Los guardianes de la memoria del 10

En sus tiempos en Nápoles, Diego Maradona se acompañó de Guillermo Blanco como jefe de prensa y del preparador físico Fernando Signorini. Dos personas mucho más cercanas al hombre que a la celebridad. Ambos rememoran anécdotas sobre su trabajo con el astro argentino.

Fotografía Archivo y Guillermo Blanco

Luis Miguel Hinojal.- 1990. Tres años habían pasado desde el primer milagro que en la ciudad no se atribuía al venerado San Genaro. Y seis desde que el Vesubio adoptara a su hijo predilecto. También faltaban once meses para que el ciclo de Diego Armando Maradona en Nápoles finalizara en medio de un ruido insano tras siete cursos en los que el argentino logró poner el Calcio patas arriba mientras la ciudad lo devoraba. En 2020 se cumplen 30 años del segundo Scudetto, la última gran conquista de Maradona con el cuadro napolitano. El Nápoles había ganado su primer título de campeón de Italia en 1987 con los efectos de un terremoto para las estructuras del viejo fútbol italiano. Tiempos en los que los muertos tenían un motivo más para envidiar a los vivos. “E non sanno que se so’ perso”, rezaba escrita con la caligrafía del orgullo una gloriosa pintada en los muros del viejo cementerio de Nápoles: “No sabéis lo que os habéis perdido”.

El seísmo continuó con una Copa de Italia ese mismo año, la Copa de la UEFA del 89 y muchas tardes de gloria. Todo iluminado por los prodigios de una pierna izquierda y bajo una atmósfera de locura que celebraba con pasión desatada cada éxito del equipo y cada maravilla de la zurda mientras contribuía a estrangular a su propio ídolo, progresivamente atrapado en una espiral autodestructiva. Como analizó el escritor uruguayo Eduardo Galeano “hay un placer enfermizo, feo, jodido, en derribar los ídolos que la propia gente ha creado. Maradona fue el más rebelde de los jugadores. Y era como un dios. De algún modo esa divinidad siguió siendo. Es un dios sucio. Sucio de barro humano. Se nos parece mucho”.

Como analizó el escritor uruguayo Eduardo Galeano “hay un placer enfermizo, feo, jodido, en derribar los ídolos que la propia gente ha creado. Maradona fue el más rebelde de los jugadores. Y era como un dios. De algún modo esa divinidad siguió siendo. Es un dios sucio. Sucio de barro humano. Se nos parece mucho”

El 10 se rodeó en Nápoles de sujetos de todo pelaje y condición. Muchos parecían acercarse a él para empujarle un poco más al abismo. Pero otros se convirtieron en sus ángeles de la guarda. Los que le devolvían a los valores de vida de su Villa Fiorito natal recordándole que se había criado en un barrio privado: “Privado de luz, de cloacas, de agua corriente…”, como solía afirmar el propio futbolista. Quizás el mayor milagro de Diego en Nápoles fue sobrevivir a Maradona. Y eso lo saben mejor que casi nadie dos personas que en esa etapa trabajaron con él de manera muy cercana y fueron capaces de poner al ídolo frente al espejo, decirle la verdad y ayudarle desde el afecto.

El 10 se rodeó en Nápoles de sujetos de todo pelaje y condición. Muchos parecían acercarse a él para empujarle un poco más al abismo. Pero otros se convirtieron en sus ángeles de la guarda. Los que le devolvían a los valores de vida de su Villa Fiorito natal recordándole que se había criado en un barrio privado: “Privado de luz, de cloacas, de agua corriente…”, como solía afirmar el propio futbolista

Guillermo Blanco (9 de Julio, Buenos Aires, 1952) conoce a Maradona desde que “el pibe” tenía 12 años. Su destacadísima e impecable trayectoria periodística en medios de comunicación argentinos y españoles abarca entre muchas aventuras una década en la mítica revista El Gráfico, la fundación de la prestigiosa agencia Deportea y 12 años como jefe de Prensa de la Secretaría de Deportes de Argentina. Un dedicado maestro de la profesión, de la cultura popular de su país y una enciclopedia del deporte que en su trabajo siempre tuvo presente la dimensión humana y social del mismo.

