La capa de superhéroe

El escritor de canciones en Vetusta Morla, Guille Galván, explora el archivo del curioso fotógrafo holandés Henk Blansjaar, un artista imaginativo que retrataba a los equipos de los 60 en las situaciones más insólitas, como esta orquesta improvisada del FC Hilversum.

Texto Guille Galván | Fotografía Henk Blansjaar.- Cuenta Keith Richards que cuando llegó con los Rolling Stones por primera vez a los Chess Studios de Chicago se cruzó por uno de sus pasillos con un señor negro que, sofocado, pintaba el techo subido a una escalera plegable. El hombre se apartó para dejar paso y saludó amable. Tras presentarse, el británico casi se queda sin habla: se trataba de Muddy Waters, uno de sus mayores ídolos. No habían llegado los tiempos de Instagram y las estrellas aún se fotografiaban encima de los escenarios, con guitarras colgadas y micrófonos en pie de guerra. La cotidianeidad del backstage o los paseos con sus mascotas no le interesaban a nadie, y menos los quehaceres cotidianos de brocha gorda. Ningún fan se esperaría aquella imagen; al blusero de Misisipi le faltaban todos sus atributos para ser el verdadero Muddy Waters. Con el tiempo, todos los oficios han ido apropiándose de su propia retórica visual, de sus gestos característicos y sus capas de superhéroe. Y de la misma manera que el músico sostiene sus instrumentos o el escritor se agarra el mentón con una sola mano, el fútbol se ha ido adueñando por completo de las poses de cuclillas.

Cinco a gachas y seis de pie con el portero de brazos cruzados. Y ya. Así es el retrato de un equipo de fútbol aquí y en la China, de la misma manera que la postura ecuestre y la bruma de la sierra autorizan los retratos cortesanos de Velázquez. Han pasado los años, ha variado la posición del culo -más o menos gacho-, los brazos atrás o en aspa para que el sponsor de guantes haga el envío mensual, las botas negras o de colorines… Da igual, mutan pequeños detalles pero el bodegón permanece férreo desde hace más de un siglo. Cualquier persona que se tome una foto en cuclillas, independientemente de su origen o profesión, habrá adoptado una pose futbolera. Pero siempre hay anomalías fantásticas. Como la que creó Henk Blansjaar cuando empezó a retratar equipos amateur holandeses en la década de los sesenta.

Siempre hay anomalías fantásticas. Como la que creó Henk Blansjaar cuando empezó a retratar equipos amateur holandeses en la década de los sesenta.

El de esta foto es el FC Hilversum junto al organista Cor Steyna. Se trata de un tiro picado desde un estudio de música local con los protagonistas pequeñitos y desperdigados por la sala, abrazando sus instrumentos como quien agarra con los dientes su carnet de afiliación sindical. Blansjaar era un tipo curioso, un iconoclasta divertido que no sentía interés ninguno ni por las poses oficiales ni por los estadios. Sus retratos buscaban otra cosa; descontextualizar, sacar a los clubes de su hábitat para llevarlos a los entornos de sus pueblos y mezclar su puesta en escena con los oficios más representativos de sus comunidades. Y lo hacía con esa mirada naif, casi de celofán que tanto daño ha hecho en los posters de las agencias de viajes.

 Sus retratos buscaban otra cosa; descontextualizar, sacar a los clubes de su hábitat para llevarlos a los entornos de sus pueblos y mezclar su puesta en escena con los oficios más representativos de sus comunidades.

De primeras, son retratos que ruborizan pero da la sensación de que, en el fondo, ese fuera de campo constante convierte a los equipos en bloques sólidos, fuerzas vivas que trascienden a su época y a sus propios protagonistas. Porque en su trabajo con escuadras de medio pelo, lo relevante no son los individuos. Como buenas cofradías protestantes lo que importa es la comunidad, la relación con su oficio. El fotógrafo holandés despojó a los jugadores de su marco natural pero no quiso quitarles sus capas de superhéroes. Obvio. Salvo para las marcas y sus contratos publicitarios, el deportista de civil siempre es un bajón, algo incompleto. Blansjaar lo sabía y por eso no mostraba ningún interés por Clark Kent, ni el hombre detrás del mito. Quería la fábula completa, a Superman todo el rato. Porque un futbolista, por ridículo que sea, siempre lleva pelota, botas, medias, pantalones y la casaca con el número en la espalda. Hace la cola del pan vestido de futbolista, sube al autobús y pinta los techos de su casa con el uniforme intacto. Y así sucede veinticuatro horas al día, siete días a la semana. •