Arturo Lezcano.- En la década de 1970 había un lugar en el sudeste de Londres que todo equipo quería evitar. The Den, la guarida en español, el temido estadio del Millwall, albergaba a una legión de hinchas que emitían un rugido feroz —así lo decían en inglés, ferocious noise, por su apodo, los Lions—. Pero eso era lo de menos. La F-Troop, su grupo de supporters vinculados al partido fascista National Front, se habían ganado una merecida reputación de violentos y racistas.
Tras un reportaje de la BBC en el que se censuraban sus acciones, ellos inventaron un cántico, todavía vigente, que encierra su filosofía: "No one like us, we don't care" ("No le gustamos a nadie y no nos importa"). El eslogan, aún hoy estudiado por publicitarios, también funcionaba a la inversa: a ellos no les gustaba nadie que vistiese otra camiseta. Y mucho menos si era negro.
El Leyton Orient, equipo tradicional de la comunidad judía, también del Este, aunque del lado norte del Támesis, tenía la entonces extravagante política de fichar sin fijarse en el color de la piel, una rareza en aquel fútbol cerril: apenas llegaban negros a primera división y, si lo hacían, sufrían la violencia en los campos. Su entrenador, George Petchey, recibía amenazas por "comprar escoria". Apenas palabras comparado con lo que se encontraría una buena noche (es un decir) de diciembre de 1974. El Leyton Orient visitaba al Millwall y Petchey convocó a tres chavales tan ingleses como el resto pero no. Se llamaban Bobby Fisher, Ricky Heppolette y Laurie Cunningham, que acababa de debutar en el primer equipo.
CUNNINGHAM» Su primera temporada en el Real Madrid. Foto. Cordon Press.
El recibimiento fue a la altura de lo esperado. Desde los fondos repletos de gente llovían coros hirientes y también plátanos.
Encendidos por un fuego interior, Cunningham y Fisher experimentaron una emancipación instantánea. Se abrazaron al retirarse del campo, mandaron un beso a la grada y a los supporters del Millwall les dedicaron el saludo del Black Power.
Del césped se recogió también un cuchillo. Una versión salvaje de lo que se iban encontrando en otros campos. Pero algo inesperado ocurrió al terminar el partido. Encendidos por un fuego interior, Cunningham y Fisher experimentaron una emancipación instantánea. Se abrazaron al retirarse del campo, mandaron un beso a la grada y a los supporters del Millwall les dedicaron el saludo del Black Power.
Varios hinchas saltaron al campo para lincharlos. La policía retiró a los jugadores para protegerlos, supuestamente. Pero una vez en el vestuario los bobbies entraron en cólera: "¿Sabéis lo que habéis hecho? ¿Sois conscientes de que habéis provocado un disturbio? Podríamos acusaros por esto”. El Leyton Orient salió del estadio una hora más tarde, con los jugadores escondidos bajo los asientos para sortear las pedradas. Al día siguiente no hubo titulares de prensa, ni siquiera una palabra al respecto. Pero algo, una semilla simbólica, quedó enterrada en The Den como herencia de futuro. *
*Lee el resto del reportaje en la edición de verano de Líbero.