdón. Hoy te puedo garantizar que tengo un amigo de verdad. Urízar Azpitarte, su mujer, su familia… Han estado conmigo en Bulgaria, he estado en su casa en Bilbao. ¡Éramos jóvenes! ¡Fallamos! ¡Nos equivocamos! Pedí perdón porque me equivoqué. También le digo: “¡Caray! Aprieta un poco los dientes que no pasó nada…” (ríe). Aprendí a hacer las cosas mejor después de esto. La gente dice que me expulsan mucho. Pero, ¿por qué me expulsan? ¿Por pegar? ¡No! Por protestar. ¿Haces daño a alguien protestando? Creo que no… Lo echo de menos. Cómo disfrutaba… Yo por lo menos disfruté.

¿Dónde nació tu antimadridismo?
Yo tengo muchos amigos del Real Madrid, eh. Hoy, ahora mismo, llamo a don Emilio Butragueño y me contesta el teléfono sin problema. Iván Zamorano, trabajamos juntos aquí y es una amistad que no se rompe. Fernando Hierro. Con Hierro nos pegamos en el campo porque éramos guerreros y quedó en el terreno de juego. Míchel. Los dos jugábamos en la misma posición, aunque él era más lento que yo… También nos juntamos muchas veces. ¡Es un tipo cojonudo! ¡Cojonudo! Yo defiendo el barcelonismo, fui jugador del Barça. ¿Tú crees que yo voy a odiar a Laudrup porque se vistió de blanco? No. Otra cosa es el caso de Figo… Figo es un tipo muy válido, me dolió en el alma que se fuera al Madrid. Pasó lo que pasó y nada más. “¡Stoichkov odia Madrid!”. No, no, no. Yo sólo lo odio en el terreno de juego, en el verde. Yo tengo que defender lo mío.

Con Cruyff la relación siempre fue tirante.
Mira… Todo lo que ha hecho él por mí no hay… No hay dinero en el mundo para pagarlo. Sí, hubo momentos tensos, futbolísticamente hablando. Me gritaba, quería que fuese mejor, que demostrara más en casa partido. Cuando un entrenador te pide algo, tienes que hacerlo. Mira, Johan ganó tres Balones de Oro. El día que fuimos a París para que yo recibiese el Balón de Oro, jamás había visto a Cruyff llorar como en ese momento. Era tan feliz. Un día se lo pregunté: “Mister, ¿Cuándo tu recibiste uno de tus Balones de Oro te emocionaste?”. Me dijo: “No, porque yo soy el mejor”. Pero ese día sí que se emocionó por verme feliz, por verme con el Balón de Oro en la mano. He pedido un cuadro a un pintor de Bulgaria, muy amigo mío, de esa escena. Tiene que ser exactamente igual que la imagen que salió en televisión. Cuando él te aprieta sabe porque te aprieta. Sabe que puedes dar más.

¿Apostabas dinero con Cruyff?
¡Si me devuelve el dinero compro otro apartamento! (risas) Hay 40.000 anécdotas. Me acuerdo de una que había que pegar cinco veces con el balón en el palo. De cinco doy dos o tres; él, cuatro. “Venga, otra vez, 10.000 pelas”. Un día me cabreé. Estaba en una racha buena, marcando bastantes goles y le dije: “Mira, vamos a ganar el próximo partido y yo voy a marcar un gol”. Era en Tenerife, un campo complicado y tenían un equipazo con Valdano y Cappa. Yo pensaba: “Ganamos, marco un gol y me llevo diez mil pesetas”. El Flaco estaba calculando en el banquillo. 1-0, Michael Laudrup. 2-0, Goiko. Entonces pensé que estaba ya hecho. Le dije a Michael {Laudrup]: “Pásame un par de balones que tengo que ganar una apuesta”. Termina el primer tiempo y en el descanso no me dice nada. Da su típica charla. “Muy bien, chavales, venga que vamos a ganar”. Al inicio del segundo tiempo, sacamos de centro y no pasó ni un minuto y me cambia. “¿Cómo? ¿Por qué me cambias?” y me dice: “Vamos ganando 2-0, no nos van a empatar y así gano 10.000 pesetas”. Qué pensamiento tenía el míster. Hay anécdotas y cosas que hacíamos… Con Julio [Salinas] teníamos apuestas en todos los partidos. ¡Todos! No lo hacíamos por el dinero, sino por disfrutar. Disfruté como un niño.

