La Dolce vita. 25 años del 'Míreme a los ojitos' de Luis a Romario

De Romario al Piojo López pasando por Ariel Ortega. Revisar los fichajes de la temporada 96/97 del Valencia es un ejercicio de alto riesgo de nostalgia. Miles de millones de pesetas para tapar la traición de Mijatovic y cumplir la promesa de Paco Roig: “Un Valencia campeón”.

Fran Guaita.- Llevaba tres años con la idea en la cabeza. Inamovible. Grabada a fuego. El asunto era de tal magnitud que Romario incluso se le aparecía mientras dormía. En uno de esos sueños recurrentes, el delantero brasileño –enfundado ya con la casaca del Valencia- encaraba a Walter Zenga en la portería del Gol Norte de Mestalla. Mientras la gradería se ponía en pie conteniendo la respiración, ‘O Baixinho’ dejaba atrás al portero del Inter con una finta y un cambio de ritmo indescifrables. El resto era ya coser y cantar. Un toque sutil de interior y la pelota besando las mallas bajo el rugido encendido de la afición valencianista, entregada a su nuevo ídolo.

Pero Paco Roig era de todo excepto un soñador. No se conformaba con esas visiones de madrugada. Ni mucho menos. Estaba decidido a hacer la operación. Al precio que fuera. Arturo Tuzón se lo había impedido en 1993 porque el montante final del traspaso que exigía el PSV Eindhoven (800 millones) era una locura. Pero Tuzón ya no era el presidente. Ahora el presidente era él. Y no iba a perder esta batalla. Tenía el visto bueno de su secretario técnico, Jesús Martínez –mítico líbero del Valencia campeón de Liga en 1971-, y de uno de sus principales apoyos en el consejo de administración, Jaime Molina. Muchas de las operaciones que el club cerró a mediados de los noventa se acordaron en una masía de su propiedad: El Pollastre, en el término municipal de Bétera. Molina, al que el resto de consejeros de la SAD apodaban Floïd por su afición a embadurnarse con el conocido after shave, era un empresario con mucha ascendencia en Sudamérica. Nada podía salir mal. Tenían la determinación, tenían los contactos. Y, muy importante, tenían el dinero.

NOCHE» Romario fue un fracaso en Mestalla y un éxito nocturno.

La traición de Mijatovic marchándose al Bernabéu había dejado una ciudad herida… y 1.486 millones de pesetas en caja. El importe íntegro de la cláusula de rescisión que el montenegrino había depositado en la LFP. Además, Roig había traspasado a Mazinho al Celta por 135 millones (“Me ha vendido por una banana”, llegó al decir el mediocentro brasileño, campeón del mundo en 1994, ofendido con el máximo mandatario valencianista). Viola también tuvo que hacer las maletas. Frustrado por no poder compartir ataque con Romario, también dejó en la Ciudad Deportiva de Paterna una frase para la posteridad, al saber que Paco Roig andaba ofreciéndolo por medio mundo: “Que si a Japón, que si a Flamengo… me quieren vender como si fuera pescado”. Finalmente, su destino fue Palmeiras. Así que, entre varias operaciones deportivas, el contrato televisivo y la nueva coyuntura societaria para los clubes, el Valencia tenía músculo financiero para acometer una operación con numerosas aristas.

Barça y Flamengo habían pactado un férreo clausulado en el regreso de Romario a Brasil en 1995 por el que la entidad blaugrana se aseguraba el derecho a percibir 1.000 millones de pesetas si el Fla traspasaba al atacante antes del 1 de enero de 1997. El Valencia impugnó ante la FIFA la validez de ese documento, pero no hubo manera. A mediados de junio de 1996, Ricardo Teixeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, fue tajante en declaraciones al diario O Globo: “La FIFA decidió que el contrato del Barcelona es válido”. Al día siguiente, llegó el pronunciamiento oficial a las oficinas de la institución valencianista. Paco Roig, que llevaba más de media vida ganando dinero con sus empresas del entorno agrícola e inmobiliario, se puso manos a la obra haciendo una de las cosas que mejor sabía hacer: negociar. Era un negociador nato. Comunicó a Barça y Flamengo que volvería a la carga a por Romario el 1 de enero, cuando en lugar de 1.000 millones ya no tendría que abonar una sola peseta en concepto de penalización.