Fue además jefe de prensa de Maradona en Barcelona y en Nápoles. Blanco afirma que en realidad el mayor milagro del 10 en Nápoles fue “meterse en el corazón de tanta gente sin ninguna cirugía previa e instalarse allí para siempre”. Fernando Signorini (Lincoln, Buenos Aires,1950) se convirtió en mucho más que el preparador físico de Maradona desde 1983, cuando comenzó a ayudarle en la dura rehabilitación en Barcelona tras la tristemente célebre entrada de Goicoechea. Ahí comenzó una relación que comprende los años del Nápoles, tres mundiales (86,90 y 94) y que se estiró incluso al mundial de 2010, cuando Maradona era el seleccionador argentino y Signorini miembro de su cuerpo técnico. La jerarquía de su amor por el fútbol sólo es comparable con su militancia contestaria frente a las aberraciones del sistema. Un tipo de enorme personalidad que considera el deporte como una poderosa arma cultural. Porque entrenar también es educar, ya sea a Maradona, a los alumnos de la escuela de técnicos César Luis Menotti en la que trabaja o a cualquier pibe del Club Villas Unidas que ideó para ayudar al desarrollo humano y futbolístico de cientos de críos que malviven en los más duros y castigados enclaves del conurbano bonaerense.

ARDUA TAREA
Desde la autoridad que les otorga su trayectoria, su conocimiento y sobre todo su sensibilidad futbolística y vital Signorini y Blanco, grandes amigos y cómplices, disertan desde la capital argentina sobre aquellos años en Nápoles. Dos cómplices en la ardua tarea de manejar facetas de Maradona mientras trabajaban con Diego. Dos testigos directos y privilegiados de una polémica dualidad que forjó una época legendaria del fútbol mundial. En sus charlas con el astro argentino Signorini solía decirle que “con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona no iría ni a tomar un café”. El 10 emitía respuestas a la altura del personaje: “Sí Fer, pero sin Maradona yo estaría aún en Villa Fiorito”. Maradona fue presentado en el estadio San Paolo ante una multitud enfebrecida el 5 de julio de 1984.

Desde la autoridad que les otorga su trayectoria, su conocimiento y sobre todo su sensibilidad futbolística y vital Signorini y Blanco, grandes amigos y cómplices, disertan desde la capital argentina sobre aquellos años en Nápoles. Dos cómplices en la ardua tarea de manejar facetas de Maradona mientras trabajaban con Diego

La tarde del día anterior había acudido al mismo escenario vacío con su guardia pretoriana, compuesta de apenas cuatro o cinco personas. Guillermo Blanco recuerda que la estrella pateó una pelota a gol desde el centro del campo, esbozó una sonrisa y dijo: “Bueno, ya hemos cumplido”. Después se fue a tomar un baño al desvencijado vestuario local y se relajó aun más: “Esto me hace recordar a Argentinos Juniors”. Blanco afirma que tras la etapa de Barcelona, Maradona “necesitaba volver a las fuentes, al vientre materno, cuando no existía nada más que la familia, la pelota y los amigos. Cuando era un pibe de barrio”. Nápoles era una ciudad que se sentía maltratada. La atávica rivalidad Norte/Sur en Italia se veía reflejada en las visitas del Nápoles a los estadios de los poderosos Juventus, Inter o Milan donde era recibido en un clima extraordinariamente hostil con pancartas criminales que decían “Vesubio, encárgate tu”, o “Lavatevi, terroni”. Con mucha más clase se expresaba Gianni Agnelli, el venerable patrón de la Juventus, cuando le preguntaron por qué no había fichado a Maradona: “Porque no somos tan ricos como para tenerlo… ni tan pobres como para tener que soñar con él”. La representatividad y el sentido de pertenencia afilaban el hambre competitiva de Maradona sobre el césped. La rabia como combustible.

Nápoles era una ciudad que se sentía maltratada. La atávica rivalidad Norte/Sur en Italia se veía reflejada en las visitas del Nápoles a los estadios de los poderosos Juventus, Inter o Milan donde era recibido en un clima extraordinariamente hostil con pancartas criminales que decían “Vesubio, encárgate tu”, o “Lavatevi, terroni”.

“Diego puso al Nápoles en el mapamundi futbolístico y arrasó con el orden establecido porque lo mejor de él es su carácter reivindicativo”, sostiene Signorini. Blanco opina que Diego “fue entendiendo la relación Norte/Sur, para jugar por algo, por el honor, como cuando empezaba en Cebollitas. Y también le fueron entendiendo poco a poco a él en el vestuario: en uno de sus primeros partidos recuerdo que no le pasaban la pelota. En enero del 85 hubo una reunión de vestuario muy brava y dura, con el presidente Ferlaino, el manager del equipo Antonio Giuliano, el entrenador Ottavio Bianchi y los jugadores. Se planteó la cuestión de que no había que jugar para Maradona, sino con Maradona. Algunos dijeron que no le pasaban la pelota porque le veían marcado.

