Iago Aspas, Superman celeste

Todo empezó acompañando a su madre a mariscar en la playa de Moaña. El “endeble” Iago que dominaba la pelota en la ría se presentó a las pruebas de la cantera del Celta con las zapatillas de fútbol sala. “No tenía otras”. Era la primera vez que jugaba en hierba artificial. El club llamó a casa a la media hora.

Arturo Lezcano.- Ha tardado más que ningún otro jugador en salir del vestuario de la ciudad deportiva de A Madroa. Llega con un afeitado apuradísimo, zapatillas azul eléctrico, vaqueros desteñidos y rotos y sudadera gris DSquared. Look de futbolista de manual. Se llama Iago Aspas y guarda un detalle en la muñeca izquierda. Viste un gran reloj dorado con la hora equivocada -marca las ocho donde debería marcar las dos-, metáfora de una carrera en la que todo le ha llegado tarde, y sin embargo a tiempo: debut con el primer equipo a punto de cumplir 22 años, en Primera a los 25, en la selección española a los 29. Hoy, con 30, está en el momento culminante de su carrera [La entrevista fue realizada en 2018).

Sentado en la grada del campo principal de A Madroa, con la vista bucólica de los montes que circundan Vigo, echa la vista atrás y rememora la media hora de fútbol que lo aupó a los altares del club. Fue el día que debutó con el primer equipo, una tarde de junio de 2009 en la que se enfundó por vez primera el traje de superhéroe celeste. El Celta iba empatando contra el Alavés en un partido clave para evitar el descenso a Segunda División B:

-En el banquillo estábamos dos del filial, Joselu Mato que tenía 18 años, y yo, 21. Teníamos toda la ilusión del mundo por jugar, pero pensábamos que íbamos de relleno en la convocatoria. Con 0-0, el míster (Eusebio Sacristán), me mandó muy pronto a calentar, y en el minuto 60 me mandó salir. Yo no tenía nada que perder y sí mucho que demostrar a mi gente. Nunca había jugado con tanto público, no había jugado en Balaídos y todo me salió de cara.

Aspas metió el 1-0, empató el Alavés y, en la prolongación, el delantero hizo el 2-1. La vuelta olímpica, el paseo a hombros, la gloria al evitar el barro.

-Quién diría ahora, nueve años después, que estuvimos a punto de bajar a Segunda B. Mira ahora cómo está el club.

A MADROA» Campo de entrenamiento del Celta de Vigo. Foto. Alfonso Durán

Iago recuerda la primera vez que vino a A Madroa, centro neurálgico de la cantera del Celta, colgado de una montaña tupida de eucaliptos que alberga también el Zoo de Vigo. El lugar es agreste y su clima también: ya puede hacer sol radiante en la ciudad que aquí arriba suele campar la niebla. No es el caso de esta fría y clara mañana de febrero. Frente al campo de hierba sintética Iago recuerda su primer día, allí mismo, como aspirante a celtista. Era 1995.

-Vine desde Moaña a estas instalaciones, que están muy cambiadas, con varios amigos, mi primo y mi tío, porque mis padres no tenían coche. Cuando nos apuntamos vimos que había 200 niños para probar ese mismo día. La desilusión llegó al saber que la prueba era para niños de 1986, y yo soy del 87. Empecé a llorar, pero recuerdo que mi tío me dijo: tú diles tu fecha de nacimiento pero un año antes, ya verás cómo no te dicen nada. Como no había que dar el DNI, no tuve problema. Salí un poco desilusionado a jugar, pero yo cuando veo un balón todo me cambia. Recuerdo que llevaba unas botas de fútbol sala, las que tenía, y así jugué sobre sintético, era mi primera vez. Debió de salir bien, porque a la media hora de llegar a casa ya nos llamaron para venir a firmar.

«Recuerdo que llevaba unas botas de fútbol sala, las que tenía, y así jugué sobre sintético, era mi primera vez. Debió de salir bien, porque a la media hora de llegar a casa ya nos llamaron para venir a firmar».

