Ilustraciones Miguel Delibes/'El Norte de Castilla'
Elisa Silió.-Miguel Delibes era un animal de costumbres y cada domingo se sentaba en su silla de cuero delante del televisor para seguir con pasión la jornada futbolera. Como casi todo español, tenía un entrenador dentro y le gustaba comentarla en compañía de su extensa familia. A veces, siendo ya abuelo, agarraba el ejemplar del día de El Norte de Castilla y en los márgenes de sus páginas –nunca le gustó derrochar papel- garabateaba a los jugadores que veía paralelamente en el campo. Lo hacía con su clásico pilot de fluida tinta azul y con un trazo rápido y nervioso.
-¿Quién es?, preguntaba a sus nietos creando expectación.
- Amavisca.
- Sí ¿Y éste?
- Caminero
La afición de Delibes por abocetar futbolistas no era nueva. Se le recuerda por sus disputas como director de El Norte con Manuel Fraga en los sesenta y se olvida que en ese periódico ingresó en 1941 como caricaturista (los dibujos que ilustran estas páginas provienen de esa época) con un sueldo de 100 pesetas. En 1936, con el bachiller concluido y la Universidad cerrada, se matriculó en Comercio y en la Escuela de Artes y Oficios donde aprendió a dibujar. “Hice tarjetas navideñas y una exposición de caricaturas. Aquéllas me rentaron algo. Pero ésta me dio bastantes más disgustos que pesetas”, contaría en una entrevista décadas más tarde. Firmaba como MAX (Miguel, su novia Ángeles y X su futuro juntos) y empezó con ilustraciones deportivas que le encargó el sacerdote Martín Hernández, por entonces subdirector. El diario apenas contaba con cuatro páginas a un minúsculo cuerpo seis y pronto comenzó a firmar necrológicas, calle crítica de libros, internacional (“en realidad hinchar telegramas”), cine… y el fútbol que nos ocupa. “Escribí para promocionar mis caricaturas y ganar unas pesetas para capear el duro invierno”, decía. Gran aficionado a los libros de memorias, Delibes sostenía que no escribía las suyas “porque ni me he casado cinco veces ni he matado a nadie”. Incluso llegó a afirmar que “cualquier deshago intimista” le repugnaba pero, por suerte, en sus escritos nos ha dejado muchos trazos de su biografía.
Memorias deportivas de un hombre sedentario, el subtítulo de su ensayo Mi vida al aire libre nos induce a error. Alguien que hasta los ochenta jugó al tenis, nadó y recorrió laderas y laderas tras la perdiz se le puede tachar de todo menos sedentario. En estas memorias desenmascara al desencadenante de su pasión por el deporte y la naturaleza: su padre. “El español del novecientos, hombre de cocido, cigarro y casino, relacionaba indefectiblemente la idea de campo con la idea de enfermedad”, argumenta en Mi vida al aire libre (Destino, 1089). Mientras que su padre, Adolfo, hijo de un francés, consideraba que “la naturaleza era la vida y era preciso conservarla y disfrutarla”.
“El español del novecientos, hombre de cocido, cigarro y casino, relacionaba indefectiblemente la idea de campo con la idea de enfermedad”, argumenta en Mi vida al aire libre (Destino, 1089). Mientras que su padre, Adolfo, hijo de un francés, consideraba que “la naturaleza era la vida y era preciso conservarla y disfrutarla”.
La llama deportiva prendió en él con el fútbol “por un amor desmedido por la patria chica y una gratuita hostilidad con el forastero “De muy niño, hacía solemnes promesas al Todopoderoso si el Real Valladolid salía victorioso en Las Gaunas o El Infierniño. En cambio, cuando jugaba en casa, me parecía que bastaban mi aplauso y mis voces para triunfar y no salir con embajadas al Todopoderoso”, prosigue en el libro. Un equipo de tercera división no colmaba sus ambiciones y su interés escaló pronto a categorías superiores. Se aficionó al Atlético de Bilbao, “el único equipo español que hace jugadores y los gasta”. Y alcanzó una gran capacidad mnemotécnica gracias al futbol que no tuvo parangón en sus estudios hasta las oposiciones a cátedras de Derecho Mercantil.
Cincuenta años después, recordaba alineaciones enteras y apenas algún artículo del Código de Comercio. Fruto de la observación, inventó a los doce años la Ley Delibes -“el equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los puntos en litigio”- vigente una década después para un cronista de El Norte de Castilla que la llegó a incluir en algún artículo. Aunque ya antes, renunciando como sus hermanos a la propina semanal, acudía al estadio en la Plaza de Toros como socio infantil para asistir al partido quincenal. Tras la Guerra Civil se inauguró el gélido Zorrilla (bautizado como el estadio de la pulmonía), y Delibes siguió visitándolo en condición de aficionado, caricaturista o narrador. Primero para El Norte y siendo ya un reconocido novelista desde 1947 para la revista Vida deportiva, de su editorial. Con el pitido final escribía la crónica del partido y raudo corría a la estación de tren para mandarla a Barcelona en el expreso de la noche. Hasta los 35 años jugó al fútbol en su ciudad y una década más actuó de portero en el Sedano F.C., su pueblo de adopción en Burgos.
