*Texto Antonio Moschella | Fotografías Giulio Romito.- Las afueras de Monza, a 20 km de Milán, es el lugar adecuado para alguien que quiere vivir su cotidianidad lejos del bullicio de la ciudad más glamurosa de Italia. Allí, entre miles de fotos y recuerdos, vive Alessandro Mazzola, Sandro, con su mujer. Cerca de su nieto de nueve años, el único que le recuerda a su padre por múltiples razones.
En esta casa se respira fútbol en todos los rincones.
Nací hijo de futbolista y así me crié. Mi vida entera está vinculada al fútbol. Así tenía que ser.
Usted empezó a jugar de profesional en el año 1960. Prácticamente vivió la transición entre el fútbol en blanco y negro al de color, con la consecuente imponente llegada de los medios.
Y viví también otra transición. En 1958 Italia no se había clasificado para el Mundial de Suecia, como ha pasado ahora. Entonces me encontré en el vértigo de aquella renovación obligatoria que poco a poco llevaría a la Nazionale a ganar la Eurocopa de 1968 y al segundo puesto del Mundial del 70 contra Brasil. ¡Qué tiempos!
Pero usted fue sobre todo figura del Inter. ‘La Grande Inter’. ¿Puede haber sido su Inter mejor que la del triplete de José Mourinho?
Ufff, eran otros tiempos… pero es verdad que fue el primera Inter en ganar la entonces Liga de Campeones. Recuerdo que nos concentrábamos del viernes al lunes por la mañana y cuando había que jugar la Copa el lunes por la tarde ya teníamos que estar de nuevo concentrados o incluso ya salíamos para ir al aeropuerto. Al final del año estabas destrozado.
«Recuerdo que nos concentrábamos del viernes al lunes por la mañana y cuando había que jugar la Copa el lunes por la tarde ya teníamos que estar de nuevo concentrados o incluso ya salíamos para ir al aeropuerto»
Además en esta época muchos jugadores venían de la pobreza y con la fama se exprimían dentro pero sobre todo fuera del terreno de juego. Por suerte teníamos a Helenio Herrera, el Mago, que entendió todo y nos hizo rendir como nadie. En los primeros entrenos de temporada nos hacía hacer unos calentamientos tan peculiares que después de 20 minutos estábamos mejor que antes. Y dos semanas después gritaba el número del ejercicio y teníamos que hacerlo de memoria. Y lo hacíamos. Nos entrenaba antes el cerebro que las piernas.
¿Era Herrera también estricto en la alimentación como los técnicos de hoy? ¡Era horrible! No veías un plato de pasta ni pintado. Algunos de nosotros tenían un hambre feroz, entre ellos Angelillo. Muchos se escapaban de la concentración en la ciudad deportiva de Appiano Gentile para irse con sus parejas o a cenar, y él lo sabía. Pero hasta que ganamos no decía nada. Sin embargo la excepción que confirmaba la regla era el que jugaba mejor que todos: Luisito Suárez. Estaba a menudo en la habitación con él, porque emparejaban a un joven con alguien más experto.
-¿La comparación entre Herrera y Mourinho es viable?
«Por supuesto. Se trata de dos técnicos exigentes y con el mismo carácter firme. Por supuesto que con el Mago tuve una relación más intensa, al ser su jugador. Él inventó el fútbol moderno.»
Después de la cena Luis nunca se quedaba a charlar o a jugar a cartas con nosotros sino que se iba rápido a la habitación. Una noche decidí investigar, volví antes de lo normal y la puerta estaba cerrada. Piqué a la puerta y él al principio no me quiso abrir. Después de haber insistido me dejó entrar y vi que en la cama había bocadillos y cerveza. Me quedé boquiabierto, pensando que el mejor tenía que dar el ejemplo, pero él cortó y me dijo: “Si no como, después no corro ni rindo, ¡así que calla y come conmigo!”. Era un fenómeno. Pero al Mago le hicimos muchas vaciladas…
¿Cómo por ejemplo?
Cada semana teníamos que pesarnos, y los que estaban en sobrepeso recibían una multa. Algunos de los más fuertes, sin embargo, nunca eran sancionados. La balanza era entonces la típica que podías encontrar en una carnicería, y después de unos días me di cuenta de que si te apoyabas en un punto preciso la balanza te restaba algunos gramos.
Y así era como se libraban de las multas gente como Armando Picchi y Angelillo, que era de lejos el que más comía junto con Jair, que se quejaba de no haber comido suficientemente en su juventud. Angelillo, además, era un vividor, pasaba casi todas las noches en la discoteca, donde trabajaba su novia de entonces. Al ser muy celoso la iba a ver prácticamente cada noche, hasta que Herrera se enteró. Por eso digo que era otro fútbol, porque pese a todo era un fútbol más libre que el actual.
» LOS MAZZOLA El hogar familiar es un pequeño museo del fútbol. Los Mazzolla son sinónima de historia del calcio.
