La Paternal, el rincón alegre de Maradona

El tiempo más dichoso del icono tuvo lugar en un barrio de clase media de Buenos Aires, La Paternal, ligado a un club, Argentinos Juniors, modélico en su trabajo de cantera.

Fotografía Fede Peretti

*Raul Román.- Cuando en noviembre de 1978 el presidente de la Asociación Atlética Argentinos Juniors, Próspero Cónsoli, entregó a Diego Armando Maradona las llaves del nuevo hogar familiar en el barrio de La Paternal, el rostro del chico no era de júbilo y sí de algo parecido a una emoción contenida. Diego, que había cumplido los 18 una semana antes, aún hacía la digestión de haber quedado fuera de la lista de Menotti para el Mundial que Argentina había ganado en su propio país meses atrás. La presencia de Cónsoli, suboficial del ejército retirado, imponía respeto en tiempos de dictadura. El club presumía del aspirante a astro delante de las cámaras en la puerta de la vivienda unifamiliar de Lascano 2257, mientras Doña Tota, la madre, y Don Diego, el padre, parecían abrumados en una ceremonia poco íntima. A la vez, la familia entendía que su vida cambiaba a mejor. Diego estaba agradecido, como contó más tarde: “En el primer contrato que hice, el viejo Cónsoli me dijo que la prima iba a ser la casa para mis viejos. Tuvo la mejor idea del mundo”.

Diego estaba agradecido, como contó más tarde: “En el primer contrato que hice, el viejo Cónsoli me dijo que la prima iba a ser la casa para mis viejos. Tuvo la mejor idea del mundo”.

Diego, sus padres y sus dos hermanos menores, Hugo y Lalo, ya habían abandonado dos años antes su barrio de siempre, Villa Fiorito, a propuesta de Argentinos Juniors. Su primera casa en La Paternal fue una en la calle Argerich en régimen de alquiler; Diego comenzaría un noviazgo con una chica que vivía en esa misma calle llamada Claudia Villafañe. La Paternal, que debe su nombre a la sociedad de seguros que construyó viviendas para trabajadores a principios del siglo XX, era y es un barrio de clase media, agradable y sin pretensiones, con poca delincuencia y bastantes comercios. El directivo que se encontró con la familia para proponer el primer traslado, el farmacéutico Eduardo Dosisto, explicó: “Recuerdo que yo tenía un Torino cuando fuimos con el secretario del club, el señor Rodríguez, a Villa Fiorito. Había que atreverse a andar por esa zona que quedaba a orillas del riachuelo, acompañados en nuestro trayecto por unos perros tan bravos como el barrio, que no paraban de ladrar. Allí, en casa de los Maradona, comí uno de los asados más ricos de mi vida preparado por Don Diego, el padre”.

"Había que atreverse a andar por esa zona que quedaba a orillas del riachuelo, acompañados en nuestro trayecto por unos perros tan bravos como el barrio, que no paraban de ladrar. Allí, en casa de los Maradona, comí uno de los asados más ricos de mi vida preparado por Don Diego, el padre”.

El término humilde resulta hasta exagerado para la casa de los Maradona en Villa Fiorito, entonces un barrio, hoy una localidad perteneciente al distrito de Lomas de Zamora, en el sur de Buenos Aires. Ocho hermanos (Diego era el quinto y primer varón), los padres, una abuela. Techo de chapa, suelo de tierra. “Estaba el comedor, donde se cocinaba, se comía, se hacían los deberes, todo. Y las dos piezas. A la derecha estaba la de mis viejos; a la izquierda, no más de dos metros por dos, la de los ocho hermanos”. Diego bromeó en ocasiones: “Crecí en un barrio privado. Privado de luz, privado de agua, privado de teléfono”.

En Fiorito no había entonces ni cloacas ni postes de luz, y los muchachos debían traer el agua desde barrios cercanos “en tachos de 20 litros de aceite YPF”, Diego dixit. Maradona creció esquivando patadas con la bola cosida a la zurda en unos potreros llamados las Siete Canchitas, a un paseo desde su precaria morada. Delante de una de esas canchas vivía un niño que se convertiría en su primer gran amigo, Goyo Carrizo. Diego padre, al que llamaban Chitoro, trabajaba entonces en Tritumol, una empresa donde se trituraba hueso para la industria química. No le gustaba que Diego perdiera tiempo en pruebas con clubes de fútbol. Goyito Carrizo sí fue a probarse con Argentinos Juniors, club barrial a caballo entre las dos máximas categorías del fútbol argentino, conocido popularmente como El Bicho Colorado por el color de su camiseta. Francis Cornejo, maduro entrenador de categorías inferiores, se encargaba de aquellas pruebas infantiles.

Poco después de haber sido seleccionado, Carrizo le contó a su técnico que otro niño de su barrio jugaba mejor que él. “¿Por qué no viene?”, indagó Cornejo. “Porque no tiene plata”, replicó Carrizo. “Entonces Francis sacó un billete de diez pesos y le dijo: mañana traelo”, recuerda Rodolfo Fernández, argentino de origen asturiano dueño de la tienda deportiva Sporting, en Álvarez Jonte, casi pegada al estadio de Argentinos. Veteranísimo historiador oral del club de sus amores, Fernández fue amigo fraternal de Cornejo y uno de los primeros protectores de Dieguito.*

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