¿Qué hizo Cruyff para hacerte Balón de Oro?
De todo. Primero, trabajó mucho en lo táctico conmigo. El movimiento de mi cuerpo: cómo tengo que recibir el balón, cómo tengo que salir, cómo tengo que ponerme para definir… Marcar goles yo ya sabía, para llegar al Barcelona tienes que saber marcar goles. Hice 38 en un año. También me enseñó a saber comportarme antes del último pase. Cuando tenían la pelota Michael Laudrup, Txiki, Eusebio… Eso fue luego fácil para mí. Con la calidad que tenían, yo me desmarcaba y era fácil. Él trabajó mucho conmigo eso. Empecé de extremo por la izquierda, luego pasé a ser delantero centro. Después pasé a la derecha. Él siempre buscó la mejor zona para aprovechar mis virtudes, para que el equipo jugase bien. Si el equipo jugaba bien, todo era muy sencillo para mí.

¿Cómo de importante era Bakero en ese equipo?
Bakero era increíble. No ha existido otro jugador en el mundo que juegue al primer toque como lo hacía él. Nunca vamos a ver un jugador tan importante como Bakero, tal y como lo era en nuestra época, para jugar al primer toque. No hay ninguno ni existirá.

Y el gol en Kaiserslautern.
Teníamos que pasar la eliminatoria. Todos los goles de aquella Copa de Europa fueron importantes, pero el de Kaiserslautern… Fue culpa nuestra. En el Camp Nou tuvimos que terminar 6-0. Tuvimos muchas ocasiones: yo fallé, Michael [Laudrup] falló… 2-0 era un marcador corto. Nos marcaron el primer gol en la primera parte. El campo era muy incómodo, largo, estrecho… Luego el segundo y un poco más tarde, ya en la segunda parte, el tercero. ¡Caray! ¡Estábamos fuera! Fue nuestro gol de Dios (ríe). Llegó desde arriba el más pequeño. Cuando pasamos esta eliminatoria veíamos que podíamos hacer algo importante. Luego tuvimos un partido también muy difícil contra el Benfica. Ganamos 2-1 en el Camp Nou sufriendo. Pero esto es así… Los equipos grandes tienen que sufrir, para ganar hay que sufrir. No hay nada fácil en la vida.


¿Cómo se vivieron las horas antes de jugar ante la Sampdoria en Wembley?
El primer objetivo ya estaba cumplido: llegar a la final. Ahora quedaba ganarla. ¡Era una final en Wembley, hostia! Esta había que ganarla. Enfrente tienes a un equipazo. La Sampdoria asustaba en ese momento: Vierchowood, Mannini, Cerezo, Katanec, Lombardo, Mancini, Vialli… ¡Ay! Pero claro, ellos también tenían que asustarse. Nosotros teníamos a Zubizarreta, Koeman, Bakero, Guardiola, Stoichkov… Los dos teníamos muchas ganas de ganarla. Fue un partido muy parejo. Ellos tienen dos ocasiones muy claras: una de Lombardo en el primer tiempo y después Vialli. Yo tuve una de cabeza, Bakero otra, Julio [Salinas] también… Luego en el segundo tiempo tuve otras dos, Julio otra vez, Goiko… Fue un partido muy igualado. Pero claro, el bombardero la puso donde todo el mundo esperaba. Minuto 111. Jamás se me va a olvidar como pasó el balón y cómo dio en la red. ¡Gol! ¡Gol! Faltando 15 minutos para el final, esto no se puede escapar. Después del gol de Ronald [Koeman], Michael me pone una en bandeja y Stoichkov, que era tan bruto, falla (ríe). Estoy muy feliz y contento de tener el recuerdo, el recuerdo de subir las escaleras de Wembley… Qué bonito es. Me fui el último, me senté en el palco y me daba igual quien estaba. Quería celebrarlo como Dios manda. Me senté y grité “¡Aquí la tenemos!”. Me abracé con Núñez, con Jordi Pujol… 20 de mayo de 1992. Todos los aniversarios me tomo mi champancito, compro jamón y a disfrutarla…

¿Suele ver el partido repetido?
¡Es obligatorio! En casa me dicen: “No, quiero ver esta película”. ¿Cómo? ¿Una película? Te voy a poner esta película que se ve todos los 20 de mayo en esta casa. No hay discusión, si alguien me discute se tiene que marchar a su habitación.

Se dice que fueron a jugar al golf esa misma mañana, inimaginable en la actualidad.
Sí, fuimos. Pasamos por un campo, pegamos unas bolas. El mister tenía mucha confianza de que íbamos a ganar. Cuando paseas antes de un partido, ya sabes, alguno no habla, otros analizan el partido, piensan lo que puede pasar… Nuestro objetivo era ganarla y así fue. No fue un partido brillante… ¿a quién le importa? La copa está en el museo.

