Ilustración Pau Valls
Enrique Ballester.- Durante mucho tiempo, un tiempo feliz, el fútbol sudamericano equivalía en mi cabeza a tangana y cerveza. La Copa Libertadores era en mi casa la Copa Tangana. La Copa América también era en mi casa la Copa Tangana. Las dos, junto a las eliminatorias de clasificación para el Mundial, eran la excusa ideal para que algún amigo se acercara a casa a pasar el rato, y llenar primero la nevera de pizza y cerveza, y vaciar después la nevera de pizza y cerveza.
Este plan era posible por un cúmulo de tendencias. La que gastábamos hacia la juventud infinita, ya más lejos de los 20 años que de los 30. La que propiciaba mi trabajo de periodista deportivo, con multitud de días libres entre semana. Y la que facilitaba el desfase horario entre continentes, que nos proporcionaba una secuencia perfecta de partidos que galopaban con furia de la noche a la madrugada.
Este plan era posible por un cúmulo de tendencias. La que gastábamos hacia la juventud infinita, ya más lejos de los 20 años que de los 30. La que propiciaba mi trabajo de periodista deportivo, con multitud de días libres entre semana
Nuestro interés por el juego se difuminaba con el paso de las horas, a medida que se vaciaba la nevera, y había partidos de los que no me enteraba de nada. Al día siguiente me despertaba repleto de lagunas, veía los resultados en el Livescore y me sorprendía de ellos con frecuencia. A ratos te quedabas dormido y te sobresaltaban los gritos del locutor con algún gol, o los de tu compañero de noche, que solía ser el Pons, cuando llegaba la anhelada tangana.
Creo firmemente que si no hay al menos una tangana en un partido de las eliminatorias sudamericanas para el Mundial, la FIFA no lo da por válido y manda repetirlo. Me fascina la precisión de esos amagos de pelea, porque suelen ser amagos. Todo el mundo sabe hasta dónde puede llegar en esa mini obra de teatro, en esa danza ritual que debe formar parte de un cortejo, o de un contrato. Porque peor que perder un partido de esos es que te acusen luego de pechofrío. Si hay tangana a la hinchada le queda claro que la derrota te importa. Si no hay tangana el árbitro no firma el acta.
Porque peor que perder un partido de esos es que te acusen luego de pechofrío. Si hay tangana a la hinchada le queda claro que la derrota te importa. Si no hay tangana el árbitro no firma el acta.
Creo también que en la Segunda División española no dan el partido por válido si no participa algún futbolista que haya jugado antes en el Numancia, pero no nos desviemos del tema, que estamos hablando de otra cosa.
El tema es que durante una de esas eliminatorias sudamericanas de nuestra postadolescencia apareció Diego Armando Maradona. Era el seleccionador de Argentina, poca broma. Era también el complemento perfecto a nuestras veladas americanas. Quizá no fuera el seleccionador que Argentina necesitaba, pero sí era el seleccionador que nosotros necesitábamos. Esperando los planos de Maradona en el banquillo no me quedaba dormido. La Copa Tangana mutó en mi casa en Copa Maradona. Y cuando Palermo marcó aquel gol agónico a Perú, en ese córner repleto de rebotes en tiempo de descuento, bajo aquella tormenta del diablo, y nos levantamos del sofá para celebrarlo y de repente Maradona se tiró en plancha sobre el verde y se deslizó sobre el agua, casi me ahogo de la risa. Y una década después, ahora que rememoro la escena, en la cara se me dibuja tonta todavía una sonrisa. Aquello fue magia. Aquello fue Maradona. Aquello fue a misa.
Ahora el Pons vive en otro país. Ahora trabajo de otra cosa. Ahora acumulo una serie increíble de responsabilidades, más cerca de los 40 que de los 30. Ahora esas veladas americanas, las de la tangana y la cerveza, son casi imposibles. Alguna noche, sin embargo, pongo de fondo en la tele algún partido de las eliminatorias sudamericanas. He de admitir que la Copa Tangana pierde mucho si no la ves borracho y con amigos.
Alguna noche, sin embargo, pongo de fondo en la tele algún partido de las eliminatorias sudamericanas. He de admitir que la Copa Tangana pierde mucho si no la ves borracho y con amigos.
Está casi imposible, pero no me rindo. Aún no sé cómo, pero tenemos que arreglar la manera de organizar una última noche de esas. Que venga quien pueda, pedir día libre en el trabajo y llenar primero la nevera de pizza y cerveza para vaciar después la nevera de pizza y cerveza. Llegar borrachos al partido de Argentina, pensar entonces en Diego Armando Maradona y levantar la lata al aire para el brindis, en su honor, esperando el baile final de la tangana, debatiendo sobre la imperfección de la belleza.