«Hace 18 años que juego al fútbol y la noche siempre ha sido amiga mía. El día que el presidente vino a ficharme le comenté que la noche me encanta y que cuando no salgo, no marco»

Tenía el sí del futbolista al que, como a casi todo el mundo que le conocía, había encandilado en las distancias cortas. Además del magnetismo personal de Paco, el contrato que iba a convertirle en uno de los jugadores mejor pagados del mundo: 500 millones de pesetas por cada una de las tres temporadas que le había ofrecido. Y ese era su as en la manga. Advirtiendo que podían perder una importante cifra si persistían en sus negativas, los clubes se avinieron a entablar conversaciones para llegar a un acuerdo. Y en pleno mes de julio llegó la fumata blanca. Al Barça le correspondieron 450 kilos. Al Flamengo, 150 más otros 76 por dos participaciones en el Trofeo Naranja.

12 PARTIDOS OFICIALES
Una lluvia de millones que apenas se tradujo en rendimiento dentro del terreno de juego. Romario únicamente disputó 12 partidos oficiales entre 1996 y 1998. Solo marcó seis goles. Fue víctima del enfrentamiento que se produjo entre Roig y Luis Aragonés, contrario al fichaje del brasileño, que acabó desembocando en la dimisión del sabio de Hortaleza después de un partido de Copa de la UEFA contra el Besiktas el 19 de noviembre de 1996. Y fue víctima también de su innegable pasión por la dolce vita. Su estilo de vida bohemio, sus salidas nocturnas, su afición por el baile y las faldas chocó frontalmente con el régimen interno en el vestuario del Valencia. El punto álgido de las hostilidades se produjo el 19 de octubre de 1997. Claudio Ranieri dejó a Romario fuera de la convocatoria antes de un viaje a Vigo.

La versión oficial hablaba de una baja por “faringitis”. Pero esa misma madrugada el jugador fue visto en diferentes pubs de la ciudad dándolo todo. A la mañana siguiente, con el escándalo ya desatado, ‘O Baixinho’ convocó una rueda de prensa –sin conocimiento del club- para referirse al tema. Una secuencia de respuestas suyas y preguntas de varios periodistas iba a suponer un punto de inflexión en su paso por Mestalla:

-“Hace 18 años que juego al fútbol y la noche siempre ha sido amiga mía. El día que el presidente vino a ficharme le comenté que la noche me encanta y que cuando no salgo, no marco. El día del Palmeiras salí por la noche, llegué a las siete de la mañana al hotel, luego marqué tres goles. Desde entonces no he vuelto a salir más y los goles no llegan. Así que habrá que empezar a salir por las noches”.

-Sí, pero salir por la noche el mismo día que uno no entrena por sufrir una faringitis…

-“¡Pero, hombre! Cuando salgo, bailo con las piernas, no con la garganta. ¿Comprendes? Eso es así, ¡coño! Yo no bebo, no fumo. La garganta no resulta afectada”.

-¿Y si algún compañero le pide explicaciones por sus salidas?

-“¿Compañeros? Los compañeros que se jodan. Si vienen a hablar conmigo de este tema los mando ya sabéis dónde”.

