'(La que tenía que ser) La Copa del Mundo de Leo', por Guillem Balagué

Extracto de la única biografía autorizada de Leo Messi en el que el periodista Guillem Balagué analiza lo ocurrido en el Mundial 2014, el que parecía diseñado para ser el Campeonato que le encumbrara en su plenitud.

Antes de la Copa del Mundo. Los cimientos 

Guillem Balagué.- Iba a ser el torneo que vería a Leo, con 27 años, en su mejor momento. Se iba a jugar en Sudamérica y Argentina tradicionalmente se ha sentido más cómoda en su propio continente. El objetivo era ganarlo. En casa de su eterno rival. El equipo giró en torno a la estrella rosarina y se crearon las condiciones necesarias para maximizar no solo sus características, sino también las de sus compañeros de delantera: Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y Ángel Di María. La albiceleste es el Real Madrid de las selecciones: les gusta jugar a la contra, con ritmo, presionando alto sin balón, y manteniendo la posesión si es necesario. Sabían que tenían limitaciones: seis jugadores para defenderse y cuatro para atacar, no se requería mucho juego intermedio. Se discutiría, pero no podía ser de otra manera: se trataba de no conceder atrás y esperar que los momentos de Messi fueran decisivos. 

Leo se preparó mental y físicamente para llegar en perfecto estado. Para Leo era su Copa del Mundo. Todo el bagaje, todo lo que había aprendido y todo por lo que había luchado para que su selección lo entendiera, lo puso sobre la mesa aquel verano en Brasil. 

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Sobre el papel y por la calidad de los jugadores, Argentina era aspirante al título. Pero necesitaba la llegada de un nuevo entrenador. Le tocó a Alejandro Sabella soltar lastre e iniciar un nuevo proyecto que comenzó por la talentosa delantera a su disposición. Utilizó su experiencia no solo como futbolista, sino también como asistente de Daniel Passarella, el entrenador que había llevado a Argentina al Mundial de 1998. Su bajo perfil ayudó a levan- tar la moral sin hacer demasiado ruido, y su rigurosidad futbolística le ayudó a tomar algunas decisiones dolorosas: ni Tévez ni Riquelme iban a regresar. Tanto las convocatorias como el estilo se fueron volviendo gradualmente consistentes y giraron alrededor del mismo grupo.

Le tocó a Alejandro Sabella soltar lastre e iniciar un nuevo proyecto que comenzó por la talentosa delantera a su disposición. Utilizó su experiencia no solo como futbolista, sino también como asistente de Daniel Passarella, el entrenador que había llevado a Argentina al Mundial de 1998

Los cuatro delanteros (Messi, Di María, Kun Agüero e Higuaín) se estaban compenetrando y serían titulares fijos. En el centro del campo, una combinación de la disciplina táctica de Javier Mascherano y el toque, experiencia y equilibrio de Fernando Gago, los convirtieron en líderes dentro y fuera del campo. Messi había tenido ya a Gago detrás de él y a Agüero como su compañero en sus dos títulos con Argentina (la Copa Mundial Sub-20 y los Juegos Olímpicos). Ahora Sabella los reunía de nuevo. Y Leo, junto a sus compañeros, que estaban en la misma onda que él, jugaba con libertad. 

Sabella necesitaba el consejo de Guardiola: “Protégelo con jugadores que simplifiquen su trabajo... Y haz que se sienta querido”. Con eso en mente, el nuevo entrenador voló a Barcelona para darle a Messi la capitanía. 

Tras alguna reticencia, pero animado por Mascherano, el capitán en aquel momento, Leo aceptó. 

CAPITÁN» Messi con la vieja y nueva guardia en Qatar.

De hecho, la capitanía hizo que Leo ganara en serenidad. Bueno, eso si se ignora su primera charla, segunda si se cuenta el partido contra Grecia en la Copa Mundial de 2010. En Argentina es tradición que el capitán dé un discurso antes de cada partido. "Cuando le dieron el brazalete y fue su turno de dar uno —explica Piqué—, él llegó y dijo: ‘Hoy no hay discurso. ¡Vamos, vamos al campo!’. ¡Eso en su primer partido como capitán!” 

Pero, poco a poco, se adaptó a las responsabilidades del nuevo rol, incluyendo las que menos le atraían. 

Si Maradona era un capitán que peleaba contra rivales dentro y fuera del terreno de juego, Leo solo quería expresar su opinión sobre los sistemas de juego. “Está arropado por dos líderes positivos detrás de él, como son Zabaleta y Mascherano”, dijo el “Profesor” Salorio. 

Leo habla sin hablar en los entrenamientos, no quejándose al recibir una falta, pidiendo constantemente la pelota para asumir su responsabilidad, llamando a sus compañeros lesionados de Barcelona, rechazando privilegios especiales o participando en la organización de los viajes. 

Pese a algún tropiezo ocasional, los puntos fueron acumulándose durante la fase de clasificación, a la vez que Leo llenaba sus bolsillos con goles que no había marcado ni en el Mundial de Sudáfrica ni en la Copa América: intervención crucial en al menos un tanto por partido (asistencia o gol).