Esa casa no era un lugar normal, sino un vivero de futbolistas: de cuatro hermanos, tres futbolistas, Urbe, Jonathan y el propio Iago. Pero también un tío, Cristóbal Juncal, aún en activo, y dos primos más: Adrián Cruz, en el Burgos, y Aitor Aspas, que se bate en el Leioa de Segunda B.

-El mayor, Urbe, jugó en Tercera durante ocho o nueve temporadas. Él me lleva once años, y Jonathan cinco. En mi casa siempre se respiraba fútbol, hasta a mi madre le terminó gustando. El lío era organizarse. Se repartían mi madre y mi padre cuando jugábamos Jonathan y yo en casa para poder ir, y luego los domingos por la tarde íbamos todos a ver a mi hermano mayor en el Alondras de Cangas. Siempre disfruté del fútbol viendo a mis hermanos, pitaban descanso en esos partidos de Tercera y yo saltaba al campo a jugar. Disfrutaba muchísimo y sigo haciéndolo.

MOAÑA
Hoy Iago conduce un Porsche rojo, pero los pasos son los mismos cada día desde hace dos décadas, cuando viajaba en autobús: 25 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta a casa, los mismos cruces, las mismas curvas, el mismo puente de Rande sobre la Ría de Vigo, hasta Moaña, su lugar en el mundo. Aspas es de la parroquia de Meira, dentro del concello de Moaña que a su vez está dentro de la península de O Morrazo. Es esa porción de tierra entre rías una coctelera de casas que motean el paisaje de núcleos diseminados, con más diferencias entre ellos que las que puede percibir el visitante esporádico o el turista que llena sus playas en verano. En la de A Xunqueira está otra de las claves en la historia de Iago. Allí se crió futbolísticamente, por una cuestión básica: acompañaba a su madre, mariscadora, que aún hoy rastrilla la arena para sacar almeja y croque (berberecho).

-Está a punto de jubilarse, porque no quería dejarlo ya para no perder la cotización después de toda la vida trabajando.

¿Y tú qué hacías?
Bajaba con ella desde casa a la playa, porque mi padre estaba trabajando y no nos podía atender, y allí jugábamos mientras mi madre trabajaba. Jugábamos en la arena y en un campo de tierra donde estaba el antiguo campo del Moaña.

¿Cómo recuerdas tu niñez y adolescencia?
Todo me quedaba al lado. La playa a unos metros, y también el cole, y el instituto, todo estaba a dos minutos. Los estudios no me iban tan bien, porque ir todos los días desde Moaña hasta Vigo no era fácil, mi familia era humilde y había que repartirse, venir en barco (el ferry que cruza la ría de Vigo) o como se pudiese. Mi hermano venía a entrenar con el filial, yo salía del instituto a las dos y media y a las tres menos cuarto salía mi hermano a entrenar y venía con él. Esperaba tres horas viendo el entrenamiento del Celta B y luego entrenaba. Al acabar cogía un bus y llegaba a casa a las diez y media de la noche. Veía a mis padres solo esos quince minutos antes de llegar a casa a dormir. El club tenía pisos o la pensión, pero yo prefería estar con la familia a pesar de los suplicios que pasaba para venir a entrenar. Estaba cómodo, veía los entrenamientos y aprendía.

ASPAS» Durante la entrevista en febrero de 2018. Foto. Alfonso Durán.

¿Pensabas que valía la pena el esfuerzo?
Yo sí, porque disfrutaba, era lo que más me gustaba. Más lo sufrían mis padres, para llegar a fin de mes y tener que darnos dinero diariamente a mi hermano y a mí para venir a entrenar en transporte público… Fueron muchos esfuerzos familiares.

CONFIANZA
Los vecinos de Moaña distinguen a los habitantes de la parroquia de Meira como los más testarudos de todo el Ayuntamiento. Coincide con su definición como futbolista, que le ha dado tantos réditos pero también disgustos. Su particular criptonita, el carácter que tantas malas pasadas le jugó.

¿Es verdad que en el último año en juveniles te perdiste por rojas y sanciones nueve partidos?
Sí, sí. Pensaba que el mundo era mío, me perdí nueve jornadas, un tercio casi de la competición por culpa mía. Yo pensaba que el mundo se emperraba en mí y era al revés, yo estaba emperrado con los árbitros, los líneas, los compañeros, no sabía focalizar la ira en mi juego, que creo que lo he mejorado con el paso de los años.