 

Pero el desembolso económico 1996/97 en Mestalla no se quedó en Romario. Ni mucho menos. Unos días antes de atacar definitivamente la negociación para contratar al punta del Flamengo, Paco Roig había cerrado otro futbolista de gran nivel. Valery Karpin depositaba el 27 de junio de 1996 los 1.000 millones de su cláusula de rescisión y rompía su relación laboral con la Real Sociedad. El fichaje más caro en la historia del Valencia. La secretaría técnica buscaba rellenar el vacío realizador que dejaba la salida de Pedja Mijatovic al Real Madrid con el centrocampista llegador ruso, que la anterior campaña había conseguido 13 goles en la Real Sociedad, séptima en la clasificación a las puertas de la Copa de la UEFA, en parte por el gran rendimiento de Karpin. Nacido en Narva (Estonia), había llegado a España en el verano de 1994 procedente del Spartak de Moscú. Su fichaje fue una petición expresa de Luis Aragonés, quien estaba convencido de que podría acomodarse sin dificultades al sistema que había hecho al Valencia subcampeón de Liga en 1996.

Paradojas del fútbol, el que iba a convertirse en leyenda y primer gran ídolo para toda una generación de valencianistas costó menos dinero que Romario o Karpin. Y llegó, además, envuelto en cierta polémica. Aragonés no acababa de verlo como delantero. Jesús Martínez, valedor y responsable del fichaje, zanjó el asunto en la última reunión previa al cierre de la transacción: “No sé si es bueno o malo. Pero es delantero. Eso seguro”. Menos de tres años después de aterrizar en Mestalla, Claudio Javier ‘Piojo’ López se había convertido en referente emocional e ídolo inmortal con el doblete que, unido al golazo planetario de Mendieta en la final de La Cartuja contra el Atlético de Madrid, hizo al Valencia campeón de Copa en 1999. Sin alcanzar el nivel de ingeniería financiera en la Operación Romario, lo cierto es que la llegada de Claudio López tampoco puede calificarse  de ortodoxa, precisamente.

La llegada de Claudio López tampoco puede calificarse  de ortodoxa, precisamente. Roig comprometió pagos con Racing de Avellaneda (224 millones), el Club Universitario de Córdoba (144’9 millones), el empresario Valle Patiño (159’8 millones) y AFA (79’3 millones). Un total de 608 millones de pesetas.

Roig comprometió pagos con Racing de Avellaneda (224 millones), el Club Universitario de Córdoba (144’9 millones), el empresario Valle Patiño (159’8 millones) y AFA (79’3 millones). Un total de 608 millones de pesetas. A diferencia de lo sucedido con Romario, este sí fue un buen negocio para la entidad de la Avenida de Suecia. Tanto a nivel deportivo como económico. El Piojo fue determinante en la consecución del título de Copa en junio de 1999 y la Supercopa de España dos meses después. Disputó 196 partidos, marcando 76 goles y repartiendo 52 asistencias. Impulsó el crecimiento del club, que consiguió meterse en la gran final de la Champions League la temporada que debutaba en la competición (99/00). Económicamente, la Lazio pagó por sus derechos una cantidad próxima a los 4.000 millones de pesetas, casi siete veces el precio que Roig había abonado por Claudio en el verano de 1996.

También procedentes de Argentina llegaron al club antes de la conclusión de la temporada 96/97 dos oriundos de la tierra del tango. El primero en incorporarse a la disciplina valencianista fue Fernando Cáceres. Jorge Valdano reclamó al internacional argentino, titular indiscutible en Boca Juniors, para apuntalar una línea defensiva que había sufrido más de la cuenta en el tramo inicial de la Liga. El club xeneize supo sacar partido de las prisas del Valencia por incorporarlo antes de la conclusión de la primera vuelta. Roig acordó el pago de 700 millones de pesetas y Cáceres debutó en Mestalla un 23 de diciembre de 1996 ante el Hércules (3-0) formando línea defensiva junto a Patxi Ferreira, Quique Romero y Gaizka Mendieta.

PIOJO» De fichaje desconocido a ídolo y rentabilidad.

