Diego Crespo.- En la previa de la final del Playoff contra el Espanyol, en Barcelona, me sorprendí pensando varias veces: “Quizás esté por aquí Enric González”. Lo había conocido años atrás, y recuerdo haberle confesado cuánto me habían marcado algunas de sus columnas. En especial aquella titulada “Los vencidos”, donde escribía que jamás entendería el laberinto espiritual de un seguidor de un equipo grande. Imaginaba que, para ellos, la victoria era apenas un alivio por no haber perdido; y la derrota, más un desconcierto que un dolor.
Yo, como oviedista, sentí que ese texto me lo había sido escrito a mí. Era una carta íntima, dirigida a quienes seguimos a un club condenado a vivir fuera del reparto de títulos. Comprendí que la gloria está reservada para unos pocos, y que el resto habitamos la grada como espectadores secundarios, condenados a soñar solo dentro de los márgenes que nos concede el orden establecido.
MANIFESTACIÓN» Previa a un partido contra el Real Madrid C. Foto. Diego Crespo
Ahí descubrí lo que era el oviedismo: una causa. Y me enamoró precisamente por eso. Porque no prometía títulos ni desfiles, sino un camino compartido. Aprendí que el secreto estaba en amar la trama, no el desenlace. Hay quienes viajan con un GPS que les marca la ruta y la hora exacta de llegada. A nosotros, en Oviedo, nos tocó arrancar en un coche medio averiado que recogía oviedistas por el camino. No sabíamos cuántos kilómetros aguantaría el depósito, ni siquiera si aquel motor iba con gasolina o diésel. Lo que sí supimos fue que aquel trayecto sería inolvidable.
GRADO» Desplazamiento de la afición en un partido en Tercera. Foto. Diego Crespo.
Porque no éramos turistas en busca de experiencias rápidas: éramos viajeros. Encontramos belleza en paisajes que hasta entonces parecían lejanos, y descubrimos la alegría de compartir un vehículo viejo, que poco a poco se llenaba de gente, hasta que un día empezó a renovarse.
Reportaje gráfico del archivo de Diego Crespo en la nueva edición. Pídela aquí.