¿Y cómo lo hiciste?
Pues claramente con la edad fui enderezando el rumbo, y con la familia, al nacer mi hijo, que me cambió.

¿Ahora es tu momento más feliz en el fútbol?
Yo soy feliz siempre que haya una pelota, pero si tienes confianza y minutos, mejor. En estas tres últimas temporadas pasó todo eso, todo salió de cara y eso ilusiona más. Estoy contentísimo de estar en mi casa y por eso también ayuda vivir al lado de mis padres, estar con mi mujer e hijo, y los amigos alrededor. Eso influye.

«A los dieciocho años era igual que ahora, siempre fui de físico endeble, pero no rehuía los choques».

Por eso te salen cosas como la jugada del gol que marcaste hace unas semanas en Mendizorroza. ¿Todo lo que necesitabas era protagonismo?
La mitad de un jugador es la confianza, sentirse querido y tener el apoyo de los compañeros y la afición. Puede que intentes hacer eso, pierdas el balón e intentes algo de nuevo y otra vez pase lo mismo. Ya no solo los compañeros, sino también la afición se te echa encima porque piensa que no puedes arriesgar así como si estuvieras prácticamente en el patio del colegio, pero yo tengo la confianza y el apoyo de la gente, los compañeros y el míster.

¿Esa presión te venció en Liverpool o en Sevilla? Había críticas a Iago Aspas.
Así es el fútbol, cambia de un día a otro o de una semana para otra, es normal. Cuando no estás bien no sirves, cuando marcas goles eres muy bueno. Tener minutos y confianza es lo importante y allí no los tenía. Y además tenía unos compañeros muy buenos.

¿Te ves yéndote de nuevo? ¿Jugar fuera de Vigo otra vez?
En el fútbol nunca se sabe, aunque casi te podría decir que no, estamos muy contentos no solo en lo individual sino también en lo colectivo.

EUCALIPTOS» Aspas frente a los aucaliptos de A Madroa. Foto. Alfonso Durán.

En la antigua isla de Samertolomeu hay una privilegiada vista de todo el ayuntamiento de Moaña. Aquí bajan al mar las traineras, embarcaciones de remo de gran arraigo en esta zona de Galicia, que compiten en regatas en las que se dan enconadas rivalidades. Aspas, como buen vecino de Meira, es del club Samertolomeu, eterno rival del vecino de la parroquia de Tirán, del otro lado de la ensenada moañesa.

-Mi abuela vivía a 50 metros- y antes había una rivalidad terrible. Ahora Tirán está por delante de Samertolomeu, donde han vuelto las viejas glorias a competir. Mi tío, con cuarenta y tantos años trabajaba diez horas y aún salía al mar a cinco grados. Lo llevas dentro. Yo fui mucho de pequeño, pero iba de patrón, porque tienes que pesar poco y no tienes que dar paladas.

¿Te condicionó el físico al principio de tu carrera futbolística, con tu tronco estrecho y poca envergadura?
A los dieciocho años era igual que ahora, siempre fui de físico endeble, pero no rehuía los choques.

Me han dicho que celebrabas los goles contra el Celta cuando estuviste cedido en el Rápido de Bouzas, en el año cedido en juveniles.
Sí, claro, porque el Celta lo normal es que ganara la Liga, nosotros luchábamos por no descender, y jugamos contra ellos y metimos un gol y había que celebrar. A mí ellos, el Rápido, me ayudaban a seguir triunfando.

Ahora te señalas el escudo. ¿Fue desde aquel partido en Riazor en medio de la polémica?
Desde hace unos años atrás, no recuerdo el partido, pero me trajo buena suerte y seguí con ello.

FUTBOLERO
El retiro ni lo nombra, pero lo que viene después lo vislumbra como algo similar a su vida de hoy. Rodeado de amigos y familia, el bar para jugar la partida y siempre el fútbol. Allí, al lado de la estatua de Dani Rivas, su amigo motociclista que murió en un accidente, disfruta su vida de barrio y afectos. Y por supuesto piensa seguir obsesionado por el balón. Raro hasta para su familia futbolera.

