Las claves del milagro alemán

En 2013 se jugó una histórica final alemana en Liga de Campeones entre Bayern Múnich y B.Dortmund. Un año después, Alemania conseguía Mundial con un equipo que representaba el trabajo de más de una década para cambiar el estilo del fútbol teutón. El periodista alemán Thilo Schäfer analiza cómo ha sido posible la transformación de un país que vivía una enorme crisis a principios del siglo XXI.

Thilo Schäfer.- En los años ochenta, los que pagábamos por ver las andanzas sin pena ni gloria del Fortuna Düsseldorf en la Bundesliga a menudo no llegábamos a los 15.000 en la enorme ensaladera de hormigón del antiguo estadio del Rin. Los tiempos han cambiado. La media de entrada del Fortuna suele ser de 35.000 espectadores. Y a pesar de estar en segunda ( a punto de ascender ahora), unos 23.000 seguidores renovaron sus abonos. Es solo un ejemplo del tremendo tirón popular de la liga alemana que finalmente se plasma en éxitos internacionales, como demostró la trepidante primera final germana de la Champions entre el Bayern de Múnich y el Borussia Dortmund en mayo o el último mundial. Con una media de entrada de 45.000 espectadores (dato de 2013) la Bundesliga se situó en el campeonato más popular de Europa. A cierta distancia vienen la Premier League, con 36.000, y la Primera División española con 28.000. La segunda liga alemana ya casi alcanza la media de entrada de la primera categoría en Francia (17.000 y 19.000).

Con una media de entrada de 45.000 espectadores (dato de 2013) la Bundesliga se sitúo en el campeonato más popular de Europa. A cierta distancia vienen la Premier League, con 36.000, y la Primera División española con 28.000.

Obviamente, en Alemania vive mucha gente que tiene dinero para ir al fútbol, pero esto no es la clave del éxito de la Bundesliga. Los clubes han resistido la tentación de subir las entradas ante el aumento de la demanda del público. Pero los precios siguen siendo asequibles. El Bayern y el Dortmund venden localidades a partir de 15-16 euros. En el Camp Nou hay precios de 19 euros solo para tres partidos de liga en la temporada 2012-2013. El abono más barato para seguir al Bayern cuesta 140 euros (de pie) mientras en el Getafe el precio más bajo llegó a ser 220 euros para desempleados. En la memoria queda la pancarta que desplegaron los hinchas del Schalke 04 en el partido de la Liga Europa contra el Athletic de Bilbao en marzo de 2012 para protestar contra el coste de los tickets para el partido de vuelta en San Mamés. “¿90 euros por entrada? Es un euro por minuto. El fútbol no es sexo telefónico”. La gran identificación de los alemanes con sus equipos también tiene que ver con el hecho de que todas las entidades siguen bajo el control de los socios. No hay forma de que oligarcas rusos, jeques árabes, magnates estadounidenses o empresarios de la construcción se compren un equipo, bien como juguete, símbolo de estatus o para intereses comerciales más espurios.

La norma que rige el fútbol alemán exige que los clubes de socios mantengan la mayoría de control de su marca. Aunque la mayoría de las entidades de Primera han convertido al primer equipo en una sociedad anónima en la que participan otros accionistas, los socios controlan los votos en estas divisiones. Por ejemplo, el Borussia Dortmund apenas posee el 8% de las acciones de su primer equipo, pero la ley le garantiza el 50% más uno de los derechos de voto. Hay algunos casos particulares como el del Hoffenheim, un club de provincia, que depende enteramente del patrocinio de su mecenas Dietmar Hopp, cofundador de SAP, o del Wolfsburgo que no militaría en Primera si no fuese porque esta pequeña ciudad en el norte es la sede de Volkswagen. Pero en general, los aficionados alemanes nos sentimos orgullosos de que el equipo de nuestros amores no sea el capricho de un multimillonario y no echamos en falta los petrodólares del PSG o del Manchester City.

No hay forma de que oligarcas rusos, jeques árabes, magnates estadounidenses o empresarios de la construcción se compren un equipo, bien como juguete, símbolo de estatus o para intereses comerciales más espurios.

La Bundesliga siempre se ha regido por la idea de proteger una relativa igualdad de condiciones que fomenta la competitividad del campeonato. Los derechos televisivos se negocian en conjunto y se reparten según la clasificación. El máximo son 23 millones y el mínimo casi 12 millones de euros. Aunque en los últimos tiempos el Bayern monopoliza el título, en lo que va de siglo ya hubo otros tres campeones (Werder Bremen, Stuttgart y Wolfsburgo). Sin embargo, este equilibrio relativo corre peligro. Gracias a los millones de la Liga de Campeones, los ricos lo son cada vez más. “No me gusta la idea de que dos o tres equipos abran una brecha en la Liga. Es importante que sigamos siendo solidarios”. No lo dice un dirigente del modesto Friburgo o del Núremberg. Son palabras del poderoso presidente del Bayern, Uli Hoeness, minutos después de que sus jugadores machacaran al Wolfsburgo.

Los aficionados alemanes nos sentimos orgullosos de que el equipo de nuestros amores no sea el capricho de un multimillonario y no echamos en falta los petrodólares del PSG o del Manchester City.

 

Lamentablemente, Hoeness ha perdido credibilidad, no solo después de haber admitido un fraude fiscal multimillonario. Los fichajes de Mario Götze, la estrella de su máximo rival el Dortmund, Thiago del FC Barcelona y sobre todo de Pep Guardiola para el banquillo muestran que los bávaros ahora piensan mucho más en la competencia de Madrid, Milán o Manchester que en los rivales domésticos. La clave del éxito de la Bundesliga ha sido la falta de distorsiones, el hecho de que sea un campeonato sano. Esperemos que la carrera multimillonaria cada vez más enloquecida por hacerse con la Champions League no acabe con la mejor liga del mundo. •