ILUSTRACIONES En algunas ocasiones Delibes dedicaba al fútbol sus artículos distribuidos para las agencias Serco y Efe y posteriormente en el Abc. En ellos desarrolló múltiples teorías. Para el novelista el divo “es el primer síntoma de decadencia” y lamentaba que Real Madrid se llenase de extranjeros allá por 1958. “El flamante campeón de Europa pretende eliminar de sus filas a los Pérez y los Rodríguez para injertar ‘kas’ y sus ‘uves dobles’ la próxima temporada”, criticaba en Campeón de taquillas. En 1980, por ejemplo, reprochaba al balompié español su debilidad frente al del norte de Europa - “El latino se cae con facilidad, diríase que está buscando la disculpa para caerse”- en un artículo El otro fútbol –título también de un libro que recopila sus artículos- y llovieron las réplicas de los lectores. Llegó a pedir el establecimiento de personales como en el baloncesto con expulsión a la quinta o a reclamar casi el silencio a los narradores de la televisión, acostumbrados a contar todo en la radio: “La retórica resulta superflua, gratuita y ridícula”.
Cuatro o cinco partidos cada verano contra los pueblos vecinos, un solteros contra casados o con el seminario de los jesuitas de Valdelateja como contrincante peleón. Su fe católica no le cegaba ante el juego sucio de los seminaristas. “Ocaña, digno representante de la furia europea, parecía empeñado en meterme a mí con la pelota en el fondo de a red. Yo le advertía a voces en pleno partido: -¡Ojo, Ocaña! Ten en cuenta que eso de amar al prójimo como a ti mismo rige también en el fútbol”, recuerda en Mi vida al aire libre. En 1978 abandonó las gradas cuando el Ministerio de Interior decidió “enjaular a los espectadores como a reclusos para evitar agresiones”. Pero el veneno estaba dentro y se convirtió en un fiel telespectador semana tras semana y eso que pocos años antes se enorgullecía de no tener “el invento”. En alguna ocasión ocasional volvió al Zorrilla y se desesperaba: “en la pradera hay demasiada gente, se mueven todos a la vez, los goles me pillan por sorpresa y espero la repetición”. Una de estas excepciones llegó en 1989. Su modesto Real Valladolid se jugaba contra el Real Madrid de la Quinta del Buitre la final de la Copa del Rey en el Vicente Caderón. Un motivo con peso suficiente para pisar por unas horas la antipática Madrid, a la que siempre consideró “un enorme aparcamiento”.
Una de estas excepciones llegó en 1989. Su modesto Real Valladolid se jugaba contra el Real Madrid de la Quinta del Buitre la final de la Copa del Rey en el Vicente Caderón. Un motivo con peso suficiente para pisar por unas horas la antipática Madrid, a la que siempre consideró “un enorme aparcamiento”.
Copiando a las familias gitanas, una marea de Delibes comandados por el patriarca tomaron asiento: sus hijos, nietos, algún hermano… Medio Pucela estaba allí y aunque la prensa reconoció al día siguiente los méritos de los blanquivioletas, el marcador no se movió desde que en el minuto cinco Butragueño desbordó a tres contrarios en jugada personal y el rechace cayó a los pies de Gordillo que batió al guardameta Ravnic. Probablemente el Real Madrid terminó siendo su segunda camiseta pero se negaba a reconocerlo. “Yo soy del Valladolid y de joven del Álthetic de Bilbao”, contestaba con seriedad cuando sus nietos, confesos merengues, le pinchaban. “El abuelo se aficionó al Madrid de ver tanto con nosotros los partidos pero le costaba celebrar los goles”, cuentan divertidos. » PERIODISTAS CONTRA CIRCENSES El último partido que Delibes (segundo por la izquierda en la fila de abajo) jugó en Valladolid fue un once que improvisaron los periodistas para desafiar al equipo del Circo Feijoo, de los hermanos Tonetti, en septiembre de 1944. En la grada lo presenciaba la que sería luego su mujer, Ángeles, y el autor quiso lucirse. “Salí, pues, muy decidido pero en mi primera arrancada, después de driblar al mayor de los Tonetti, me entró un chino malabarista, no recuerdo bien dónde me puso la rodilla, me propinó un leve empellón y yo salí por los aires dando volteretas como proyectado por una ballesta. Quedé malparado, abrumado por un sentimiento de vergüenza que aún hoy, al cabo de cuarenta años, se reaviva cada vez que lo recuerdo”, revivió su mala para en Mi vida al aire libre.
En 2004, con su Pucela en segunda división, quiso alentar a su equipo que con mucha entrega se afanaba en subir a primera. Resentido de salud, no pensaba acudir al campo, pero le pareció de justicia aplaudir su entrega y le pidió a su hija Elisa que le hiciese socio. En las oficinas del club la noticia del carné de Delibes no tardó en correr y un día más tarde llegaba a su casa una camiseta firmada por sus jugadores.
El viernes 12 de marzo de 2010 Delibes moría en su casa y Valladolid se echaba a la calle para despedirle. Faltaban escasas horas para que el Real Valladolid se enfrentase en casa al Real Madrid en partido de liga y su directiva decidió unirse a este pésame popular. Y así, en una noche gélida (cómo no en el estadio de la pulmonía), público y jugadores guardaron un respetuoso minuto de silencio sólo roto por la megafonía del estadio que reproducía sus palabras: “Creo que mi primera afición deportiva asumida como pasión, como auténtica pasión desorbitada fue el futbol, yo fui hincha antes que aficionado, anteponía el espectáculo al triunfo de mi equipo el Real Valladolid…”. •