«El PC Fútbol marcó mi infancia. Siempre fichaba a coste cero, cogía un equipo de Segunda B o más abajo. Incluso puse a mi hermano en mi equipo, en Tercera».

-Mi hermano Jonathan, incluso cuando jugaba en Primera División, no veía casi la tele. Yo puedo ver diez o quince partidos en un fin de semana, en la tele y en el campo. Este año voy menos porque el niño me roba mucho tiempo, pero iba a ver siempre al Alondras, de Terecera División, donde tengo amigos jugando.

¿Cuál es tu menú televisivo?
Depende del horario, primero la Premier y luego los de la Liga de carrerilla. Cuando hay intervalos entre uno y otro, pongo otro de otras ligas, o de Segunda o Segunda B.

O sea, que al retirarte estarás ligado al fútbol.
Seguro. De director deportivo o de entrenador. Siempre me gustó seguir partidos y futbolistas.

Dime a quién hay que seguir entonces, da igual la Liga o el país.
Te podría decir varios jugadores, por ejemplo un delantero iraní que juega en Suecia, Saman Ghoddos. Vi varios partidos de él, se lo comuniqué a la dirección deportiva, le echaron el ojo y creo que hubo negociación.

¿Qué le viste?
No solo fue él, me gustó todo el equipo, juega en el Östersunds, en Europa League, lo vi en los dos partidos contra el Athletic. Luego lo seguí por internet y me gustó mucho. De pequeño yo ya era así. Tenía mil juegos, pero sobre todo el PC Fútbol, que me marcó en la infancia. Siempre fichaba a coste cero, cogía un equipo de Segunda B o más abajo. Incluso puse a mi hermano en mi equipo, en Tercera.

Y también le ponías tiempo y dedicación a los Mundiales.
Sí, aún me aceurdo de los jugadores de muchas selecciones del Mundial 94. De los cromos, por supuesto, tenía el álbum completo y me los sabía. Fue el Mundial que me marcó por los cromos.

Eso fue en el 94. En el 2013 dijiste: “Es muy difícil llegar a la selección española, hace años aún podía haber asomado la cabeza, pero es el mejor equipo en el mejor momento”. La realidad te niega.
Sigo pensando que es muy difícil entrar en la selección. Yo tuve muchísima suerte, estaba en el momento adecuado y luego me lo fui ganando cada semana.

GRADA» Una cabeza dedicada al fútbol. Foto. Alfonso Durán.

Y se lo ganó, como en aquel debut con el Celta, en el propio estreno de rojo: en Wembley y con un golazo.

Dijo entonces que con esos compañeros era fácil “disfrutar” –la palabra que más repite- y “divertirse” –la segunda-. Hace unas semanas resumió en una entrevista su filosofía: “Prefiero morir en el área rival y no replegado en mi campo”.
Sí, porque me gusta muchísimo el fútbol de ataque, de siempre, creo que refleja un poco lo que hemos sido los últimos años en el Celta. A lo mejor no se han conseguido grandísimos logros, pero sí hemos conseguido tener una seña de identidad, unas bases sobre todo con gente de la casa y algunos de fuera. Saber a lo que jugamos ha sido muy importante.

Ya se dice que Aspas es el mejor jugador de la historia del Celta.
Para mí son palabras mayores. Yo quiero seguir disfrutando en el campo y que se me recuerde como un gran jugador. No que fui el mejor o el peor, sino que disfruté y lo di todo por mi equipo.

Si nos vemos de nuevo en septiembre, ¿cómo te verías realizado con lo hecho a fin de curso?
Volviendo a poner a mi equipo a jugar en Europa, lo tengo entre ceja y ceja. Disfrutar lo que disfruté el año pasado y marcharme con ese sabor amargo de Old Trafford... Y por supuesto me gustaría tener la oportunidad de ir al Mundial y si traemos el título, mejor que mejor. Viendo la calidad del equipo, por supuesto que se puede. •