Jordí Puntí.- Los futbolistas mueren dos veces. Una cuando dejan el mundo del fútbol y otra cuando dejan el mundo en general. Excepto los mitos que con su juego y su carácter forjaron un recuerdo más allá de su tiempo —Cruyff, Maradona, Pelé—, o quienes fallecieron cuando todavía no era su hora —Jarque, Puerta—, la gran mayoría de futbolistas convocan más lágrimas y recuerdos en su despedida de los terrenos de juego que en su funeral, más privado. Digamos que su imagen pública queda fijada en ese primer adiós, y al colgar las botas vuelven a ese territorio anónimo que es de los aficionados. Sí, los recordamos atrapados en el ámbar de esas alineaciones que nos sabemos de memoria, pero ¿qué ocurre con su posteridad? La fascinación por nuestros ídolos, ¿nos lleva alguna vez a visitar sus tumbas?
«Todavía me queda fuelle para seguir buscando nombres que un día fueron cromos. Allí está la tumba de Paulino Alcántara, enterrado en 1964 tras una exitosa carrera como médico y tras haber sido el máximo goleador de la historia del club durante décadas, hasta que apareció Messi»
Como muchos turistas, yo he ido en peregrinación al cementerio del Père Lahcaise, en París, para contemplar las tumbas de Oscar Wilde y Jim Morrison. La de Franz Kafka en Praga. La de Walter Benjamin en Portbou. Pero admito que nunca había visitado un cementerio para ver donde reposa un futbolista. Así que una mañana de noviembre decidí que seguiría el rastro de las leyendas de FC Barcelona. ¿Cuál era el cementerio ideal? La duda ofende al barcelonista, pues el camposanto de Les Corts se encuentra a escasos 300 pasos del Camp Nou.
BASORA» Tumba del exjugador en Les Corts. Foto Vicens Giménez.
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