Por petición de Valdano y con la temporada en marcha se concretó asimismo el fichaje de Ariel Burrito Ortega. Jesús Martínez había trabajado con su agente, Antonio Caliendo, la posibilidad de firmarle para el inicio de la 97/98. Pero Roig había prometido a la afición un “Valencia Campeón” y, a finales de febrero, el equipo iba undécimo. Tras una dolorosa derrota en Las Gaunas, Roig y Caliendo se reunieron en Río de Janeiro para impulsar el acuerdo definitivo con River Plate por un montante aproximado de 1.200 millones de pesetas. Bajar del avión y besar el santo. En su estreno contra el Sevilla un 9 de marzo del 97, Ariel Ortega firmó un doblete para liderar la victoria valencianista ante el Sevilla (4-2). El último gol de la noche fue de penalti. Quienes estábamos en el estadio jamás olvidaremos la discusión entre el Burrito y un jovencísimo Farinós para ver quién pateaba desde los once metros.

Precisamente del Sevilla había llegado otro futbolista con facilidad para ver puerta. Gabi Moya acababa contrato en el Pizjuán y Luis, que a finales de la temporada 95/96 ni imaginaba que tendría que dimitir unos meses después, planteó a Roig la conveniencia de contratar al madrileño. Solo estuvo una temporada en el Valencia. Se marchó al Mallorca en el mayor trasvase de jugadores en la historia de Primera. Seis futbolistas recalaron en el Luís Sitjar procedentes de Mestalla: Eskurza, Romero, Engonga, Gálvez, el propio Moya… e Iván Campo. Como sucedería con Romario, el que después sería central del Real Madrid acusó el enfrentamiento existente entre el club y el cuerpo técnico. La bienvenida de Luis Aragonés tras enterarse que el Valencia iba a pagar 75 millones por él fue memorable: “Yo a este chico no le conozco. Lo ha fichado la secretaría técnica”. 

La bienvenida de Luis Aragonés tras enterarse que el Valencia iba a pagar 75 millones por él fue memorable: “Yo a este chico no le conozco. Lo ha fichado la secretaría técnica”. 

Para el gran público pasó casi desapercibido el fichaje de Goran Vlaovic, un superviviente en el sentido más amplio de la palabra. Había perdido a su madre a los 12 años. Antes de alcanzar la mayoría de edad, su padre fallece víctima de una bomba en la Guerra de los Balcanes. En 1995, después de sufrir un accidente de tráfico, los médicos le descubren un tumor cerebral. Ofreciendo un verdadero ejemplo de superación y fortaleza personal, vence la enfermedad y regresa a la competición, logrando 13 goles en 23 partidos con el Pádova en la Serie A. El Valencia, adelantándose al Nápoles, consigue hacerse con sus servicios en el verano de 1996. Completaría cuatro temporadas a orillas del Turia, con rendimiento decreciente.

Fue, eso sí, protagonista en dos de los partidos más icónicos en la historia reciente del club. Marca el tercer tanto en la memorable noche del 6-0 al Real Madrid en Copa del Rey un 9 de junio de 1999. Y es titular en la gran final contra el Atleti unas semanas después. Menos incidencia tuvo la última incorporación del Valencia esa temporada 96/97. Con tan solo 20 años, Leandro Machado firmó un compromiso por siete temporadas procedente del Internacional de Porto Alegre. 450 millones abonó Roig por un fichaje que Luis Aragonés supo “por la prensa”. A pesar de ese contrato de larga duración, Leandro se marchó al Sporting de Lisboa a la conclusión de la primera campaña en Mestalla. Dejó una hoja de servicios con diez tantos… y una desafortunada celebración en el Calderón. Tras anotar el último gol de la noche casi en tiempo de descuento para sellar la victoria del murciélago (1-4) no se le ocurrió nada mejor para celebrarlo que emular la secuencia de un perrito orinando sobre el banderín de córner. Como sucedería con la gran mayoría de las incorporaciones que el Valencia realizó ese año, no funcionó. Mucha plata… y poca gloria. •