'Lo peor de ser guapo', por Javier Aznar

Beckham es quedarse a aplaudir al acabar los partidos,
es leer a Gistau comparándolo con Gloria Swanson en su mansión de Hollywood, es su redención teñido de rubio platino con Capello.

Javier Aznar.- Una vez leí una entrevista a Andrés Velencoso en la que le preguntaban: “¿Qué es lo peor de ser guapo?”. Todavía no me he recuperado del todo de leer eso. Con la distancia que da el tiempo, creo que responder a esa pregunta y salir mínimamente airoso es mucho más difícil que enfrentarse a cualquier asunto espinoso y delicado de política internacional.

Lo peor de ser guapo, guapo de verdad, como Beckham —que pertenece a esa repugnante clase de guapos que un día se rapan la cabeza por hastío y encima les queda bien— debe de ser que una disposición especial del régimen fiscal acabe llevando tu nombre, como sucedió aquí con la llamada Ley Beckham. Así fue su irrupción: lo cambió todo. Incluso nuestro sistema tributario.

A mí me fascinaba. Sobre todo porque era un extraordinario lanzador de faltas. Conseguir superar la barrera con el balón tal y como haría un saltador de pértiga es de una belleza casi espiritual. Tiene algo de locura, de osadía, de individualismo radical. Exige mil cálculos invisibles: la fuerza del golpeo, el viento, el grado de apertura del pie, la altura de cada uno de los componentes de la barrera, la colocación del portero, el pulso tamborileando en las sienes. Todo eso que el especialista procesa sin pensarlo

A mí me fascinaba. Sobre todo porque era un extraordinario lanzador de faltas. Conseguir superar la barrera con el balón tal y como haría un saltador de pértiga es de una belleza casi espiritual. 

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