'La alegría', el relato del músico Pablo Moro sobre Maradona

Pablo Moro

Ilustración Manu Callejón

Defender la alegría, la diferencia, el exceso, las tentaciones, los pequeños desvaríos de la vida. Defender la locura, la imperfección, el renglón torcido, el error, el asombro, la sorpresa, la emoción, la gracia, el anhelo, la melancolía. Defender el margen, la curda, los dioses de carne y hueso, los espejos rotos, la sonrisa, la carcajada, el frenesí, el desenfreno, la exageración. Defender la alegría frente a un destino fatídico, frente a la finitud y el absurdo. Defender la alegría con la utopía, frente a la realidad, el arte frente a la muerte. En 1990, Fito Páez, asombrado por la exuberancia de su continente de origen a partir de los recorridos de sus giras quiso recoger en un álbum toda la magnificencia de la que es capaz América Latina; atrapar en canciones la historia de sus pueblos, los ritmos, las gentes, la mirada de la pobreza y la luz, la naturaleza y la lucha, la poesía, las cantinas, las favelas y las villas, el sexo y la música. Enrollado de aquella con Fabiana Cantilo cerró su disco 'Tercer Mundo' con un tema probablemente compuesto para ella, si es que las canciones alguna vez se escriben para alguien concreto. Una canción de mensaje sencillo y esencial. Todo el que escribe canciones acaba buscando eso. Pero la gente hace con la música lo que le parece y le dedica sus cantos a quien buenamente le place. Para eso están.

Una de las cosas más flipantes de la relación entre el rock y el fútbol en Argentina es la manera que tienen las hinchadas de los clubes de apropiarse de las composiciones de sus bandas más queridas. Canciones de rock que se convierten en himnos populares. Las canciones sirviendo para todo. Para todo lo que merece la pena, claro, la poesía, el amor, el arte, la emoción. Eso no pasa en Europa. O no pasaba cuando yo me convertía en lo que sea que soy. Recuerdo haber descubierto por casualidad que en no sé qué estadio (probablemente en todos) el público cantaba 'Mi enfermedad' de Los Rodríguez para alentar a su equipo. Adaptaban la letra, hacían lo que les saliera de la recontraputaconchadesuhermana pero se volvían locos con esas melodías. La música presente en cualquier emoción: ¡Argentina va’ salir campión… Argentina va’salir campión! Descubrir aquello me pareció mágico. Realistamente mágico, supongo ¿Cómo no íbamos a sentir fascinación por aquel país? Me refiero a aquellos que en mi generación coqueteábamos con la literatura y el fútbol en el mismo nivel, los que crecimos en aquel mundo donde ambas cosas ya no estaban reñidas, donde la cultura no miraba de reojo a la pelota. Nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos a Valdano. Defender la alegría contra el poder, contra la miseria, contra la pandemia. Defender la alegría frente al orden, el coñazo, el remedio. Defender la alegría frente a la corrección y la intensidad de lo correcto.

Me refiero a aquellos que en mi generación coqueteábamos con la literatura y el fútbol en el mismo nivel, los que crecimos en aquel mundo donde ambas cosas ya no estaban reñidas, donde la cultura no miraba de reojo a la pelota.

La mejor canción escrita para Maradona no fue escrita (seguramente) para Maradona. Pero todo el mundo (al menos todo el mundo que importaba) decidió que sí. Porque entre tanta miseria e injusticia de repente se abre paso la chispa del genio; ante la ansiedad, el anhelo desaforado, se abre paso la magia, un instante de magia nunca antes presenciado en el mundo, irrepetible, indescriptible, como la poesía, como la música, como el amor, como el baile, como todo lo que nadie puede arrebatarnos. Defender la alegría frente a la eternidad, frente al tiempo, la alegría contra la lágrima evitable. La alegría puesta en pie frente al ariete de la ausencia. Cualquiera, en un momento confuso, en un instante de dolor y angustia, en un segundo de melancolía puede cerrar los ojos y recordar a su padre perdido, a su amor resquebrajado o añorar su vida deslavazada, su ilusión deshecha o simplemente dejarse llevar por la melancolía del futuro y pedir un deseo elemental, como en una oración, una plegaria al dios más pagano de todos, unos versos básicos, atávicos, versos que son pura vida. Dale alegría, alegría a mi corazón…es lo único que te pido al menos hoy. Lo único. Aunque sea solo hoy. Afuera se irán las penas del mundo. Qué sencilla es la belleza.

Dale alegría, alegría a mi corazón…es lo único que te pido al menos hoy. Lo único. Aunque sea solo hoy. Afuera se irán las penas del mundo. Qué sencilla es la belleza.

Defender la alegría, el regate, el beso, la fiesta, el vino, la insurgencia, la canción desaforada de una vida que termina para todos en el mismo sitio.

Si digo Maradona hablo de mí, como en esa famosa frase que ya nadie sabe quién dijo: “No me importa lo que hiciste con tu vida; me importa lo que hiciste con la mía”. Si lloro a Maradona me lloro a mí, a lo que ya no volverá, a lo que he perdido, a la belleza inexplicable e inmensa de la vida, a pesar de todo. A la alegría que ya no volverá para plantarle cara al dolor, a los virus, a la intolerancia.

Un poco de alegría. Sólo eso. Al menos hoy. •