La vida por un Mundial

Si hay alguna explicación a que la camiseta de Brasil luzca cinco estrellas sin duda no será la que propone el músico Pablo Moro en este artículo. O sí. Porque en su reflexión hay muchas claves del éxito en el deporte.

Texto Pablo Moro Ilustración Álvaro Valiño.- Cuando yo era pequeño, corría el rumor de que, en Brasil, el fútbol era tan importante, afectaba tanto a la felicidad de sus habitantes, que había gente que llegaba al extremo de suicidarse cuando la selección carioca perdía o era eliminada del Mundial. La victoria en era la máxima aspiración de una nación entera y el fracaso algo insoportable. Tal circunstancia, nunca comprobada por quienes la contaban, la de los suicidios digo, se relataba con una buena dosis de asombro y extrañeza. ‘Están locos estos brasileños’, parecía pensar todo el que lo escuchaba. Pero también podía apreciarse un cierto grado de admiración en los relatos. En el fondo cualquiera que se haya asomado, por ejemplo a un piso diecisiete, puede reconocerle a los suicidas sus arrestos y desde luego, si existe una causa para quitarse la vida, su altísimo grado de compromiso con esa causa.

Seguro que en algún momento pude haber entendido el fracaso de España en las competiciones de fútbol internacionales, achacándolo a que aquí, en realidad, podíamos llorar mucho cuando nos eliminaban (aunque tampoco recuerdo tanto drama) pero no teníamos a nadie con la determinación, el valor y la responsabilidad de matarse por “la roja” (que entonces era sólo “la selección” o “España”). “Hasta que nadie se suicide no ganaremos nada”, pude haber llegado a pensar. No lo recuerdo, pero ahora lo encuentro razonable. Eso no ocurría con ninguna otra competición. Nadie se suicidaba en Río, Sao Paulo o Bahía por la Copa América. Ningún hincha de Flamengo, Palmeiras o Corinthians lo hacía por caer eliminados en la Libertadores. Al menos, que se supiera. Sólo el Mundial, colorido y luminoso, esquivo cada cuatro años, era capaz de generar tanta pasión. Sólo la deslumbrante camiseta amarilla, o la bandera de “Ordem e Progresso”, eran motivo de emoción exacerbada. Desde luego a nadie nunca se le ocurrió tirarse por la ventana por culpa de una Eurocopa o una Champions. Eso hubiera sido, sin duda, una estupidez.

 Nadie se suicidaba en Río, Sao Paulo o Bahía por la Copa América. Ningún hincha de Flamengo, Palmeiras o Corinthians lo hacía por caer eliminados en la Libertadores. Al menos, que se supiera. Sólo el Mundial, colorido y luminoso, esquivo cada cuatro años, era capaz de generar tanta pasión.

Resulta terrible acordarse en estos términos del Maracanazo (sí, ahí empezó la leyenda de los suicidios) o del 7-1 que hace cuatro años le endosaron los teutones. Con las expectativas de éxito tan altas, jugando en casa, ¿se imaginan la humillación que puede suponer recibir un varapalo así? No creo que haya edificios lo suficientemente altos ni tranvías lo suficientemente pesados para acabar con toda esa frustración. No he mirado los datos. Me aterra. No he podido evitar echar un vistazo a Google: una joven nepalí de 15 años, Pragya Thapa, se quitó la vida tras la derrota de Brasil ante Alemania en el año 2014. Es el horror del mundo globalizado. Y por eso, queridos niños, Brasil es pentacampeona del Mundo. Tiene que ser eso. Mientras ellos ofrecen su bien más preciado, en el resto del planeta nos limitamos a llorar. Y así nos luce el pelo. Mira que los italianos tienen fama de pasionales, mediterráneos, eufóricos, imperiales. Pero lo único que hemos podido obtener de ellos son unas lágrimas de Baggio en USA 94, o las de Buffon tras la insólita no-clasificación para 2018; un Del Piero deve morire con poca convicción en un bar de Turín tras la derrota ante Francia en la Eurocopa del due mille. Minucias. Ni siquiera Argentina, tan barra brava, tan arrebatada, lunfarda y excesiva llega a tales extremos.

 Mira que los italianos tienen fama de pasionales, mediterráneos, eufóricos, imperiales. Pero lo único que hemos podido obtener de ellos son unas lágrimas de Baggio en USA 94, o las de Buffon tras la insólita no-clasificación para 2018

Por razones obvias no podemos pedirles nada por el estilo a alemanes o ingleses. De Francia, mejor no hablar. En Colombia prefieren matar al jugador que quitarse ellos de en medio. No sé qué les ocurre a los portugueses. Estarán demasiado europeizados, imagino. En nuestro país es probable que el muerto, más que tirarse, se cayera por accidente. Llorar, en cambio ya digo que lloramos mucho. El año pasado, en la final de Champions, lloraban Salah y Carvajal por la posibilidad de perderse el Mundial. Lloraba Maradona gritando “hijosdeputa” al público que pitaba su himno en el 90 (¿o no lloraba?). Lloró Gascoigne ese mismo año, días antes. Ya he contado aquí que yo mismo lloré todo un río de recuerdos y nostalgia cuando Puyol empujó a “la roja”, ahora ya sí, al fondo de las mallas alemanas y nos dio el pase a la final en Sudáfrica. De tristeza o de alegría, mucho llanto, no cabe duda. En todas partes del mundo. Desde Egipto a Perú. Pero sólo Brasil sabe los que es perder de verdad. Darlo absolutamente todo.

MÚSICA Reportaje sobre la influencia de la música en el fútbol brasileño

No puede decirse que el fútbol sea, pues, un deporte injusto. Al menos si de justicia poética hablamos. Cuanto más compromiso adquieres, mayor es el premio que recibes. Cinco estrellas en el pecho de la canarinha dan fe de ello. Aunque sólo sean rumores. Además, de todas las causas por las que la gente da la vida hoy en día, ganar un Mundial es, sin duda, una de las más razonables. ¿No les parece? •