 

“Hay algo muy interesante sobre la Argentina de Sabella —dijo Carlos Bilardo—. Esa presión sobre las tres cuartas partes del campo significa que Leo tiene que correr muy poco. Es decir, cubre menos terreno que en Sudáfrica. Cada vez que Leo está cerca, los oponentes deben tener al menos tres jugadores sobre él. Y sus compañeros se encuentran con espacio y tiempo para hacer daño”. 

El sistema parecía, finalmente, armonioso, aunque el fútbol no fuera impresionante. Todo rey necesita una coronación, y a Leo le llegó un día en Barranquilla, Colombia. Fue el día en que todo encajó. Argentina acababa de perder frente a Venezuela, una derrota histórica —la primera contra La Vinotinto— y había empatado con Bolivia. Colombia abrió el marcador en Barranquilla. Y Kun se mostró como el mejor socio para Messi en el ataque. “Basándonos en cómo somos los argentinos, ese partido de clasificación contra Colombia, cuando volvimos con una actuación espectacular de Lionel en la segunda mitad, fue clave —recordó Eduardo Sacheri—. Estábamos destinados a perder ese partido y complicar la clasificación, y él nos hizo ganar. Fue épico: un Messi que no puede dar más, muriendo por el calor, al borde del agotamiento... y lo cambió todo en esas condiciones, contra tantas dificultades. Nos encantan esas historias”

Todo rey necesita una coronación, y a Leo le llegó un día en Barranquilla, Colombia. Fue el día en que todo encajó. 

En ese momento, la sociedad argentina se reconcilió con Leo. Las victorias siguieron para la albiceleste en Chile y Paraguay, y se mantuvo invicta en Quito y La Paz, cuatro partidos que habían terminado en derrota en la clasificación para la Copa del Mundo en Sudáfrica. 

El 2012 continuó en la misma línea. Ese año Leo marcó 12 goles, igualando el récord de Batistuta, aunque este lo hizo en un año de Mundial. Entre los doce tantos, se incluye un hat-trick en un amistoso contra Brasil. 

El partido contra Venezuela, jugado en el estadio de River en marzo de 2013, despejó cualquier duda. Hubo un lleno total. Se mostraron miles de camisetas de Messi con el número 10, que celebraban ante el mundo que el mejor jugador del planeta vestía la albiceleste. 

En las gradas las pancartas lo saludaban: “Messiento enamorado”, “Leo Messi, orgullo nacional” y “Dios y el Messias”. Para conmemorar su partido número 100 en todas las categorías, la Asociación Argentina de Fútbol le ofreció ese día un muy discreto homenaje: una placa y unos aplausos tras el anuncio por megafonía. Y Julio Grondona, el presidente, besó al jugador al que le ofreció la selección nacional, o al menos así es como querrá que se escriba la historia. 

Y empezó el partido. El Monumental entero se levantaba cada vez que Messi se embarcaba en una de sus carreras. Y, de repente, se oyó un cántico que había pertenecido a Maradona hasta ese momento. “Vení, vení, cantá conmigo, que un amigo vas a encontrar, que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar”. Se refiere, claro, a la infame “mano de Dios” de Diego en el gol contra Inglaterra en el Mundial 86. Con 25 años, Messi se había ganado la completa y total admiración de los fanes. 

En el campo se vio un pequeño detalle que puede definir bastante bien al equipo que estaba a punto de clasificarse para el Mundial de Brasil. En varias ocasiones la pelota pasó a pocos metros de Messi sin que él intentara recuperarla. Se le permitía hacerlo. Tenía permiso para reservar su energía, concentrarse en su juego con el balón, y elegir cuándo quería presionar.

En varias ocasiones la pelota pasó a pocos metros de Messi sin que él intentara recuperarla. Se le permitía hacerlo. 

Leo había mejorado la contribución de su equipo con Sabella, aunque el problema solo había existido anteriormente en las gradas, en el banquillo o en los medios. “Sabía que no estaba funcionando bien en la selección, pero no era el único —dijo Leo ese mismo mes de marzo—. El equipo no funcionaba. La gente o la prensa esperaban que llegue y gane partidos yo solo, y eso nunca ha sucedido en ningún equipo”. 

Sus actuaciones con Sabella (20 goles en 22 partidos, mientras que con anteriores entrenadores había marcado 17 en 61) igualaron a las del equipo: Leo, Di María, Higuaín y Agüero anotaron el 90% de los goles de Argentina en la calificación. El propio Sabella hizo su propia contribución al folclore al idear un nuevo adjetivo para definir al delantero: immessionante. El vocablo fue incluido en la edición 2013 del diccionario Santillana. 

La clasificación para la Copa del Mundo se selló con una goleada 5-2 a Paraguay, con dos goles de Messi, aunque los dos encajados dejaban algunas dudas sobre la fragilidad de la defensa. Pero, pese a ello, todo el país comenzó a imaginar una buena Copa del Mundo. 

Ahora que Messi se había acostumbrado a ser Messi, la idea de no ganar en Brasil no entraba en su cabeza. •