En la celebración hubo hasta un beso con Koeman.
No sé, no sé… Puede ser. Eran las cuatro o cinco de la mañana… ¿tú te acuerdas donde estabas? (ríe) Me acuerdo de que el beso era dulce. Después de haber tomado tanta agua… No sé si era agua o algo de refresco… Pero era dulce. Ahora tendría que ser con la mascarilla puesta.


En la Intercontinental no se pudo celebrar.
Era un partido que estábamos ganando y… Ellos tenían un equipazo. Con Telé Santana. Me acuerdo de Raí, Müller… Era un equipazo. Por lo menos tuvimos la oportunidad de estar ahí. Nos tocó perder, no siempre se puede ganar. Tampoco hay que llorar. Las finales son para perderlas o para ganarlas. En Wembley me tocó vivir lo mejor y en Atenas, contra el Milan, la peor. Es parte del fútbol.

¿Estuviste cerca de irte al Nápoles en el 92?
No sé… Tenía un contrato muy blindado. Era muy difícil, se hablaron muchas cosas… ¡La pela es la pela! (ríe).

Luego llegó la final de Atenas y el Milán de Capello.
Fui culpable yo, joder. No marqué goles. Fui el primer culpable de todo. Cuando marcas goles, todo el mundo te adora y cuando pierdes, nadie dice nada. No, no. Yo fui el primero. Tuvimos una o dos ocasiones en todo el partido. No encontramos nuestro camino. Y el Milan era un equipo… Clarísimo, con un gran entrenador. 4-0. Un equipo cualquiera no le hace cuatro goles al Barcelona. Pero bueno, me tocó vivirla, la viví y quedará para la historia. Tengo una gran amistad con jugadores de ese equipo: Baresi, Massaro… Ellos sabían que tenían un equipo fuerte delante. Por eso estuvieron todavía más contentos. Imagínate una defensa que tiene que enfrentar a Romario y Stoichkov. Te tiene que dar miedo. Pero no nos tocó ganar.

Ese verano pudo redimirse con el Mundial de Estados Unidos. La clasificación llegó en los últimos minutos ante Francia en el Parque de los Príncipes.
¡Qué te digo! En este partido. El 17 de noviembre de 1993, en el último partido para clasificarnos. Fue histórico… Vino Romario para aprender.


¿Romario? ¿A ver el partido?
¡Claro! ¿Cómo iba a ganar el Mundial después? Tenía que aprender de mi (ríe). Teníamos una amistad excelente. Es incomparable, no se puede compartir lo que sentimos el uno por el otro. Hablo con él casi a diario. Antes le llamaba Romarinho, Romi y tal. Ahora, ¿sabes cómo le llamo? ¡Senador! Es todo en broma. Trabaja mucho, trabaja mucho para los niños y hace cosas muy bonitas. Cuando llegó a París, fíjate, lo hizo sin pedir permiso al míster. Entonces, después del partido, cogí el teléfono y llamé al mister. “Está Romario aquí en París conmigo, llegaremos mañana por la noche”. Y me dice: “No, os quiero a los dos aquí por la mañana”. Sí, claro, después de ganar a Francia y de clasificarme para el Mundial voy a llegar por la mañana… Era un jueves y llegamos el viernes al entrenamiento… Hacía falta un bombero para apagar ese fuego. El que pagó más fue Romario. Yo por lo menos jugué, tenía una excusa. “Si le multas, no pasa nada; si no le multas, tampoco”, le dije al mister (ríe).

En aquel Mundial, Bulgaria dio un puñetazo sobre la mesa.
Cuando ya estábamos clasificados para el Mundial, nuestro primer objetivo era conseguir la primera victoria. Fíjate nuestra mentalidad. Yo quería levantarme un día, coger todos los periódicos y que ponga “La primera victoria de Bulgaria en el Mundial”. ¡Ir al Mundial para conseguir una victoria! ¡Una! Disfruté, mis compañeros disfrutaron… También me puse el objetivo de ser Bota de Oro en el Mundial. ¿Cuántos jugadores tienen la Bota de Oro de un Mundial? ¡Pocos! Paolo Rossi, Gerd Müller, Mario Kempes, Gary Lineker… ¡Caray! Yo también quiero. Mi objetivo era ese.

Se enfrentaron a Argentina sin Maradona.
¿Y qué? ¡Éramos imparables! Con él o sin él, daba igual. Era imposible ganarnos.

