La vanidad del fútbol no pudo con Arsenio

El mítico entrenador gallego del Superdepor dejó su cargo hace justo 30 años. Meses después del penalti de Djuckic, en un ambiente extraño en Riazor, O Bruxo de Arteixo anunció su dimisión. 

Xosé Hermida.- Era una de esas noches en que alguna fuerza misteriosa parecía haber reunido hasta la última gota de agua del planeta para derramarla con furia incesante desde el cielo de Compostela. Demasiado hasta para una superficie tan acostumbrada a esos espantos como el césped del estadio de San Lázaro. En la tribuna, un hombre de 64 años, gabardina gris casi a juego con su cabello y paraguas en ristre, recogía las cosas para volver a casa tras la suspensión del choque entre las selecciones sub 21 de España e Italia. Pero la gente no lo dejaba marchar: directivos, entrenadores, aficionados, se acercaban a saludarle y darle cariño, casi consuelo.

Arsenio Iglesias Pardo, O Bruxo de Arteixo, aquel hombre de modales extraordinariamente sencillos, con más aspecto de campesino que de entrenador de elite, había comandado el mayor milagro nunca vivido en la historia de la Liga. Y ahora, por una de esas absurdas situaciones que suele alimentar el fútbol, lo habían puesto en la picota, discutido por sus dirigentes, por algunos de sus jugadores y por un sector de la afición, tan minoritario como ruidoso. 

La única explicación posible era atribuir todo aquello a un trauma sin curar. En mayo del año anterior, el Depor había sufrido el desenlace más trágico visto nunca la Liga: un penalti fallado por Miroslav Djukic en el último minuto.

Aquella infernal noche de hace 30 años, el 17 de enero de 1995, yo era un corresponsal ya no tan joven de El País en Galicia y me fui del estadio hoy llamado Vero Boquete relamiéndome de mi conquista: había conseguido la primera entrevista de Arsenio desde que, dos días antes, hubiese causado un enorme revuelo al amagar con su dimisión como técnico del Deportivo, ese Superdepor que llevaba dos años encandilando a España. En cuanto llegué a casa, me sequé un poco, encendí con avidez la pequeña grabadora que usábamos en la época y casi estallo en llanto: no había grabado nada. Tras unos minutos de pánico, y oportunamente consolado por Mabel Galaz, una más veterana compañera de la sección de Deportes, revisé las notas tomadas durante la conversación y fui capaz de reconstruirla con fidelidad. Había dos frases muy marcadas en mi memoria: Nos hemos vuelto vanidosos” y no puede ser que la soberbia se nos suba a la cabeza”.