Años atrás Cesar Luis Menotti en el vestuario del Barça le preguntó a sus jugadores cuántas pelotas era aconsejable que le pasaran a Maradona por partido. Ante el desconcierto general, el Flaco se contestó a sí mismo: ¡Todas¡. Siempre iba a estar marcado. En Nápoles no se daban cuenta al principio de la dimensión del recién llegado. Habían comprado oro en polvo. Era carne, hueso y barro, en el mejor de los sentidos, y poco a poco el vestuario también tomó conciencia de su dimensión humana, como cuando promovió aquel célebre partidillo en un aparcamiento embarrado para recaudar fondos para un niño enfermo de un barrio de la periferia napolitana. El club se había desentendido del tema, pero Diego, que acababa de llegar, tomó la iniciativa”.

DEFENDER
Un día Signorini, en los albores de la primera temporada en Nápoles, amenazó a Maradona con no asistir al próximo partido: “El fútbol italiano me está resultando insoportablemente aburrido. Todo el mundo está preocupado por defender y con la pelota dan risa. Y para colmo el único capaz de divertirme parece que se ha transformado en un jugador obediente y muy disciplinado tácticamente”. Maradona le contestó furioso: “¿Y qué querés que haga, si agarro una pelota cada muerte de obispo? ¿Te pensás que esto es fácil?”.

La treta de Signorini buscaba activar el orgullo del genio: “A vos te compraron por lo que jugabas. La mejor manera de ser solidario con tus compañeros es agarrar la pelota y no dársela a nadie, y el técnico que se vaya al carajo. Si vos no te divertís quiere decir que no divertís a nadie. Esta es una ciudad hermosa y yo quiero quedarme muchos años acá”. Al día siguiente el Nápoles obtuvo su primer triunfo en el campeonato, con una actuación estelar del diez, que marcó un golazo y dejó por primera vez a los espectadores de San Paolo con los ojos como platos. “No te preocupes, Fernando, que nos vamos a quedar mucho tiempo en Nápoles”.

 “A vos te compraron por lo que jugabas. La mejor manera de ser solidario con tus compañeros es agarrar la pelota y no dársela a nadie, y el técnico que se vaya al carajo. Si vos no te divertís quiere decir que no divertís a nadie"

Comenzaba una transformación revolucionaria que iba a otorgar al club y a todo lo que rodeaba a Maradona una dimensión descomunal. Eso sí, el argentino tuvo que adaptar su juego a otra velocidad. Tuvo que acelerar los tiempos de sus acciones técnicas en Italia, cuna de los defensores más fieros de la época en unos tiempos en los que la permisividad arbitral con el juego duro parecía traspasar hasta los límites del código penal.

Además, las secuelas de la intervención en el tobillo izquierdo reventado tras la brutal entrada de Goicoechea eran irreversibles. “Tuvo que adaptar su cuerpo y su juego a los rigores del calcio. Después de la operación, Diego padecía una reducción importante en el grado de la movilidad del tobillo”, recuerda Signorini. “Yo comencé a trabajar con él en esa época y ya en Italia ese tobillo apenas podía girar. Tan sólo moverse arriba y abajo. Los efectos de la lesión y los nuevos métodos de entrenamiento le obligaban a sumergir el pie de manera alternativa en baldes de agua helada y caliente de manera alterna antes y después de los partidos. El radio de acción no iba a mejorar. Debía acostumbrarse a jugar y vivir con eso. Comenzó a hacer un trabajo específico para encontrar nuevos apoyos del pie, nuevos movimientos de la zurda y de la cadera, se modificaron cosas para acercarse más a la pelota… Con problemas tan complejos Maradona fue capaz de superarse, aunque le costó sangre sudor y lágrimas”.

Guillermo Blanco recuerda aquellas sesiones casi secretas en las que Maradona intentaba reinventar una nueva secuencia de movimientos para el golpeo y los lanzamientos de falta. “Utilizábamos un campito que nos cedía discretamente un señor llamado Gianni Impronta, en Marechiaro, un pueblito pesquero en la zona de Posillipo. A veces Diego se quedaba practicando hasta las diez de la noche. El tobillo no tenía la misma movilidad de antes de la lesión y tenía que reajustar la anatomía para recuperar la efectividad y la precisión. Es como si a Picasso le hubieran roto las manos y hubiera tenido que aprender a pintar de nuevo… para después de todo ese proceso firmar el Guernica”. Incluso una máquina de contrapesos para ejercitar el tobillo le acompañaría también durante el mundial de México 86. El trabajo dio sus frutos.

