Jugar en Madrid es llorar

La aparición por primera vez de cinco equipos madrileños en la elite oculta las penurias de los modestos de la capital. El presidente del Unión Adarve, de Segunda B, reclama una política pública deportiva al margen de los fuegos artificiales del fútbol profesional.
Luis Gómez.- La capital tiene una bendición que rinde beneficios a la ciudad y difunde su nombre allende fronteras: es la sede social de dos de los clubes de fútbol más reconocidos del planeta, protagonistas exclusivos de las últimas ediciones de la Champions. ¿Se puede pedir algo más?


Con ese escaparate, la capital tiene mucho terreno conquistado a la hora de proclamarse como una ciudad que promueve el deporte. Lo utilizó con creces en aquel intento megalómano de Gallardón con el Madrid Olímpico. Madrid perdió en la prórroga, una pena. Volvió a perder una segunda vez, qué le vamos a hacer. Y de aquel ideal nunca más se supo: quedó una Caja Mágica perdida en el extrarradio que vive de dos semanas de tenis al año, un palacio de Deportes que es también un Palacio de Conciertos, y una peineta que, al menos, ha servido al Atlético para tener un estadio del siglo XXI.

¿Qué hay detrás de ese escaparate? ¿O es una máscara que oculta la realidad? ¿Dónde viven, quiénes son, en qué clubes dan sus primeros pelotazos aquellos que aspiran a jugar (y que de hecho muchos lo hacen) en las canteras de los dos grandes clubes de la ciudad?

Bajo la superficie, aparece un tercer mundo futbolístico. Muy poco conocido. Instalaciones precarias y clubes destinados a la supervivencia en un municipio que no ha tenido una política deportiva en décadas.

Bajo la superficie, aparece un tercer mundo futbolístico. Muy poco conocido. Instalaciones precarias y clubes destinados a la supervivencia en un municipio que no ha tenido una política deportiva en décadas, cuyos gestores nunca han entendido (por desconocimiento, por alergia a la gestión pública o por un igualitarismo mal entendido) que el fútbol base nada tiene que ver con el planeta de los ricos. Clubes que no pueden desarrollar un proyecto deportivo en condiciones, en los que entrenan y juegan decenas de miles de chavales. No hace muchos años que, para jugar en hierba artificial, había que salir de la capital. La capital era un bastión de la tierra. Si no es por aquel Plan E tan denostado, el fútbol en Madrid seguiría levantando polvo en verano y hundiéndose en el barro en invierno.

Adarve banquilloBANQUILLO» Uno de los precarios campos del Unión Adarve conserva la tierra. FOTO: Diego Barcala

Y no me hablen del Rayo Vallecano. Es un club profesional. Tiene sus derechos de televisión y le hicieron una Ciudad Deportiva. Del resto del mundo, la mejor representación de una ciudad con cinco millones de habitantes son dos clubes de Segunda B y Tercera División, el Unión Adarve y el Santa Ana, que compiten en desventaja con todo lo que rodea la capital, que, dicho sea de paso, es mucho mejor. Comparen cualquier instalación, por el norte, por el sur, por el este y por el oeste: el paraíso está fuera de la capital. Eso sí, en su suelo está Valdebebas, el no va más de un complejo dedicado al fútbol.

Bastaría una acción política que entienda lo que es el deporte de competición y sus beneficios para la sociedad. Y sepa que los ricos ya se defienden solos.

Madrid ha sido la capital del mundo futbolístico estas semanas [Esta columna fue publicada al final de la temporada pasada con la segunda final de Copa de Europa consecutiva del Real Madrid y el Atlético de Madrid]. La Cibeles. También está Neptuno. Dos plazas hermanas dispuestas para rendir tributo a las grandes gestas, como si Madrid lo tuviera todo. Pero hay dos ciudades en una: el Madrid del éxito y el Madrid desconocido. Así que hay dos formas de ver el fútbol, por arriba y por abajo. Si estas abajo, jugar es llorar.

Y no debería ser así: bastaría una acción política que entienda lo que es el deporte de competición y sus beneficios para la sociedad. Y sepa que los ricos ya se defienden solos.

Por esa razón, una iniciativa como la emprendida por la revista Libero ha sido tan bien acogida por la sociedad: ¿por qué no repartir aquello que va a ser destruido del Vicente Calderón entre los mortales del fútbol? Los mortales somos maestros en el reciclaje. Pero, claro, estamos muy lejos de los inmortales. Y, a lo mejor, no nos ven.