*Texto Gonzo (@a_lo_gonzo).-Tranqui colega; la sociedad es la culpable y de aquí se sale. Esto último es el mensaje esperanzador que un celtista puede transmitir al resto del país en mitad de la tormenta. El fútbol además de ser lo más importante de lo menos importante, es un buen ejemplo del ineludible cumplimiento del axioma “lo que no se hace bien, acaba mal”. El Real Club Celta de Vigo, al igual que España, sufrió una gestión “por encima de sus posibilidades” y acabó teniendo que pedir un rescate en forma de concurso de acreedores y ceder el control de sus cuentas a vigilantes externos que obligasen a dedicar la pasta que ingresaba a pagar primero los pufos y sus intereses. De la misma forma, lo que sobraba, si es que sobraba, no se podía gastar sin el visto bueno de la particular troika. Salvando las distancias, el devenir del país nos resulta familiar a los aficionados celtistas. Catanha fue nuestro aeropuerto sin aviones, Jordi Cruyff nuestra urbanización deshabitada en mitad del páramo y Karpin, Makelele o Mostovoi nuestros AVE que nos llevaron a hermosas estaciones desconocidas pero a un precio desorbitado. Por supuesto, que todo ello fue posible gracias a que una entidad financiera (ahora intervenida por el Estado) prestaba lo que hiciese falta para poder ser felices. Al aficionado de a pie se le hacía tan extraño como agradable comprobar la capacidad de dispendio del club. Se minimizaban las dudas en la sostenibilidad del proyecto para aferrarse al disfrute del trance.
Al aficionado de a pie se le hacía tan extraño como agradable comprobar la capacidad de dispendio del club. Se minimizaban las dudas en la sostenibilidad del proyecto para aferrarse al disfrute del trance.
No había tiempo de pararse a preguntar si no se estaría hipotecando demasiado el futuro del club cuando cada 15 días teníamos invitados de lujo procedentes de las mecas europeas del fútbol. Normal. ¿Se preguntaba alguien en España cómo iba a pagar el crédito que había pedido para poder pegarse un chapuzón en Cancún? Tanta felicidad no debía interrumpirse ni para cuestionarse el salto cualitativo de los negocios del presidente Horacio Gómez (de distribuir refrescos y cervezas en Vigo y alrededores a comprar viñedos y bodegas), ni para profundizar en el sainete protagonizado por el susodicho y el director general del club al presentarse respectivamente como número 2 y candidato a la alcaldía del PP en los ayuntamientos de Vigo y Nigrán. Laissez faire, laissez passer.
Cuando el celtismo quiso darse cuenta y con cambio de presidente mediante, la estrellas del balón habían sido sustituidas por administradores concursales y en lugar del Milan AC, Balaídos recibía a la Ponferradina. Sensación parecida a la que experimentas cuando pasas de estar a punto de superar a Italia en renta per cápita a doblar la tasa de paro de Bulgaria o Lituania y triplicar la de Rumanía. Pero la famosa luz al final de túnel se hizo real en Vigo con el cambio obligado de gestión. El modelo de importación de cracks de portada fue sustituido por el de formación, promoción y exportación de producto autóctono. La temporada 2011/12 se cerró con ascenso, superávit y una plantilla mayoritariamente gallega. La 2012/13 comienzó con récord de abonados al Real Club Celta, es decir, con el regreso del capital huido durante su particular crisis financiera, social e institucional.
Reconociendo las diferencias obvias, alguien podía tomar lo sucedido en Vigo como ejemplo de que las cosas bien hechas (y no como Dios manda) dan sus frutos. Más difícil será que los españoles sientan el placer de tuvieron los celtistas de ver sentados en el banquillo para su posterior condena a los responsables del desaguisado.
FOTO 1: Panóramica de la ciudad de Vigo. Imagen de Lino Escurís.
*artículo publicado en nuestro número dos dentro del especial de fútbol gallego (verano 2012)