*Texto Álex de Llano | Fotografías Agencias.- Mario Alberto Kempes (1954, Argentina) habla con total sinceridad. Su pasión al expresarse es similar a la que derrochaba sobre el césped. Durante la entrevista ríe y, pese a que nos atiende entre médico y médico, no duda en dedicarnos todo el tiempo del mundo. “Estoy bien, estoy bien”, comenta. En los últimos meses su estado de salud ha sido noticia, pero le quita hierro al asunto como si se tratara de un tema banal.
Reside en Connecticut, Estados Unidos. Es uno de los analistas futbolísticos más respetados del país en habla hispana. Poco queda del Kempes melenudo, con las medias bajadas y sin espinilleras. Los años han pasado y ahora luce un peinado que permite ver un rostro que permaneció escondido durante su carrera. Atrás quedan sus tiempos perforando porterías y dejando sentados a los rivales con sus recortes.
Llegó a España como un desconocido y se convirtió en un mito. Es uno de los jugadores más carismáticos que ha vestido la camiseta del Valencia CF. Los títulos y los 173 goles que marcó para el conjunto ché le convierten en leyenda viva del club. El Matador fue el ícono del primer Mundial que consiguió Argentina. Sus tantos dejaron un recuerdo inolvidable. Su imagen con la melena al aire, los brazos estirados sobre los rivales naranjas por el suelo y gritando el gol ha quedado grabada en la retina de prácticamente todos los aficionados al balompié. No diga Kempes, diga gol.
La gente sigue pensando cómo pudo llegar a esa pelota en el segundo gol a Holanda.
En ese momento no era yo solo tratando de rematar, sino que 25 millones de personas estaban empujando. Entre que me paso de largo, la pelota golpea en el estómago a Jongbloed y todo eso… Queda la pelota a la deriva y no sé si es que yo fui más rápido, los centrales fueron lentos, yo estiré más la pierna… Empujamos todos para que esa pelota entrara.
¿Cómo recuerda final Mundial 78?
Con mucho cariño. Eso sí, sufrimos más de lo que parece. Los primeros quince minutos no sabíamos dónde estábamos parados. Parecía que jugaban con más jugadores que nosotros. Conseguimos equilibrar las acciones más tarde. El Pato Fillol fue figura nuestra y sacó todo lo que tuvo que sacar y más. Pero fuimos afortunados. Somos muy pocos los que hemos tenido la oportunidad de disputar finales de ese tipo. Llegar a una es complicado, muy complicado. He tenido la suerte de poder estar en una y, además, ganarla. ¿Cómo no le voy a recordar con todo el cariño del mundo? Sobre todo, cuando, después, nos enteramos de cuál era la situación de Argentina.
En aquel momento, a finales de los 70, Argentina estaba en una situación muy complicada. ¿Fueron ustedes una vía de escape para ellos?
Era imposible hacer olvidar lo que estaba viviendo esa gente. Nosotros no nos enterábamos de nada, los damnificados eran ellos. Lo que hicimos nosotros fue por el fútbol, no por otra cosa. El argentino es futbolero de por sí. Entonces puedo imaginar que pudimos darle un poco de alegría a toda esa gente que estaba sufriendo. Pero bueno… Nosotros fuimos a jugar al fútbol.
El Monumental y todo Buenos Aires debía ser una locura… No solamente Buenos Aires.
Al día siguiente, después de haber ganado, vimos las imágenes y nos dimos cuenta de que todo el país sufrió una explosión general. Nunca se había conseguido eso: ser campeón del mundo. Así que se celebró por todo lo alto. Se logró con mucho esfuerzo, con trabajo, con ganas. Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer y la primera estrellita que está en el pecho de la camiseta de Argentina es la de nuestro Mundial, la del 78.
¿Cuándo se vieron capaces de ganar aquel Mundial?
Hasta la final nada… Con el 2-1 empezamos a creer que teníamos algo ganado. Un 70%. Contra los holandeses no podíamos dar nada por sentado. Era su segunda final consecutiva y la iban perdiendo… No había que descuidarse, ni mucho menos. Cuando hicimos el tercero ya pusimos toda la carne en el asador.
¿Fue ante Polonia su partido más completo?
(Ríe) Bueno… Podríamos decir que fue un partido de lo más redondito. Yo no soñé nunca que, después de haber jugado tres partidos en Buenos Aires y no haber hecho gol, aunque sí que había participado de forma activa, podía hacer dos goles. Los hice. Además, atajé una pelota que iba a gol y, después, el Pato Fillol paró el penal. Hacerlo en Arroyito donde yo me di a conocer…Fue todo fenomenal..**
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