Guillermo Blanco recuerda aquellas sesiones casi secretas en las que Maradona intentaba reinventar una nueva secuencia de movimientos para el golpeo y los lanzamientos de falta. “Utilizábamos un campito que nos cedía discretamente un señor llamado Gianni Impronta, en Marechiaro, un pueblito pesquero en la zona de Posillipo. A veces Diego se quedaba practicando hasta las diez de la noche

En noviembre del 85 Maradona dibujó una de sus mejores obras de arte. Un gol de libre indirecto a la Juventus con la barrera mucho más cerca de la  distancia reglamentaria. Un gol imposible. El portero Tacconi acabó estrellándose contra el poste y San Paolo vivió un episodio de delirio colectivo. Varios físicos y matemáticos estudiaron aquel indescifrable, celestial y suave golpeo del 10 y la gloriosa trayectoria de la pelota para entrar por la escuadra desafiando las leyes de la ciencia. Meses después en México, Maradona llegó al mundial convencido de que iba a certificar que era el número uno. Hubo muchos milagros similares para agrandar el mito en las siete temporadas en las que Maradona vivió en Nápoles.

“Hizo esfuerzos enormes para subir a la cima, pero al final le hacían culpable de todo. Su carácter contestario se imponía. Nunca pudo evitar rebelarse contra el poder establecido. Yo trataba de tranquilizarlo, pero era imposible"

Pero su modo de vida suponía una insoportable presión añadida. “Maradona no podía permitirse ninguna debilidad. Ese era el precio por su irreverencia con el poder”, sostiene Signorini. “Hizo esfuerzos enormes para subir a la cima, pero al final le hacían culpable de todo. Su carácter contestario se imponía. Nunca pudo evitar rebelarse contra el poder establecido. Yo trataba de tranquilizarlo, pero era imposible. Hasta Menotti le dijo una vez que tuviera cuidado con su forma de encarar la vida, la fama, las tentaciones, o acabaría como el célebre pistolero Jesse James, al que todo el mundo admiraba pero acabó asesinado por la espalda cuando dejó su revolver en un sofá mientras colocaba un cuadro en la pared”. “Al principio Nápoles era como volver al barrio, pero el calor de la gente acabó volviéndose exagerado. Con el paso del tiempo los únicos sitios en los que Diego estaba cómodo eran su casa y el campo de entrenamiento”. “No se puede explicar a Maradona. A Diego sí, pero a Maradona no. Maradona es producto de la perversidad del sistema”. “No me pueden querer tanto”, se quejaba el jugador.

CAMORRA
La enorme carga de los problemas de Maradona en Nápoles, desde sus adicciones a sus relaciones más tóxicas y peligrosas, capos de la camorra incluidos, han sido exhibidos y aireados en todos los formatos. En el excelente documental de 2019 ‘Diego Maradona’ el director Asif Kapadia traza un retrato del mito pero también del hombre. “Cuando estoy en la cancha se va la vida, los problemas, se va todo”, se escucha decir a un Diego consciente de que “Maradona le estaba devorando” gran parte de su alma, como afirma Signorini. Blanco recuerda anécdotas que ilustraban perfectamente lo que Maradona era para una ciudad tan compleja como Nápoles: “En un trayecto en avión viajábamos discretamente en la parte de atrás. De repente se produjeron fortísimas turbulencias y la nave comenzó a moverse como si se estuviera desintegrando. El pasaje casi estaba entrando en pánico, cuando vimos que un tipo se levantó y gritó ‘¡No se preocupen, amigos. Nada nos puede pasar porque Dios viaja con nosotros".

“En un trayecto en avión viajábamos discretamente en la parte de atrás. De repente se produjeron fortísimas turbulencias y la nave comenzó a moverse como si se estuviera desintegrando. El pasaje casi estaba entrando en pánico, cuando vimos que un tipo se levantó y gritó ‘¡No se preocupen, amigos. Nada nos puede pasar porque Dios viaja con nosotros.

En la parte de atrás está Diego Armando Maradona. Calma, por favor¡’. Los pasajeros rompieron en aplausos”. “También recuerdo que al terminar aquel partido benéfico en un aparcamiento volvíamos a casa en coche. Diego conducía. Fernando y yo le seguíamos en otro vehículo. Y de repente se produjo un accidente considerable a pocos metros. Un vehículo volcó. Diego frenó y salió corriendo para auxiliar a los ocupantes del coche dañado. Estaban golpeados y muy aturdidos. Pero de inmediato uno reconoció a quién le estaba auxiliando y comenzó a gritar ¡Diego, Diego, Diego! Todos despertaron de inmediato. Como si les hubieran aplicado una maniobra de reanimación”.