¿Qué supone eliminar a Alemania para un país como Bulgaria?
¡Buah! Eliminar al vigente campeón… Primero, fue un orgullo grande para mi país. Saber que podíamos ganar a un equipo como este… Teníamos a varios jugadores que estaban en Alemania, ellos sabían perfectamente la mentalidad que tenían. Ellos nos decían que podíamos ganar fácil. Estaba Klinnsman, Matthaus, Brehme, Bodo Illgner… Había que jugar con cabeza y ganamos porque Dios es muy grande. Ellos se adelantan con un gol de penalti inexistente. Luego yo provoco una falta inexistente y empatamos el partido. Y enseguida Letchkov marca el gol de la victoria y los eliminamos.

Luego pasa lo de Italia…
¡Un robo brutal!


Dijo después del partido que sabía que no ganarían porque, aunque Dios fuese búlgaro, el árbitro era francés.

¡Un hijo de puta! Un imbécil. Robó a mi país, joder. A mis compañeros. ¡Y sigue hablando! ¡Yo le insulto! ¡Le escupo! Y piensa que me he olvidado. Es un imbécil. En 24 años no se había jugado un Brasil-Italia en la final. Ahí acaba todo. Por mucho que quiera defenderse… A él sí que lo odio.

Bulgaria fue una fiesta todo ese verano.
Hombre, ser cuartos en un Mundial, yo con la Bota de Oro en mis manos… Obviamente que toda la gente de nuestro país estaba feliz y contenta. ¡Todavía lo están! Me lo recuerdan siempre que estoy allí. Fíjate los años que han pasado y, claro, están hartos de que no pase nada grande, pero siempre les quedará ese recuerdo. Nunca más va a tener la oportunidad la gente de Bulgaria de ver algo así en un Mundial.

Y unos meses más tarde, el Balón de Oro. Sueño cumplido para aquel niño de Plodiv que veía a Keegan levantar ese trofeo.
La primera vez que yo vi el Balón de Oro fue cuando él lo levantó. ¡Yo también lo quiero! Fue todo una casualidad. Yo me retiro de la selección cuando él es seleccionador de Inglaterra. Yo pedí a la federación despedirme en el campo del CSKA de Sofía, que era un poco pequeño, y también pedí que estuviera la Inglaterra de Kevin Keegan. Así fue, muy bueno.

¿Por qué te marchaste al Parma?
¡La pela es la pela! Pero no pasa nada. En un año regresé.


Cuando buscabas salir del Parma, ¿pudiste jugar en el Atlético de Madrid?
Puede ser, puede ser. Algo había… Entre líneas algo había. Aunque si regresaba a España sólo podía ser en el Barça. Tenía que cumplir eso. El Barça es el Barça.

En tu regreso no hiciste buenas migas con Robson.
¡Cómo que no! ¡Tres copas levantó! La relación era excelente. Y con Mourinho también.

¿Qué papel tenía Mourinho en el vestuario? ¿Era realmente un traductor? Mira… Cuando escucho esa palabra… Los que escriben esa palabra no tienen ni idea. Porque faltas el respeto a alguien que está dentro del terreno de juego. Los que escriben eso no saben lo que es un vestuario. Así de claro, que lo sepan. Era mi entrenador. Asistente, ayudante… Mi entrenador.

El atentado del 11 de septiembre te pilla en Chicago.
Sí… Lo pasamos mal, lo pasamos fatal. Yo estaba en mi casa. No se sabía qué iba a pasar. Mi entrenador cuando fui al entrenamiento, unas horas después, estaba llorando. Tenía compañeros que también estaban llorando, algunos tenían a amigos que trabajaban por esa zona. Era durísimo. Triste. La imagen era muy triste.

Cuando conociste a Guardiola, en el vestuario del Barça, ¿se le veían maderas de entrenador?
Estoy orgulloso de haberlo visto crecer, de ser compañeros, de jugar y disfrutar, de marcar goles gracias a sus pases. También estoy feliz y contento de ver que triunfa. Triunfa porque tiene una gran cabeza, porque sabe las cosas que van a pasar.

¿Qué podemos decir de Messi que no esté ya dicho?
Mito. Mi-to. Con letras grandes, ¡muy grandes!

¿Cómo describirías al Stoichkov jugador?
Me pongo con el número ocho. ¿Sabes por qué? Porque es infinito. Bien, mal o regular, te levantas y siempre estás ahí. •

*¿Te ha gustado la entrevista? Suscríbete aquí a Líbero y ayúdanos a seguir entrevistando a las leyendas.