Pablo Moro
Ilustración Artur Galocha
Por fin lo he visto. Soy la Greta Thumberg del fútbol. ¿Causará mi actitud combativa el mismo grado de polarización, la misma virulencia a favor y en contra que la joven activista sueca? Probablemente no. Pero debería. Quiero gritarles a los grandes dirigentes de los organismos oficiales, a los presidentes de los clubes, a los responsables de las ligas, a los dueños de las televisiones y las marcas deportivas: ¿cómo os atreveis? Me estáis robando mi deporte. ¡Se lo estáis robando a mis hijas! Hace tiempo que sentía que algo no funcionaba bien. Había empezado a perder de nuevo el interés por los resultados de la jornada. Me importaban un bledo los goles, las gambetas, los resúmenes de los partidos, los fichajes, no te digo nada las ruedas de prensa. Pero no acababa de entender por qué. En el fondo todo seguía siendo igual. Hace tiempo aprendí a diferenciar el juego de su atmósfera, a distinguir entre el artista y la persona, a disfrutar de la belleza por encima del ruido. Los anuncios de las casas de apuestas no me impedían ver el bosque.
Hace tiempo aprendí a diferenciar el juego de su atmósfera, a distinguir entre el artista y la persona, a disfrutar de la belleza por encima del ruido
Así que todo debía de seguir igual. ¿Qué llevó finalmente a Greta a sentarse aquel primer viernes en la puerta del parlamento sueco? ¿hubo un momento en que un golpe de luz la tiró del caballo de la inacción? ¿una voz le dijo, “Greta, Greta, por qué no me cuidas”? No lo sé. Pero algo así tuvo que ser porque yo ahora sólo pienso en agarrar un cartón, pintar el lema Skolstrejt för fotboll, y plantarme en la puerta del Tartiere cada domingo. La vida se abre camino. Los de mi generación lo aprendimos de Jeff Goldblum en ‘Parque Jurásico’. En realidad a la bonita sentencia le falta una parte que se elude, casi por consabida. La vida se abre camino…¡a pesar del hombre! Eso ocurría en la película de Spielberg. Los dinosaurios evolucionaban para lograr de nuevo el avance de su especie a pesar del intento de manipulación humana. Hollywood nos ha dicho muchas veces que los humanos somos lo peor.
Y hay que escuchar a Hollywood. Como la vida imita al arte hemos podido comprobar que, efectivamente, si los hombres y las mujeres apartamos nuestras sucias manos del mundo, la naturaleza surge de un resquicio, brota de entre las grietas de la globalización, de la fosa séptica del plástico. Los animales, exploradores, toman de nuevo territorios que eran suyos, pierden el miedo al gran depredador, avanzan, crean belleza, se recuperan. Sanan. Somos el virus del mundo, por decirlo de alguna manera. La pandemia, el bicho*. El planeta se abre camino. Antes de la COVID-19 ya teníamos varios ejemplos.
Recuperad algún reportaje sobre cómo la fauna de Chernobyl se desarrolla exitosamente en la zona. El problema no es la radiación. El tumor somos nosotros. Según los expertos parece evidente que los niveles de contaminación, vistos muchos indicadores, se han reducido con la actividad detenida. Con los humanos meti-dos en nuestras casa la Tierra respira. Y ahí quería llegar yo. He llevado bien el confiamiento. Soy uno de esos a los que han acusado de romantizar el encierro, de precarizar su sector y de no sé cuántas cosas más. Soy un pequeño burgués con una vida estupenda cuyo mayor reto ha sido aprender a hacer pan, soportar a sus propios hijos y no parecer demasiado ridículo haciendo ejercicio frente a un video de Youtube. No quiero frivolizar. Para mucha gente ha sido un infierno. Incluso puede que tú mismo hayas perdido a algún ser querido y todo esto no te haga ni puta gracia. O te hayas pasado larguísimas y estresantes jornadas de trabajo**. Pero yo he tenido suerte y mis mayores desgracias han sido esas. Incluso diré más. Había un runrún, un soniquete, un recuerdo de algo que no alcanzaba a identificar.
Durante semanas lo sentí, una sensación se manifestaba y no acababa de saber de qué se trataba. Hasta que un día recibí en mi teléfono móvil el Marca y el Sport y bromeé: nadie se acuerda de los periodistas deportivos, eso sí que tiene que ser jodido. Rellenar hojas y hojas a diario con la nada. La nada. Comprendí entonces, como en una revelación, que eso era exactamente lo que sucedía: el fútbol se había detenido y de alguna manera, la vida deportiva se abría camino; la pureza de la esencia de la naturaleza del fútbol aparecía en algunos partidos clásicos de la televisión, los programas deportivos de radio parecían terapias de grupo. En verdad os digo que yo vi cómo se detuvo el ruido del mundo del fútbol y nos dimos cuenta de que lo que echábamos de menos, entre toneladas de residuos de plástico millonario, era, en realidad, un partidito, un Oviedín-Albacete con empate a cero, un Madrid-Levante que acabe en tablas. Nada llamativo, ni frenético, nada clásico, ni histórico, ni galáctico, ni de dioses.
El fútbol se había detenido y de alguna manera, la vida deportiva se abría camino; la pureza de la esencia de la naturaleza del fútbol aparecía en algunos partidos clásicos de la televisión, los programas deportivos de radio parecían terapias de grupo
Nada apasionante, si me apuras, ni por lo que dar la vida, ni que nos hiciera sacar el corazón por la boca. Sólo un ratito de juego, algo pequeño, artesanal, sin el queroseno del bussines, sin las emisiones contaminantes, sin la sobreproducción. Echábamos de menos el futbol sostenible. Entiéndeme. Tampoco se trata de viajar en catamarán. Pero no puede ser casualidad, ni simple demagogia, que, en todo este tiempo, el ejemplo para comparar sueldos de profesiones que ahora vemos como fundamentales siempre se mentara el salario de los futbolistas. • * ¿Soy el único que pensaba en Cristiano cuando lo oía? ** No me tomes demasiado en serio. Gracias por tu esfuerzo. Ojalá este texto te saque una sonrisa.