La línea de cal

El músico Guille Galván de Vetusta Morla observa en esta escena una imagen caricaturizada de la llamada zona técnica. Un primer entrenador gritón, pero salido de entre los jugadores y un segundo, ladrador, que va más allá de su papel.

Guille Galván

Fotografía David Expósito

Todo entrenador que se precie necesita un buen ayudante: Valdano y Cappa, Guardiola y Vilanova, Simeone y Burgos. Parejas complementarias y, por un tiempo, indivisibles, que adquieren un pensamiento en nube mascado a pocos metros de la línea de cal. Esa aduana que, casi por castigo divino, obliga a observar la fiesta desde el andén y que ahora, para más inri, es doble gracias a la alambrada discontinua que la FIFA decidió llamar zona técnica; un cristal que convierte a los técnicos en gorilas de zoo dando vueltas y vueltas, desesperados en público por su condición. La zona técnica aún no llegó a algunos de los campos de barrio como tampoco lo han hecho las planchas de hierba artificial y las empresas subcontratas que hacen negocio cobrando a los vecinos por sus pachangas. Los pocos campos de tierra que quedan se mantienen en el extrarradio como trincheras de domingo, mirando a los ojos de la especulación inmobiliaria.

La zona técnica aún no llegó a algunos de los campos de barrio como tampoco lo han hecho las planchas de hierba artificial y las empresas subcontratas que hacen negocio cobrando a los vecinos por sus pachangas. 

Pertenecen a esa estirpe del partido de descampado con porterías de mochila y abrigos. Juegos de duración eterna. Hoy estas canchas son rescatadas, en la mayoría de los casos, por migrantes que aprovechan su día libre para verse con los suyos y echar la jornada en torno a la pelota, música alta en el móvil y un buen picnic en familia. Allí no solo se juega al fútbol; el ecuavolley es una religión más allá de la M-30 y los partidos de kickingball femeninos, una suerte de béisbol bateado con los pies importado desde Venezuela, hacen saltar las nubes de polvo hasta que los ojos no son capaces de distinguir el balón. Son juegos que acaban con la caída del sol o en la negociación con la cuadrilla de chavales de turno que pelota en mano, llevan rato esperando su ratito de gloria. Pero volvamos a la extraña pareja de nuestra fotografía. En los campos de barrio, el entrenador, de haberlo, nunca llevan traje ni corbata. Y es que la autoridad no la marca la indumentaria sino la proximidad o no a la línea de banda. Pegarte a ella para levantar la mano y dar gritos te otorga cierto rango del que se carece en el terreno de juego.

En los campos de barrio, el entrenador, de haberlo, nunca llevan traje ni corbata. Y es que la autoridad no la marca la indumentaria sino la proximidad o no a la línea de banda.

Hasta su propia sombra se encarga de recordarle la frontera entre los que pelotean y los que dan órdenes, los que están al otro lado. En un gesto insolidario con sus compañeros, se convierte en uno de esos obreros de la primera guerra mundial mandados al frente para luchar contra otros obreros del país vecino. Un delator entre iguales, un chivato. El reproche del míster no parece haber sido pactado con su segundo. En los buenos tiempos, al berrido del primero le seguiría sin vacilar el ladrido del segundo, pero hoy al cánido no se le ve muy en la línea de las consignas de su amo. Eso suponiendo que el animal sea el gritón y este no se lo esté aguantando al delantero que acaba de fallar el gol cantado y ahora el chucho, abochornado, esté pidiendo permiso para entrar al campo y vengar a su dueño.

El reproche del míster no parece haber sido pactado con su segundo. En los buenos tiempos, al berrido del primero le seguiría sin vacilar el ladrido del segundo, pero hoy al cánido no se le ve muy en la línea de las consignas de su amo

De hecho, el perro está dentro, se ha pasado al lado bueno. Se borra de sus responsabilidades y le mira como diciéndole, perro ladrador… no me hagas pasar esta vergüenza, ¡sal tu si tan bien lo haces! Pero el míster no cruzará la línea porque eso supondría predicar con el ejemplo y dejar de ser seleccionador mundial para volver a convertirse en simple mortal. Tiene pinta de que el partido de hoy supondrá un cisma dentro del cuerpo técnico y, quién sabe, si el perrín, como todos los segundos, harto de su papel en la sombra, iniciará pronto carrera en solitario. •