El enfermero que le había realizado al jugador un rutinario análisis de sangre días antes había depositado el tubo con el plasma del jugador en la catedral del Duomo, donde se guardan reliquias como la propia sangre de San Genaro.

Signorini define el carácter semidivino que una ciudad enloquecida acabó por otorgar a su ídolo como “un afecto pegajoso”, y relata la perturbación que se produjo dentro del entorno más cercano a Maradona cuando se conoció una insólita noticia: el enfermero que le había realizado al jugador un rutinario análisis de sangre días antes había depositado el tubo con el plasma del jugador en la catedral del Duomo, donde se guardan reliquias como la propia sangre de San Genaro.

DIEGO Guillermo Blanco en una rueda de prensa con Maradona, jugando al fútbol con el Pelusa y en un encuentro con Pelé en 1979 para El Gráfico cuando se conocieron ambos mitos..

El sanitario trataba de comprobar si la de Maradona también se licuaba, tal y como presuntamente ocurre en un célebre rito con la del santo patrón napolitano. “El Diego del 90 no era el que llegó en el 84. Ya estaba marcado por graves problemas personales, su adicción a la droga y una tremenda ciática”, sostiene el preparador físico. “Yo siempre ironizo diciendo que bien hizo Diego en drogarse. Hay razones que justifican el hecho de que un chico que sale de Villa Fiorito y de pronto alcanza en la cima del mundo, al que se le exige que tiene que hacer todo bien, busque alguna manera artificial de estar a la altura de lo que todo el mundo y este sistema hipócrita le exige”. “El mundo que le ofrecimos entre todos fue una película de terror.  Un mundo en el que aparentemente lo tendría todo, pero tuvo que recurrir a las sustancias artificiales para evadirse”, alega Blanco.

“El mundo que le ofrecimos entre todos fue una película de terror.  Un mundo en el que aparentemente lo tendría todo, pero tuvo que recurrir a las sustancias artificiales para evadirse”, alega Blanco.

“Voy a decir una locura. Creo que en los meses previos al Mundial de México 86, mientras se jugaban las últimas jornadas de la Serie A, la cabeza de Diego ya no estaba en Nápoles. Recuerdo que Fernando se lo llevaba todos los lunes a Roma con la excusa de pasar exámenes y pruebas médicas en las instalaciones del CONI con el Doctor Dalmonte. La idea era prepararse para jugar en la altura de México, pero en realidad esos largos viajes con Fernando le limpiaban la cabeza. Era una sesión de terapia motivacional”.

AMIGOS Fernando Signorini y Guillermo Blanco en varios actos.

El club ganó la Copa de la UEFA en el 89 y en la temporada 89/90 conquistó su segundo Scudetto. Domingo 29 de abril de 1990. En San Paolo Nápoles y Lazio se miden en la última jornada liguera y los partenopeos necesitan la victoria para ganar el título. A los siete minutos la zurda de Maradona bota una falta lejanísima con precisión de cirujano para que el central Marco Baroni anote con un majestuoso cabezazo el gol del título. Casi noventa minutos después San Paolo explota. En el césped hay lágrimas, abrazos y gritos de júbilo. En las imágenes de archivo se ve a Signorini saltar al campo con la pequeña Dalma, la hija mayor de Maradona, sobre sus hombros. El 10 apenas celebra el título. Su cabeza, definitivamente, está ya muy lejos de Nápoles, quién sabe dónde.

Al año siguiente llegaría la sanción por haber dado positivo de cocaína en un control antidopaje. Ciao Nápoli. “Mi Diego es el de la construcción de todo desde los tiempos del barrio. Aquel al que el mundo le puso en la cúspide de la montaña y después dejó que se cayera sólo”, concluye Guillermo Blanco. Signorini jura que Diego sigue llevando Nápoles en el corazón, igual que la ciudad 30 años después del último milagro el santuario eterno del 10. Transcurrido un tiempo tras el abrupto final de la aventura napolitana, un periodista italiano le dijo a Signorini: “Si Diego hubiese fichado por la Juventus y hubiese tenido el comportamiento de Platini…”. Fernando le cortó en seco la apreciación: “Entonces hubiera sido Platini. Nada más”. •