¿La comparación entre Herrera y Mourinho es viable?
Por supuesto. Se trata de dos técnicos exigentes y con el mismo carácter firme. Por supuesto que con el Mago tuve una relación más intensa, al ser su jugador. Él inventó el fútbol moderno. Y su rivalidad con Nereo Rocco, técnico del Milan, fue excepcional. Se iban respondiendo el uno al otro en los periódicos cada día, hasta que descubrimos que eran íntimos amigos y lo hacían adrede para crear ambiente. Eran la antítesis el uno del otro, como los equipos que entrenaban.
«Recuerdo que antes de empezar me quedé boquiabierto mirando a Di Stefano, que muchos decían que jugaba como mi padre Valentino. Cuando íbamos a empezar, Picchi, el capitán, me dio una colleja y me dijo “¿Vas a quedarte mucho tiempo mirando a Alfredo?”»
Usted ganó prácticamente todo con el Inter. ¡Con qué trofeo se queda?
Con la primera Copa de Europa en 1964. La final fue contra el Real Madrid de Puskas y Di Stefano y marqué dos goles. Recuerdo que antes de empezar me quedé boquiabierto mirando a Di Stefano, que muchos decían que jugaba como mi padre Valentino. Cuando íbamos a empezar, Picchi, el capitán, me dio una colleja y me dijo “¿Vas a quedarte mucho tiempo mirando a Alfredo?”. En la cena, después del partido, siempre estaba pegado a Di Stefano, aunque no olvidaré nunca cuando llegó Puskas y me dijo “Yo jugué contra tu padre. Eres digno de él”, en un perfecto italiano. En aquel momento sentí como si estuviera volando.
Volviendo a Suárez, ¿cómo era su relación con él?
Me enseñó tanto. Muchísimo. De sus lecciones me quedo con una: cuando me llegaba el balón yo solía controlar y después pasar o chutar. Un día él me paró y me dijo: “Tienes que saber dónde mandar el balón antes de que te llegue al pie”, y viendo como él lo hacía lo terminé aprendiendo. Y saqué mucho provecho de esta lección. Ha sido un gran ejemplo de hombre y de futbolista.
Una vez dijo que se sentía una mezcla entre Xavi e Iniesta. ¿Es cierto?
Para mí él podía jugar dónde fuera. Tenía pase, regate y gol. Hubiera podido jugar también en punta pero no quería, porque antes en Italia los defensas pegaban más que ahora y a él le gustaba ver todo el campo. Pero a mí me fascinaba cómo influía en el juego ofensivo siendo un centrocampista. Por lo que me dijeron todos recordaba a mi padre Valentino, una mezzala capaz de terminar el año como mejor goleador. Pero Luis era ante todo un hombre muy entregado al equipo. En las noches de farra nos controlaba a todos y nos decía “¡No os paséis que no quiero correr por vosotros también!”.
Es raro que al día de hoy siga siendo el único Balón de oro español…
¡Ostras! ¡Es verdad! Nunca lo había pensado. Pero lo del Balón de oro siempre ha sido algo particular. En 1971 yo también estaba entre los candidatos y me llamó un periodista italiano, uno de los que más poder tenía, y me preguntó cuánto podía pagar para ser elegido ganador. Lo mandé a la mierda, directamente. Después ganó Cruyff y yo llegué segundo, y fue no solamente un premio al jugador sino a todo el Ajax que nos ganó 2 a 0 en la final de la Liga de campeones. ¡Mamma mia aquel Ajax! Era un equipo fantástico que combinaba perfectamente la técnica con la velocidad. Y técnicamente eran todos buenos, inclusos los defensas, algo impensable en la época.
Aquella final fue casi un año después de otra que terminó mal para usted.
La de México ’70 contra Brasil…
Menuda experiencia aquel mundial. Inolvidable, pese a todo. Jugamos a 2.700 metros de altura, aunque había tenido la suerte de haber ido antes a México con el Inter, recuerdo que después de diez minutos ya estábamos sin aliento, hasta los más menuditos y rápidos. Así que cuando volvimos a Toluca con Italia le dije a mis compañeros más próximos: “No juguemos a lo italiano, con pases largos y a correr, o no vamos a aguantar”, y así comprendimos que era mejor jugar con pases cortos, a lo sudamericano digamos, y de esa manera llegamos a la final.
“No juguemos a lo italiano, con pases largos y a correr, o no vamos a aguantar”, y así comprendimos que era mejor jugar con pases cortos, a lo sudamericano digamos, y de esa manera llegamos a la final.
¿Cómo vivió usted aquel dualismo con Gianni Rivera, el otro 10 de Italia?
Nos reíamos de la situación. Además veíamos cómo Brasil jugaba con tres o cuatro media puntas desplegando un gran fútbol y dijimos “Joder, sólo a nosotros nos pasa esto”. La Italia de Valcareggi era así. Solo había espacio para un 8 o para un 10. Y a nosotros nos dolía mucho no poder compartir minutos en el terreno de juego.
» DOS 10 El encorsetado equipo italiano de la época de Valcareggi impidió ver más tiempo juntos a Mazzola y Rivera, dos creativos.
Para más inri fue aquel Brasil replegado de 10 que os aplastó en la final…
Ese día estábamos muertos. Veníamos de jugar una semifinal larguísima contra Alemania y en altura. Y además este Brasil era intratable, eran tan buenos… Los marcajes eran por supuesto al hombre y me acuerdo que a Tarcisio Burgnich (lateral derecho de Italia) le tocó marcar a Pelé. Él era mi compañero en el Inter y me solía marcar en los entrenos, ¡no veas cómo pegaba! Pero Pelé era otra cosa. Burgnich de cabeza era muy bueno porque, además de ser fuerte y de apartarte con el cuerpo, te anticipaba siempre. Pero en aquel partido no pudo contra Pelé, que después de 20 minutos ya nos había marcado, y de cabeza. En mi vida había visto a Burgnich perder un duelo aéreo.
Aquel mundial de México fue para el recuerdo. Sin embargo, cuatro años antes usted vivió en sus carnes la terrible derrota contra Corea del Norte… ¡Mamma mia! ¡Una tragedia! Pero la verdad es que este fracaso fue sospechoso. Cuando volvimos a Italia después de la eliminación no tenía ganas de hacer nada. Ni de salir con mi mujer, ni de hacer el amor, me sentía siempre cansado. Hasta que un día vino el seleccionador Edmondo Fabbri y me pidió hacerme unas analíticas. En aquellos días todos los que se cruzaban con él en la calle lo querían pegar, la atmósfera era inaguantable.
Después de las analíticas descubrimos que habíamos sido drogados al revés por alguien de la Federación que quería hacerle la cama al entrenador. En mis orinas había más ansiolíticos… Después hablé con alguno de mis compañeros de aquel mundial y nos reunimos todos con Fabbri. Todos teníamos los mismos síntomas y nos dimos cuenta de que habíamos sido víctimas del complot de algunos directivos que querían hacer la revolución. Juntos decidimos hacer frente a la situación, pero no terminó en nada porque en Italia Fabbri tenía mala fama y lo hicieron pasar por loco.
Sin embargo, después hubo revancha. Llegó la Eurocopa en 1968. ¿Cómo fue ganar la semifinal contra la Unión Soviética con el lanzamiento de una moneda?
Ah, en aquel caso estábamos seguros de que ganaríamos. Porque nuestro capitán era Facco (Giacinto Facchetti) y él tenía una suerte infinita en los juegos de naipes y en las rifas que hacíamos juntos. Cuando levantó los brazos para celebrar, el estadio se volcó, pero nosotros ya sabíamos que estábamos en la final.
¿Cómo influyó en su carrera el recuerdo de su padre, que para muchos fue el mejor jugador italiano hasta el momento?
Al principio fue duro. Mucho. Porque nada más empezar a despuntar entre los jugadores más jóvenes me comparaban con él. Volvía a casa y lloraba delante de mi madre diciéndole “no puedo ser como papá”. Después, cuando estaba en la sub 21, fuimos a jugar a Portugal, y todos se acordaban del Grande Torino y de mi padre. Y para terminar, el viaje de vuelta en avión fue horroroso. Había niebla en el aeropuerto de Milán y tuvimos que hacer aterrizaje en Turín, haciendo prácticamente el mismo recorrido del avión en el que viajaba mi padre y su equipo cuando se estrelló en la colina de Superga después de un partido contra el Benfica. Cuando la megafonía del avión anunció el cambio, un dirigente de la selección entendió todo y se me sentó al lado y me dio charla hasta que tocamos tierra. Fue una experiencia terrible.
¿Cree haber heredado algo de él futbolísticamente?
Creo que el regate en velocidad. Mi padre era un interior izquierdo pero aún así ganó el pichichi en Italia. Yo siempre quise jugar en el mismo lugar que él, pero me ponían más adelante porque era rápido y podía marcar goles. Al final de la carrera empecé a retroceder porque me gustaba ver más el campo en su totalidad. Porque para mí una buena asistencia tiene la misma importancia de un gol.
¿Cuándo fue la última vez que usted jugó al fútbol?
Hace unos días, con mi nieto. Tengo dos que viven aquí cerca, pero el menor, que tiene nueve años, es el que más ama el fútbol. Cuando vienen aquí me dice “Abuelo, vamos a jugar”, y se pone a hacer toques. No tengo la bola de cristal, pero creo que apunta maneras. Y es el único de la familia. Juega en un equipito de aquí y le voy a ver cuando puedo, intentando que no me vean. Y cada vez que marca el muy cabroncete me grita “Abuelo, ¡que he marcado!”, y me delata. Espero que en el futuro pueda seguir mis pasos.
¿Cómo se llama?
¡Hombre!. Valentino, ¡por supuesto! •